49. (Mayo 2011) Alan M. Turing a escena. Segundo acto: Lovesong of the Electric Bear
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Escrito por Miguel Ángel Mirás Calvo y Carmen Quinteiro Sandomingo (Universidad de Vigo)   
Domingo 01 de Mayo de 2011

La presente reseña forma parte de una trilogía que iniciamos, en marzo de 2011, con la obra Breaking the Code, de Hugh Whitemore, y que finalizará con el análisis de dos piezas más que tienen a Alan Turing como protagonista principal: Alan's Apple: Hacking the Turing Test, de Valeria Paters, y Turing-Machine, de Jean-François Peyret y Nicolas Bigards.

Alan M. Turing a escena. Segundo acto: Lovesong of the Electric Bear

Cartel anunciador de una de las representaciones

Lovesong of the Electric Bear

Escrita por el dramaturgo británico Snoo Wilson, Lovesong of the Electric Bear fue producida, por vez primera, como parte de la temporada de verano 2005 por el Potomac Theater Project, en Maryland. El texto completo puede encontrarse en la página oficial del autor http://www.snoowilson.co.uk/plays.php.

Lovesong of the Electric Bear es un recorrido, en el que ficción y realidad se mezclan constantemente, a través de los momentos más significativos de la vida de Alan Turing con referencias al brillante trabajo del genial matemático. Se trata de una obra de ritmo trepidante, mordaz, corrosiva y, en ocasiones, un tanto rocambolesca. Antes de adentrarnos en ella referiremos un detalle, quizás poco conocido, de la vida de Alan Turing que, creemos, ayudará a comprender el papel de quien es, junto con el propio Alan, uno de los ejes principales de la pieza: el oso Porgy. Cuenta Andrew Hodges, en su exhaustiva biografía de Turing, que en las Navidades de 1934, cumplidos los 22 años, Turing dejó estupefacta a su madre al pedirle que le regalara el oso de peluche, un “Teddy Bear", que no pudo tener de niño. A pesar de que los Turing acostumbraban a intercambiar regalos más bien prácticos, Alan recibió su oso Porgy y lo acomodó en sus habitaciones en el Kings College, donde las visitas podían verlo sentado junto al fuego, frente a un libro sujeto de pie con una regla.

Lovesong of the Electric Bear está dividida en dos actos y en ella intervienen 22 personajes cuya aparición en escena es, en la mayoría de los casos, muy breve. Se abre el telón con una conversación entre Winston Churchill y su esposa en la que ésta le anuncia la muerte del matemático:

CHURCHILL: [...] Las sombras se ciernen por todas partes. Otro hombre bueno caído.

Comienza, entonces, un viaje cuyos puntos de inicio y final coinciden en el momento en que Turing muerde una manzana envenenada, que le causará la muerte. Porgy (probablemente la versión mecánica del oso de peluche antes mencionado, al que sólo Turing podrá ver y oír) adquiere “consciencia” en la imaginación de Turing e interrumpe el suicidio.

Utilizando como medido de transporte su vieja bicicleta y acompañado, al mismo tiempo que obligado, por Porgy, Alan retrocede en el tiempo para volver, precisamente, a su primer día de colegio en Sherborne.

Alan M. Turing a escena. Segundo acto: Lovesong of the Electric Bear

Porgy y Turing (producción de Potomac Theater Project de 2005)

En el primer acto, y tras un brevísimo paso por su infancia (en el que Snoo Wilson nos muestra a un Turing cuyo talento no es valorado ni por su familia ni por sus profesores), con la obligada mención a Christopher Morcom y a la muerte de éste por tuberculosis, nos encontramos ya con el matemático adulto, Fellow del King's College de Cambridge, pero que sigue siendo visto como una persona excéntrica por la gente con la que convive. La exagerada imagen de un Turing solitario, incomprendido y de comportamiento extravagante se repite a lo largo de toda la obra.

