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68. (Febrero 2013) Sir Isaac Newton según George Bernard Shaw
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Escrito por Miguel Ángel Mirás Calvo y Carmen Quinteiro Sandomingo (Universidade de Vigo)   
Viernes 01 de Febrero de 2013

A los 83 años, George Bernard Shaw escribió una de sus últimas piezas teatrales con motivo del Malvern Festival del año 1939. Se trataba de la obra In good King Charles golden days: A true history that never happened, una peculiar comedia de contenido histórico ambientada en el año 1680 durante el reinado de Carlos II de Inglaterra. El subtítulo de la obra (una historia verdadera que nunca ocurrió) nos advierte de antemano de que no se trata de la recreación de un episodio verídico, sino de un ejercicio de fantasía: qué hubiese podido ocurrir si el rey Carlos II, el fundador de los cuáqueros George Fox y el pintor de la corte Godfrey Kneller, visitaran inesperadamente a Sir Isaac Newton en su casa de Cambridge. La obra gira alrededor del imaginado coloquio entre estos personajes y de la confrontación de sus particulares puntos de vista.

Sir Isaac Newton según George Bernard Shaw

Retratos de Newton y Carlos II por Godfrey Kneller. Autorretrato de Kneller. Grabado de George Fox.

In good King Charles se estrenó el 12 de agosto de 1939. Muchos críticos consideran que esta pieza es una de las menos brillantes del gran dramaturgo británico. Otros, sin embargo, destacan la habilidad de Shaw para presentar a través de los diálogos imaginados entre el científico, el revolucionario religioso, el artista y el político, no sólo una erudita perspectiva del período de la Restauración, sino también la colisión entre nuevas ideas sobre la moral, la política y la ciencia. Naturalmente, nuestro interés se centrará en la descripción que, el siempre controvertido dramaturgo, realizó de Sir Isaac Newton.

Los personajes y la trama

Son once los personajes que intervienen en In good King Charles, de los cuales sólo dos, la señora Basham, la enérgica y eficaz ama de llaves de Newton, y la joven doncella Sally, no se corresponden con figuras históricas. Los restantes personajes son:

  • El rey Carlos II de Inglaterra (1630-1685). Reinó desde 1660 hasta su muerte. Su padre, Carlos I, fue ejecutado en 1649, proclamándose la república. Inglaterra pasó a ser gobernada por Oliver Cromwell, el “Lord Protector”. Entonces Carlos, que fue nombrado rey de Escocia, organizó una invasión de Inglaterra que concluyó con su derrota en la batalla de Worcester, a la que siguió una humillante huída a Francia. A los dos años de la muerte de Cromwell, acaecida en 1658, un parlamento reconstruido restauró en el trono a Carlos aunque con severas limitaciones (Shaw le describe como el primer rey de Inglaterra cuyo reinado fue puramente simbólico). Carlos fue conocido como el “monarca alegre” por su vida licenciosa. Durante el período de la Restauración, las artes y las ciencias florecieron de nuevo en Inglaterra.
  • Sir Isaac Newton (1642-1727). Nació en Woolsthorpe, Lincolnshire, en 1642. En 1661 fue admitido en el Trinity College de Cambridge. A la edad de 25 años, el genio científico de Newton eclosionó. Cerrada la Universidad de Cambridge por la plaga de 1665, en menos de dos años, realizó descubrimientos revolucionarios en matemáticas, óptica, física y astronomía, estableciendo, por ejemplo, los fundamentos del cálculo diferencial e integral (método de las fluxiones). Cuando Newton contaba 27 años, Isaac Barrow le cedió la prestigiosa Cátedra Lucasiana de Matemáticas. En 1672 fue elegido miembro de la Royal Society a la que donó un telescopio reflector de su invención. Con el apoyo de su amigo el astrónomo Edmund Halley publicó en 1687 su magna obra Philosophiae Naturalis Principia Mathematica en la que expuso su teoría de la gravitación universal. Los Principia, seguramente el libro científico más importante jamás escrito, contribuyeron a que Newton fuese reconocido como la figura científica más eminente en la Europa de comienzos del XVIII. Hombre de profundas convicciones religiosas y temperamento difícil, son legendarias sus agrias disputas con otros grandes científicos y matemáticos de la época como John Flamsteed, Robert Hooke o Gottfried Leibniz. Newton abandonó la investigación matemática en 1693 tras sufrir un colapso nervioso. Desde este momento hasta su fallecimiento, en 1727, dirigió con mano de hierro la Casa de la Moneda, fue elegido presidente de la Royal Society y siguió estudiando y publicando trabajos en historia, teología y alquimia.
  • Sir Godfrey Kneller (1646-1723). Nació en Alemania, se formó como pintor en Holanda y llegó a Inglaterra en 1675. Se convirtió en el principal retratista de la Inglaterra de finales del siglo XVII y fue nombrado pintor de la corona por Carlos II. Shaw admite que, como antagonista de Newton, hubiese preferido al pintor inglés William Hogarth (1697-1764). Kneller es un substituto obligado por la incompatibilidad de fechas.

Sir Isaac Newton según George Bernard Shaw

Fox, Newton, la Sra. Basham y Carlos en el Shaw Festival de 2009.

