Ha muerto Albert Einstein
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La Vanguardia, 22 de Agosto de 2002
Los sabios (1)
ARTÍCULOS DEL SIGLO
MIGUEL MASRIERA EL TEXTO Y SU CONTEXTO
19 ABRIL 1955

Einstein estableció sus propios desafíos. Premio Nobel a los 42 años, de la mecánica cuántica pasó a la teoría especial de la relatividad (la luz no cambia, viaja a velocidad constante, respecto de otras cosas... y el tiempo es relativo). ¿Contradice el sentido común? Einstein desentrañó las leyes más allá de la experiencia vulgar y las ofreció al mundo. Su teoría general de la relatividad (1916) tuvo enormes implicaciones, sobre todo en lo relativo al cosmos, y se demostró correcta. La proeza intelectual de este genio es una de las más hermosas de todos los tiempos. Él siguió planteando preguntas al mundo natural, en busca de la definitiva belleza que esconde la verdad.
NO VACILARÉ EN DECIR QUE HA MUERTO EL hombre más importante de nuestro siglo y, junto con Galileo y Newton, uno de los tres jalones de la física
MIENTRAS HITLER decía poder prescindir de los sabios, él escribía una carta a Roosevelt, cuyos efectos conoce el mundo


En Princeton (Estados Unidos), ha muerto Albert Einstein, autor de la teoría de la relatividad. Primera figura científica del siglo XX, desvelador matemático de los secretos del átomo.

Hace pocas horas que nos han dado la fatal noticia. Albert Einstein ha muerto. No es que la avanzada edad y la delicada salud del ilustre físico nos permitiesen concebir muchas esperanzas de longevidad. En 1949, cuando celebró sus setenta años preveíamos ya que serían pocos los que le quedaban en este mundo. Pero no por esto la triste nueva deja de tener una rotunda notoriedad, pues si todos los hombres somos demasiado débiles para hacernos a la idea de la inexorabilidad de la muerte, la de los genios produce siempre en nosotros, si no un sentimiento de rebelión -que la fe en un Más Allá tendría que ahogar-, por lo menos una íntima nostalgia de la inmortalidad del genio.

Porque Einstein era -y el emplear el pasado es lacerante innovación- más que un gran físico: Einstein era un genio. Con él no vacilaré en decir que ha muerto el hombre más importante de nuestro siglo. A muchos esta afirmación les parecerá dictada por una deformación profesional, pero con toda sinceridad puedo decir que al expresarme así no lo hago como físico, sino como simple ciudadano que ha intentado seguir el ritmo de nuestra cultura occidental. Por lo demás, Einstein ha tenido la suerte de morir cuando la esencia de su misión estaba cumplida. Es difícil imaginar que un hombre pudiese hacer más, aportar más de lo que él ha hecho. Esto lo sabía él ya perfectamente desde hace ya bastantes años. La gloria que las generaciones futuras le darán le correspondía por derecho propio desde 1921, cuando sus teorías fueron confirmadas por la experiencia. Podía decir, como Goethe: "La comedia de mi gloria ha comenzado y yo estoy todavía en el escenario." Por lo demás, nos falta perspectiva para enmarcar debidamente su obra, y, quizá por esto, tan sólo los físicos podrán aquilatar el valor del hombre que acabamos de perder. Siempre que he dicho que Einstein es una figura más importante que Newton, considerado generalmente, y con justicia, como el físico de más relieve del pasado, muchos lo han considerado como una exageración. Pero no lo es. El segundo podrá ser más simple, más accesible, pero el primero, mucho más complicado sin ser culpa suya, es más trascendente. Y, por lo demás, la labor de estos dos genios se complementa tanto que se puede decir que la esencia de lo aportado por Einstein consiste quizá en haber explicado aquello que Newton tuvo que exponer aún de una manera empírica: la atracción universal.