Alan M. Turing a escena. Segundo acto: Lovesong of the Electric Bear

Aparición de Joan en una de las representaciones

El encuentro con Joan, su trabajo juntos en Bletchley, su relación con ella y una primera mención de su condición de homosexual comparten escenario con brevísimas referencias al Entscheidungsproblem (problema de la decisión) o a la Bombe (dispositivo electromecánico, inicialmente diseñado por Turing, usado durante la Segunda Guerra Mundial para descifrar los mensajes alemanes). De la mano de Porgy, asistimos a un sueño de Turing en el que se hace patente el secreto bajo el que se mantuvo la labor desempeñada por Alan durante la Segunda Guerra Mundial. El mismo Porgy, utilizando palabras de Edgar Allan Poe, le adelantaba las consecuencias derivadas de la obligación de mantener en secreto, no sólo la información confidencial a la que pudiera tener acceso, sino también el fruto de sus investigaciones:

PORGY: Tendrás que firmar la Official Secrets Act. No podrás hablar acerca de lo que haces. Dijo el cuervo “Nunca más”.

TURING: Sé guardar un secreto, Porgy.

PORGY: Pero, ¿qué ocurre si el secreto llega a ser tan grande que en lugar de guardar tú el secreto, el secreto empieza a guardarte a ti?

El segundo acto arranca con una conversación entre Turing y Knox, su jefe en Bletchley, en la que el matemático anuncia su inminente viaje a Nueva York, como parte de un acuerdo entre las administraciones británica y americana para compartir información.

Una vez allí, y después de haber sido recriminado por la poca importancia que concede a las relaciones con el resto de la gente, Alan adelanta la idea de construir una computadora portátil. En su última noche en la ciudad, y como siempre de la mano de Porgy, Turing entra en un bar. En él, durante una conversación con un camarero travesti, se hace pasar por un poeta de nombre Christopher (en clara referencia a su íntimo amigo de infancia Christopher Morcom). La noche se estropea a causa de una redada y Turing se salva gracias a la ayuda de su oso protector.

La aparición de Arnold en escena es, como ya lo fue en su momento la de Joan, “un regalo de los dioses”. Porgy trata de prevenir a su “Amo” de los peligros que dicho presente entraña pero Turing, desoyendo los consejos del oso, comienza una relación con el muchacho que tendrá consecuencias fatales para la vida del matemático.

A través de las conversaciones de Turing con un colega de la Universidad de Manchester y con su madre, sabemos que sufre un robo, que es acusado de gross indecency y juzgado, pero que no irá a prisión si accede a someterse a un tratamiento hormonal.

Alan M. Turing a escena. Segundo acto: Lovesong of the Electric Bear

Turing recibe tratamiento hormonal (Potomac Theater Project 2010)

Las hormonas no menguan los deseos sexuales de Turing y, ayudado por su psiquiatra Greenbaum, logra manipular un implante que le colocan con el fin de inyectarle la dosis de tratamiento establecida.

La pieza finaliza con el suicidio del matemático, que Porgy no puede impedir, seguido por una declaración de amor del oso hacia su “Amo”:

PORGY: ¿Qué?, ¿muerto? Me voy contigo. Nada es más fuerte que este amor, en realidad, yo no soy nada sin ti, Amo. Auto eviscerarse es lo más rápido. ¡Garras, proceded! (Se arranca el relleno del pecho.) Ahora mismo, hasta a los Dioses les escocerían los ojos de las lágrimas si pudiesen ver a quien humildemente deposita sus órganos vitales a los pies del amo. ¡Mira, Amo! ¡Ahí! (Tiernamente.) ¡Ahí está mi corazón!

Las matem¡ticas de Turing en la obra

Intentar resumir las menciones a las contribuciones científicas de Alan Turing reflejadas en la obra sería un empeño vano, pues no sólo son éstas numerosas sino que se encuentran desperdigadas en breves fragmentos. Hemos optado, pues, por seleccionar una muestra que, esperamos, ilustre el modo en que los temas matemáticos se incorporan en el texto.

En nuestra opinión, las aportaciones científicas de Turing son despachadas, en general, con excesiva celeridad, casi con precipitación. No obstante, hemos de destacar que Snoo Wilson ha realizado una intensa labor de documentación sobre el matemático y que ha incorporado en los diálogos menciones a aspectos de su vida profesional que no son demasiado conocidos.