  • George Fox (1624-1691). Fundador de la Sociedad de Amigos, cuyos miembros eran conocidos popularmente como los cuáqueros. Fox se convirtió en un activista religioso a los 19 años, desconcertado por la contradicción entre el comportamiento y las creencias de los cristianos. Predicó una relación directa de los creyentes con Dios sin la mediación de sacerdotes e iglesia, por lo que sus seguidores fueron perseguidos en Inglaterra hasta 1689.
  • Catalina de Braganza (1638-1705). Esposa de Carlos II. No tuvieron hijos. Regresó a Portugal, su país natal, tras la muerte de Carlos.
  • Jacobo, Duque de York (1633-1701). A la muerte de su hermano Carlos, reinó como Jacobo II durante sólo tres años, siendo el último monarca de la dinastía de los Estuardo. Fue muy poco popular debido, fundamentalmente, a su inclinación católica y su actitud despótica.
  • Nell Gwynn (1650-1687). Actriz de comedia. Amante de Carlos II, con el que tuvo dos hijos.
  • Luisa de Kéroualle (1649-1734). Aunque tildada de espía francesa a las órdenes del Rey Sol, Luis XIV, es probable que ayudara a Carlos II a obtener ayuda financiera del monarca francés. Fue nombrada Duquesa de Portsmouth en 1673, un año después del nacimiento de su hijo con Carlos II.
  • Bárbara Villiers, Lady Castlemaine, Duquesa de Cleveland, (1641-1709). Fue la amante favorita del rey Carlos durante la década de 1660. El rey reconoció a cinco de los siete hijos de la duquesa.

Sir Isaac Newton según George Bernard Shaw

Bárbara y Kneller en el Shaw Festival de 2009.

La frase que da título a la obra (En los dorados días del buen rey Carlos) coincide literalmente con la primera línea de un conocido poema del siglo XVIII titulado The Vicar of Grey, que cuenta los desvergonzados cambios de fe (de católico a protestante y a la inversa) del vicario de Grey para mantenerse en su puesto de poder durante los reinados de cuatro monarcas consecutivos de credos diferentes. No en vano, Shaw describe a Carlos como un rey dispuesto a realizar todo tipo de maniobras político-religiosas, y a sacrificar, si era menester, cualquier principio con el propósito principal de mantenerse en el poder y no finalizar su reinado como su padre: decapitado. Curiosamente, Shaw entiende que esta “habilidad” fue la mayor virtud de su reinado.

[...] Carlos fue lo suficientemente inteligente como para tener claro que el trabajo de un regicida no puede deshacerse y que debía reinar aguzando su ingenio y no apoyándose en el escaso poder con el que le dejaron. Desafortunadamente, su mala reputación de polígamo salomónico no sólo obscureció sus habilidades políticas sino que también eclipsó el hecho de ser el mejor de los esposos. Catalina de Braganza, su esposa, ha sido representada como una don nadie y Castlemaine, su concubina, casi como una figura histórica. Cuando hayan visto mi obra no cometerán el mismo error y, tal vez, se congratulen de haber asistido a un acto de justicia histórica.

El primer acto de In good King Charles, que abarca tres cuartas partes de la obra, transcurre íntegramente en el estudio de la casa de Sir Isaac Newton en Cambridge, en el año 1680. El rey Carlos II acude inesperadamente a la mansión con la excusa de ver el telescopio de Newton. Carlos trata de ocultar su identidad presentándose como un tal señor Rowley. Pronto su disfraz es descubierto, porque su visita se ve constantemente interrumpida por la llegada de nuevos personajes. Primero por George Fox y, luego, por las amantes del rey: la joven actriz Nell Gwynn, la celosa Duquesa de Cleveland, Bárbara Villiers, y la enigmática Luisa de Kéroualle. A medida que la casa se va llenando, Newton, que quiere volver a enfrascarse en su trabajo, y su ama de llaves, que intenta guardar el orden y las formas, dan muestras de irritación y desesperación. Para empeorar las cosas, se incorporan el hermano del rey, Jacobo, y el retratista de la corte, Godfrey Kneller, quienes, llevando la contraria al sabio, consiguen exasperarlo y desquiciarlo. En realidad, la acción de la obra se sostiene exclusivamente en las eruditas confrontaciones dialécticas entre los personajes, interrumpidas también, “para aliviar la tensión intelectual”, por sus confrontaciones personales.

Sir Isaac Newton según George Bernard Shaw

La Sra. Basham y Newton en el Shaw Festival de 2009.

El segundo acto, un breve epílogo, tiene lugar al atardecer de ese mismo día en la alcoba de la reina consorte. En contraste con la algarabía previa, el diálogo entre Carlos y Catalina es plácido y, a menudo, tierno. Su conversación repasa su relación personal y cuestiona el futuro que les aguarda como individuos y como monarcas.

El Newton de Shaw

Ya hemos advertido al lector de que el subtítulo A true history that never happened nos previene acerca del rigor histórico de la obra. Esta falta de exactitud también se aplica al contenido científico y, en particular, al retrato que Shaw nos presenta del gran Sir Isaac Newton. Pero las licencias dramáticas que se permite el autor, y que para evitar equívocos detalla en el prólogo, le llevan a dibujar un Newton tal vez más próximo a la persona real del que nos llega a través de la imagen estereotipada y complaciente del genial científico. Escribía José Manuel Sánchez Ron en una reseña biográfica del sabio: “Hasta ahora he estado hablando del Newton matemático y filósofo natural, el Newton que creó nuevos mundos cognitivos, pero hay otro Newton, el que se dedicó con extrema energía a explorar profundas cuestiones religiosas y teológicas. Aunque en realidad utilizar el término el otro Newton es profundamente equívoco, ya que existió una unidad conceptual y metodológica entre el Newton científico y el Newton teólogo”. Y, en efecto, en la pieza los Newton matemático, filósofo, teólogo y alquimista se entremezclan con total naturalidad. En el prólogo de la obra Shaw escribe: “Newton, como hombre, fue el más singular de los prodigios, y yo he reflejado con pelos y señales sus contradicciones”. No cabe duda de que Shaw se documentó en las mejores biografías de la época para elaborar su retrato de un Newton ciertamente brillante pero, a la vez, contradictorio, complejo, irascible... En esta línea, quisiéramos mencionar dos visiones dramáticas muy crudas de Newton, publicadas recientemente en el volumen "Newton's Darkness", y centradas en la parte “oscura” de este fascinante personaje: “Newton's Hooke” de David Pinner y “Calculus”de Carl Djerassi (véase la reseña 24, Febrero de 2009, de Marta Macho Stadler en esta sección de Teatro y Matemáticas).

