37. Planetas de Ciencia Ficción (1)
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Escrito por Miquel Barceló   
Lunes 01 de Enero de 2007

El mes pasado les prometía hablar de la inmortalidad y de como la ha tratado la ciencia ficción pero, como suele ocurrir (y bien lo saben los lectores adictos a esta sección...), he cambiado de idea, y ese prometido texto sobre la inmortalidad va a quedar para un futuro espero que cercano (mayo, según mis cálculos de los que, evidentemente, no cabe fiarse...).

Ocurre que, en marzo de 2004, fui invitado por la Universidad de Salamanca a intervenir en la edición de ese año del Curso de Ciencias Planetarias que se organizó en 2003 y 2004 dentro del marco de sus llamados "Cursos Extrraordinarios". En un entorno "serio" de ponencias francamente interesantes y de fecundo contenido científico, se me invitó a dar una charla (imagino que más relajante...) sobre "Planetas de Ciencia Ficción" con la visión que de las ciencias planetarias había dado la ciencia ficción.

Rememoro esto ya que algunos de los estudiantes presentes debieron encontrar realmente relajante la charla y me han propuesto volver a darla, corregida y aumentada, según suele decirse. Esta vez va a ser en la Facultad de Física de la Universidad de Santiago de Compostela con ocasión del veinticinco aniversario de la fundación de esa facultad. Ahí voy a estar, el 17 de enero, hablando precisamente de lo que esta entrega empieza a desbrozar un poquito.

Empecemos pues:

El ser humano tiende a recurrir a su potente imaginación cuando carece de conocimiento más seguro y fiable sobre ciertas cosas. Por ejemplo, durante muchos siglos, el rayo era la manifestación del enfado de Zeus hasta que se descubrió su explicación científica: una diferencia de potencial eléctrico entre el cielo y la tierra...

Afortunadamente, la ciencia, con sus explicaciones seguras y fiables, nos permite un mayor control del mundo que nos rodea. Siguiendo la vieja idea de Francis Bacon en su Novum Organum (1620), nuestro conocimiento de la naturaleza ha de servir para dominar el mundo. Así, saber cómo funciona el rayo permite inventar el pararrayos y limitar los efectos de una tormenta. Y lo logra con mucha mayor eficacia que ofreciendo a un dudoso Zeus sacrificios de todo tipo para reclamar su benevolencia y evitar que, enfadado, nos lance sus demoledores rayos.

También los planetas (como ocurre con tantos otros fenómenos que han sido objeto del estudio científico: robots, clones, viajes espaciales, etc.), han sido objeto del imaginario popular antes de la llegada del conocimiento científico en sí. Las manifestaciones más características han sido las de la ciencia ficción. La ciencia ficción es una narrativa específica, nacida en el siglo XIX y desarrollada básicamente, en literatura y cine, a lo largo del siglo XX. En adecuada definición de Isaac Asimov, la ciencia ficción sería esa narrativa especializada en "estudiar la respuesta humana a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología". Lo que proporciona tanto el aspecto humano que da interés a las narraciones de ciencia ficción, como la reflexión sobre el alcance y el efecto de los conocimientos tecnocientíficos.

Respecto de la imaginación popular en torno a los planetas, el ejemplo más significativo lo ofrecen, como no podía ser de otra manera, los planetas más cercanos a la Tierra en el Sistema Solar: Marte y Venus. Aunque no son los únicos: Júpiter, Mercurio y el cinturón de asteroides también han ocupado la imaginación de los escritores de ciencia ficción que también se han atrevido especulando sobre planetas completamente inventados con características francamente sorprendentes.

Ciencia obsoleta

La ciencia puede y debe llegar a ser obsoleta. Se basa, precisamente, en la característica un tanto excepcional y novedosa de aceptar ser falsada. Para Karl Popper, sólo es ciencia el saber que elabora sus teorías de manera que otros puedan intentar demostrar que son falsas. La ciencia no tiene pretensiones de verdad absoluta (como ocurre, por ejemplo, con las religiones) y se conforma, muy humildemente, con ser una certeza provisional. No es poco.

El propio conocimiento científico evoluciona al concretarse y ampliar el campo de aplicación de las teorías. Por ejemplo, la relatividad de Einstein incluye (a bajas velocidades) la mecánica newtoniana que pasa a ser válida y operativa sólo en un reducido ámbito de velocidades, llegando así a ser, de alguna forma, un subconjunto de la mecánica einsteniana.

