Centrismo y geometría fractal
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El Mundo, 3 de Febrero de 1999
TRIBUNA LIBRE
OPINION
JOSE LUIS GUTIERREZ (periodista) AQUEL viejo aristócrata inglés que fue Bertrand Russell, libertario, indómito y mujeriego, en cuya longeva existencia tuvo tiempo de protestar contra el Todo, manifestarse contra todos e, incluso ganar el Nobel de Literatura, en su monumental Principia Mathmatica -escrita conjuntamente con el también filósofo y matemático Whitehead- dedicó 347 páginas de la descomunal obra a describir y definir rigurosamente el número uno y, de paso, su vecino el cero.

En España llevamos mucho más tiempo y desde luego muchas más páginas utilizadas en el empeño de discernir sobre la existencia, naturaleza, esencia y mismidad de ese cero geométrico que es el centro y, por extensión, el centro político, bien es cierto que con bastante menos rigor científico que el que pusieron Russell y Whitehead en su Principia, con una obcecación metodológica similar a la de los sexadores de querubines de Bizancio. El XIII Congreso del PP ha servido, al socaire de su vindicación por parte del presidente del partido y los demás miembros de su Ejecutiva de Titanio, para que comentaristas, informadores, opinadores y sobre todo humoristas, entráramos a saco en eso que llamamos «centro». Y lo hemos hecho con la misma regocijada fruición, unos; con idéntico, con similar instinto carnívoro, otros, que pusimos allá en los albores de la transición, en los primeros años 70, para hablar siempre de lo mismo, con los mismos argumentos, idénticas bromas, similares descalificaciones. La historia, como vemos, se repite pero para peor, porque la altura intelectual de aquellos años germinales ha desaparecido, sustituida por una retahíla de gracietas, sandeces y juicios de indocumentados que causa preocupación.

Porque, para ser justos, hay que decir que quien primero vindicó el centro como idea política fue, con Franco vivo, un embajador español en Londres llamado Manuel Fraga Iribarne, gran esperanza blanca entonces, de la moderación reformista. Después, muerto Franco, su desaforada energía, su energuménico perfil acabarían con su carrera por el momento. Adolfo Suárez pondría en práctica el más arraigado de nuestros deportes nacionales que no es otro que, junto con el de la envidia, la tendencia que acreditamos todos a robar pertenencias ajenas, a esa forma de cleptomanía que consiste en plagiar o robarle las ideas, la cartera y hasta los adverbios al vecino. Que inventen ellos.

El centro de Fraga pasó a manos de Adolfo Suárez, de la misma forma que el que tímidamente insinuó Gallardón ha sido fagocitado por ese gran amébido centrista que es José María Aznar y sus jóvenes lobos de las Juventudes de la UCD, los Zaplana, Arenas y compañía.

¿Qué es el Centro? Pues puede ser un estado de ánimo como el decaimiento, o, como la línea discontinua de un mapa de carreteras que nos informa sobre una autovía en construcción, es decir, un mero signo convencional. Es algo casi tan evanescente e inconcreto como preguntarse, hoy, por la izquierda, fíjense uds. Siempre y cuando nos interroguemos desde la seriedad intelectual, la ausencia de sectarismos y prejuicios, la firme voluntad de desmontar las simulaciones escénicas y religiosas de los aprovechados y disfrazados de turno.

Porque si la izquierda, hoy, podría ser, o debería ser al menos, la exigencia radical y hasta exacerbada del cumplimiento de las declaraciones de derechos humanos, el centro sería, desde luego, un ademán contenido, una forma ecléctica de gobernar a partir del principio aristotélico incorporado por los democristianos a su acervo político según el cual, la verdad y la virtud casi siempre están en las equidistancias, en los puntos más o menos medios, lo bueno de la izquierda, lo bueno de la derecha, desdeñando lo pernicioso de ambas.

Nada tan apropiado para medir y pulsar los contenidos y posicionamientos de los centros políticos como esa apasionante disciplina que fascina por igual a científicos y creadores artísticos, lo que Benoit Mandelbrot, su gran sistematizador, llama Geometría fractal, donde fractal procede de fractus, roto en pedazos pero, también, irregular. No hay problema ni casi secretos para la geometría euclidiana que escruta, estudia, analiza y sistematiza puntos, líneas, planos, polígonos y poliedros. Pero, ¿cómo estudiar geométricamente las formas amorfas, irregulares, de la naturaleza? ¿Dónde está el centro geometricofractal de una montaña, una nube o un tubérculo? ¿Y el de una oveja o una calabaza? La informática ha abierto ciertamente posibilidades apasionantes sobre la geometría fractal.

Podríamos decir, también, que nada tan fractal, tan irregular, tan fragmentado como la realidad social, política, económica, cultural, nacional de una comunidad de individuos. Su centro, esa oculta posición que supuestamente condensa, como un agujero negro, todas las energías de la mayoría social, es sin duda, un ente fractal, tan virtual, por otra parte, como la línea recta que geométricamente, como sabemos, no es más que una infinita sucesión de puntos.

Hay tantos centros como personas, ciertamente, y si el centro de Adolfo Suárez era la posición acomplejada, atemorizada de su líder, un falangista vergonzante que tenía terror a enfrentarse parlamentariamente a quien le sacara a relucir sus vergüenzas históricas -después supimos que, además de eso, tampoco fue capaz de afianzar su liderazgo ante sus propios barones- Aznar, en cambio, es un extraño octavo pasajero, un señor de amianto con clorofila sintética en el sistema cardiovascular, un auténtico peligro público que todavía me recuerda -cuando quiere ser agradable, me llama José Luis; si desea expresar alguna subliminal reticencia, me dice, con leve y derogatoria sorna, Guti...- con su torva mirada de cetrero, de egregio y esclarecido epítome del llamado imperialismo de Tordesillas, aquella malhadada tarde sevillana del Congreso del PP de 1990, cuando no se me ocurrió otra cosa que epigrafiar una columna de esta guisa y acuñar de paso la etiqueta: ¿Nace el aznarismo? Tampoco le gustó que a su gaviota la motejara como el Pterodáctilo del PP, uno de aquellos monstruosos y gigantescos dinosaurios voladores. Pero, probablemente, Aznar, sea el más acabado, sofisticado y perfecto diseño genético para gobernar este país absurdo de los que he conocido hasta hoy.

Y si el centro era debilidad en Suárez, en Aznar tal posición se equipara al puño de acero al tugsteno enfundado en un suave y leve guante de cabritilla.

Todos gobiernan desde el centro, se ha archidicho, no sólo estos días. Lo dijo Clinton cuando vapuleó a un alelado George Bush, lo dicen Schröder y Blair. Lo dice Aznar. Y resultan un tanto cómicos quienes, desde la izquierda -no hablo del felipismo, que es otra cosa- desdeñan la hipótesis centrista desde los viejos formularios del socialismo real que condujeron a uno de los periodos más siniestros de la historia de la humanidad, y cuyo principal asiento a anotar en el haber fue lograr que el capitalismo salvaje adquiriera rostro humano por simple miedo al contagio.

Se equivocan quienes piensan que defenestrando a Cascos han acabado con una forma determinada de hacer política, marcada por la firmeza. Cascos es la firmeza abrupta pero reconocible, la ausencia de complejos frontal, astur, visible, identificable. Es, sin duda, menos peligrosa, menos eficaz en cualquier caso, que la mano de acero oculta tras el suave celaje un guante de terciopelo. Y, de momento, cuidado, porque España va bien. ¿Y las libertades?.

 
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