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Cultura y matemáticas

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Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Para el diccionario de la Real Academia Española, la palabra paradoja tiene tres acepciones que, en definitiva, vienen a sugerir tal vez lo mismo: 1: "idea extraña u opuesta a la común opinión y al sentir de los hombres"; 2: "aserción inverosímil o absurda, que se presenta con apariencia de verdadera"; y 3: "figura de pensamiento que consiste en emplear expresiones o frases que envuelven contradicción". Todas ellas suelen manifestarse en las paradojas que surgen de poder imaginar que sea posible el viaje a través del tiempo como hace la ciencia ficción. El viaje a través del tiempo En realidad, todos somos obligados viajeros del tiempo si aceptamos que nuestra manera de viajar en él está limitada a ir siempre hacia "adelante" a la "velocidad" de un segundo por segundo. Las máquinas del tiempo de la ciencia ficción han permitido a los viajeros del tiempo, desde el protagonista de la clásica novela de Herbert G. Wells LA MÁQUINA DEL TIEMPO (1895), el viaje temporal hacia adelante a otras "velocidades" y, también, el viaje al pasado que, en nuestra limitada realidad, sólo podemos hacer con la imaginación. En el caso de especular con el viaje al futuro, como hizo Wells hace ya más de un siglo y como ha hecho hace poco su continuador Stephen Baxter en LAS NAVES DEL TIEMPO (1995), se puede usar el viaje a través del tiempo hacia el futuro precisamente para extrapolar la sociedad actual y sus tendencias. Desde la nueva configuración de burgueses y proletarios que Wells convirtió en eloi y morlock en su clásica novela, a diversas opciones de todo tipo, incluso las muchas versiones admonitorias del peligro que nos aguarda si no corregimos efectos indeseados como el calentamiento del planeta por el efecto invernadero, el exceso de población y su envejecimiento, la amenaza de terribles guerras atómicas y/o biológicas, y un largo (demasiado largo) etcétera. Pero es precisamente el viaje al pasado, ese peligroso y complejo viaje al pasado, el que abre las puertas a un sin fin de paradojas. El tratamiento de los viajes a través del tiempo y sus paradojas ha acabado siendo uno de los aspectos especulativos más atractivos y espectaculares de la ciencia ficción. Permite también una inteligente diversión intelectual o, incluso, una posible admonición sobre las amenazas de nuestro futuro, sin olvidar la posibilidad de reflexionar sobre los puntos de inflexión de la historia humana. Y, déjenme decirles que, aunque muchos, como yo, veamos en todo esto de las narraciones sobre viajes en el tiempo un pasatiempo más o menos inteligente y divertido, lo cierto es que parece tener también aplicaciones incluso en la física moderna. Kip S. Thorne (The Feynman Professor of Theoretical Physics del Instituto Tecnológico de California) ha reconocido el interés que, para la ciencia, ha tenido y tiene la exploración de las paradojas temporales en la ciencia ficción. Recordaré aquí, en passant, que Thorne fue quien ayudó a Carl Sagan en alguno de los más rebuscados aspectos científicos de su famosa novela CONTACT (1985). Y lo cierto es que, como reconoce Thorne, la exploración de las paradojas temporales en la ciencia ficción ha sido casi completa. Las paradojas del viaje a través del tiempo Están las clásicas paradojas "abiertas", como la de la persona que viaja atrás en el tiempo para matar a uno de sus antepasados (el abuelo generalmente, aunque, si no somos machistas, podríamos pensar también en la muerte de la abuela si eso no fuera un caso más [hipotético] de violencia de género...), haciendo imposible su propio nacimiento y, por consiguiente, el asesinato que acaba de cometer. También están las paradojas "cerradas", en las que se crea un círculo sumamente vicioso en el que, por ejemplo, la información circula sin un creador evidente, y de las que es buen ejemplo "Misterio mayor", una vieja narración de José Mallorquí (sí, el autor de EL COYOTE), que quise incorporar a la selección recogida por Peter Haining en CRONOPAISAJES: HISTORIAS DE VIAJES EN EL TIEMPO (2003), relatos escritos por un buen puñado de los mejores autores de dentro y fuera de la ciencia ficción. Posiblemente Mallorquí se inspiró en alguna narración estadounidense de los años cuarenta o cincuenta del pasado siglo. Tal vez en "Fool's Errand" (1951), publicada por Lester del Rey en la revista Science Fiction Quaterly, y en la cual un historiador del año 2211 viaja al año 1528 dónde, por accidente, deja en las manos de un Nostradamus joven un libro con las famosas predicciones del presunto profeta quien, según ese relato, pasaría a ser un copista de... ¿quién? ¿de sí mismo? Ahí está la paradoja del círculo cerrado. Los lectores que compartan con Haining y conmigo el interés por este juego intelectual del viaje a través del tiempo y sus paradojas, encontrarán sumamente interesante y estimulante un libro como TIME MACHINES: TIME TRAVEL IN PHYSICS, METAPHYSICS AND SCIENCE FICTION (1999, segunda edición) de Paul J. Nahin. Puede decirse que en ese libro está prácticamente todo sobre el viaje temporal y sus consecuencias. Paradojas incluidas. (Aunque, eso sí, falta en ese maravilloso y completísimo libro la referencia a un relato imprescindible: "Filmando el pasado" de Dudley Dell. Nadie lo sabe todo...) Hablemos pues de la opción que representa "Filmando el pasado". Ucronías El juego con las paradojas temporales, pero también las ucronías, la reconstrucción intencionada de la historia y, en definitiva, el análisis del sentido del devenir y el enfrentamiento de las civilizaciones humanas es algo que a menudo ha tratado la buena ciencia-ficción. Se trata de un caso más del habitual condicional contrafáctico tan típico de la ciencia-ficción: ¿Qué sucedería si...?, y ahí se puede imaginar la hipótesis de una ciencia o un artefacto tecnológico por descubrir y, también, por ejemplo, introducir la hipótesis de un hecho no ocurrido en la historia y que, muy posiblemente, pudiera haberla cambiado. Hay títulos clásicos como PAVANA (1968) del británico Keith Roberts donde la hipótesis es que la Armada Invencible de Felipe II realmente lo fue, la reina Isabel murió y, gracias al rey español, el papado dominó en toda Europa retrasando el nacimiento de la ciencia moderna. Más estadounidenses son LO QUE EL TIEMPO SE LLEVÓ (Bring the Jubilee, 1953) de Ward Moore donde los confederados ganan la guerra de Secesión o EL HOMBRE EN EL CASTILLO (1962) de Philip K. Dick, donde las potencias del Eje ganan la segunda guerra mundial y los Estados Unidos de América quedan sometidos al "japanese way of life". Una mirada al pasado Otra opción posible es jugar no con la historia alternativa sino, mucho más modestamente, con la historia observada. Hay en la actualidad obras destacadas en este sentido como la relativamente reciente LA REDENCIÓN DE CRISTÓBAL COLÓN (1996) que forma parte de una presunta serie, la de los Observadores del Pasado (pastwatch) que todavía espera la aparición de su segunda novela... Pero antes de seguir con esa obra de Card, quiero citar el cuento al que antes hacía referencia y que, aunque Paul J. Nahin no conozca, desde hace ya varias décadas sigue indeleble en mi memoria. Se trata de "Filmando el Pasado" que, atribuido a un ignoto Dudley Dell (un seudónimo de un conocido editor de ciencia ficción de los años cincuenta: Horace Gold), apareció en el primer número de la revista argentina MÁS ALLÁ, nada menos que en junio de 1953. En ese breve y curioso relato, un biógrafo del futuro especializado en hombres de ciencia, decide averiguar porqué Newton se volvió un tanto extraño y paranoico al final de su vida. Para ello consigue que le dejen usar un nuevo artefacto, la Cámara Biotempo, una máquina que permite filmar en el pasado, y con ella se dedica a observar todo lo que hace Newton en los últimos años de su vida. Al final, horrorizado de lo que ha hecho, abandona la observación cuando llega a convencerse de que Newton, sometido al estricto seguimiento de la Cámara Biotempo, no puede dejar de desarrollar un cierto complejo de manía persecutoria. Quod erat demostrandum... Se trata, creo, de una de las más elegantes variaciones de las clásicas paradojas temporales, y viene a decirnos que, con el tiempo no se juega y, sin que haga falta la intervención directa, tan sólo la observación profunda del pasado podría alterar la historia... o ser su causante último. Hay otros ejemplos En la antes citada OBSERVADORES DEL PASADO: LA REDENCIÓN DE CRISTÓBAL COLÓN, también la trama parece sencilla: en un futuro no demasiado lejano, un pequeño grupo de científicos e historiadores dedican sus horas a estudiar el pasado con una nueva máquina de observación a través del tiempo, la TruSite II. Por desgracia su mundo es un lugar trágico: la especie humana ha quedado reducida a una población de menos de mil millones de personas tras un siglo de guerras y plagas, de sequía, de inundaciones y de hambrunas. Ha habido demasiadas extinciones, demasiada tierra ha quedado envenenada y baldía. La gente que sobrevive lucha sin éxito por renovar el planeta, mientras los especialistas observan el pasado en busca de las causas de su terrible presente. Un buen día, al observar la terrible matanza de las tribus caribeñas a manos de los españoles que se dirigen a La Hispaniola conducidos por Cristóbal Colón, la observadora Tagiri descubre que la mujer a quien está estudiando también la ve a ella y, a su vez, interpreta esa imagen como una visión enviada por sus dioses. Como la paranoia de Newton en "Filmando el pasado", la pregunta surge inmediata, pero esta vez, como suele ser habitual en un autor como Scott Card, con marcada orientación moral y ética. ¿Podría alterarse el pasado? ¿Sería correcto que un pequeño grupo de observadores actuara de forma que, con supuestos mensajes dictados por un Dios misterioso, hiciera desaparecer al completo una línea temporal, aunque sea la suya propia? ¿Se justificaría su acción si, gracias a ella, puede evitarse la muerte de todo el planeta? Por suerte o por desgracia, no existe la Cámara Biotempo ni la TruSite II, pero si la historia por venir, el fruto de nuestro presente. Tal vez bastaría construir ese mañana responsablemente para que nadie sintiera en el futuro la necesidad de enmendarnos la plana, de rehacerla de cabo a rabo (con o sin paradojas) para evitar posibles consecuencias nefastas de nuestras acciones de hoy. Ética para con el futuro es la verdadera respuesta. Para leer: Ensayo - TIME MACHINES: TIME TRAVEL IN PHYSICS, METAPHYSICS, AND SCIENCE FICTION. Paul J. Nahin. New York. Sprinter-Verlag. Second Edition, 1999. Ficción - CRONOPAISAJES: HISTORIAS DE VIAJES EN EL TIEMPO. Peter Haining y Miquel Barceló Eds. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 162). 2003. - LAS NAVES DEL TIEMPO (1995). Stephen Baxter. Barcelona. Ediciones B. NOVA-Éxito (núm 11). 1996. - OBSERVADORES DEL PASADO: LA REDENCIÓN DE CRISTÓBAL COLÓN (1996). Orson Scott Card. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 109). 1998.