Así, por ejemplo, Turing presentó en 1934 una memoria (Fellowship Dissertation) titulada “On the Gaussian error function”, en la que “redescubría” de modo independiente el llamado Teorema Central del Límite, gracias a la que, el 16 de marzo de 1935, fue elegido Fellow del King's College. Su vieja escuela de Sherborne lo celebra con medio día de fiesta. Este hecho, sin mención explícita a su contenido matemático, se refleja en la pieza entremezclado con varias anécdotas y dando paso, sin apenas transición, a la discusión acerca del concepto de la Máquina Universal de Turing y el problema de la decisión de Hilbert, el Entscheidungsproblem, que Turing resolvió en su famoso artículo de 1936 “On computable numbers, with an application to the Entscheidungsproblem”. Al mismo tiempo Turing atiende una tutoría en la que, una vez más, su excentricidad se exagera en extremo:

PORGY: Te sentirás mejor después de correr un rato. Pero no te olvides de estirar los gemelos.

TURING: ¿Correr, Porgy?

(Porgy le lanza una camiseta de tiras y unos pantalones cortos. Turing comienza a cambiarse)

PORGY: Sí. Ponte deportivo. Yendo por el camino que cruza los antiguos humedales descubrirás la meditativa tranquilidad de espíritu que aporta el tesón en el esfuerzo. Sal de tu cuarto en el Kings, adéntrate en la niebla matinal, deslízate con tu gran zancada de pies planos sobre la pista de ceniza que va paralela a las cristalinas aguas del río Cam. Corre, corre, corre. Piensa, piensa, piensa sobre la vida, el amor, las ausencias y los hiperboloides hasta que el brote de la singularidad germine y florezca en tu mente; los más profusos y raros frutos de la polinización de los números se muestran en tu “fellowship”; tu originalidad ha surgido y manifestado su belleza en poco más de mil días.

DAVIS: (Entra. Un discurso.) No todos los días puedo dirigirme a esta asamblea para contar que nuestra escuela ha recibido un gran honor. Ayer un responsable de la Universidad de Cambridge me comunicó que Alan Turing, al que algunos recordaréis, ha sido nombrado Fellow del Kings College de Cambridge. Este logro, uno de los matemáticos más jóvenes al que se le haya concedido una “fellowship”, es un cálido tributo a la formación que recibió en la escuela privada de Sherborne. A partir del mediodía se cancelan todas las clases, porque hoy declaramos un medio día de celebración. ¡Hip Hip hurra!

Gritos de júbilo de toda la escuela. Davis sale.

PORGY: Una divertida copla se ha hecho popular en la escuela: “Turing ni que decir, habrá tenido que seducir, para entrar en la Universidad, a tan temprana edad”[i].

TURING: ¿De verdad alguien puede creer que se consigue una “fellowship” lamiendo el culo? Claro que no.

Porgy camina junto a Turing que corre sin moverse del sitio.

PORGY: Ese es el espíritu. Bien, ¿cuál es la siguiente gran idea, amo?

TURING: Se denomina la Máquina Universal.

PORGY: ¡Genial! Sugiere algo inmenso.

TURING: Mayor que el universo.

PORGY: El universo es un concepto que abarca todo lo que es. Así que estás imaginando un imposible.

TURING: Es una herramienta, Porgy, un ardid útil como la raíz cuadrada de menos uno. Los matemáticos siempre han hecho cosas así, para avanzar.

PORGY: Esto va ganando interés. Estás yendo más lento. Llegarás tarde a tus tutorías.

TURING: Dejé una nota en la puerta. Pueden esperar en mi cuarto.

PORGY: Por qué no te imaginas que acaba de llegar una carta de tu madre. Aquí está, no puedo alcanzarla, delante de ti.

TURING: Muy gracioso. Dios sabe cuántas cartas de mi madre llegan, y normalmente acaban en el fuego sin abrir.

Turing sale corriendo. Entran dos estudiantes de grado, con traje académico, que se disponen para una tutoría.

PORGY: De acuerdo, no pienses en tu querida madre, criatura antinatural. ¿No esperará que me ocupe de la tutoría por él? ¡Vaya jeta!

Porgy se sienta con un libro.

ESTUDIANTE 1: ¿Qué pinta tiene? Me han dicho que come hierba cuando sale a correr.

ESTUDIANTE 2: Cierto, pero no se la traga. Simplemente la escupe hacia adelante.

ESTUDIANTE 1: ¡Puaj!

ESTUDIANTE 2: Y también guarda su osito de peluche en su habitación. ¡Un bicho raro! (Pincha al oso con el dedo.)

PORGY: ¡Cuidado con los pinchazitos!

ESTUDIANTE 1: Comparado con él, tu típico profesor majareta de matemáticas parece absolutamente normal.

