77. La muerte de Charly
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Escrito por Miquel Barceló   
Viernes 23 de Septiembre de 2011

En realidad los personajes de ficción, como este Charly del título, nunca mueren. Quien ha fallecido, el 10 de septiembre de 1911, a los 86 años de edad, es el actor Cliff Robertson que le dio vida en la pantalla cinematográfica, consiguiendo un Oscar por ello.

Charly, en realidad Charlie Gordon, es el personaje central en una de las mejores novelas de todos los tiempos, en la ciencia ficción y en la literatura. Y no exagero. Cuando la historia, Flores para Algernon apareció en forma de relato corto en abril de 1959 en The Magazine of Fantasy & Science Fiction ganó ya el Premio Hugo de ese año y, cuando la versión desarrollada hasta la extensión de novela apareció en 1966, se alzó con el otro premio mayor de la ciencia ficción mundial, el Premio Nebula. Y, estoy seguro, es también una obra destacadísima en el contexto de la literatura general al que indudablemente pertenece. Una novela que es uno de los mejores ejemplos de eso que los anglosajones denominan un "must".

Luego, como era de esperar, fue adaptada al cine, en 1968, con dirección de Ralph Nelson e interpretación, entre otros, del ahora fallecido Cliff Robertson acompañado de Claire Boom. Y eso sin mencionar las muchas adaptaciones televisivas, la primera ya en 1961, a partir del relato original y también con interpretación de Cliff Robertson, a la que seguirían muchas otras en distintos países como Francia, Japón, Estados Unidos y otros. También ha habido versiones para el teatro (hablado y, también como musical...), adaptaciones para la radio e incluso espectáculos de danza. Ahí es nada...

Flores para Algernon es una novela que trata sobre la inteligencia. Aunque también trata del ser humano, de sus esperanzas y desengaños, de sus errores y aciertos y, básicamente, del posible conflicto que se da en el ser humano, en su búsqueda de la felicidad, entre inteligencia y emociones. Y sigo sin exagerar...

La muerte de Cliff Robertson me ha hecho recordar esta novela que viene a ser la obra más importante de Daniel Keyes, un escritor famoso por tan solo esta narración, aunque escribiera alguna más, aunque pocas. Daniel Keyes nació en Brooklyn, en 1927, estuvo en la marina estadounidense y obtuvo un Bachelor in Arts en psicología y un master en inglés y literatura americana. Fue editor de la revista Marvel Science Fiction y trabajó también en la sección de cómics que acabaría siendo el embrión de la futura Marvel Comics, donde trabajó bajo la dirección de Stan Lee escribiendo guiones con los pseudónimos Kris Daniels, A.D. Locke y Dominic Georg.

Flores para Algernon fue su mayor y único gran éxito. Narra la historia de Charlie Gordon, un retrasado mental (como se decía entonces, hace ahora más de cincuenta años...) con un cociente de inteligencia de 68 que trabaja en una panadería en ocupaciones banales. Como desea mejorar, asiste a cursos de lectura y escritura en un centro para adultos retrasados donde Alice Kinian es su instructora. Casi por casualidad, a Charlie le ofrecen ser el conejillo de indias de una nueva técnica quirúrgica que debería servir para mejorar su nivel de inteligencia. La nueva técnica había sido probada previamente en un ratón llamado Algernon con gran éxito. Con el estímulo que le proporciona Alice, Charlie acepta ser sometido a ese nuevo tipo de intervención quirúrgica.

La operación tiene éxito y, sólo tres meses después, el cociente de inteligencia de Charly ha alcanzado el impresionante valor de 185. Recordemos, por si hiciera falta, que, por su misma definición y tratándose de una distribución normal, 100 sería el CI medio de la humanidad y siendo su desviación estándar del orden de 15, un CI de 145 o superior vendría a estar sólo al alcance de un 0,2% de la población. Un CI de 185 corresponde claramente al dominio de los genios, los verdaderos genios...

El aumento de inteligencia de Charly lleva a los cambios inevitables y, al mismo tiempo que aprende muchas más cosas y comprende mucho mejor el mundo que le rodea, la simplicidad de sus anteriores relaciones con otros seres humanos desaparece. Surgen el rencor, el desprecio y casi la venganza respecto a sus anteriores conocidos que, por ejemplo, le hacían sujeto de pesadas bromas abusando de su escasa inteligencia. Ahora, el nuevo Charlie es incluso temido por su nuevo poder intelectual.

Charly persigue una relación con Alice que no tiene éxito por su falta de madurez emocional y acabará dándose a la bebida, pero siempre sin dejar de colaborar son los investigadores que le proporcionaron la fantástica intervención quirúrgica.

Y ahí empieza el dramatismo intelectual de esta poderosa historia. Poco a poco se observa que la intervención realizada no es perdurable y el ratón Algernon va perdiendo la inteligencia que antes alcanzara, vuelve a su anterior estado intelectual y al final muere.