Jueves, 01 de Septiembre de 2005 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Sigue resultando sorprendente el hecho que, desde tiempos inmemoriales, el ser humano se haya atrevido a teorizar sobre el orígen y la estructura del universo a partir de los escasos indicios que le ofrecían unas luces pobremente vislumbradas en el cielo nocturno. En realidad, a partir de los escasos hechos de que disponemos, es incluso maravilloso lo que hoy llegamos a saber del universo, de su estructura, de su origen e incluso de su posible devenir futuro. Aunque no hay que olvidar que la mayor parte de estos conocimientos tienen menos de cien años de historia y han sido precedidos de otros intentos de explicación obligatoriamente más imaginativos. En los, aproximadamente, cinco mil años de historia de la civilización que se suelen reconocer, el telescopio, una herramienta fundamental para el estudio del cielo nocturno, sólo parece haber sido orientado a este menester a partir de 1609 en las manos de Galileo. Un hecho que, en el marco de la escala temporal de las civilizaciones humanas, cae perfectamente dentro del tramo final del último decil de esa historia. La obligada pobreza de las observaciones antiguas, no parece haber sido ningún impedimento para el nacimiento de cosmologías y cosmogonías de tipo mítico con las que las diversas civilizaciones y culturas humanas, pese a no haber dispuesto, según parece, más que de la visión directa del ojo, se atrevieron a explicar, muy imaginativamente, el universo que nos rodea. La cosmogonía antigua (del griego kosmos, "universo" y gonos, "origen") describe, a menudo en forma de mitos, el origen del universo y los hechos fundacionales y primordiales a los que debemos la existencia de ese todo que abarcamos en la palabra universo. Por razones extra científicas, incluso antes del nacimiento de la ciencia o de su antecesora la filosofía (filósofo es quien ama el saber, según la etimología del griego), el ser humano, en todas las culturas, ha sentido la necesidad de explicar, con mayor o menor complejidad, el origen del universo. Ha generado así diversas cosmogonías habitualmente míticas a las que se asocia, indefectiblemente, una teogonía (origen de los dioses) y una antropogonía (origen del ser humano) que, en el fondo, son posiblemente la razón final de esa preocupación primaria por la cosmogonía. Paralelamente, algunas culturas antiguas abordaron también el desarrollo de una cosmología entendida como el estudio o comprensión de la estructura física del universo. De nuevo alejadas del proceder y del método científico, las descripciones antiguas adquieren a menudo un carácter mítico, muy distinto del que ha elaborado la moderna astrofísica. Aunque no hay que olvidar que, en algunos ámbitos (Babilonia, Grecia, etc.), se llegaron a obtener datos sorprendentemente poco erróneos sobre algunos aspectos parciales de la realidad del universo. En realidad no podía ser de otra forma con los escasos elementos que la simple visión del cielo nocturno puede ofrecer de las inmensidades del espacio que nos rodea y que sólo en este último siglo estamos empezando a comprender. Mitos cosmogónicos Nuestra adscripción cultural como pueblos occidentales nos ha familiarizado con algunos de los mitos cosmogónicos antiguos: la creación de la nada en los siete días que narra el Génesis, la obsoleta idea de una Tierra plana centro del universo, etc. Pero no son los únicos mitos cosmogónicos que ha elaborado el ser humano en su preocupación por entender el universo. A menudo la ingenuidad de los mitos cosmogónicos y cosmológicos de otras culturas sorprende nuestro raciocinio con la misma fuerza con que las peregrinas ideas imaginadas por nuestros antepasados han de haber sorprendido a personas educadas en otras culturas. En Babilonia, por ejemplo, se creía que el centro de la Tierra era una montaña hueca soportada en un océano, y que la bóveda celeste era sólida, descansaba en ese mismo océano y separaba las aguas (lo que también forma parte del mito del Génesis hebreo) en aguas inferiores y superiores explicando, en cierta forma, la posibilidad de la lluvia. Es fácil reconocer en este modelo algunos aspectos que han formado también parte de la cosmología mítica de nuestra cultura greco-romana en cierta forma relacionada con la vieja Babilonia. Pero, en otros países más lejanos, las explicaciones son distintas. Para el budismo, por dar un último ejemplo, como todo se debe a sus causas y no existe un substrato permanente de la existencia en sí, no se acepta la existencia de un divino creador. El universo es algo no-creado, sin principio ni fin, y en el cual el origen, la duración, la destrucción y la aniquilación se suceden en un cambio cíclico y recurrente. Existen diversos planos o esferas de la existencia: la inmaterial para los espíritus puros, la material donde moran los seres etéreos y el plano del deseo que se corresponde con el mundo natural que percibimos, formado por tierra, agua, calor y viento (a los que se añadió, en posteriores elaboraciones, el espacio y la inteligencia). Hay muchos ejemplos posibles de esa elaboración mítica sobre el origen y estructura del universo, y no corresponde aquí mayor detalle que constatar el hecho evidente de que, durante gran parte de la historia de las culturas humanas, las explicaciones cosmogónicas y cosmológicas pertenecen al ambiguo ámbito del mito, de las creaciones imaginadas en función de unas necesidades psicológico-sociales y no surgidas en razón de los mecanismos de la ciencia a los que hoy, tras unos pocos siglos de éxitos, estamos tan acostumbrados. La reciente comprensión Hay que ser, por lo tanto, conscientes de que la profundización actual del conocimiento sobre el universo es, como muchos de los rasgos que conforman nuestro presente, algo francamente reciente en la historia de la humanidad. Precisamente por ello, debe enfrentarse a menudo a la rémora de siglos y siglos de creencias míticas injustificables y, lo que es peor, indemostrables, a las que debería poder desbancar. Afortunadamente, los éxitos materiales que la ciencia y la técnica parecen haber obtenido en los últimos siglos, ofrecen un punto de apoyo evidente para una nueva confianza con la que aceptar los nuevos y sorprendentes hechos que la humanidad va descubriendo. La posibilidad de mayores conocimientos sobre la estructura del universo surge precisamente con el uso del telescopio en la astronomía cuando Galileo, como ya se ha dicho en 1609, orientó el nuevo instrumento hacia a los cielos. Con el tiempo, los resultados de la observación permitieron, por ejemplo, corroborar la arriesgada teoría heliocéntrica copernicana expuesta en 1543. Como era de esperar, resultó ser un caso paradigmático de las dificultades del nuevo conocimiento científico y experimental para superar las barreras de la tradicional explicación mítica del universo. Habrá que esperar algunos años más para que, de la mano de la mejora en las técnicas de la astronomía y, sobre todo, con el descubrimiento y uso astronómico del electromagnetismo (el primer radiotelescopio se construye en 1937), cambien radicalmente las posibilidades de conocimiento sobre el universo. Lo que hoy sabemos sobre el universo es muy reciente. Un descubrimiento fundamental como el que hiciera Hubble en 1929 sobre el alejamiento de las galaxias con velocidades proporcionales a la distancia que nos separa de ellas es algo que sólo hemos sabido en los últimos 75 años. Y el descubrimiento por Penzias y Wilson del fondo de radiación que corrobora la teoría del Big Bang hoy predominante, data de 1965, sólo unos cuarenta años. Recuerdo que, a mediados de los sesenta, cuando leía mis primeros libros sobre teorías cosmológicas, se daba en ellos la misma importancia a la teoría del Big Bang y a la del llamado "estado estacionario" que proponían, desde 1948, Hermann Bondi y Thomas Gold, y que fue posteriormente ampliada por Fred Hoyle, y según la cual el Universo siempre ha existido y siempre existirá (lo que, para tranquilidad de algunos descreídos, evitaba la necesidad de una "creación" y, tal vez, la intervención personal de un dios...) Ciencia ficción y cosmología En una literatura tan propensa a los temas "espaciales" como es la ciencia ficción, no podía faltar la especulación en torno al origen y estructura del universo. Incluso existen libros que podríamos etiquetar como "mixtos" que aúnan textos de divulgación científica y narraciones de ciencia ficción en torno a la temática cosmológica. Así ocurre con las antologías Creations (1983), The Universe (1987) y otras parecidas, completadas incluso con ilustraciones técnicas y artísticas y escritas al alimón por astrónomos y autores de ciencia ficción. Aunque hay que destacar que muchos de estos últimos (Asimov, Benford, Bova, Brin, Rucker o Anderson, por ejemplo) destacan también por su conocimiento y preocupación por los temas científicos. Y algunos incluso desde una dedicación profesional como científicos, siendo la ciencia ficción una peculiar afición o hobby añadido... Más arriesgadamente, y como ejemplo de posibles especulaciones en torno a los temas cosmológicos del momento, citaré una de las novelas presentadas al Premio UPC de ciencia ficción de 1994, y desgraciadamente, no premiada y, por eso, inédita. Se titula "The Alice encounter" y narra como una especie alienígena intenta descubrir qué ocurre con la "materia extraña" que no logran detectar y que, según sus cálculos, imaginan ha de constituir el 10% del universo. El lector enterado descubre así que se trata de seres que forman parte de la que nosotros llamamos "materia oscura" y que, según creemos saber, viene a representar el 90% del universo. La imaginación del autor (del que sólo sé la nacionalidad británica y el pseudónimo usado entonces: Caroll Lewis), imagina una nueva utilidad a las famosas cuerdas de las más recientes teorías cosmológicas que maneja hoy la ciencia. Para el desconocido autor, podría existir una especie de bucle misterioso, el "Alice loop", que permita el paso de "materia normal" a "materia oscura" y viceversa. Ni que decir tiene que la trama dramática de la novela reside en que este paso, supuestamente posible para cuerpos inanimados, resulta mortal para los seres vivos, generando así el problema central de una narración que tiene en las más modernas teorías cosmológicas científicas su última razón de ser. Este ejemplo, como tantos otros posibles, indica cómo algunos de los autores de la mejor ciencia ficción suelen estar al día de los conocimientos y de los problemas científicos de la época. Entre ellos, los que componen las teorías cosmológicas y cosmogónicas actuales. Para leer: Ensayo y Ficción - Creations, Isaac Asimov, George Zebrowski y Martin H. Greenberg, editores. London, Crown Publishers Inc., 1983. - The Universe, Byron Preiss editor, New York, Spectra Bantam Books, 1987.
