Tres Bomberos (Octubre 2004)
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Tres bomberos

Entre incendio e incendio, Fernando Cienfuegos y Carlos Llamas, bomberos de profesión, se entretienen jugando a las cartas cuando están de guardia en el Parque de Bomberos.

Mientras ellos se distraen, un tercer bombero, Gustavo Fogoso, prepara la merienda en la cocina mientras escucha como Cienfuegos se enciende de rabia cada vez que pierde una partida, así que, haciendo una pausa, decide intervenir, así que sale de la cocina diciendo:

-Pero bueno, ya estáis como siempre. Es que no sabéis entreteneros con algo que no termine en una fogosa discusión.

-A ver, ¿con qué? -pregunta Cienfuegos.

-¿Yo qué sé? Pero algún fuego habrá más tranquilo, ¿no?

-Será algún juego, ¿no?

-Es verdad, que tonto, en qué estaría yo pensando.

-Podemos jugar a los montones –propone el bombero Llamas.

-¿Qué juego es ese? –preguntan sus compañeros.

-Se trata de poner 3 montones de lo que sea..., por ejemplo de cerillas, sobre la mesa, y...

-¡Huele a quemado! –exclama Cienfuegos, interrumpiendo la explicación y poniéndose en pie, levantando la nariz para olfatear, a la vez que se vuelve hacia la cocina.

-¡El pan! –grita Fogoso, recordando en ese momento que ha dejado unas tostadas sobre el fuego de la cocina.

Y los tres bomberos, empujados por la deformación profesional, corren a ponerse sus trajes forrados de amianto y sus cascos para, hachas y extintores en mano, correr atropelladamente hacia la cocina. Al llegar ante la puerta, en vez de abrirla girando el pomo, como hubiera sido lo normal, se detienen, la estudian atentamente hasta que Llamas, en un exceso de celo, grita ¡Dejadme!... y convierte la puerta en astillas con el hacha. Entran finalmente, después de atascarse al querer entrar los tres a la vez, para encontrarse con que encima del fuego de la cocina de gas, las tostadas que Fogoso preparaba para la merienda han dejado de ser tostadas para convertirse en abrasadas.
Cienfuegos, Llamas y Fogoso se miran desconcertados ante el estropicio provocado por su desproporcionada intervención, aunque intentan justificarla apoyándose en el refranero:

-Más vale prevenir que curar –dice, muy serio, Cienfuegos.

-Por el humo se sabe dónde está el fuego –añade Llamas.

-En trece y martes, ni te cases ni te embarques –dice Fogoso.

-¿Y qué tiene que ver eso con el fuego?

-No, nada; pero es que no se me ocurría otro refrán –contesta fogoso, apartando con el pie las astillas que llenan el suelo.

-Por cierto, -dice Cienfuegos- el incendio lo has provocado por poner tantas tostadas de una vez. ¿Cuántas pusiste en la sartén?

-3 para cada uno.

-¡Qué bruto! Pero si está bien claro que en la sartén solamente caben 2 rebanadas de pan.

-Ya, pero como somos 3... Es que calculé que como tenía que tostar los 2 lados de cada tostada, y cada lado tarda 30 segundos en tostarse, lo quise hacer lo más rápido posible. Así que, ¿cómo me las puedo arreglar para tostar 3 rebanadas por los 2 lados en minuto y medio?, que tampoco es cosa de estar toda la tarde preparando la merienda, digo yo.
-Nosotros no tenemos ni idea, así que, calcúlalo tú, que eres el que se ocupa de las famosas tostaditas –contesta Cienfuegos, con sorna.

-De las abrasaditas, diría yo –dice Llamas, riéndose.

-De las quemaditas.

-De las incendiaditas.

-De las chamuscaditas.

-De las achicharraditas.

-De las carbonizaditas.

-De las incineraditas.

Así, riéndose de su compañero, Fernando Cienfuegos y Carlos Llamas vuelven a la sala, a la espera de que Gustavo Fogoso termine, por fin, de preparar la merienda.

-¿Cómo era el juego ese de los montones de cerillas?

-Es muy sencillo –contesta Llamas, poniendo sobre la mesa una caja de cerillas –ponemos sobre la mesa 48 cerillas repartidas en 3 montones. Pero tú no mires.

-Muy bien –contesta Cienfuegos tapándose los ojos.