En astronomía se creyeron muchas cosas que luego se ha demostrado que no eran ciertas. Desde una Tierra plana a una cosmología con todo, planetas, sol y estrellas, girando en torno a una Tierra que, durante muchos siglos, fue el centro del universo. Ésa era una visión científica del universo que, hoy, ha quedado obsoleta y ha sido superada por nuevas teorías.

Mucha ciencia ficción e incluso algunos buenos divulgadores científicos como Isaac Asimov han sufrido el desastroso efecto de este continuo actualizarse del conocimiento científico. En los años cincuenta, por ejemplo, Asimov optó por desarrollar una interesante iniciativa que bordea la divulgación científica aún manteniéndose en el seno de la ciencia ficción.

En esos años cincuenta se pusieron de moda en la ciencia ficción los llamados “juveniles”, es decir, libros orientados a un público juvenil. Asimov pensó en escribir una serie de novelas de aventuras ambientadas en distintos lugares del sistema solar para, de pasada, enseñar a los jóvenes (y, también, a los no tan jóvenes...) lo que entonces se sabía de los planetas del sistema solar.

Se trata de la serie de seis libros de aventuras protagonizados por David Starr, enseguida conocido como “Lucky” Starr, un ranger del espacio que vivía todo tipo de aventuras en Mercurio, Venus, Marte, el cinturón de asteroides, las lunas de Júpiter y los anillos de Saturno. Cuando se publicaron por primera vez, entre 1952 y 1958, iban firmados con el seudónimo Paul French (literalmente “Pablo Francés”), y en muchos lugares, como en España, se publicaron en colecciones destinadas a un público adulto, como ocurrió en 1957 al aparecer Lucky Starr y el gran sol de Mercurio como número 43 de la colección Nebulae.

Pero “las ciencias adelantan que es una barbaridad” como ya nos decía la zarzuela. En pocos años, las sondas aerospaciales y nuevas investigaciones astronómicas llevaron a un mayor conocimiento de los planetas del sistema solar, lo que hizo realmente obsoletas las condiciones de entorno en las que se desarrollaban algunas de las aventuras de Lucky Starr.

En los años setenta, aprovechando el tirón del ya muy establecido y famoso nombre de Asimov, los editores quisieron reeditar esas novelas protagonizadas por Lucky Starr, pero los nuevos conocimientos científicos convertían en engañosa lo que, sólo quince años antes, había sido honesta divulgación científica. Afortunadamente, las portadas de la nueva edición ya se dirigían claramente al público adolescente y juvenil.

Asimov optó entonces por incluir en algunos libros (básicamente los dedicados a Mercurio, Venus y Marte) una brevísima introducción en la que explicaba que el saber astronómico sobre esos planetas había cambiado: Mercurio no tenía una cara expuesta siempre al Sol como se creía sino que rotaba cada 58 días; Venus no estaba formada por océanos como se creía erróneamente por culpa de su espesa atmósfera de nubes; y la atmósfera de Marte era mucho menos densa de lo que se creía en los años cincuenta.

Correcciones imprescindibles si los libros debían seguir cumpliendo ese cometido de “instruir deleitando” que tanto gustaba al Dr. Ing. Miguel Masriera director de la colección Nebulae en su primer etapa...

Para leer:

Ficción
- Lucky Starr: El ranger del espacio (1952), Isaac Asimov. Barcelona. Bruguera, Todo Libro. 1980.
- Lucky Starr: Los piratas de los asteroides (1953), Isaac Asimov. Barcelona. Bruguera, Todo Libro. 1980.
- Lucky Starr: Los océanos de Venus (1954), Isaac Asimov. Barcelona. Bruguera, Todo Libro. 1980.
- Lucky Starr: El gran sol de Mercurio (1956), Isaac Asimov. Barcelona. Bruguera, Todo Libro. 1980.
- Lucky Starr: Las lunas de Júpiter (1957), Isaac Asimov. Barcelona. Bruguera, Todo Libro. 1980.
- Lucky Starr: Los anillos de Saturno (1958), Isaac Asimov. Barcelona. Bruguera, Todo Libro. 1980.

 
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