Lunes, 01 de Agosto de 2005 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
En mayo de 1997, una máquina, un ordenador conocido como Deep Blue, ganó un torneo de ajedrez al mejor jugador humano de entonces, el gran maestro Gari Kasparov. Surgieron comentarios para todos los gustos aunque, muy posiblemente, no fue la máquina quien ganó, sino que fue Kasparov quien perdió (utilizaba, con los trebejos negros, la defensa Caro-Kahn y cometió un grave error en el séptimo movimiento, casi al principio de la partida decisiva, moviendo f6 en lugar de Ad6: los humanos están sometidos al estrés psicológico, las máquinas no...). Pero, en cualquier caso, todo el mundo se sintió altamente preocupado ya que el ajedrez pasa por ser un juego "inteligente" y una máquina había vencido en ese juego al mejor de los humanos. Hace ya mucho tiempo que las máquinas vencen a los seres humanos en muchos campos: calculan con mayor rapidez y fiabilidad, se mueven más deprisa, tienen más fuerza y potencia y muchas, muchísimas, cosas más. En realidad, por ejemplo, después de más de doscientos años de habernos acostumbrado al movimiento mecánico, nadie se extraña hoy de que un simple y viejo seiscientos pueda correr más deprisa que el más veloz de los atletas humanos. Y es que la inteligencia parece ser considerada como la única gran diferencia que nos queda respecto del mundo animal y las otras formas de vida, aunque eso tampoco sea cierto: sabemos ya que hay inteligencia en el comportamiento de los chimpancés, de los delfines y, seguro, en otras especies animales. En realidad, el de la inteligencia artificial es sólo el cuarto en una secuencia de serios ataques a la confianza del ser humano en sí mismo y a su optimista consideración de su propio papel en el cosmos. LA CUARTA DISCONTINUIDAD Parece que fue Sigmund Freud, en una serie de conferencias dictadas en la Universidad de Viena entre 1915 y 1917, el primero en hablar de la sucesiva superación de un tipo de presuntas discontinuidades en la percepción que el ser humano tiene del mundo que le rodea. Las llamó "heridas narcisistas del yo" por lo que han tenido (y tienen...) de ataque a las pretensiones de excepcionalidad y diferencia que el ser humano parece reclamar para sí. Mas tarde, como veremos, Bruce Mazlish extendió esas heridas narcisistas del yo para incluir precisamente la inteligencia artificial. Y la idea admite, también, nuevas extensiones que, en cualquier caso dejaremos para futuras reflexiones. Para Freud, la historia del saber había proporcionado hasta entonces (los años 1915-1917 antes citados) tres grandes golpes, verdaderos "hundimientos del ego", que, en definitiva, venían a anular determinadas y evidentemente presuntas discontinuidades y pasaban a mostrar la realidad de una forma mucho más continua y, a la vez, también mucho más compleja. La primera discontinuidad rota surge con la teoría heliocéntrica de Copérnico que, por primera vez en la historia, desplaza al ser humano de la posición central en el universo. Creyendo ocupar un lugar privilegiado en el cosmos (precisamente el centro del mismo), se descubrió entonces nuestra posición real que en nada se distingue con la del resto. Más tarde, aunque posiblemente Freud no lo supiera todavía, Einstein nos enseñaría que no hay ningún lugar de privilegio en el universo y que todo (incluso el tiempo) es relativo, pero el choque importante de sacar a la Tierra y a sus habitantes del centro de todo el universo conocido es algo sumamente perturbador que llega con Copérnico y se refuerza con Galileo. El ego de los humanos ha de aprender entonces, con dolor, que, en el conjunto del universo, no ocupamos en absoluto un lugar de privilegio. Para Freud, la segunda discontinuidad rota es la ficticia consideración del ser humano como una especie aislada del resto de la creación. Humanos y animales quedan unificados en una nueva continuidad, hasta entonces inesperada, cuando, a mediados del siglo XIX, Darwin elabora la teoría de la evolución y, en palabras de Freud, "despoja al hombre de su peculiar privilegio de haber sido creado de forma especial, y lo relega a una descendencia a partir del mundo animal". La segunda discontinuidad superada ataca el ego de los humanos al decirnos que tampoco somos, ni tan solo en el conjunto de las especies que habitan nuestro planeta, nada demasiado excepcional. No hay discontinuidad entre el resto de los animales y nosotros, la complejidad surge de la continuidad. Con una cierta falta de modestia, Freud sitúa su logro personal como eje de la superación de la tercera discontinuidad. La visión freudiana de una psique formada por ego, superego e id, intenta "demostrar al ego de cada uno de nosotros que ni tan solo es el amo en su casa, sino que se ha de contentar con los retazos de información sobre lo que en realidad está ocurriendo en el inconsciente de la mente". El psicoanálisis rompe una nueva discontinuidad al explicarnos que ni siquiera lo que pensamos y/o sentimos es precisamente aquello que nuestro ego querría pensar o sentir. Tal vez aquí conviene abrir una especie de paréntesis. Esta tercera ruptura de la discontinuidad no es como las dos anteriores. El heliocentrismo y la evolución son teorías que, al menos hoy, forman parte de la ciencia y, por eso, tienen un tipo de validez en cierta forma superior a la de una teoría como el psicoanálisis freudiano que no parece haber alcanzado el mismo nivel de consenso ni validez universal. Conviene recordar ahora que Karl Popper elaboró el falsacionismo como criterio de demarcación para distinguir lo que es ciencia de aquello que no lo es, precisamente con el objetivo de atacar, al mismo tiempo, al psicoanálisis y al marxismo a quienes quería excluir de la consideración científica. En cualquier caso, ciencia o no, lo cierto es que el psicoanálisis, con mayor o menor éxito, sugirió la presencia de fuerzas psicológicas profundas como motor del psiquismo humano lo que, al menos en aquel momento, resultó ser una "verdadera herida narcisista del ego" como deseaba Freud para sus tres rupturas de la discontinuidad. En el año 1967, Bruce Mazlish, profesor de historia en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (M.I.T.), proporcionó una curiosa y sugerente visión de la inteligencia artificial. Lo hizo siguiendo los pasos de Freud, en un artículo titulado "La cuarta discontinuidad" que se publicóen la revista Technology and Culture. Mazlish situaba ya entonces la inteligencia artificial como la fuente de la rotura de una cuarta discontinuidad, como otro de los fenómenos que "herían el ingenuo amor propio del ser humano" en su afortunada expresión. Más tarde, ese artículo, convenientemente dilatado, se convertiría en un famoso libro del mismo título. Aunque parece que Mazlish pensaba más directamente en la cibernética de Norbert Wiener aunque no lo dijera explícitamente, lo cierto es que la ruptura final de la presunta discontinuidad entre hombre y máquina es la tarea, precisamente, de la inteligencia artificial, un proyecto de investigación que pretende obtener programas informáticos con un comportamiento equivalente al que en un ser humano consideraríamos "inteligente". Para el gran público, el ejemplo más evidente de la ruptura de esta cuarta discontinuidad ocurrió cuando, en mayo de 1997, Deep Blue ganó a Gari Kasparov en un campeonato de ajedrez establecido a seis partidas. Les máquinas dominaban así actividades que parecían destinadas a los humanos y, como los viejos "luddites" de hace dos siglos, el gran público siente ahora el temor de que la máquina pueda ganar e, incluso, pueda llegar a sustituir al hombre. En realidad, como ya se ha apuntado antes, la máquina ya ha "vencido" al hombre muchas veces. La cuarta discontinuidad se había roto incluso antes de que eso ocurriera con la segunda. Si Deep Blue puede ganar a Gari Kasparov en una actividad intelectual y sorprender a todos, lo cierto es que, de manera parecida, ni el más veloz de los atletas es capaz de ganar una carrera contra un tren o un vehículo a motor. Pero hemos nacido en un mundo en donde el movimiento artificial ya era algo conocido y habitual, y por eso no nos sorprendemos por la desaparición de la presunta discontinuidad hombre/máquina rota con el movimiento artificial y mecánico. Pero conviene recordar que esa ruptura, cuando se dio como novedad, preocupó y mucho anuestros antepasados, hace más o menos unos doscientos años, cuando el movimiento "natural" y la tracción animal fueron superados por las posibilidades que ofrecían las máquinas. Lo que Mazlish detectó, hace ya casi cuarenta años, es que un reducto, el de la inteligencia, en el cual todavía parecía valer la discontinuidad hombre/máquina, quedaba superado con el proyecto de investigación de la inteligencia artificial. Sea como sea,con la victoria de Deep Blue sobre Kasparov, la cuarta discontinuidad ha quedado definitivamente rota. L'homme-machine de Le Mettrie ya no es una novedad para nadie. Y mucho menos para los robots, cyborgs y replicantes de la ciencia ficción de los que hablaremos el próximo mes. Para leer: Ensayo - The Fourth Discontinuty: The Co-evolution of Humans and Machines. Bruce Mazlish. New Haven. Yale University Press. 1993.