El Newton de In good King Charles tan bien está discutiendo las leyes y los fenómenos más profundos de la naturaleza, como está absorto en sus trabajos bíblicos, o está buscando secretos de la alquimia que le lleven al descubrimiento de la piedra filosofal. Sin ir más lejos, el motivo de la visita de Luisa de Kéroualle es pedirle a Newton, al que llama el alquimista, que le prepare una poción de enamorar. Newton, totalmente consciente de su don sin par para las matemáticas, considera que son sus estudios de las escrituras, y no sus aportaciones científicas, los que le reportarán fama y grandeza. Así responde, por ejemplo, a la señora Basham:

SRA. BASHAM: Usted, señor, es la mayor eminencia viva de la humanidad. Eso me dijo el señor Halley.

NEWTON: Haberle dicho una cosa semejante ha sido una imprudencia por parte del señor Halley. No debe hacer caso a lo que le diga. Está siempre agobiándome para que publique mis métodos de cálculo y abandone mis estudios realmente serios. ¡Números! ¡Números! ¡Números! ¡Senos, cosenos, hipotenusas, fluxiones, curvas suficientemente pequeñas como para ser tratadas como líneas rectas, distancias entre puntos que están en el mismo lugar! ¿Es eso filosofía? ¿Puede eso hacerle a uno grande?

Y, en otra ocasión,

NEWTON: Mi padre, que murió antes de que yo naciera, era un hombre rudo, extravagante y débil. Eso me han dicho. Yo heredé su rudeza, su extravagancia y también su debilidad, que en mi se manifiesta en un furor por las cifras del que me avergüenzo de corazón. Hay tantas cosas tan importantes en las que trabajar: la transmutación de la materia, el elixir de la vida, la magia de la luz y el color, y, sobre todo, el significado oculto de las Escrituras. Pero en lugar de concentrar mi pensamiento en estos asuntos, me encuentro a mi mismo divagando en juegos teóricos banales sobre números y series infinitas o dividiendo una curva en líneas indivisiblemente pequeñas. ¡Qué estúpido! ¡Qué pérdida de tiempo, de un tiempo precioso!

Y de esa debilidad por los números, de esos juegos banales, Shaw saca partido para escribir algunos de los momentos más divertidos y satíricos de la pieza.

SRA. BASHAM: ¡Ah, Sally! ¿Podrías decirme cuanto son tres por siete? ¿Tú fuiste a la escuela, no es así?

SALLY: Sí señora. Pero tenga en cuenta que a los chicos les enseñaban a leer, a escribir y a hacer cuentas; a nosotras, las chicas, sólo a coser.

SRA. BASHAM: Bien, no te preocupes. Le preguntaré al señor Newton. ¡Quién mejor que él para saberlo! Pero, espera. Pregúntale a Jack, el chico del pescado, está en la cocina ayudando a destripar un conejo.

[...]

Newton, de 38 años, entra desde el jardín, sin sombrero, enfrascado en cálculos, con los puños cerrados, chocándose los nudillos como si marcara cada término de una ecuación. Se deja caer en el sillón.

SRA. BASHAM: ¡Oh! Mire por donde va Sr. Newton. Cualquier día de estos se meterá derechito en el río y se ahogará. Creí que se había ido a la universidad.

NEWTON: Ahórrese la reprimenda, Sra. Basham, ahórrese la reprimenda. Me olvidé. Estuve pensando en cómo hacer unos cálculos que se me vienen resistiendo.

SRA. BASHAM: Y ha permanecido usted ahí fuera, sentado, olvidándose de todo, desde la hora del desayuno. En todo caso, dado que le sorprendo en uno de sus momentos de cálculo, me pregunto si le importaría hacer una sencilla suma para mí, con el fin de comprobar el cargo de la lavandería. ¿Cuánto son tres por siete?

NEWTON: ¿Tres por siete? ¡Oh, es muy fácil!

SRA. BASHAM: Lo es para usted, señor, pero a mí me supera. En la escuela no pasé de sumar y restar; no aprendí ni a multiplicar ni a dividir.

NEWTON: ¡Vaya! Tampoco aprendí yo. Era muy perezoso. Pero no se necesitan: con las sumas y las restas tenemos suficiente. Sume usted los logaritmos de los números y el antilogaritmo de la suma es la respuesta. Déjeme ver, ¿tres por siete? El logaritmo de tres debe ser cero coma cuatro siete siete... más o menos.
El logaritmo de siete es, del orden de, cero coma ocho cuatro cinco. La suma da uno coma tres dos dos, ¿verdad? ¿Cuál es el antilogaritmo de uno coma tres dos dos? Pues, debe ser menor que veintidós y mayor que veinte. Así pues, podemos asegurar que...

Sir Isaac Newton según George Bernard Shaw

Sally regresa.

SALLY: Disculpe Señora, Jack dice que son veintiuno.

NEWTON: ¡Extraordinario! Aquí me tiene usted, barruntando durante un minuto entero en este simple problema y el mozo del pescado, sin apenas formación, lo resuelve en un santiamén. Es mejor matemático que yo.

Cualquier ocasión es buena para que el señor Newton abrume a su interlocutor con sus cálculos.

SRA. BASHAM: Le presento a nuestra nueva doncella señor Newton, viene de Woolsthorp. Usted aún no la conoce.

NEWTON: ¿No la conozco? No me había dado cuenta. (A Sally.) ¿Así que eres de Woolsthorp? Yo también. ¿Cuántos años tienes?

SALLY: Veinticuatro, señor.

NEWTON: Veinticuatro años. Ocho mil setecientos sesenta días. Doscientas diez mil doscientas cuarenta horas. Doce millones seiscientos catorce mil cuatrocientos minutos. Setecientos cincuenta y seis millones ochocientos sesenta y cuatro mil segundos. Una larga, larga vida.

SRA. BASHAM: Vamos, vamos, señor Newton. Volverá loca a esta niña con sus cifras. ¿Qué se puede hacer en un segundo?