PORGY: ¡Eh! No quiero oír más tonterías. Y ni se te ocurra toquetearme con tus dedos regordetes o haré que la Universidad te abra un expediente y luego te emplume. Una sola palabra al amo será suficiente. ¡Cálmate!

ESTUDIANTE 1: ¿Qué lee el oso?

ESTUDIANTE 2: (Mira.) Los Principia Mathematica de Bertrand Russell.

PORGY: En efecto. Queridos estudiantes, este noble tomo intenta establecer la verdad lógica de la Matemática. Fue escrito antes de la Gran Guerra y hoy sabemos que es imposible establecer la verdad lógica de la Matemática. Así pues, puede afirmarse que lo leo con cierta decepción. Bertie Russell se equivocó, así de simple.

Entra Turing con los pantalones cortos y la camiseta sudada y manchada de hierba, jadeando.

PORGY: Efectivamente, leyendo las ecuaciones entre líneas podría decirse que el libro es un acta de rendición a la Matemática de un profesor lujurioso y sin esperanza cuya mente estaba en otro lugar.

ESTUDIANTE 1: (A Turing.) ¿Cree usted que Lord Bertrand Russell es excesivo en su aproximación lógica, señor?

PORGY: No tanto excesivo como excesivamente deficiente. Se tiraba tan a menudo a esa pobre chalada, la mujer de Tom Eliot, que el viejo chivo habrá expulsado toda la materia gris que tuviera por la polla.

Turing toma el control tranquilamente.

TURING: Gracias, oso. (A los estudiantes.) Está claro, para la próxima generación de matemáticos, que la Matemática ya no es ni clásica ni lógica. La base con la que se construyen bombas y puentes resulta ser impredecible o ambigua. A veces se detiene y no sigue adelante. La Matemática es incompleta.

PORGY: ¿No estarás pensando en dar esta tutoría como si tuvieras enfrente un camello enfermo?

TURING: (Turing se saca la camiseta.) Tuve la suerte de encontrar un puñado de hierbas silvestres mientras corría. Tienen una gran cantidad de vitamina C. Pero, sabes, cuando estás en movimiento no tiene mucho sentido atiborrarte con celulosa.

PORGY: Tengo una idea. Quítate toda la ropa y suelta el rollo de pie en la báscula. Nunca lo olvidarán.

TURING: ¿Quieres encargarte tú de la tutoría, oso?

PORGY: Lo haría, pero, ¿pueden oírme? Siendo como soy inanimado, he llegado a conclusiones bien diferentes a las de mi amo acerca de las Matemáticas de alto nivel. Por ejemplo, La Máquina Universal es una teoría inútil.

TURING: Aquello que es teóricamente posible puede hacerse posible. Drake concluyó que, en teoría, era posible circunnavegar la Tierra. Se puso en marcha y lo hizo.

PORGY: Una Tierra plana es imposible, una redonda es posible. La Máquina Universal es imposible. Porque si tú tienes algo que es mayor que el universo con el que empezaste, entonces tan pronto como tengas ese algo, tendrás que volver a calcular de nuevo el tamaño para incluir a la Máquina Universal, y así hasta el infinito. Ponte algo de ropa encima. Ninguno está impresionado con tus teorías de tipo Tierra plana.

ESTUDIANTE 1: Señor, tenemos que ir a otra tutoría ahora.

TURING: ¡Cielos! ¿Ya es la hora? Con rapidez, pues. Resumiré. Dado que hay un equivalente matemático para cualquier acción, la maquina universal es una calculadora ideal que convierte cada acción en código binario. Es una computadora.

ESTUDIANTE 1: Creía que una computadora era una persona que resolvía problemas de matemáticas.

TURING: Una persona, o una cosa. Es lo mismo.

ESTUDIANTE 2: ¿Qué tiene que ver la Maquina Universal con el Entscheidungsproblem?

TURING: ¿Están familiarizados con el Entscheidungsproblem? ¡El problema filosófico de los límites de la Matemática, inalcanzable para Russell y Whitehead!

PORGY: No pretenderás explicarlo en cinco minutos. A estas alturas ya te están mirando como un par de ovejas electrocutadas.