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Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
La ciencia ficción sorprende a veces por la riqueza conceptual de sus paradójicas ideas. Hoy les hablaré de Homínidos (2002) del canadiense Robert J. Sawyer. Es la primera parte de una trilogía (El paralaje neanderthal) y ha obtenido el Premio Hugo, el más prestigioso en la ciencia ficción mundial. La trilogía trata de la interacción cultural entre dos universos paralelos aunque, en el universo paralelo que entra en contacto con el nuestro, son los neanderthales y no los cromagnones quienes han desarrollado la civilización (muy distinta de la nuestra por cierto). Al margen de esa comparación de culturas, la idea cosmológica de la que arranca la serie me parece de lo más sugerente y, para mí, es una de las más brillantes que ha expuesto la moderna ciencia ficción. Cuando el autor se ve obligado a justificar el hecho del contacto entre dos universos e incluso su misma existencia, Sawyer desarrolla una aportación novedosa a la conocida idea de los universos paralelos ya presente en la ciencia ficción desde hace bastantes décadas. En Homínidos, Sawyer sugiere que se trata de un experimento de computación cuántica realizado en el universo de los neanderthales el que ha creado la "puerta" entre universos. La idea (más bien forzada, es cierto) es que la computación cuántica utiliza, digamos que "espontáneamente", diversos universos paralelos para realizar los cálculos pedidos, en un curioso multi-paralelismo computacional. En el exigente proceso computacional de factorizar un número muy alto, el ordenador cuántico neanderthal, "toma" potencia de cálculo de otros universos paralelos en los que existen los neandertales y, evidentemente, hay también en ellos un computador cuántico. No hay excesivo problema en esa idea, ya que la hipótesis de los "muchos mundos" o multiuniversos de Everett permite que, en cada opción cuántica posible, se haya creado un nuevo universo paralelo y, por lo tanto, ha de haber muchos universos de los que "tomar" prestada esa potencia de cálculo. Pero cuando se pide la factorización de un número excesivamente alto, ocurre que pueden "acabarse" los universos en los que hay neanderthales con sus computadores cuánticos. Por tanto, el proceso de resolución del problema llevaría al ordenador de los neanderthales a buscar otros universos y así se crea el enlace o "puerta" con nuestro universo de cromagnones... Donde, al no haber un ordenador cuántico equivalente, se interrumpe (aborta) el proceso de cálculo, con el efecto colateral del paso, involuntario y completamente inesperado, de un físico neanderthal a nuestro universo. Lo que da inicio a la novela y su peripecia. Sawyer no rehuye la inmediata pregunta: ¿cómo hay tan pocos universos?, o peor: ¿cómo puede ser que, además de los universos con neanderthales, sólo existan los universos de los cromagnones? En su respuesta, Sawyer intenta conciliar las dos interpretaciones tradicionales de la mecánica cuántica: la de los "muchos mundos" de Everett y la de la escuela de Copenhague, ésa del gedankenexperiment del gato de Schrodinger, la que dice que es el observador (¿su consciencia?) quien, de hecho, determina la realidad cuántica finalmente existente y observada. La idea ciencia-ficcionística de Sawyer es que sólo ha de haber dos tipos de universos: aquellos en los que son los cromagnones como nosotros los que han llegado primero a la autoconsciencia y otros universos en donde quienes primero llegaron a la autoconsciencia fueron los neanderthales. Un universo, parece decirnos, sólo existe si hay alguien consciente en él para "fijar" su realidad. Una novedosa forma de principio antrópico... Para justificar esta sorprendente comunión de las dos interpretaciones de la mecánica cuántica, Sawyer incluye diversas referencias a la consciencia humana (el papel determinante del observador en el experimento del gato de Schrodinger) como elemento determinante que "fija" la realidad de uno de los posibles multiuniversos de Everett. Sawyer utiliza como "ejemplo de autoridad" un libro como La nueva mente del emperador (1989) de Roger Penrose de quien se recuerda en la novela que "defiende que lamente humana es de naturaleza mecano-cuántica". El libro, una lectura interesante, representó en su momento un serio aldabonazo al proyecto de investigación de la inteligencia artificial clásica, y no deja de ser curioso que un autor de ciencia ficción como Sawyer haga clara referencia a él. En resumen, Homínidos supone una curiosa mezcla de hipótesis para justificar elegantemente la intrínseca disparidad entre la interpretación de Everett y la de la escuela de Copenhague y, en definitiva, dar paso posteriormente a una sugerente especulación antropológico-cultural. Pero no acaba aquí el interés de esta sugerente trilogía del canadiense Robert J. Sawyer: El paralaje Neanderthal. La idea central, ya se ha dicho, es analizar el paralelismo (o, mejor, las diferencias...) entre nuestra cultura y la de los neanderthales del universo paralelo que entra en contacto con el nuestro. Se trata de un nuevo tipo de ciencia ficción antropológica que hace del relativismo cultural (o, si se quiere, de la diversidad cultural) un valor especulativo importante. Uno de los ejemplos más curiosos en que ha pensado Sawyer es el que plantea la compleja vida sexual de los neanderthales. Para evitar problemas de violencia entre géneros en una especie con gran fuerza física y, también, para eliminar los problemas derivados del exceso de población, los neanderthales que se describen en El paralaje Neanderthal tienen un sorprendente sistema social. Asociado al mismo va una compleja organización socio-sexual con un comportamiento homosexual durante gran parte de cada mes (la relación entre el protagonista Boddit y su hombre-compañero es un claro ejemplo de ello), que se convierte con toda naturalidad en heterosexual en los pocos días del mes en que se permite el contacto entre los dos sexos (el periodo llamado "Dos que se convierten en Uno"). Y ello sin olvidar ese curioso sistema de procreación que produce justo una generación cada diez años, cuando este "Dos que se convierten en Uno" se elige precisamente para que coincida con el periodo fértil de las hembras. Una sorprendente solución para evitar el exceso de población, ¿no? Como no podía ser de otra manera, también hay grandes diferencias en la manera como neanderthales y cromagnones afrontamos los fenómenos religiosos. En ese aspecto, Sawyer arriesga de nuevo una hipótesis explicativa de lo más sugerente. Los neanderthales que imagina Sawyer no sienten en absoluto el fenómeno religioso. En Híbridos, la tercera y última entrega de la trilogía, unos científicos de nuestro "universo cromagnon" especulan con la idea de que la propensión a tener creencias y experiencias religiosas podría provenir de una mutación genética ausente en los neanderthales pero presente en los cromagnones. Incluso parece que tal hecho (de ficción, recordémoslo por si hiciera falta...) queda suficientemente probado por diversos experimentos. En la trama de Híbridos, el neanderthal Ponter Boddit y su amada Homo Sapiens, Mary Vaughan, desean tener una hija. Aunque la reproducción entre dos especies distintas sea teóricamente imposible (ésa es precisamente nuestra definición para el término "especie"...), la moderna tecnología neanderthal de reproducción asistida y manipulación genética se lo puede permitir. Eso plantea un serio problema moral: ¿qué será mejor para esa hija que ambos desean: tener o no tener creencias religiosas? ¿Ser cromagnon o neanderthal en ese sentido? Imaginen por un momento que esa elección es posible antes de engendrar a sus propios descendientes. ¿Qué sería objetivamente mejor? ¿Es bueno o no tener sentimientos religiosos? ¿No se ha producido y produce un excesivo número de muertes por causa de las religiones y el fanatismo que suele irles asociado? ¿No es mejor disponer del consuelo de la religión para afrontar las dificultades de este mundo y/o el misterio del más allá? Posiblemente haya muchas razones para justificar una elección u otra. No les voy a dar aquí la respuesta que elige Sawyer quien, evidentemente, se arriesga mucho al hacer (como posiblemente era su deber...) que sus personajes acaben prefiriendo una de las dos opciones posibles. Extrapolen ustedes lo que sugiere Híbridos respecto a esa opción y se encontrarán con la temática que tratan cotidianamente muchos de los comités de bioética que recientemente se han creado. No es poca cosa encontrarse reflexiones parecidas en una buena y agradable novela de ciencia ficción. Consciencia, regulación de la sexualidad y la procreación, sentimientos religiosos, y un largo etcétera se encuentran curiosamente asociados en esa interesante trilogía que destaca entre la mejor y más reciente producción de la ciencia ficción mundial. Reflexionar no es malo y la mejor ciencia ficción sirve también para eso. Para leer: Ensayo - La nueva mente del emperador. Roger Penrose. Barcelona. Biblioteca Mondadori (BM20). 1991. Ficción EL PARALAJE NEANDERTHAL - Homínidos. Robert J. Sawyer. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 177). 2004. - Humanos. Robert J. Sawyer. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 179). 2005. - Híbridos. Robert J. Sawyer. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 181). 2005.