NEWTON: Puede usted llevar a cabo, de modo deliberado e intencionadamente, siete acciones diferentes en un segundo. ¿Cómo cuenta usted los segundos? Diciendo, por ejemplo, burumburumbur-uno, burumburumburu-dos, burumburumburu-tres, y así sucesivamente. Puede pronunciar siete sílabas cada segundo. ¡Piense en ello! Esta jovencita ha tenido tiempo para ejecutar más de cinco mil millones de acciones premeditadas e intencionadas durante su vida. ¿Cuántas recuerdas Sally?

Un último ejemplo de “rigor” matemático.

BÁRBARA: Adelante. Mátame. Y que seas feliz con esa actriz de poca monta. Me has sido infiel con ella un millar de veces.

NEWTON: Calma, calma, calma, señora Basham. El estado en que se encuentra la señorita no le permite razonar. Le demostraré que lo que dice no tiene sentido y que, por tanto, no debe alterarla. (A Bárbara.) Su Excelencia afirma que el señor Rowley le ha sido infiel mil veces.

BÁRBARA: Un centenar de miles.

NEWTON: Permítame contar un día por cada infidelidad... ¿o debiera decir una noche? Bien, un ciento de miles de noches son casi dos cientos setenta y cuatro años. Para ser precisos, 273 años y 287 días, a los que hay que añadir 68 días para dar cuenta de los años bisiestos, uno de cada cuatro[1]. Ahora bien el señor Rowley no tiene 300 años sino tan sólo 50, de los que debe usted descontar al menos quince correspondientes a su infancia.

BÁRBARA: Catorce.

NEWTON: Admitamos catorce. Seguramente también su excelencia haya sido precoz. ¿Cuántos años hemos de quitar a su edad por sus días de inocencia?

NELL: Cinco, como mucho.

BÁRBARA: Cállate.

NEWTON: Digamos que doce. Así que, para nuestro propósito, usted rondará los veintiocho.

BÁRBARA: Eso no voy a discutirlo.

NELL: ¡Aduladora!

NEWTON: Veintiocho suyos por treinta y seis del señor Rowley. Su Excelencia ha estado disponible, por tanto, desde el año 1652, hace veintiocho años. Mi cálculo, por consiguiente, es correcto.

BÁRBARA: ¿Puedo preguntaros qué habéis querido decir por disponible?

NEWTON: Quiero decir que el número de ocasiones en las que el señor Rowley le ha podido ser infiel son diez mil doscientas veinte, más siete por los bisiestos. Pero usted alegó cien mil ocasiones, o sea, afirmó haber vivido casi tres siglos. Dado que eso es imposible, resulta obvio que ha sido mal informada respecto a la señorita Gwynn.

Nell aplaude con entusiasmo.

BÁRBARA: (A Newton.) ¿Os burláis de mi señor?

NEWTON: Las cifras no se burlan, porque no sienten. Esa es su mejor cualidad, y su mayor defecto.

Para Newton resulta difícil hablar de su trabajo con los demás, ya que continuamente debe detenerse a explicar términos y conceptos que desconocen o no son capaces de comprender. He aquí una de las causas de la creciente frustración y exasperación del sabio a lo largo de la pieza. En este fragmento, Shaw parafrasea, además, una de las citas más famosas de Newton.

NEWTON: Por desgracia, no tuvo en cuenta la precesión de los equinoccios. Consecuentemente, he tenido que corregir algunos de sus resultados.

CARLOS: Y, ruego que el pastor me disculpe, ¿qué diablos es la precesión de los equinoccios?

FOX: Me confieso culpable de alegrarme de que sea usted tan ignorante como yo. Me avergüenza sobremanera mi ignorancia.

NEWTON: La vergüenza no le llevará a ningún sitio, pastor. Yo he pasado buena parte de mi vida contemplando el océano de mi ignorancia. En cierta ocasión me jacté de haber recogido una piedra de la inmensa playa de ese océano. Mejor debiera haber dicho un grano de arena.

CARLOS: Le comprendo perfectamente. Ningún hombre confrontado con la enormidad de lo que desconoce puede vanagloriarse de lo que conoce. Pero, ¿qué es la precesión de los equinoccios? Si soltase esas palabras en la corte, toda la nobleza se postraría ante mí por la profundidad de mi sabiduría.

SRA. BASHAM: ¡Oh, dígaselo ya señor Newton, o permanecerán aquí todo el día!

NEWTON: Es muy sencillo. Hasta un niño lo entendería. Los dos días del año en los que el día y la noche duran lo mismo son los equinoccios. Cada año sideral que transcurre, esos días se adelantan. Comprenderán, por tanto, que ello implica un movimiento retrógrado de los puntos equinocciales a lo largo de la eclíptica. A eso llamamos la precesión de los equinoccios.

FOX: Se lo agradezco señor Newton. Mi sabiduría es la misma que antes de su explicación.

SRA. BASHAM: Debería avergonzarse de sí mismo, señor Newton, por castigar el cerebro de estos pobres caballeros con palabras tan arcanas. Debe recordar que no todo el mundo es tan instruido como usted.

NEWTON: Pero, seguramente todo el mundo lo entiende, señora...

SRA. BASHAM: No. No todo el mundo lo entiende, señor Newton.

En el siguiente fragmento, Newton intenta explicar qué son las fluxiones. Shaw realiza una intencionada mención al problema de la notación del cálculo infinitesimal, uno de los detonantes de la despiadada disputa de Newton con Leibniz.

CARLOS: No debemos hacer perder más tiempo al señor Newton. Está trabajando en sus fluxiones.

NELLY: ¿En qué?

CARLOS: Fluxiones, creo haberle entendido señor Newton.

NELLY: ¿Qué son las fluxiones?

CARLOS: El señor Newton te lo explicará. Ya me gustaría a mí saberlo.

NEWTON: Las fluxiones, señorita, son las razones de cambio de cantidades que varían con continuidad.

NELLY: Tendré que retirarme a mi casa para pensar en ello, señor filósofo.