Desde el Renacimiento hasta nuestros días, la física contará con tres jalones: Galileo, Newton... y Einstein. Pero los tres han influido, en orden creciente, en la historia de la humanidad. Galileo es la rebelión, la más o menos mistificada anécdota del "E pur si muove", y lo que es más importante, el método experimental, el espíritu científico moderno que se impone: los dogos de Venecia viendo perspectivas de otros mundos a través del primer telescopio. Newton también tiene su anécdota: la tan sobada manzana, pero, siempre más importante que ella, la hipótesis genial: la atracción de las masas. Es curioso cómo este hombre que habíase propuesto como norma no hacer hipótesis, con la suya hizo posible una mecánica celeste que era la primera cosmología racional. Nótese cómo los descubrimientos de la física, del mundo material que nos rodea, tienen cada vez más trascendencia, con Newton fue posible la astronomía científica y fueron posibles también las primeras aproximaciones al mundo de los átomos. El mecanicismo -que imperaba en la ciencia del siglo pasado- se basaba en el dogma newtoniano, que parecía firme como una roca inquebrantable. Hacía falta un titán para poder con ella. Este titán fue Einstein. Fue el hombre que vio más allá de Newton. Y las consecuencias de esta visión de águila las ha tocado la historia en carne viva; son Hiroshima y Nagasaki.

La biografía de este coloso del pensamiento que acaba de morir será ahora profusamente divulgada. En todos los archivos consta que Albert Einstein nació en Ulm el 14 de marzo de 1879, con ascendencia francamente semita. No es en la escuela primaria de Milán, donde sus padres han trasladado la residencia, donde el futuro genio da muestras de precocidad. Al contrario, parecía bastante incapaz en lenguas -que no logró nunca dominar-, historia y geografía. Su interés por las matemáticas no lo despertaron sus maestros, sino un compañero suyo, Max Talmey, que le prestó un libro de geometría y se constituyó en su maestro. Pero a los catorce años Einstein le aventajaba ya. Y, lo que es quizá más importante, leía y releía a Kant, el otro genio cuya filosofía estaba destinada a concretar en el terreno científico. A los dieciséis años empieza en Zurich sus estudios académicos sistemáticos. Pero al acabarlos, todas las alentadoras promesas de sus profesores referentes a un sitio en la enseñanza oficial se desvanecen como el humo y Einstein, que debe enfrentarse con la vida, acepta un empleo en la oficina federal de patentes de Berna. Es una labor rutinaria que deja el campo libre a su mente para ocuparse en las especulaciones matemáticas de su teoría especial de la relatividad, que aparece en 1905, en breve nota de una revista científica y con términos estrictamente profesionales. Seis o siete páginas de intrincadas fórmulas matemáticas, de fórmulas que han plasmado la faz del mundo en siglos venideros. En 1909 es ya profesor de la Universidad de Zurich. En 1911 lo es de la Universidad de Praga, y después de un breve retorno a Zurich, en 1914 va a Berlín como profesor de la Academia Prusiana de Ciencias y director del Instituto Kaiser Wilhelm de Física Teórica. La Primera Guerra Mundial fue para él un periodo de prueba, en el que luchaban su ardiente pacifismo, sus sentimientos de conciudadanía y la pugna de sus teorías por abrirse paso en el mundo científico.