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Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Uno de los temas clásicos de la ciencia ficción es el de la construcción de una "Cosmogonía del Futuro", en la acertada denominación de Donald A. Wollheim en The Universe Makers (1971). En esa inteligente reflexión sobre la extrapolación cienciaficcionística del futuro, Wollheim muestra como existe una visión épica en torno a la posibilidad de civilizaciones galácticas, compartida implícitamente por toda la ciencia ficción. Ha sido generada a partir de historias galácticas de gran fama y predicamento como la serie de la Fundación de Isaac Asimov (1951-52) de la que ya se ha hablado en esta "Matemática Ficción" y otras de diversos autores, hasta incluir las mitologías cósmicas de Olaf Stapledon e, incluso, las narraciones de la más rutinaria space opera. En apretado resumen, la exploración interestelar conduce a la colonización de nuevos mundos y al contacto con seres alienígenas. En la formulación clásica, el comercio y las necesidades de defensa llevan a la formación de imperios y civilizaciones galác­ticas en las cuales diversas crisis externas e internas pueden ocasionar el declinar y la caída de dichos imperios galácticos y la necesidad de su futura reconstrucción. En realidad, ésta es una creación claramente colectiva ya que ninguna novela por si sola o ningún autor por si solo ha podido crear completa y terminada dicha Cosmogonía del Futuro. Se trata, más bien, de una creación evolutiva de la ciencia ficción entendida aquí como tradición literaria en su conjunto. En los ocho estadios de esa Cosmogonía del Futuro que propone Wollheim, las etapas 3 a 5 describen precisamente "el auge y la caída de los imperios galácticos", aunque hay que entender que, en este contexto, el término "imperio" se usa de una forma general, casi metafórica, más que en su sentido político concreto. Se trata, en el fondo, del tema genérico de las civilizaciones galácticas. Los problemas a escala galáctica La voluntad de tratar con civilizaciones a escala galáctica comporta, como ya se ha dicho, no pocas dificultades y problemas técnicos y científicos. Algunos de esos problemas ya han sido comentados en esta serie, en particular en las entregas 6 y 7: "La escala galáctica" (mayo 2004) o "El viaje por distancias estelares" (junio 2004) referidas al serio problema del transporte y de las comunicaciones a escalas galácticas. Solventados (es un decir...) esos problemas "técnicos", queda, por último, el tema de las civilizaciones que puedan formarse a escala galáctica. Tras la experiencia de las diversas culturas terrestres y sus mutuos contactos, cabe pensar en la existencia de posibles vecinos galácticos, de otras especies inteligentes con las que compartir la galaxia o, en otra escala, el universo. Éste es un tema de gran riqueza por las diversas posibilidades de especulación biológica y cultural que pueden abordarse. Pero una larga mayoría de autores, incluso el influyente Isaac Asimov, pre­fieren pensar en una galaxia habitada sólo por descendientes de la humanidad terrestre, esquivando de esa forma el problema. La existencia o no de otras especies inteligentes en el universo ha requerido ya la atención de científicos en programas de investigación como el Proyecto OZMA (ver, por ejemplo, [Heimer 1963]), el CYCLOPS, o el más reciente Proyecto SETI (Search for Ex­traTerrestial Intelligence (ver, por ejemplo [BovaPreiss 1991]). El mismo Isaac Asimov ha estudiado el tema en Civilizaciones extraterrestres, para acabar diciendo: "la conclusión definitiva a la que puedo llegar [...] es que las civilizaciones extraterrestres sí existen, probablemente en gran número, pero que no hemos sido visitados por ellas, posiblemente porque las distancias interestelares son demasiado grandes para poder ser traspuestas". Lo que parece explicar, a juicio de Asimov, la conocida "paradoja de Fermi" por la cual no hemos sido todavía visitados por otras civilizaciones extraterrestres que, pese a todo, suponemos pueden existir en el universo. Es significativo que, en la civilización galáctica que describe Asimov en sus novelas de la serie de la Fundación, no haya otros habitantes que los seres humanos y sus robots. En el libro citado, Isaac Asimov, analiza a fondo cada uno de los componentes de la ecuación que inventó Frank Drake cuando estaba en el Observatorio de Radioastronomía de Arecibo y que Carl Sagan hiciera mundialmente famosa a través de su programa te­levisivo de divulgación científica Cosmos. En dicha fórmula se intenta calcular el posible número de civilizaciones tecnológicas en nuestra galaxia a partir de la tasa media de formación de estrellas de tipo parecido al Sol (R), de la fracción de ellas que pueden presentar planetas en órbitas estables (P), del número de planetas de cada sistema ecológicamente adecuado para la aparición de la vida (ne), y otros factores que recogen la fracción de aquellos planetas en los que realmente se desarrolla la vida (f1), aquellos en los que surge la inteligencia (fi), y aquellos en los que se alcanza realmente una civilización tecnológica (fc), y todo ello afectado por un término corrector que tenga en cuenta la vida media de dichas especies (L): N = R P nef1fifcL La conclusión sumamente optimista de Sagan es que el número de civilizacionestecnológicas de nuestra galaxia se cuenta por mi­llones. Un prudente Asimov evalúa en 530.000 el número de tales civilizaciones actualmente existentes en nuestra galaxia. Pero también el mismo Asimov deduce que, dado el tamaño de la galaxia,la distancia media entre dos civilizaciones tecnológicas debería ser del orden de 630 años luz. Por ello, si se tiene en cuenta el límite real de la velocidad de la luz para cualquier transmisión o viaje interestelar, unido a los pocos años en que se está persiguiendo la búsqueda de inteligencia extraterrestre (programas SETI, CY­CLOPS, OZMA etc.), quizá la paradoja de Fermi no resulte tan paradójica. Otra posible explicación es la que, con mayor pesimismo, avanza otro famoso autor de ciencia ficción. Frederic Pohl en su relato Fermi and Frost (1985) explica la paradoja de Fermi con la negra hipótesis de que tal vez ninguna civilización tecnológica llegue a sobrevivir suficientes años como tal. El hecho de que llevemos ya sesenta años con la amenaza de la posible destrucción planetaria a manos del ingente arsenal nuclear disponible hace pensar que Pohl es pesimista o, tal vez, parafraseando el conocido tango, que sesenta años no es nada... Quizá uno de los análisis más completos del fenómeno de la paradoja de Fermi lo ha realizado otro escritor de ciencia ficción: David Brin. Se trata de un joven autor de gran éxito, formado como astrónomo y físico, quien en mayo de 1983 publicó en la revista Analog un primer artículo con el título: "Xenología: la nueva ciencia que pregunta ¿Quién está ahí?". Posteriormente Brin ha detallado el contenido de dicho artículo en su colaboración en el libro Primer contacto [BovaPreiss 1991] ya citado. En cualquier caso, es fácil ver que, aún cuando la ciencia no puede definirse todavía sobre la existencia o no de civilizaciones tecnológicas extraterrestres, los autores y lectores de ciencia ficción siguen pensando, en la mayor parte de los casos, que el universo es demasiado grande para albergar tan sólo la vida terrestre. Un tanto eclécticamente, la ciencia ficción maneja civilizaciones galácticas pobladas sólo por humanos y sus máquinas como hace Asi­mov y, también, galaxias habitadas por todo tipo de especies extraterrestres que, bien o mal, conviven con los humanos, añadiendo, en este último caso, un eficiente factor de dramatización a las narraciones. Presentado ya el tema, volveremos a él con diversos ejemplos de culturas concretas y de complejas civilizaciones galácticas imaginadas por la ciencia ficción. Se completará así la visión parcial que se dió en las entregas 3 y 4 de esta serie sobre la mítica Fundación asimoviana: "Hari Seldon: matemático de pro" y "Psicohistoria: la matemática predictiva". Para leer: Ensayo - Civilizaciones ex­traterrestres. Isaac Asimov. Barcelona. Editorial Bruguera, Colección Naranja, número 1501/54. 1981. - Primer Contacto: La búsqueda de inteligencia ex­tra­terretre. Ben Bova y Byron Preiss Eds.. Barcelona. Plaza y Janés (Muy Interesante, Sa­ber Más). 1991. - Superhombre y supermundos. Marc Heimer, Barcelona. Vergara. 1963. - The Universe Makers.Donald A. Wollheim. New York. Harper & Row. 1971.