NEWTON: (Muy serio.) Estaré en deuda con usted, señorita, si tiene a bien comunicarme las conclusiones de sus reflexiones. Para serle sincero, no estoy del todo convencido de que mi método... aunque debiera decir mejor, la notación de mi método, sea la más sencilla que pueda idearse. Por tal motivo, no me he animado a publicarlo.

Un último ejemplo de la dificultad de comunicación de Newton, en esta ocasión con Luisa de Kéroualle como antagonista, en el que destaca la referencia a Blaise Pascal.

NEWTON: Muchas otras cosas. Por ejemplo, establecer la distancia exacta del Sol a la Tierra.

LUISA: ¡Qué pérdida de tiempo! ¿Qué importancia puede tener que el Sol esté a veinte millas o a veinticinco?

NEWTON: ¡Veinte o veinticinco! El Sol está a millones y millones de millas de la Tierra.

LUISA: ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! Usted está un poco loco, señor Niutón. A esa distancia no podría verlo. No podría sentir su calor. Es cierto que aquí no se ve con tanta claridad como en Francia, al menos no tan a menudo. Pero algunas veces se ve con suficiente nitidez. Y se siente su calor. Te quema la piel y la llena de pecas si eres albina. Cuando una nubecilla lo cubre, tiritas de frío. ¿Podría darse todo esto si estuviese a miles de millas de distancia?

NEWTON: Es muy, muy grande, señora. Un millón trescientas mil veces más pesado que la Tierra.

LUISA: Mi querido señor Niutón. No sea usted tan fantasioso. (Señalando a la ventana.) Mírelo. Mírelo. Es mucho más pequeño que la Tierra. Ponga un “sou”... como dicen ustedes, un penique delante de su ojo y cubrirá el Sol oscureciéndolo. Permítame una pequeña lección, señor Niutón. Un gran filósofo francés, Blaise Pascal, me enseñó que uno nunca debe dejarse arrastrar demasiado lejos por la imaginación. Cuando se piensa en cosas grandiosas, miles de millones y cosas así, es preciso volver a poner los pies en la tierra para mantener la cordura. Hay que observar. Hay que sentir. Hay que medir.

NEWTON: Esa es una gran verdad, señora. Por encima de todo, hay que medir. Y cuando se mide, se descubre que muchas cosas son más grandes de lo que parecen. El Sol es una de ellas.

La confrontación más acalorada se produce entre Newton y el pintor Godfrey Kneller. De ella, resaltaremos un pasaje en el que se reflejan claramente muchos de los aspectos del Newton de Shaw que hemos venido mencionando. La discusión se centra en la pertinencia de las leyes del movimiento y de la teoría de la gravitación universal. Shaw explica en el prefacio de la obra: “Hay otro conflicto que es importante y tópico a tenor de la influencia que la ciencia profesional ha ganado en la creencia popular desde mediados del siglo XIX. Me refiero al conflicto clásico entre el artista y el físico. Por tanto, me he inventado una colisión entre Newton y un personaje al que hubiese querido llamar Hogarth. Fue Hogarth quien afirmó ‘la línea de la belleza es una curva’, mientras que el primer dogma de Newton es que el universo es, en principio, rectilíneo [...] pero Hogarth no podía encajar ni por encantamiento en el año 1680, la fecha que elegí, así que tuve que conformarme con Godfrey Kneller. Kneller no tenía el ingenio de Hogarth, así que tuve que proporcionárselo para oponer a Newton un antagonista victorioso. Kneller simplemente encajaba en el tiempo”.

En el calor del debate, Newton, que en varios momentos de la pieza es consciente de las limitaciones y problemas inherentes a sus teorías, anticipa algunas ideas que serían desarrolladas muchos años más tarde por Albert Einstein. Shaw se justifica diciendo: “En cuanto al destello en el que Newton anticipa el universo curvilíneo de Einstein, no tengo porque disculparme. La primera ley del movimiento de Newton es puro dogma. También la primera ley del diseño de Hogarth. Los astrónomos actuales han demostrado, hasta la fecha, que Hogarth tenía razón y Newton se equivocaba. Pero, dado que el avance de la ciencia durante el período de mi vida ha derribado, como en el juego de los bolos, todas las teorías vigentes, no me atreveré a decir cuál será la situación para cuando esta obra mía alcance el millar de funciones (si alguna vez llega)”.

NEWTON: Señor Kneller, no discutiré más con usted. No sabe de lo que está hablando.

KNELLER: Señor, debo decirle en presencia de su Majestad que es usted un hombre de lo más presuntuoso y atrevido. Supone usted que puede enseñarme mi profesión.

CARLOS: ¿Qué sucede, señor Newton?

NEWTON: No tiene importancia, señor Rowley. Este pintor piensa de una manera, yo de otra. Sólo nos queda un camino que seguir, guardar silencio. (Viendo que su sillón está ocupado por el Duque de York, coge otro al lado de Bárbara y se sienta a la mesa a la izquierda del duque.)

CARLOS: El señor Newton es nuestro anfitrión, señor Kneller, y un eminentísimo filósofo. ¿Pintaría usted su retrato para mí? Eso puede hacerse en silencio.

KNELLER: Pintaré su retrato si su Majestad así lo desea. Tiene una cabeza interesante. Seguramente la hubiese pintado ya esta mañana de no insistir su Excelencia de Cleveland en que pintara la suya primero. Pero, cómo puede una cabeza tan interesante no albergar inteligencia alguna, esa es la cuestión.

CARLOS: ¡Válgame Dios! Caballero, tiene la inteligencia más grande de Inglaterra. KNELLER: Entonces estará obnubilada por su engreimiento. Sea usted nuestro juez, señor. ¿Soy o no soy el mejor dibujante de Europa?

CARLOS: Ciertamente, es usted un dibujante de mucho talento, señor Kneller.

KNELLER: ¿Puede alguno de los presentes dibujar una línea mejor que yo?

