El diablo de los números
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El diablo de los números
Categoría: Literatura matemática
Autor:
Hans Magnum Enzensberger
Editorial:
Siruela
Año de publicación: 
1997
Nº de hojas:
259
ISBN:
8478443746

No es frecuente que un libro cuyo tema son las matemáticas traspase los limitados círculos de los degustadores del tema. Por eso es más destacable la presencia del que comentamos en las listas de libros más leídos de nuestro país, después de haberlo hecho en otros idiomas, además del suyo original, el alemán (y está comprometida su traducción al menos a 15 lenguas). Bien es cierto que ha venido precedido por una intensa campaña en todos los medios de comunicación, del tipo de las que se dan en los lanzamientos de todos los best-seller y avalado por la poderosa personalidad de uno de los intelectuales europeos más conocidos, el poeta y ensayista Enzensberger.

Pero bueno es que se hable de las matemáticas a niveles masivos para algo más que para decir lo plomizas que son, lo raros que son sus cultivadores o el horror que supone tener que superarlas en los distintos cursos de la enseñanza obligatoria (en donde, como una consideración colateral, hay matemáticas todos los años, y lo mismo pasa en todos los países, luego alguna razón profunda habrá de la necesidad de esa presencia, además, por supuesto, del ancestral sentimiento masoquista de la humanidad). Aunque algo de todo lo anterior no ha podido evitarlo ni el editor del libro (y quizás también el autor, puesto que en el título original también está) porque en la misma tapa de él ya se dice que se trata de «Un libro para todos aquellos que temen a las Matemáticas», que parecen considerar que son legión.

Pero pasemos ya al libro. Es muy bonito, bien presentado, con muchos dibujos y colores, y agradable de leer, un cuento dirigido a lectores de 8 a 88 años (como corresponde a la prestigioso colección «Las tres edades» en que está encuadrado, y en la que también se publicó El mundo de Sofía con el que podríamos hallarle algunas afinidades). La historia es sencilla. Robert es un niño al que, como a tantos otros, no le gustan las matemáticas, incluso las odia, como consecuencia de una práctica escolar no muy estimulante, con problemas del tipo de «Si dos panaderos hacen 444 trenzas en seis horas, ¿cuánto tiempo necesitarán cinco panaderos para hacer 88 trenzas?» que les propone su profesor señor Bockel (con el que el autor se ensaña con un poco de exceso, aunque todos conocemos a especímenes parecidos). Un buen día, como una nueva aparente pesadilla a competir con otras que le fastidian los sueños, se le aparece un diablillo que pretende ser su guía por el mundo de las matemáticas. Tras algunos encontronazos y algunos desencuentros, poco a poco la relación va avanzando y Robert acaba por ir encontrando placer a su recorrido por ese mundo nuevo, a entender cosas cada vez más profundas, a relacionar partes aparentemente lejanas y a ser conducido en un viaje ideal hasta la secta de los matemáticos e investido como miembro aprendiz de la misma. Y en su recorrido llega hasta a comprender un poco a su torpe profesor de mates, que les pone a veces problemas enrevesados solo por tener un poco de tiempo del que poder disponer a su antojo (y poder comerse en paz las trenzas del problema).