Charly intenta luchar contra esa circunstancia pero, poco a poco, se va dando cuenta de su impotencia y, en realidad, le vemos aterrorizado ante la perspectiva de perder la inteligencia que le había hecho comprender el mundo, y se ve a sí mismo encaminándose hacia una muerte como retrasado mental lo que, según muestra la peripecia vital de Algernon, va a ser su destino final. Al final, decide internarse en una institución estatal para retrasados (como quería hacer con él su madre cuando Charly era un muchacho, pese a la oposición entonces de su padre).

Y todo ello servido de una manera maravillosa, en forma de cartas escritas por el mismo Charlie Gordon que pasa, evidentemente, de escribir primero con faltas de ortografía y defectos de sintaxis a hacerlo con soltura, capacidad y brillantez expositiva para, al final, recaer de nuevo en su condición inicial. En un Post Scriptum final a sus escritos, Charly pide que alguien lleve flores a la tumba de Algernon...

Isaac Asimov, el conocido divulgador científico y autor de ciencia ficción conocido como el Buen Doctor, fue el encargado de entregar a Daniel Keyes el Premio Hugo en la convención de Pittsburg de 1960. No me resisto a transcribir aquí una parte de la presentación que el propio Asimov hace del relato de Keyes en el volumen Lo mejor de los Premios Hugo 1955-1961:

«Se trataba de una historia que me había golpeado con tal fuerza que, verdaderamente, me sentía inundado de admiración mientras iba leyendo. Tan inundado de admiración estaba por la delicadeza de sus sentimientos, por la seguridad con que tañía las cuerdas de mi corazón, por la habilidad con que realizaba el destacable tour de force que precisaba su método de contar la historia, que me olvidé por completo de odiarle (Asimov bromea aquí con su posible envidia respecto de Keyes y su relato, ya que Asimov, en tono siempre de broma, cultivó muchas veces la imagen de autosuficiencia, de ser el mejor en la ciencia ficción e incluso insuperable...).

»Por tanto, cuando en Pittsburg anuncié el Hugo para ese relato, una repentina oleada de calor entró en mi tono, con lo cual seguramente mostré, si se hacía la comparación, que la alegría con la que había entregado los otros Hugo era ficticia.

»Mis aladas palabras atravesaron apasionadamente el aire mientras realizaba un súbito elogio de las muchas excelencias de Daniel Keyes.

»-- ¿Cómo lo hizo? --pregunté a las musas--. ¿Cómo lo hizo?

»Y miré a un nivel de dos metros y medio del suelo para hallar el rostro de ese gigante que no había visto hasta entonces.

»Una mano tiró de mi manga y bajé la vista hasta la ordinaria estatura humana. Y, de la redonda y amable faz de Daniel Keyes, surgieron las palabras inmortales:

»-- Oye, cuándo averigües cómo lo hice, dímelo, ¿quieres? Me gustaría volver a repetirlo.»

Ahora, la muerte de Cliff Robertson me ha recordado esa novela imprescindible. Debo decir que la película es buena y la interpretación magistral de Robertson merecedora de ese Oscar que ganó, pero yo pertenezco a la Galaxia Gutenberg y el primer y mayor impacto me lo proporcionó la novela: una experiencia que nunca olvidaré.

La vida nos suele enseñar que la inteligencia no parece ser el mejor medio para alcanzar la felicidad y, a veces, la simpleza del primer Charlie Gordon, su incapacidad para entender ni siquiera las burlas de sus amigos, le mantienen a salvo de la decepción y la desesperación. Decepción y desesperación que alcanzan al Charlie inteligente que, además, descubre demasiado pronto que, pese a todo, lo le ha proporcionado esa inteligencia es caduco y va a desaparecer. Uno de los mayores problemas del ser humano.

Por eso les digo que esta novela es una de las mejores de la ciencia ficción de todos los tiempos y que debería ser considerada así incluso fuera del reducido ámbito de la ciencia ficción. En mi caso, se trató de una lectura inolvidable de la que, me temo, aprendí muchas más cosas de las que quisiera haber comprendido en esos tiempos de mi juventud. Aunque debo decirlo, algunas de esas cosas ya me las había contado mi padre cuando yo tenía trece años y, como era de esperar, no le creí hasta muchos años después...

Si pueden, no dejen de leerla. Y si necesitan una ciencia que avale esa lectura de presunta "ciencia ficción", piensen en la psicología y, sobre todo, en los efectos y consecuencias de la inteligencia humana y su difícil relación con los sentimientos y emociones.

 

Para leer:

- Flores para Algernon (1966), Daniel Keyes, Barcelona, Ediciones Acervo, Ciencia Ficción y Fantasía, núm. 1, 1977
- Flores para Algernon (1959, novela corta), Daniel Keyes, Barcelona, Martínez Roca, en el volumen "Lo mejor de los Premios Hugo 1955-1961", 1986.

Para ver:

- Charly (1968), dirigida por Ralph Nelson, e interpretada por Cliff Robertson y Claire Boom. Metro Goldwyn Meyer, E.E.U.U.

 
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