CARLOS: Ninguno de los presentes es capaz de dibujar ni una simple línea, especialmente la Duquesa de Cleveland que no mantiene a raya a nadie.

BÁRBARA: Carlos...

CARLOS: Silencio Bárbara. No intentes contradecir a tu Rey.

KNELLER: Si existe una ciencia de las líneas, ¿no la comprenderé yo mejor que nadie?

CARLOS: Se lo concedo, señor Kneller. ¿Y bien?

KNELLER: Este hombre aquí presente, este filósofo loco y engreído, se atreve a afirmar, contradiciéndome, ¡a MI!, que la línea correcta es la línea recta, y que todo lo que se mueve lo hace siguiendo una línea recta, a no ser que alguna fuerza todopoderosa lo desplace de su trayectoria. Ésta, afirma, es la primera ley del movimiento. Miente.

CARLOS: ¿Y qué opina usted, señor Kneller?

KNELLER: Señor, yo no opino, yo sé. La línea correcta, la línea de la belleza, es una curva. Mi mano no puede dibujar una línea recta. Para ello tendría que estirar una cuerda empapada en tinta sobre el lienzo y levantarla con rapidez. ¿Puede usted negar que la duquesa, aquí presente, es tan famosa por su belleza como la Psique del divino Rafael? Pues bien, en su cuerpo no encontrará ni una línea recta, toda ella es curvas.

BÁRBARA: (Ultrajada, se levanta.) ¡Decencia, caballero! ¿Cómo os atrevéis?

CARLOS: Es verdad Bárbara. Lo certifico.

BÁRBARA: ¡Carlos, obsceno! ¡Qué grosería! (Se sienta.)

KNELLER: La belleza, señora. Libere su mente de lo soez. No hay ni una sola línea dibujada por la mano del Todopoderoso, desde el arcoíris en el cielo a la casa que el caracol porta a su espalda, que no sea curva, y una curva de belleza. Vuestra manzana cayó describiendo una curva.

NEWTON: Ya lo expliqué.

KNELLER: Usted confunde explicaciones y hechos, todos ustedes los fanáticos de la ciencia lo hacen. La trayectoria del mundo es curva, como usted demostró, y conforme gira en su órbita dejaría atrás a su manzana si ésta cayese en línea recta. El movimiento curvilíneo es la ley de la naturaleza, y la ley de la naturaleza es la ley de Dios. Salga al jardín y lance una piedra recta si puede. Dispare una flecha con un arco, una bala con una pistola, una bola de cañón con la pieza de artillería más potente que el Rey le pueda proporcionar y, aunque tuviese usted la fortaleza de Hércules y pólvora más explosiva que el magma que expulsa las piedras del Etna en erupción, aún así no lograría que su flecha o su bala volasen rectas a su objetivo.

NEWTON: (Enormemente alterado.) Este hombre no sabe lo que dice. Llévenselo y déjenme en paz.

CARLOS: Lo que dice exige una respuesta señor Newton.

JACOBO: El pintor tiene razón. Las bolas de cañón vuelan sobre el mar en curvas similares a los arcos de un puente, suben, suben, bajan. Pero, ¿qué importancia tiene si vuelan rectas o torcidas con tal de que acierten a través del viento y el agua?

NEWTON: Para usted, almirante, carece de importancia. Para mí marca la diferencia entre la razón y la locura.

JACOBO: ¿De qué manera?

NEWTON: Señor, si lo que este caballero cree es cierto, entonces no sólo la trayectoria de la bola de cañón es curva, sino que el espacio sería curvo, el tiempo sería curvo, el universo sería curvo.

KNELLER: Pues claro que lo es, ¿por qué no habría de serlo?

NEWTON: ¿Por qué no? El trabajo de toda mi vida se habría perdido, fútil, absurdo. Esto es lo que ocurre cuando uno permite que extraños irrumpan en su sagrada soledad con sus propuestas diabólicas. Merezco ser increpado por este vicio mío de creer que puedo construir un universo con figuras abstractas. En lo sucesivo no haré otra cosa que no sea mi labor propia, interpretar las escrituras. Déjenme con mi trabajo y mi soledad. (Desesperado, agarrándose las sienes.) Váyanse, todos. Ya han hecho suficiente daño esta mañana.

CARLOS: Pero, señor Newton, ¿nos quedaremos sin saber qué le ha provocado este estado? ¿Qué propuestas diabólicas hemos hecho? ¿Qué daños infligido?

NEWTON: Señor, usted empezó, usted y este cuáquero infiel. He dedicado meses de mi vida a escribir un libro, una cronología del mundo, que a cualquier otro hombre que no fuese Isaac Newton le habría llevado veinte años de duro trabajo.

CARLOS: Conozco ese libro, y he quedado maravillado por el poder mental que se desprende de cada una de sus páginas.

NEWTON: Seguramente sea cierto, señor Rowley. Pero, ¿qué le han hecho usted y el señor Fox a ese libro? Reducirlo a un monumento en honor del disparate del Arzobispo Ussher, que fechó la creación del mundo en el año cuatro mil cuatro antes de Cristo, y de mi estupidez al suponer que él había fundamentado su trabajo. Mi libro carece de sentido de principio a fin.

¿Cómo pude, yo que he comprobado que Dios trabaja en escalas de millones de millas en el espacio infinito, ser tan extremadamente tonto como para limitar la eternidad, que no tiene ni principio ni fin, a unos cuantos miles de años? Y sin embargo este hombre, Fox, sin educación, sin cálculos, sin ni siquiera el álgebra de un escolar, lo sabía mientras que yo, que nací siendo uno de los más grandes matemáticos del mundo, trabajé arduamente en mi ridículo libro durante meses, sin ver aquello que estaba justo delante de mí.

JACOBO: ¡Pero bueno, a qué viene tanto lamento! Sacad una nueva edición y confesad que vuestras matemáticas protestantes son un engaño y una trampa, y vuestros arzobispos unos impostores.