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Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Tal como les contaba el mes pasado, más de uno se ha sorprendido, y mucho, al constatar los derroteros en que se ha aventurado Neal Stephenson para continuar la hoy ya famosa Criptonomicón. La respuesta de Stephenson ha sido sorprendente: no una continuación hacia el futuro, sino una inesperada continuación que transcurre en el pasado, pero que mantiene un evidente nexo de unión con la historia y los personajes de Criptonomicón. En Criptonomicón, un misterioso personaje, Enoch Root, moría aparentemente durante la Segunda Guerra Mundial, para reaparecer más tarde enviando mensajes de e-mail a los protagonistas de lo que ocurría después. Por eso no ha de extrañar que, en Azogue (el primer volumen de la nueva trilogía EL CICLO BARROCO), le veamos de nuevo, esta vez tres siglos antes de lo narrado en Criptonomicón. Con el curioso y sorprendente enlace que proporciona este misterioso Enoch Root, Neal Stephenson nos lleva en Azogue a la segunda mitad del siglo XVII, justo cuando John Wilkins acaba de crear la Royal Society británica que se esfuerza por racionalizar y profundizar el nuevo empirismo, enfrentarse a la alquimia y, en definitiva, inventar la nueva ciencia moderna, la versión actual de la antigua "filosofía natural". Si Lawrence Pritchard Waterhouse, protagonista de Criptonomicón, estuvo con el genio británico Alan Turing y conoció a su opositor germano Rudy von Hacklheber, su antepasado Daniel Waterhouse no ha de ser menos. Como su descendiente Lawrence, el Waterhouse de Azogue, Daniel, es a la vez amigo del británico Newton y, también, del germano Leibniz. Sus aventuras en esa segunda mitad del siglo XVII, acompañan el nacimiento de la ciencia moderna con la intervención estelar de figuras históricas de indiscutible importancia como Newton, Leibniz, Hooke, Boyle, Huygens, Pepys, Penn, Wilkins y tantos otros. Y Azogue es tan solo el primer libro del primer volumen de los tres que foman esa macro-locura llamada EL CICLO BARROCO. En esta curiosa continuación del Criptonomicón, Stephenson ha optado por escribir tres macro-volúmenes de más de mil páginas cada uno. El conjunto compone el llamado EL CICLO BARROCO. Los títulos de esos tres macro-volúmenes son: Azogue (2003), La confusión (2004) y El sistema del mundo (2004), este último con claras resonancias newtonianas. Hasta hoy, sólo los dos primeros volúmenes se han traducido al castellano formando, eso sí, un conjunto de cinco libros no precisamente cortos. Tras el indiscutible tour de force que representó Criptonomicón, Stephenson se decidió a novelar cómo pudo ser el nacimiento del mundo moderno, la creación de la ciencia y el paso de la alquimia al empirismo y al racionalismo. Y lo hace con la misma facilidad y amenidad que sorprendieron a todos en Criptonomicón, con una mezcla abigarrada de historia, aventura, ciencia, hechos verdaderos e invenciones, y enfrentando la locura al racionalismo, la alquimia al empirismo y sin olvidar, por si alguien pudiera echarlos de menos, hacer intervenir a los mismísimos piratas. La pregunta surge de inmediato: ¿Es EL CICLO BARROCO realmente ciencia ficción?¿Se trata, simplemente, de una macro-novela histórica?¿En qué estantería hay que meter estos libros? Recuerdo (y lo he contado ya en alguna de las presentaciones de esos libros) que, cuando niño, la diligencia de mi madre hizo que me tocara el duro trancede tener que aparecer en una radio. Tuve que recitar (es un decir...), en el entonces famoso programa del "señor Dalmau y el señor Viñas", un poemilla sobre unas liebres que se entretienen en averiguar si los perros que se lanzan sobre ellas son galgos o podencos. Entretenidas en esa discusión, no huyen cual correspondía hacer y, al final, son alcanzadas y muertas por los perros (de los que nunca recordaré si se trataba de galgos, podencos o una mezcla de ambos... lo que, evidentemente, no tenía la menor importancia). Tal vez por esa temprana experiencia, he perdido el excesivo interés de algunos por clasificar. Sé que EL CICLO BARROCO me interesa, aprendo y me divierto (y mucho) leyéndolo y, en definitiva, eso es lo que en realidad meimporta. El hecho de que sea un tanto inclasificable, creo que le añade un plus de interés.Nada más. Lo que empezó como una novela de ciencia ficción del futuro cercano, con muchos elementos de la cultura hacker y evidentes referencias a las infotecnologías, ha acabado convirtiéndose, en EL CICLO BARROCO, en una novela histórica sobre elcomplejo periodo de finales del siglo XVII. Trata realmente del nacimiento de la ciencia moderna y el abandono de la alquimia, pero también de la sofisticada sociedad de la época, los enfrentamientos políticos y, en definitiva, inevitablemente, de las aventuras de los antepasados de los protagonistas delCriptonomicón. A destacar, por ejemplo, las sofisticadas aventuras financieras e intrigas políticas de Eliza (la joven de la isla Qwghlm) que no parece ni siquiera ajena a la invención de la bolsa; o las desventuras de Jack Shaftoe con los piratas y un botín tal vez formado por el mítico "oro de Salomón" (¿tal vez un isótopo más pesado del oro?) que tanto interesaba al Newton alquimista. Es evidente que el enlace entre las dos obras, Criptonomicón y EL CICLO BARROCO, existe por esos personajes y por el siempre misterioso Enoch Root. Pero también, y así lo constatará el posible lector, en el interés por la criptografía. Ya en azogue se ve como John Wilkins (presentado como criptógrafo y, también, como autor de ciencia ficción...) ha escrito un compendio llamado precisamente Criptonomicón, y también descubriremos allí como Eliza envía cartas cifradas. Por si ello fuera poco, aparecen también esos Rossignol, Antoine y Bonaventure, criptólogos al servicio del Rey de Francia y tanpersonajes históricos como el mismo Wilkins. O sea, que, también EL CICLO BARROCO, está relacionado (y mucho) con la criptografía que, en definitiva, era el eje central del Criptonomicón. El camino recorrido va, curiosamente de la futura criptografía y los hackers al inicio de la criptografía en el nacimiento de la era moderna. Por si ello fuera poco, en el primer libro de la magna trilogía el lector podrá ya constatar cómo se usa el sistema binario (habiendo sido precisamente Leibniz quien lo incorporó al saber occidental,) para establecer una clave de cifrado (basada nada más y nada menos que en el libro adivinatorio oriental I Ching) que acaba, incluso, vehiculada en una de esas mal llamadas "labores de mujer"... Realmente la imaginación de Stephenson es fecunda, a la par que sumamente racional y, como suele decirse, bien fundada. azogue, la primera macronovela de la trilogía fue galardonada con el Premio Arthur C. Clarke 2004, el que se otorga a la mejor novela de ciencia ficción publicada en Gran Bretaña. Me gustó una de las frases del administrador del Premio, Paul Kincaid, cuando dijo que "azogue trata del momento en que el ayer se convirtió en hoy", y ése es el gran mérito de EL CICLO BARROCO, una novela histórica que describe una realidad alternativa, pero desde la óptica del hoy, investigando precisamente cómo ese hoy ha podido proceder del ayer. En este sentido me gustaría citar una reflexión que hizo Stephen Metcalf, en su comentario de La confusión (el segundo volumen de la serie) en la reseña aparecida en The New York Times: "[Stephenson] es, por naturaleza, un escritor de ciencia ficción, y cuando los escritores de ciencia ficción miran al pasado histórico, muy a menudo lo hacen como los que hacen ingeniería inversa. Es decir, se centran en esos aspectos del presente que más han despertado su curiosidad --en el caso de Stephenson, los ordenadores y las modernas finanzas-- y los tratan como algo inevitable desde el punto de vista histórico." Estoy convencido de que es precisamente esta investigación de fondo sobre el origen de los ordenadores (y el resto de lo más definitorio de nuestro presente) lo que ha llevado a Stephenson al maravilloso periodo histórico en que nació la ciencia moderna que tanto ha revolucionado nuestra forma de vivir en tan sólo tres siglos. En los pioneros de la Royal Society y en gigantes intelectuales como Newton y Leibniz (y muchos otros de los que aparecen en las páginas de EL CICLO BARROCO), se encuentra el germen definitivo de nuestro mundo moderno, de otra manera distinta de ver el mundo y de intervenir en él, para bien o para mal. Si, como dijera Isaac Asimov, la ciencia ficción es la narrativa "que trata de la respuesta humana a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología", lo cierto es que el mayor y más fecundo de esos cambios se dió cuando nuestra percepción del mundo cambió, cuando dejamos de sentirnos satisfechos con las habituales "verdades absolutas reveladas" tan típicas de la explicación mítica y religiosa del mundo, y buscamos esas "certezas provisionales" que caracterizan la ciencia moderna nacida precisamente en ese final del siglo XVII que investiga, con tanto acierto como amenidad e interés, EL CICLO BARROCO. Para leer: Ficción VOLUMEN UNO DEL CICLO BARROCO: AZOGUE - AZOGUE: libro I: azogue. Neal Stephenson. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 164). 2004. - AZOGUE: libro II: el rey de los vagabundos. Neal Stephenson. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 171). 2004. - AZOGUE: libro III: odalisca. Neal Stephenson. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 173). 2004. VOLUMEN DOS DEL CICLO BARROCO: LA CONFUSIÓN - LA CONFUSIÓN: Primera Parte. Neal Stephenson. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 178). 2005. - LA CONFUSIÓN: Segunda Parte. Neal Stephenson. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 182). 2005. VOLUMEN TRES DEL CICLO BARROCO: EL SISTEMA DEL MUNDO - EL SISTEMA DEL MUNDO - publicación prevista en España en 2006.