TURING: ¿Qué ocurre cuando una computadora potente se topa con algo que no es computable? Ciertas fórmulas matemáticas no son computables. La Máquina Universal, al tener infinitos recursos, es capaz de abarcar todas las aplicaciones al mundo real para las que la Matemática sirve de base. Así pues es un modelo de la realidad, si bien uno muy grande.

Los estudiantes van hacia la puerta.

TURING: Si queréis que sigamos hablando acercaos después de cenar, esta noche. No tenemos que hablar de matemáticas. ¿Vais a menudo al cine? Esta semana ponen una maravillosa película de dibujos animados de Hollywood. Habré visto Blancanieves y los siete enanitos media docena de veces. La mejor parte es cuando esa malvada bruja coge la manzana para Blancanieves y la sumerge en un caldero con veneno. “Sumérjase la manzana, que la poción de la muerte dormida la impregne bien”[ii].

Los estudiantes se van mientras Turing, absorto, ejecuta el acto de morder la manzana envenenada.

TURING: “Sumérjase la manzana, que la poción de la muerte dormida la impregne bien. Sumérjase la manzana, que la poción de la muerte dormida la impregne bien”.

El siguiente fragmento tiene lugar durante la Segunda Guerra Mundial, con Turing formando ya parte de los servicios secretos británicos. La misión del matemático consistía, fundamentalmente, en descifrar los códigos militares que los nazis encriptaban con la máquina Enigma.

KNOX: Nos encontramos de nuevo Doctor Turing.

TURING: (Lo reconoce.) ¡Dilly Knox! Creí que estaba usted de baja. ¿Qué hace aquí?

KNOX: Cumplo con mi deber. En estos días oscuros anteriores al conflicto con Alemania, nuestros barcos de guerra carecen de escudos protectores y los aviones de nuestros aliados están fabricados con cuerda y cartón. Espero que no piense que esta misión es poca cosa para usted. Puede resultar vital.

TURING: ¿Qué se supone que debemos hacer?

KNOX: ¿Nadie le dijo cuál iba a ser su misión? ¡Qué vergüenza! Aquí está usted, el orgullo del Kings College y su mejor experto en cálculos, probablemente el único inglés que le llegue a Isaac Newton a la suela del zapato, y el servicio de inteligencia ni siquiera le dice que nos vamos a Polonia.

Dilly Knox le da una sotana a Turing. Turing se la pone.

KNOX: Tengo un pasaporte nuevo para usted.

TURING: ¿No voy a viajar con mi propio nombre?

KNOX: No podemos correr el riesgo de que la inteligencia alemana descubra que el autor de “Computable Numbers” viajó a Varsovia. Podría arruinarlo todo. Es el Padre Thomas Bowdler, fácil de recordar. Bowdler, el inglés que le cortó los huevos a Shakespeare. ¿No ha oído hablar de él? No importa. Tenemos que descifrar los códigos militares alemanes de manera consistente y rápida si queremos sobrevivir, y eso significa hacerse con una máquina. Los polacos saben que Alemania está lista para atacar así que nos han proporcionado una serie de pistas. Nos encontraremos con nuestro enlace mañana al mediodía, en la rivera del Vístula. Por supuesto, los británicos nos arrogaremos todo el mérito de lo que llegue a ocurrir.

[...]

Entra Rejewski, un polaco. Knox vigila.

REJEWSKI: Quiero diez mil libras esterlinas ingresadas en una cuenta en París. Tengo material.

Rejewski entrega a Turing un fajo de dibujos.

REJEWSKI: Decida rápidamente porque en diez minutos sabrán que me he ido de mi apartamento. Puedo construir para ustedes una máquina de cifrado en Francia en tres meses, si también me consiguen allí un apartamento.

TURING: ¿La posición inicial de los anillos sigue una secuencia alfabética?

REJEWSKI: Sí. Se les pasó por alto, ¿verdad? Está basada en una máquina de cifrado comercial. Que es una buena maquina pero, sabe, podrían haberla mejorado. Mire, tienen un sistema que intercambia pares de caracteres del teclado. También hay espacio para más rotores de encriptación. Pero ellos creen que así ya es invulnerable. De modo que las fabrican sin preocuparse, de momento.

TURING: ¿Puedo consultar con mi colega?

REJEWSKI: Adelante, Padre.

TURING: (A Knox.) Parece que está todo en orden. Quiere diez mil y un piso en París.

REJEWSKI: Viene alguien.