En ese recorrido imaginado e imaginativo con el genio van apareciendo resultados sorprendentes, para los cuales una veces hay razones y otras no, porque resultados sencillos de la teoría de números siguen sin demostrar (como que todo número par es suma de dos primos, la llamada «Conjetura de Goldbach», que por cierto en el libro está mal expresada, ya que se han olvidado lo de par, con lo que ya no es cierto: por ejemplo 17, que no es par pero que cumple las condiciones pedidas en el libro, no se puede expresar como suma de dos primos) y otros, aunque están demostrados no son muy conocidos y son sorprendentes (como que dado un número cualquiera entre él y su doble hay al menos un número primo). Y en su conjunto presenta una panorámica atractiva de la actividad matemática, en la que destacaríamos algunos bellos fragmentos (tanto desde el punto de vista literario como del de la presentación matemática, por ejemplo en la página 173 sobre los conjuntos infinitos o en las páginas 216 y 217 sobre lo que es una demostración), un ambiente distendido de la matemática como búsqueda placentera y que permite analizar con los mismos medios problemas muy alejados aparentemente, la aparición de las matemáticas en diferentes facetas de la vida, y no sólo en la (con frecuencia pesada) clase. Además, ofrece una serie de rasgos no muy habituales, como que las matemáticas son una ciencia en continuo cambio y aún sin acabar, algo que los profesionales sabemos pero que debemos transmitir muy mal porque no es lo que la sociedad percibe («Así que a veces también los diablos de los números fallan. Eso me tranquiliza. Yo creía que podíais hacer tanta magia como quisierais»), en cuya creación han participado (y lo siguen haciendo) hombres ¡y mujeres! de todas las partes del mundo (no sólo europeos) y cada uno apoyándose en resultados anteriores (es muy bonita la expresión de esto en la página 216). Se ve desde luego que el autor tuvo la suerte de tener un profesor que le transmitió más placer por las matemáticas de lo normal, y que ha llegado, aun sin ser profesional, a percibir los efluvios placenteros de las mismas (a lo largo de su carrera como escritor se puede rastrear muchos contactos con las matemáticas, con poemas titulados «Punto trigonométrico» o «Homenaje a Gödel», por ejemplo).

También hay fallos, del original y de la traducción. Entre los del original está el hecho de que casi todo lo que presenta sean números, cayendo en un error habitual de identificar números y matemáticas, «olvidando» partes tan importantes como las probabilidades o la estadística y también la mayoría de los problemas «actuales» de las matemáticas (sólo aparece el problema del viajante de comercio), sin aprovechar algunos que podrían haber dado mucho juego como los fractales, por ejemplo. Asimismo parece un poco exagerado que el destinatario de las elucubraciones del diablillo sea un niño de 10 años, aun con ayuda de la magia. Y también se abusa de poner nombres diferentes a conceptos acuñados hace años en las matemáticas (tales como números de primera, irrazonables o imaginados por primos, irracionales o imaginarios), sin añadir nada significativo. Tampoco está muy clara la correspondencia entre el «saltar» o «sacar rábanos» del texto con la elevación a potencias (junto con la afirmación de que «los romanos no sabían saltar», pág. 41) o la extracción de raíces (desde luego la raíz cuadrada de 16 no es 8 ni la de 8 es 4, págs. 75-76).

En cuanto a la traducción, muy cuidada desde el punto de vista literario y de la presentación, salta a la vista que nadie relacionado con las matemáticas la ha revisado (o lo ha hecho de forma muy somera). Hay una confusión general entre probar, mostrar y demostrar (mucho más compleja al parecer en alemán que castellano, y que se da, por ejemplo, en las páginas 95 y 214); se olvida decir que los números han de ser pares en la conjetura de Goldbach (página 62), lo que además vuelve trivial la cuestión que se propone en la página 64; sólo en los agradecimientos finales traduce el nombre del nefasto profesor del protagonista: profesor Torpón; habla de Bonatschi en vez de Fibonacci en todo el texto y, por acabar, se refiere a un ¿conocido? matemático Johan van de Lune (que no puede ser otro que Vandermonde).

Una pena esos errores (que nos gustaría, aunque conociendo el mundo editorial no lo esperamos, que sean corregidos en sucesivas ediciones, que no faltarán) que empañan sólo en parte los múltiples aciertos. Ya que estamos seguros de que bastantes de los miles de lectores de este libro encontrarán en él el empuje suficiente para iniciar el tránsito por el excitante territorio de las matemáticas.

(Reseña aparecida en la revista SUMA no. 27, 1998)
 Materias: Divulgación, teoría de números, aritmética
 Autor de la reseña: Fernándo Corbalán

 
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