Martes, 01 de Marzo de 2005 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Respecto de la cosmología, en la mayoría de los casos, la que ha excitado con mayor frecuencia la imaginación de los autores de ciencia ficción ha sido la teoría del universo en expansión y el correspondiente Big Bang que da inicio a todo. Más adelante les hablaré con detalle del Big Bang en la curiosa y novedosa hipótesis de la llamada "selección natural de universos", una especie de transcripción de ideas evolutivas a la cosmología que, como era de esperar, ya ha llegado también a la ciencia ficción. Pero, por el momento, conviene empezar con el emotivo juego que da el posible contrapunto final del Big Bang: el todavía dudoso Big Crunch. El Big Crunch La idea de un posible Big Crunch, consiste en pensar que el universo vuelve a condensarse en un punto, tras un largo periodo de expansión seguido de otro no menos largo de contracción. Ésa es una de las opciones posibles para nuestro universo y, en definitiva, todo depende de la cantidad de masa que haya en él (materia oscura incluida...). Todavía no sabemos con certeza absoluta cuál es la realidad, pero lo cierto es que, jugando a especular con hipótesis de todo tipo, la ciencia ficción ha sabido convertir esa posibilidad del Big Crunch en una de las mejores respuestas a las tenaces ansias de inmortalidad y, digamos, de trascendencia, de la humanidad... Algunos autores han utilizado diversas veces la posibilidad de asistir al final del universo en este posible Big Crunch. Como suele ocurrir en la ciencia ficción, nada se suele decir de cómo los protagonistas dejan de formar parte del universo en ese fatídico proceso y de cómo adquieren su posición externa de observadores privilegiados (¿externa a qué? si no hay nada...). Pero la idea es potente y, tal vez para algunos, altamente reconfortante... A veces es una máquina del tiempo la que permite observar el devenir futuro con la contracción del universo y su posterior y repetido estallido digamos "fundacional". Así ocurre en Viaje a la eternidad, un relato de Poul Anderson que se recogió, sin título original ni fecha en la Antología de cuentos de ficción científica (1964) compilada por Javier Lasso de la Vega para Editorial Labor. En ese relato, los protagonistas, atrapados en una máquina del tiempo que no puede retroceder al pasado, siguen inevitablemente avanzando hacia el futuro para, pasado el Big Crunch y tras un nuevo Big Bang, retornar de nuevo al momento de su partida en una utilización muy ciencia-ficcionística del mito del eterno retorno. En la famosa novela Tau Zero (1970), por fin publicada en España tras más de dos décadas de espera, una nave terrestre experimenta el vuelo estelar a velocidades muy cercanas a las de la luz. Sufre una avería que le obliga a mantenerse acelerando constantemente a un g después de alcanzar la velocidad inicialmente prevista. Los efectos relativistas aumentan la disparidad entre las escalas temporales de la nave y del universo "exterior" a ella, hasta que el universo se contrae en forma de monobloque en el Big Crunch. Tras el nuevo Big Bang, la nave va decreciendo paulatinamente su velocidad y los tripulantes planean colonizar un nuevo planeta en el universo que ha sucedido al suyo original. Una aplicación de la relatividad que, seguro, intranquilizaría a Einstein en su tumba... Mucho más emotiva (y también absurda...) es "Stars, Won't You Hide Me?", una narración breve de Ben Bova recogida en su libro  de consejos sobre cómo escribir ciencia ficción Notes to a Science Fiction Writer (1981). Presentada allí como un ejemplo de incongruencia respecto de las leyes de la física de las que el autor es claramente conocedor, la historia, errónea en lo que hace referencia a la física, alcanza un indudable nivel épico. Tras una guerra estelar entre los seres humanos y una especie alienígena, la humanidad es barrida del universo con excepción de una única nave monoplaza, cuyos sistemas de soporte vital mantienen eternamente en vida al protagonista. La nave con su tripulante se esconde primero entre las estrellas y logra sobrevivir incluso hasta el Big Crunch y el sucesivo Big Bang que, inexplicablemente, el pro­tagonista llega a pre­senciar como observador externo para afirmar, con un curioso orgullo, la supervivencia de la especie humana respecto de sus exterminadores alienígenas. Quien no se consuela es porqué no quiere... Selección natural de universos Pero además del uso del mito del eterno retorno en el que la ciencia ficción se ha amparado en algunas opciones realmente posibles, la moderna física sorprende por la audacia y el alcance de alguna de sus especulaciones más recientes y, como no podía ser de otra manera, la ciencia ficción suele acudir a esas ideas especulativas para construir historias también sorprendentes. Hace unos años apareció en España una de la últimas novelas de Gregory Benford, full profesor de física de altas energías en la Universidad de California en Irvine y famoso autor de ciencia ficción. Benford es un maestro en el difícil arte de novelar fenómenos científicos y, también, un especialista en describir en sus novelas la compleja vida profesional de quienes hacen la ciencia. Cronopaisaje (1980) era, hasta hoy, el ejemplo paradigmático de ello. En Cosmo (1998), Benford vuelve a describirnos magistralmente el funcionamiento del mundo de la ciencia, en concreto de la física que él mismo conoce profesionalmente. En la novela es una investigadora de color, Alicia Butterworth, profesora en la misma universidad donde trabaja Benford en el mundo real, quien ha propuesto un nuevo experimento que ha de ser realizado en el gran colisionador relativista de iones pesados del laboratorio de Brookhaven. El experimento falla, dejando tras de sí una misteriosa y opaca esfera negra del tamaño de una pelota de baloncesto. Muy pronto, la investigadora y su equipo descubren que ese objeto ha abierto una puerta para contemplar un universo del todo distinto, un nuevo "cosmo" recién nacido precisamente en aquel experimento presuntamente fallido. Para el lector interesado en la cosmología, Benford ofrece al final de la novela un breve Postfacio donde hace referencia a las ideas de la física que permiten imaginar que puedan "construirse" nuevos universos, con todo lo que ello pueda representar. Todo surge de la idea del universo inflacionario establecida a principios de los años 80 por Alan Guth y sus colaboradores para intentar explicar algunas posibles incongruencias del modelo del Big Bang. El mismo Guth ha trabajado, más recientemente, en complejos cálculos sobre la física de la "creación de universos en el laboratorio", algo que ocurre en la novela de Benford y que, como puede verse, no es sólo una loca hipótesis de ciencia ficción. La referencia más accesible se encuentra en "Is it possible to Create a Universe in the Laboratory by Quantum Tunneling?" (¿Es posible crear un universo en el laboratorio por el efecto túnel de la mecánica cuántica?) de Edward Farhi, Alan Guth y Gemal Guven en la revista Nuclear Physics (B 339, pág. 417 - año 1990). Para el lector interesado, haré referencia también a un interesante artículo que, según comenta Benford, el mismísimo Arthur C. Clarke le indicó. Se trata de "The Natural Selection of Universes Containing Intelligent Life" (La selección natural de universos que contienen vida inteligente) de Edward R. Harrison, hoy profesor emérito del departamento de física y astronomía de la Universidad de Massachussets. El artículo se publicó en 1995 en el Quarterly Journal of the Royal Astronomical Society (volumen 36, páginas 193-203). Harrison, seguidor un tanto original de la idea del principio antrópico, hace una propuesta curiosa que, aparecida en una prestigiosa revista astronómica, sugiere no pocas reflexiones. Voy a citar el resumen de un artículo por demás curioso e interesante donde "se propone que nuestro universo fue creado por vida de inteligencia superior que existe en otro universo físico en el cual las constantes de la física fueron sutilmente ajustadas y son similares a las de nuestro universo. Los seres humanos, en su nivel actual de inteligencia ya ven como, en principio, pueden hacerse universos. Otros seres más inteligentes, tal vez nuestros descendientes en un futuro lejano, podrían poseer no solo el saber para diseñar, sino también la tecnología para construir universos. Esto forma la base de una teoría de la selección natural de universos: la vida inteligente en los universos-padres crea universos-hijos y en los universos-hijos que son aptos para la vida, ésta evoluciona hasta un alto nivel de inteligencia y crea nuevos universos. Los universos no adaptados para la vida no desarrollan vida inteligente y no se reproducen. Es muy verosímil que los universos-hijos tengan propiedades parecidas a las de sus universos-padres (al margen de pequeñas variaciones en las constantes de la física), y los universos que mejor acogen la vida inteligente resultan seleccionados naturalmente por su habilidad para reproducirse. Este proceso de selección natural explica porqué nuestras constantes físicas tienen los valores muy exactamente ajustados que hemos observado, y puede incluso ayudarnos a comprender porqué nuestro universo resulta comprensible para la mente humana". Ahí es nada. No sé si les ocurre a ustedes. Pero a mí este tipo de especulaciones llega a darme vértigo... Si les parece ciencia ficción, recuerden donde está publicado: una revista de la Royal Astronomical Society. Un autor como Benford no podía dejar de convertir la idea en una buena novela de ciencia ficción. Para leer: Ficción   - Tau Zero. Poul Anderson. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 95). 1997. - Cosmo. Gregory Benford. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 128). 1999.