KNOX: (A Rejewski.) Aceptamos, profesor. Póngase en contacto con la embajada británica en París. Que tenga un viaje seguro. (A Turing.) Demos un tranquilo paseo.

Turing viaja durante la guerra a los Estados Unidos formando parte de una delegación británica del más alto nivel. Además de su trabajo oficial para el gobierno británico en Washington, visita las instalaciones del Bell Labs en New Jersey donde coincide con otro pionero de la informática, Claude Shannon. De regreso, el trabajo en Bletchley Park se ha vuelto rutinario gracias a las inmensas máquinas de descifrado llamadas Collossus y Turing, con ayuda de dos asistentes, se embarca en la construcción de Delilah (Dalila), una máquina para el cifrado de voz, que aunque llega tarde para ser útil en la guerra, supone otro pequeño hito, poco conocido, por su avanzada concepción teórica y técnica. Curiosamente, una vez más, este pequeño episodio encuentra acomodo en la obra cuando, salvado por su oso de la redada en el bar de New York, Turing aparece de pronto en Central Park para recibir, de manos de una adivinadora, una caja de zapatos que Porgy interpreta como una “inspiración”:

TURING: Si es usted una vidente, podría explicarme este sueño recurrente que tengo en el que Adolf Hitler es devorado lentamente por números. Como si fuesen una especie de bacteria poderosa que lo consumiera. ¿Qué significa?

ANCIANA: (Alarmada, deja de canturrear.) ¡Números! (Se santigua.) ¡Qué el Señor nos proteja! El Libro de los Números es el libro de los condenados, porque narra como Moisés cruzó la barrera del color y yació con una princesa etíope. El Todopoderoso bien pudo irse y al diablo con el problema. Fue entonces cuando todo empezó a torcerse. El mestizaje es un crimen contra el Espíritu Santo.

La anciana sale, murmurando para sí.

TURING: Está completamente loca, oso.

PORGY: No pienses en ella, amo. Mira la caja. Después de tu huida por los pelos, aquí estás, en Central Park, con una caja de zapatos que te ha dado una anciana, ¿cuándo despertará tu genio y verá la caja como lo que es?

TURING: ¿Qué es?

PORGY: Una inspiración. Te has percatado de que la máquina de codificación americana es un enorme circunloquio. Tu genio te susurra que el trabajo podría haber sido hecho con algo no más grande que lo que sostienes en tu mano. Gracias a ti, el mundo estará equipado con un codificador electrónico portátil, seguro, del tamaño de una caja de zapatos. Terminó la guerra… ¡ahí está!, la has parido, y está colocada en la mesa de tu despacho, funcionando gracias a ideas con las que el mundo de la electrónica no se tropezará durante una generación.

TURING: Estupendo.

PORGY: Habría sido estupendo de haberse usado. Al final de la guerra, los Collosus de Blechtley, esos inmensos artefactos cuadrados, símbolos de sus tribus, se utilizarán cual Arcas de la Alianza en el desierto persa, para espiar al nuevo enemigo, la Unión Soviética. Pero las mentes militares serán incapaces de encontrar un uso para la milagrosa caja de zapatos del Doctor Turing. Así pues, el primer codificador electrónico portátil del mundo acabará en la estantería del fondo de un garaje. Debe haber supuesto una pequeña decepción.

TURING: Dos años completos de trabajo tirados por el retrete.

PORGY: Triste final para Bletchley. [...]

Acabada la segunda Guerra Mundial, Turing inicia sus trabajos pioneros para construir una de las primeras computadoras. Su prototipo, llamado ACE, se retrasa por diversos motivos y Alan abandona el proyecto para incorporarse al equipo de la Universidad de Manchester, siendo el responsable de la programación de MADAM (Manchester Automatic Digital Machine). Turing se convierte en uno de los primeros auténticos programadores de la historia que propugnaba la preponderancia del programa (software) frente a la sofisticación de la ingeniería (hardware). Aquellas primeras experiencias con máquinas computadoras eran muy complicadas, de modo que sostener que uno de aquellos aparatos podía llegar a “pensar” resultaba una auténtica osadía. Pero Turing defendió esta idea tanto en su artículo de 1950, “Computing machinery and intelligence”, en el que propuso su famoso Test de Turing, como en varias intervenciones en la radio.

