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21. (Septiembre 2006) El Golem y la inteligencia artificial
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Escrito por Guillermo Martínez   
Viernes 01 de Septiembre de 2006

(Fragmento de una exposición en el encuentro multidisciplinario “Proyecto Golem” en conjunto con la República Checa, Museo de Bellas Artes, Octubre 2003).

Aunque no está claro todavía si realmente existe algo que podamos llamar con propiedad inteligencia artificial (más allá de posibles y convincentes simulaciones), por los milagros de la teorización los especialistas ya hablan de una edad antigua y una edad moderna en esta búsqueda. En la era “antigua” se intentaba modelar a la inteligencia como un algoritmo separado de lo corpóreo, un gigantesco programa para una computadora ideal. En la época “moderna” se intenta “encarnar” a la inteligencia en un contexto orgánico-espacial a través de robots, los nuevos golem.

Yo quisiera recordar aquí algunos versos del poema de Borges sobre el rabí de Praga y su criatura y comentar desde esta lectura distintas afirmaciones sobre esta distinción.

En una de las primeras estrofas de “El Golem” Borges dice:

Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.

Este es un tema que Borges trata también en el cuento “La escritura del dios”. En ese relato un sacerdote está encerrado en un pozo junto con un jaguar. Una vez por día, cuando se abre en lo alto una trampa por donde le dan de comer, el sacerdote puede ver las manchas del jaguar y descubre finalmente que en la configuración de esas manchas está cifrada la sentencia mágica escrita por el dios, una frase de catorce palabras que implica el universo entero. La pronunciación de esas palabras le daría al sacerdote la suma de los poderes, lo convertiría a él mismo en el dios. Es una variación de una creencia cabalista que Borges ha repetido varias veces, la idea de que la manipulación sintáctica, la mera combinación y pronunciación de unos símbolos, permite generar vida. Es no sólo el procedimiento del rabí de Praga sino también el de algunos relatos de creación prebíblicos y se corresponde perfectamente con lo que se ha dado en llamar la edad antigua, la inteligencia artificial sin encarnación, porque un programa no es al fin y al cabo más que un fragmento de lenguaje, un puñado de órdenes y palabras.

A continuación hay otra estrofa que dice:

El rabí le explicaba el universo
“Esto es mi pie; esto el tuyo; esto la soga”
y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.

Podemos comparar aquí, con respecto a la imagen tradicional y ominosa del Golem que crece desmesuradamente, la mirada irónica, condescendiente, de Borges en este poema. El Golem, más cercano a su etimología, como algo amorfo que no llega a realizarse totalmente y al que su hacedor se resigna: “logró al cabo de años que el perverso barriera bien o mal la sinagoga”. (Perverso tiene el significado aquí de “contrariado en su naturaleza”, sin ninguna connotación de maldad). No sé si la robótica llegó ya a la instancia de barrer bien bien la sinagoga, eso también habría que verificarlo. Pero a lo que quería referirme en este verso es a la línea: “Esto es mi pie, esto el tuyo”. Esta enseñanza, la pertenencia del propio cuerpo, quizá la más básica, tiene que ver con el sentido de propiocepción, uno de los sentidos implícitos, de los que no somos concientes. Tenemos los cinco sentidos que reconocemos y otros, más ocultos, que nos hacen funcionar como un todo integrado y que en ocasión de una lesión cerebral (como los casos que trata Oliver Sacks en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero) pueden perderse o dislocarse. Puede ocurrir que dejemos de sentir a un miembro como nuestro. Hay casos de pacientes que se caen de la cama al tratar de sacar un pie propio que creen que está ahí puesto, suelto, como una broma por alguien. Estos sentidos “detrás de los sentidos” deberían también considerarse, supongo, a la hora de articular la inteligencia con una encarnación física.

La ironía de Borges vuelve, más marcada, en una estrofa posterior:

“Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.”

Esta mirada algo despectiva sobre los “aprendices de hechiceros”, ya sean rabinos, alquimistas o científicos, es algo que en la literatura es muy común. De algún modo, está aquí el choque de las dos culturas: humanística versus científica. En la literatura (salvo en el género específico de la ciencia ficción) todo intento científico se trata como algo condenado a fallar. El ejemplo prototípico es, por supuesto, Frankenstein, en que el monstruo se vuelve contra su creador. Si la imagen del Golem puede parecer algo ominosa, la criatura de Shelley, como símbolo para dar título a un encuentro de robótica, sería todavía menos simpática. Y sin embargo, no están tan lejanas: Frankenstein, de Mary Shelley, lleva como subtítulo: “El moderno Prometeo”. Y justamente, el Golem está vinculado también con la idea de Prometeo de darle al hombre todos los atributos divinos (más aún, aparentemente el mito de Prometeo tiene un origen común con el de Adán y la modelación de hombres de arcilla).

Ahora me quiero referir al tema de las limitaciones o posibles limitaciones de la inteligencia artificial, que tiene que ver con la última estrofa del poema de Borges. Veremos un mecanismo que Borges ha perfeccionado y ha repetido y que es particularmente significativo en este contexto. El rabino reflexiona sobre su creación, sobre ese hijo un poco tonto que le salió. Dice:

“En la hora de angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?”

Este es un procedimiento muy frecuente en Borges, yo lo llamaría “el paso atrás”, lo hace también por ejemplo en el cuento “Las ruinas circulares”. A último momento el hombre que entra en el fuego no se quema porque es también el sueño de otro creador más alto. Ese paso atrás de la razón, creo yo, es uno de los atributos fundamentales del ser humano, en el fondo eso es lo que está detrás del teorema de Gödel. En efecto, Kurt Gödel, antes que Turing, fue quien primero se dio cuenta de la limitación intrínseca de todos los sistemas formales (que es, bien mirado, un problema de limitación del lenguaje). Una vez que uno fija las reglas de juego sintácticas y lógicas de un sistema formal, una vez que uno encuentra la forma de modelar un algoritmo y lo percibe separadamente como objeto de estudio, de algún modo puede dar también ese “paso atrás” y formular una pregunta que esté más allá de los alcances de ese sistema. Es la idea que recoge luego Roger Penrose en el libro The Emperor`s New Mind como base de su argumentación en contra de la posibilidad de existencia de inteligencia artificial. Penrose observa que el teorema de Gödel nos permite exhibir una proposición verdadera, una proposición que sabemos verdadera, pero cuya verdad está fuera del alcance de los mecanismos de corroboración de la computadora. Ésto muestra la brecha que hay entre la verdad y la parte demostrable, o corroborable, de la verdad. Creo yo que es exactamente el mecanismo de estos dos versos. Borges lo logra, como se hace en poesía, por la magia antigua de “simpatías” de la analogía, o sea, él nos muestra a un rabino que trata infructuosamente de educar a su criatura y luego da un paso atrás y somos de pronto nosotros la criatura de un creador más alto que también se está esforzando –por ahora sin demasiados resultados.

 

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