NEWTON: Usted aún no sabe lo peor, señor. Tengo entre manos otro libro. Uno que me colocaría a la par con Kepler, Copérnico y Galileo como gran maestro de la astronomía, como aquel que completó sus sistemas celestes. ¿Sabe usted por qué los cuerpos celestes en su movimiento eterno no siguen líneas rectas sino siempre elipses?

CARLOS: Tengo entendido que es un problema sin resolver para la ciencia. Ciertamente, yo no sé resolverlo.

NEWTON: Yo lo he resuelto al descubrir una fuerza en la naturaleza que denomino gravedad. Gracias a ella puedo explicar todos los movimientos celestes. Y llega este ignorante pintor de brocha gorda, que sería incapaz de salvar su alma (si es que tiene alma) si ello dependiera de resolver la ecuación más simple, ¡y mucho menos si tuviese que imaginar una sucesión infinita de números!, este individuo substituye mi primera ley del movimiento, el movimiento rectilíneo, por un movimiento curvo.

JACOBO: Y, ¡zas!, ¡Allá va vuestro segundo volumen de filosofía protestante! Aplastado bajo los contornos de Bárbara.

BÁRBARA: No permitiré que ningún hombre opine de mis contornos. No soy una diosa pagana, sino una dama cristiana. Carlos siempre ha animado a los infieles y libertinos a blasfemar. Y ahora los anima a insultarme. No lo toleraré.

CARLOS: No seas idiota Bárbara. El señor Kneller te está haciendo el mayor de los cumplidos al tomarte como modelo del universo. Parece que debemos elegir entre un universo de curvas como las de Bárbara o un universo de líneas rectas, a cuya rectitud nos vemos avocados por una pura atracción matemática. Los hechos parecen inclinarse a favor del pintor. Pero en un asunto de esta índole, ¿me está permitido, como fundador de la Royal Society, conceder mayor autoridad al pintor que al filósofo?

KNELLER: Majestad, el mundo tiene que aprender de sus artistas porque Dios creó el mundo como un artista. Vuestros filósofos roban todos sus pretenciosos descubrimientos a los artistas, para luego fingir que los han deducido de sus fórmulas y ecuaciones, creadas para tal deshonroso propósito. Este hombre habla de Copérnico quien pretendió descubrir que la Tierra gira alrededor del Sol en lugar del Sol alrededor de la Tierra. Señor, Copérnico fue pintor antes que astrónomo. Vio que la astronomía era más fácil. Su descubrimiento fue hecho por el gran pintor italiano Leonardo, nacido veinte años antes que él, que dijo a sus allegados que la Tierra era una luna del Sol.

NEWTON: ¿Lo demostró?

KNELLER: Caballero, los artistas no demuestran. No lo necesitan. Lo SABEN.

NEWTON: Falso. Vuestra noción de un universo esférico está tomada del infiel Ptolomeo y de los magos que creían que la única figura perfecta es el círculo.

KNELLER: ¡Sólo esos mentecatos podrían creer algo así! El círculo está tan muerto como una línea recta, no hay mano viva que pueda dibujarlo. Hay que usar un compás para hacerlo. Tome un pan de azúcar y córtelo oblicuamente y obtendrá hipérbolas, parábolas, elipses y óvalos que ni el mismísimo Leonardo podría dibujar, pero que cualquier idiota puede formar con un cuchillo y un montón de azúcar. Personalmente, no creo en ninguna de esas formas mecánicas. La línea que dibuja la mano del artista, la línea que fluye, que golpea, que habla, que revela... esa es la línea que muestra la maestría divina.

CARLOS: ¡Así que vos también sois filósofo, señor Kneller!

KNELLER: Señor, cuando un hombre tiene el don de ser pintor, esa cualidad es tan mágica, que no se lo puede imaginar siendo otra cosa. ¿Quién piensa en Leonardo como ingeniero? ¿En Miguel Ángel como inventor o poeta? ¿En mi como erudito y filósofo? Todo ello forma parte de nuestro trabajo diario, nos llega sin quererlo. Son minucias si las comparamos con nuestra gran labor de creación e interpretación.

JACOBO: Hace tiempo, tuve un contramaestre en mi buque insignia que creía que lo sabía todo.

CARLOS: Tal vez lo supiese. La gracia divina actúa por caminos inescrutables. La vislumbro en este pintor. La vi en marineros normales como vuestro contramaestre. El zapatero cree que no hay nada como el cuero....

NELL: No si con él haces calzones en lugar de zapatos, Jacobo.

Newton y Kneller vuelven a la carga un poco más tarde.

CARLOS: ¡Bravo! ¡Empezamos a entendernos! ¿Qué me dice ahora de su retrato, señor Newton?

NEWTON: No lo pintará un hombre que vive en un universo curvo. Distorsionaría mis facciones.

LUISA: Tal vez la gravedad las distorsione igualmente, señor Newton.

CARLOS: Una respuesta muy aguda Louise.

BÁRBARA: La agudeza es indispensable si se es a la vez una espía francesa y una sabelotodo. Doy gracias al cielo por mi simpleza, como tú la llamas.

CARLOS: Bárbara, ¿quieres que te tire escaleras abajo?

LUISA: En Francia me llaman la espía inglesa. Pero esta ha sido la primera vez en la que me han llamado sabelotodo. Lo que he querido decir es que el señor Kneller y el señor Newton están diciendo lo mismo, sólo que uno lo llama belleza y el otro gravedad. Así que deberían dejar de reñir. El retrato será el mismo en ambos casos.

NEWTON: ¿Puede medir la belleza?

KNELLER: No. Puedo pintar la belleza de una mujer pero no puedo medirla en cuartillos. La belleza es inconmensurable.

NEWTON: Yo puedo medir la gravedad. Nada existe hasta que se mide. Las palabras bonitas no significan nada. ¿Cree que puedo presentarme ante la Royal Society y decir que las órbitas de los planetas son curvas porque los pintores piensan que así son más bellas? ¿Cuán curvadas están?