Acabó la guerra. Sus teorías fueron confirmadas por el eclipse de 1919, mientras surgía de su mente lo que ya estaba en germen en la relatividad restringida, la amplia hipótesis cosmológica de la relatividad general. Sin embargo, en 1921 si se le concede el premio Nobel, no es todavía por esta aportación, pues prudentemente la Academia Sueca lo que premia son sus trabajos sobre fotoelectricidad, que entonces podían parecer algo desligados de los otros, pero que en realidad se ha visto después que concluían en lo mismo. El intervalo entre las dos guerras confirma cada vez más sus puntos de vista, pero en los preludios de la segunda, su posición en la Alemania nazi se hace insostenible. Es de entonces su célebre frase: "Mientras pueda escoger, permaneceré tan sólo en un país en el que la norma sea la libertad política, la tolerancia y la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley." Muchos que después le han atacado, e incluso tildado de comunista, olvidan que en 1947 respondió de la misma manera a los científicos rusos que le hicieron una propuesta de colaboración. En 1934, Einstein era, pues, un exiliado. Varias naciones le propusieron asilo y a España -que le había nombrado ya doctor honoris causa de la Universidad de Madrid- cabe el honor de haber sido una de ellas. Fijó su residencia en los Estados Unidos, donde fue profesor en Princeton de Física Teórica. Cómo desde este lugar influyó en la historia es ya bien conocido. Mientras Hitler decía que podía prescindir de los sabios durante cien años, él escribía aquella célebre carta a Roosevelt que empieza con un rutinario y poco respetuoso "Dear Sir", en la que le decía que, a su manera de ver, la energía atómica, cuya liberación aparecía posible a través de sus teorías, podía cambiar la faz de la guerra, de toda guerra. Las consecuencias de esta carta las ha vivido ya el mundo y las vivirán muchas generaciones...

Después..., después Einstein ha hecho todo lo posible para superarse a sí mismo, este imposible que ni los genios logran alcanzar. Sus teorías se han vuelto cada vez más abstrusas, pero cabe decir, en su honor, que ha sido el primero en confesar que su mente había dado de sí lo que podía dar y en alentar a los cerebros jóvenes que puedan penetrar en la senda que él abrió en los arcanos de la ciencia.

Einstein ha muerto. Son horas éstas de llorar su pérdida; para comentar su obra queda todo el futuro de la humanidad, que se ocupará del sabio. Hoy nos duele el hombre desaparecido. Este hombre que además de un gran cerebro, tenía un gran corazón. Consciente de su responsabilidad, inherente a su prestigio intelectual, no vaciló en dar su opinión siempre y cuando creyó que podía ayudar a los débiles o injustamente oprimidos. Varias veces salió del terreno de la física y dio su parecer cuando lo creyó oportuno. Es natural que, fuera de los terrenos de su especialidad, se equivocase algunas veces. Pero una cosa es segura; siempre lo hizo con gran alteza de miras y de buena fe. Si ésta fue sorprendida alguna vez, no representa más que un caso que por desgracia se da en este mundo con demasiada frecuencia en los hombres honrados.

Su característica personal fue su absoluta independencia. Si pudo contemplar el mundo físico con tanta imparcialidad que le permitió prescindir de prejuicios ancestrales fue porque supo encerrarse en la torre de marfil de su fuerte personalidad. De él es la siguiente frase: "Apenas nos damos cuenta de lo que es importante en nuestra existencia. ¿Qué sabe un pez del agua en que nada durante toda su vida? Lo dulce y lo amargo provienen del exterior; lo duro, lo fuerte, de nuestros propios esfuerzos. Se han lanzado contra mí los dardos del odio, pero nunca me han alcanzado, porque siempre provenían de otro mundo con el que no tengo ninguna conexión. Vivo en esta soledad que es dolorosa en la juventud, pero deliciosa en la madurez". Hace treinta años me escribía en una carta que publiqué en estas columnas, pues desde entonces puede vanagloriarse "La Vanguardia" de haber dado eco a los alientos de este sabio: "Desde hace años no contesto a las objeciones a la relatividad restringida. Sería una pérdida de tiempo que, dada la brevedad de la vida, no me puedo permitir".

No se crea, sin embargo, que en Einstein albergase el orgullo ni mucho menos la vanidad ni la jactancia. Rehusó la jefatura de un Estado, el de Israel, entregó el importe del premio Nobel a beneficiencia, vivió modestamente y entretenía sus ocios tocando el violín y conversando con los niños, a los que adoraba. Si hoy ha dejado de pensar una mente privilegiada, ha dejado de latir un corazón de oro. Einstein ha muerto. El mundo está de luto.

 
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