-Si del montón 1º pasamos al 2º tantas cerillas como hay en éste; del 2º montón al 3º tantas cerillas como hay en este último y, por fin, pasamos del 3º al montón 1º tantas cerillas como éste tiene ahora, los 3 montones tendrán el mismo número de cerillas.

-Oye, tú eres un trilero, el bombero trilero.

-No disimules y ataca el problema. Y ahora, ahí va la pregunta: ¿cuántas cerillas había al principio en cada montón? –pregunta Llamas, procurando tapar los montones de cerillas para que su compañero no los vea.

Justo en ese momento Cienfuegos vuelve a ponerse en pie, levantando la nariz, venteando, como si fuera un perro de caza, ante lo cual, Carlos Llamas, con un cigarrillo en la mano, pregunta:

-¿Fuego?

-No, el pan, que ya está tostado.

-No, que me des fuego.

En ese momento entra en la sala Gustavo Fogoso con la merienda.

En sus manos lleva una bandeja con la tetera, 3 tazas, el azucarero, una jarrita con leche fría y en un plato, las 3 tostadas, afortunadamente tostadas. Y sin darse cuenta deja la bandeja sobre la mesa, desbaratando los montones de cerillas.

Sin hacer caso de las protestas de sus compañeros, el bombero Fogoso, levanta la tapa del azucarero, que contiene azúcar en terrones, y, ante la sorpresa de Llamas y Cienfuegos, coloca 6 terrones y las 3 tazas sobre la mesa, mientras dice:

-A ver si sois tan listos como presumís: tenéis que colocar los 6 terrones de azúcar en las 3 tazas, de tal manera que cada taza contenga un número impar de terrones. Por supuesto, se deben de usar los 6 terrones enteros, sin partirlos –esto último lo dice Fogoso al ver que Cienfuegos acerca la mano al hacha.

-Oye, oye, no nos líes, que estábamos jugando con las cerillas –protesta el bombero llamado, que no llameado, Llamas.

-Ya, pero recuerda que quien juega con fuego se quema.

-Y que el mejor guiso se cuece a fuego lento.

-Pues yo recuerdo un juego que dice: Si tienes 3 armas de fuego... -propone Cienfuegos, pero es interrumpido por sus compañeros, que exclaman:

-¡No, por favor! Más fuego, no.

Mientras tanto, Carlos Llamas, que sigue sin encender su cigarrillo, saca otra caja de cerillas del cajón de la mesa, comprobando, al abrirla, que quedan 20 cerillas, las justas para encender los 20 cigarrillos de la cajetilla recién comprada. Pero, por si acaso, y como no le gusta quedarse sin fuego, retira un número de cerillas menor que 9. Además, calcula que si suma los dígitos de la cifra que queda y retira esas cerillas, siempre puede adivinar las cerillas que quedan, sin que sepa explicar el por qué. Y así se lo iba a decir a sus compañeros para que le ayudaran a resolver el problema, cuando Cienfuegos lanzó un lastimero aullido:

-¡Me he quemado! –gritó, soplándose la mano derecha.

-¡Pues vaya bombero! Además, no te has quemado, te has abrasado al coger la tetera caliente –puntualiza Fogoso.

-Pues tampoco. A ver si hablamos con propiedad: te has escaldado con el té caliente. Y ya se sabe que el gato escaldado, del agua fría huye –añadió Llamas.

-Será que, el bombero escaldado del té frío huye

-¡Por favor! Más refranes, no; ya está bien por hoy.

Y en esas estaban cuando, de pronto, sonó la alarma.

En su precipitación al levantarse, tiraron la mesa con la merienda, el problema de las cerillas y el de los terrones de azúcar encima. Corrieron hasta la barra por la que se deslizaron para bajar al garaje, entrando en un segundo en el camión rojo con el que salieron del parque a toda velocidad, con la sirena a toda potencia y con todas las luces de alarma intermitentes.

Así, se perdieron calle abajo a tal velocidad que no pudieron ver cómo, por debajo de la nueva puerta recién colocada de la cocina, salía una gran humareda que era la que había hecho saltar la alarma. Como tampoco pudieron ver que las dos últimas rebanadas de pan que Gustavo Fogoso había dejado tostándose en la sartén, se convertían en dos carbones humeantes.


Autor: Joaquín Collantes
Asesor matemático: Antonio Pérez Sanz

 
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