Tiras de luces de colores. Sonido estrepitoso de golpes. Efectos. Entra Bronwyn, manchada, en sujetador y bragas, con un cesto de flores lleno hasta arriba de todo tipo de válvulas. Entra Porgy, discretamente disfrazado como miembro del comité de financiación del Senado.

[...]

PORGY: Me está siendo de gran ayuda. Le echaré una mano con la prueba de funcionamiento, si usted quiere.

BRONWYN: Es un poco complicada.

PORGY: ¿Está segura? Cuando inicialmente aprobamos la financiación para el proyecto, se pensó en usar una cinta perforada para programar los impulsos y almacenar secuencias fijas imitando el modo en que, hace doscientos años, funcionaban los telares industriales.

BRONWYN: Es un monstruo. Desquiciada e innecesariamente complicada. Madam emplea una aritmética en base treinta y dos.

PORGY: Contando los dedos de manos y pies la mayoría no llegamos a esa cifra. Pero, ¿qué hay de monstruoso en ello?

BRONWYN: Cuando pones a funcionar las cintas, puedes comprobar las lecturas directamente en los monitores, pero tienes que codificarlas en sentido contrario, poniendo de primero el último de los símbolos. Es una pesadilla, un sadismo, que nadie puede hacer completamente bien. He llegado a la conclusión de que este método tan difícil ha sido deliberadamente diseñado para que sólo él sepa manejarla. Los demás tenemos que fallar.

PORGY: Tal vez la diseñó así para que no tenga otros amantes. Pero sigo pensando que entre los dos nos las arreglaremos para dejarla lista para una cópula mental con el profesor. Al menos déjeme ayudarla, Bronwyn.

[...]

BRONWYN: La prueba estará acabada cuando los rodillos dejen de girar y los indicadores del monitor señalen que todo el código ha entrado. Si la lectura es coherente nos podremos ir a casa. Pero con toda la flexibilidad para el programador permitida por el Doctor Turing, puede haber códigos falsos que funcionen y que producirán secuencias de dígitos espurias.

PORGY: Podríamos pasarnos aquí semanas. Es como si con un telar de Jacquard pudiésemos hacer pantalones con tres perneras. ¿El profesor Turing intenta deliberadamente que el proceso sea inestable?

BRONWYN: Es el margen que necesita para que la computadora se haga una idea en su, abro comillas, mente, cierro comillas, de lo que está haciendo.

PORGY: Difícilmente esto parece el comienzo de un proceso de pensamiento... pero, por otra parte, ¿se parece el pensamiento a algo?

Cesa el ruido de la computadora.

BRONWYN: ¡Mierda! Algo va mal. No debería de pararse tan pronto. ¡Joder! (Sale. Entra Turing.)

PORGY: ¡Ah!, Doctor Turing, Sir Porgy Oso, del nuevo Comité del Senado para el proyecto. Estamos estudiando la renovación de los fondos. He estado hablando con una joven encantadora, una estudiante graduada discípula suya, ¿cómo se llama?

TURING: Ni idea.

PORGY: Ciertamente ha sido muy beneficiosa para el proyecto su intervención en la radio en defensa de la inteligencia artificial delante de un grupo de obispos. No pude escuchar la parte final del debate, pues mi mujer se puso de parto. Quisiera hacerle una pregunta, ¿el concepto de “máquina pensante” implica conciencia de sí misma? ¿Puede pensar una máquina que no sea consciente de estar pensando?

TURING: Si en una prueba usted no puede distinguir entre un humano y una computadora entonces, empíricamente, tendremos que otorgarle conciencia.

PORGY: ¿Usted cree? El empirismo no ha salido muy bien parado de su trato con los humanos, en cuanto a medida de las cosas. Empíricamente, Dios existe para algunos. Para otros, empíricamente también, no existen los dioses.

Entra Bronwyn.

BRONWYN: La prueba se detuvo justo cuando el Manchester United iba a lanzar un penalti.

PORGY: Bronwyn, aquí presente, es un tanto escéptica respecto a la posibilidad de que las máquinas piensen.

TURING: ¡Qué sabrá Bronwyn!

BRONWYN: Conozco mi propio escepticismo; no me lo negará.

PORGY: Escepticismo, un estado de duda que todavía no se puede reproducir en ninguna máquina.

TURING: La duda puede programarse. Sir Porgy, estoy seguro. Tiene un fundamento matemático.