Este caballero no puede decírselo. Yo sí. ¿En dónde estarán los planetas de aquí a seis meses? Él no puede decírselo. Yo sí. Todo lo que tiene que decir es que la Tierra es una luna del Sol y que la línea de la belleza es curva. ¿Puede medir la trayectoria de la Luna? ¿Puede dibujar la curva?

KNELLER: Puedo dibujar su retrato. ¿Y vos el mío?

NEWTON: Sí, con una cámara oscura, si lograse encontrar una sal química sensible a la luz para fijarla. Algún día los retratos se harán en las esquinas de las calles por unos peniques.

KNELLER: Un espejo le devolverá su retrato sin coste. Refleja el de la duquesa cincuenta veces al día.

Finalizamos con un fragmento que también exige unas palabras de Shaw en el prólogo: “Si por casualidad usted es un buen matemático o astrónomo quizás sea mejor que se mantenga alejado de esta obra. He hecho que Newton esté al tanto de un problema con el perihelio de Mercurio. Desde que el Héctor de Troya de Shakespeare citó a Aristóteles no se ha perpetrado un anacronismo semejante en la escena [...] Mi ignorancia en estos asuntos es formidable, pero me niego a admitir que el sistema de Newton no le permitiese calcular teóricamente el punto de la órbita de Mercurio más próximo al Sol y, luego, con la ayuda de su telescopio, comprobar que, aparentemente, estaba en otro lugar”. En efecto, Mercurio es un planeta con una órbita elíptica muy excéntrica, de modo que las perturbaciones originadas por los restantes planetas del sistema solar hacen que el perihelio (punto de la órbita del planeta más próximo al Sol) se desplace (precesión) un número de segundos de arco por siglo más significativo que el de otros planetas de órbitas casi circulares. Fue en la segunda mitad del siglo XIX cuando el astrónomo Joseph Le Verrier (1811-1877) logró hacer el cálculo teórico de la precesión del perihelio de Mercurio, hallando el valor de 574 segundos de arco por siglo. Usó para ello las fórmulas de la mecánica newtoniana. Sin embargo, cuando se pudieron hacer las mediciones directas se encontró que la precesión del perihelio del planeta era de 531 segundos de arco por siglo. Se pensó entonces que debía de existir un planeta más próximo al Sol que Mercurio, al que Le Verrier llamó Vulcano, que originaría con su perturbación gravitacional esa disminución de 43 segundos de arco sobre el cálculo teórico de la precesión. La búsqueda de Vulcano fue infructuosa a pesar de los intentos serios realizados por los astrónomos de la época. Su existencia se descartó ya en el siglo XX, cuando el problema de la precesión de Mercurio fue resuelto por Einstein aplicando la Teoría General de la Relatividad, que había propuesto en 1915. Esta constatación resultó una evidencia experimental definitiva para la validez de la teoría.

KNELLER: Me retiraré a mi casa. No sería capaz de almorzar en este lugar de líneas rectas.

SRA. BASHAM: De ningún modo señor Kneller. Hemos puesto su cubierto y el Rey le espera.

NEWTON: Las líneas no son rectas, señor Kneller. La gravedad las curva. En el fondo, yo no sé más de la gravedad de lo que vos sabéis de la belleza.

KNELLER: Para vos el universo no es sino un reloj al que el Todopoderoso Relojero ha dado cuerda y ha puesto en marcha para toda la eternidad.

NEWTON: ¿Me permite que le cuente un secreto, señor fanático de la belleza? Si así fuera no habría cabida para el Relojero. Su sabiduría es tal que no nos abandonaría de ese modo con nuestra insensatez. Cuando confundió las lenguas para evitar que la Torre de Babel alcanzase el Cielo también tramó una confusión del tiempo para que no pudiésemos arreglarnos sin él. ¿Podéis vos, que lo sabéis todo pues sois artista igual que Dios, explicarme qué va mal con el perihelio de Mercurio?

KNELLER: ¿El qué?

NEWTON: El perihelio de Mercurio.

KNELLER: No sé qué es eso.

NEWTON: Yo sí. Pero ignoro qué falla. Hasta que el mundo lo descubra no podrá prescindir del Relojero celestial capaz de adelantar o retrasar las agujas o de mover las estrellas con un toque de su todopoderoso dedo mientras nos contempla desde los cielos.

KNELLER: ¡Desde los cielos! En vuestro universo no hay cielo. Vos lo habéis abolido.

NEWTON: Ignoramus. Quizás existan estrellas fuera del alcance de nuestra visión mayores que todo el sistema solar. Cuando haya perfeccionado mi telescopio os dejaré que escojáis entre centenares de cielos.

En resumen, como apunta el crítico T. F. Evans: “La pretensión de Shaw de escribir una historia verdadera, aunque nunca haya ocurrido, se justifica por su habilidad para recrear la atmósfera mental del siglo XVII y poner en boca de los personajes históricos el tipo de ideas y argumentos que éstos hubiesen expresado si el encuentro se hubiese celebrado en la realidad”. Nos encontramos, pues, ante una pieza que nos invita a reflexionar no sólo acerca de la figura del gran Isaac Newton sino también acerca de la revolución científica, del desarrollo del pensamiento empírico, de la concepción mecanicista del mundo, del absolutismo y el relativismo… todo ello tamizado por el talento, el ingenio y el peculiar pensamiento de Shaw.

Nota:

[1] Para hacer este cálculo, Newton está utilizando el calendario juliano (vigente en ese momento en Inglaterra) según el cual se consideraban bisiestos los años divisibles entre cuatro, a diferencia del calendario gregoriano en el que un año es bisiesto si es divisible entre 4 excepto los múltiplos de 100 que no sean múltilos de 400.

Referencias

[1] George Bernard Shaw, In good King Charles golden days: A true history that never happened. Project Gutenberg of Australia. 2003.

[2] Biografía de Sir Isaac Newton en la página del MacTutor History of Mathematics.

 

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