BRONWYN: No necesariamente. Para mí, ser capaz de auto-programarse no es lo mismo que tener conciencia de uno mismo. La máquina o es consciente de sí misma o no lo es. La máquina o alberga inteligencia o es sólo un montón de electrones danzando sin sentido. No me importa que Madam sea capaz de realizar los cálculos hidrodinámicos del Canal de San Lorenzo, si es incapaz de saber qué está haciendo. Una estúpida trituradora de números, sin más. Desde mi punto de vista, Madam y sus descendientes nunca engendrarán pensamiento consciente Doctor Turing, por mucho que usted desee que estén vivas o que jueguen con usted.

PORGY: ¿Jugar a qué?

TURING: El ajedrez es una de las actividades intelectuales más exigentes que existen. Yo le he enseñado a jugar, así que, normalmente, abre con peón a fila 5 de alfil.

BRONWYN: Si Madam fuese consciente diría que el sacrificio del peón es una apertura deliberadamente floja para que el contrario se confíe. Pero, si Madam es simplemente un repositorio de estrategias mecánicas, da igual cuantas estrategias automatizadas le haya programado, no constituirán una prueba de consciencia. Y, ¿cómo demuestra usted que hay consciencia?

TURING: Con una prueba empírica.

PORGY: Muchas gracias, profesor. Informaré de que se están consiguiendo avances prometedores y que Manchester, una vez más, está a la vanguardia, y que cualquier contratiempo sin importancia se verá eclipsado por los potenciales adelantos en todos los campos aplicados de la tecnología, desde la medicina a la guerra. Afortunadamente, los órganos de financiación no se preocuparán de las controvertidas cuestiones acerca de si las invenciones del profesor Turing pueden llegar a discernir entre el bien y el mal o tener alma. ¡Sabrán, no obstante, que gracias a él estamos al borde de descubrimientos cuyos frutos nos proporcionarán un mejor conocimiento de toda la creación! Llegará el día en que su nombre lucirá en la selecta compañía de los pensadores verdaderamente grandes: Arquímedes, Newton, Einstein, Turing, Tales. Llegará ese día.

Snoo Wilson recurre a las secuelas de la terapia hormonal y al tópico acerca de la juventud como condición necesaria para la creatividad matemática, para representar la frustración de Turing con los resultados de su imponente última gran aventura matemática, cuyo primer fruto fue el artículo The chemical basis of morphogenesis.

GREENBAUM: ¿En qué está trabajando en la Universidad?

TURING: Intento delinear el fundamento matemático de la división celular. Debe de haber una fórmula que las células obedecen durante la morfogénesis.

GREENBAUM: O sea que tan sólo está usted indagando en los orígenes de la vida, Doctor Turing. Nada importante, entonces.

TURING: No tengo la sensación de estar progresando. Difícilmente un matemático va más allá en su investigación de lo que hizo cuando estaba en la veintena. Creo que es poco probable que yo haga ya un nuevo descubrimiento genial.

GREENBAUM: No se rinda ante la impaciencia ahora. Aguarde a que los estrógenos sean eliminados de su organismo. Entonces, las sinapsis neuronales responderán mecánicamente y usted podrá abordar su problema.

TURING: ¿Mi problema?, ¿y cuál es?

GREENBAUM: El mismo que el de los demás. “Nuestras ataduras mortales”.

Esta última frase de Greenbaum, “Nuestras ataduras mortales” (This mortal coil, en el texto original), es una de las expresiones extraídas de la obra de William Shakespeare, en este caso del famoso soliloquio de Hamlet, que Wilson, muy a menudo, pone en boca de los personajes de Lovesong of the Electric Bear.

Referencias

[1] Wilson, Snoo. Lovesong of the Electric Bear.

[2] Hodges, Andrew. Alan Turing: The Enigma, London. Vintage (1992).

[3] Leavitt, David. El hombre que sabía demasiado. Alan Turing y la invención de la computadora. Antoni Bosch, editor, S.A. (2006).

[4] Mirás Calvo, M. y Quinteiro Sandomingo, C. Alan M. Turing a escena. Primer acto: Breaking the Code. Centro virtual de divulgación de las matemáticas (divulgaMAT).

 

Notas:

[i] Turing must have done something alluring, to have been made a don, so early on.

[ii] Dip the apple in the brew, let the sleeping death seep through.

 
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