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Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Los seres humanos siempre han querido proteger de miradas ajenas el contenido de algunos de los mensajes que se transmiten entre sí. Pero muy pronto resultó evidente el peligro y la insuficiencia que representaba dejar la responsabilidad de mantener tal secreto en manos del mensajero, por fiable que éste pudiera parecer o resultar. El secreto de los mensajes debía residir en el mensaje mismo, y de ahí los diversos sistemas decifrado que, a lo largo de los siglos, han intentado lograr que el contenido real del mensaje transmitido sólo fuera conocido por su verdadero destinatario. Famoso es el elemental sistema de cifrado que utilizara Julio César hace ya más de 2000 años en algunas de sus comunicaciones a Cicerón y a determinados cónsules. El sistema consistía, simplemente, en substituir cada letra por la tercera que le sigue (de forma cíclica) en el alfabeto. Así JUEZ se cifraría hoy como MXHC. Se trata de un sistema sencillo y claramente vulnerable que, desgraciadamente, hace sumamente fácil la labor del descifrado. Sobre todo hoy, cuando ya tenemos mucha más experiencia en el tema. Es de imaginar que a Julio César pudo servirle... Fueron precisamente las dos guerras mundiales del siglo XX las que proporcionaron un impulso decisivo a la criptografía y, en especial, a las técnicas criptoanalíticas de descifrado de mensajes. En 1919, el mecánico berlinés Arthur Scherbius construyó la primera versión de ENIGMA, una máquina para crear mensajes encriptados que acabó siendo usada por la marina alemana durante la Segunda Guerra Mundial para, por ejemplo, dar órdenes a los submarinos del Atlántico respecto de los convoyes a atacar. Posiblemente el primer gran reto al que se enfrentó la criptografía moderna. El ENIGMA parecía una máquina de escribir convencional, pero un conjunto interno de rotores convertía la letra tecleada en la que le correspondía según una determinada codificación. El receptor del mensaje cifrado, si disponía de la misma clave (relacionada con la disposición inicial de esos rotores), obtenía el texto original con su propio ejemplar de la máquina ENIGMA convenientemente configurada. El matemático británico Alan Mathison Turing fue uno de los primeros grandes especialistas en las labores de descifrado para las cuales, desde 1939, se creó en Bletchley Park un centro específico que llegó a ocupar a casi 6000 personas en el duro trabajo de descifrar los radiogramas alemanes cifrados con el ENIGMA. Pero ése es sólo el inicio de la criptografía moderna y su compleja base matemática, un saber hoy del todo imprescindible para la seguridad de la nueva sociedad de la información y el uso fiable de la red Internet. Junto a los problemas básicos de las técnicas criptográficas, hay que considerar también la curiosa mentalidad de quienes atienden con dedicación casi monomaníaca al reto de crear nuevasclaves o de descifrar mensajes creados precisamente para no ser descifrados. Una personalidad sorprendente y un intrincado sistema de motivaciones psicológicas parecen concurrir en quienes se dedican a esa compleja y difícil labor. Llevar todo ese mundo de matemática, lógica y desafío intelectual al ámbito narrativo es también un descomunal reto que parece haber afrontado con éxito el estadounidense Neal Stephenson con su Criptonomicón (1999), la novela seleccionada como la mejor del año 2000 por los lectores de la influyente revista especializada LOCUS. Se trata de una novela sin igual, que ya ha visto la luz en castellano y que hoy disponemos incluso en edición de bolsillo. Ha sido considerada algo así como el nuevo libro de culto de los hackers, y su autor ha llegado a ser etiquetado como "el Hemingway de los hackers" o, mucho más agresivamente y con mayor peso mediático, como el "Quentin Tarantino de la ciencia-ficción post-ciberpunk". Stephenson, conocedor como pocos del mundillo de los hackers y de las complejidades de una futura sociedad informatizada, recurre a una amena prosa cargada del humor más irónico, para ofrecernos al mismo tiempo una divulgación criptográfica brillante y, también, el difícil y ajustado retrato de la mentalidad y las preocupaciones de matemáticos, informáticos, militares y empresarios de alta tecnología involucrados en los sistemas criptográficos. Tal como se ha dicho en Internet, Stephenson convierte la ética hacker en una novela épica a la que ya se han buscado incluso semejanzas estructurales y de personajes con la hoy cinematográfica "El señor de los Anillos" de Tolkien. En Criptonomicón, Stephenson imagina que, en 1942, Lawrence Pritchard Waterhouse, un genio matemático y capitán de la Marina estadounidense, colabora con Alan Mathison Turing y los especialistas británicos de Betchely Park en el trabajo de descifrar los códigos secretos de las potencias del eje. Paralelamente, aunque sesenta años más tarde, la empresa de su nieto y también brillante cripto-hacker, Randy Waterhouse, proyecta crear, en una isla del sudeste asiático, algo sumamente novedoso llamado "la Cripta", un nuevo paraíso de datos y el mayor exponente de la libertad informática del futuro. Criptonomicón se traslada también al complejo escenario de la guerra del Pacífico con las aventuras del marine Bobby Shaftoe y su búsqueda de MacArthur. Pero, pensando en los matemáticos, imagino que lo más destacable pueda ser cómo un personaje como Lawrence Waterhouse descubrirá el amor (de una forma, puedo jurarlo, que es sólo caricaturesca y no debe ser vista como la manera cómo todos los matemáticos se enfrentan al fenómeno amoroso...). Sus reflexiones incluyen un imaginativo y sorprendente tratamiento matemático de la cualidad y efectos de las eyaculaciones, lo que resulta ser uno de los puntos más hilarantes y divertidos en el seno de esta compleja y sin par novela. Si la criptografía puede ser de interés para muchos, lo cierto es que Stephenson la divulga brillantemente al tiempo que disecciona con suma habilidad la mentalidad de algunos personajes tocados por la gracia de la matemática y de la habilidad criptográfica. Hay en Criptonomicón un tono que exige la atención del lector inteligente (y no me refiero a la presencia esporádica de algunas fórmulas matemáticas que, según se dice, habrían molestado, y mucho, al editor de Stephen Hawking). Se trata de unamuy especial complicidad a la que se presta el personal estilo narrativo de Stephenson, autor dotado de un cuidadoso respeto a la capacidad e inteligencia del lector. El libro incluye además, como apéndice al final de la novela, un curioso algoritmo de cifrado con un mazo de cartas: el "Solitario" creado por Bruce Schneier. Se trata de un algoritmo que, con el nombre de "Pontifex", usa en la novela uno de los personajes emblemáticos de la misma, el misterioso Enoch Root. El original estadounidense se publicó en 1999 en un sólo volumen, algo que parece que en Europa no resulta conveniente cuando se obtienen, tras la traducción, libros de bastante más de mil páginas. El editor francés, por ejemplo, decidió cortar el libro en tres partes (precisamente, casi a golpes de hacha..., en las páginas 320 y 620 del original) e inventar títulos parciales: "El código Enigma", "La red Kinakuta" y "Gólgota". En España se usó el mismo "corte" pero se ha optado por otros subtítulos que, a mi entender, reflejan mucho más claramente el tema criptográfico que anuncia el mismo original Criptonomicón (vid infra). ¿Y la "alquimia" del título? se preguntarán ustedes. ¿Qué tienen que ver la criptografía, el Criptonomicón y la alquimia? La respuesta la ha dado el mismo Stephenson escribiendo en la trilogía El ciclo barroco, una curiosa continuación de Criptonomicón que transcurre nada menos que tres siglos antes, en la segunda mitad del siglo XVII, cuando la filosofía natural empezaba a substituir a la alquimia y cuando vivió John Wilkins autor precisamente de un tratado llamado "Criptonomicón". El enlace argumental es la peripecia vital de los antepasados de los protagonistas de Criptonomicón y, sobre todo, el papel que juega el misterioso Enoch Root, un personaje que, como el Gandalf de "El señor de los Anillos", parece también resucitar a media novela, al menos en Criptonomicón. ¿Cómo? ¿Porqué? De eso, evidentemente, tendremos que hablar el próximo mes. Para leer: Ensayo - Applied Cryptography. Bruce Schneier. New York. John Wiley & Sons. 1996. - The Codebreakers. David Kahn. Scribner. 1996. Ficción - CRIPTONOMICÓN I: El código Enigma. Neal Stephenson. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 148). 2002. - CRIPTONOMICÓN II: El código Pontifex. Neal Stephenson. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 151). 2002. - CRIPTONOMICÓN II: El código Aretusa. Neal Stephenson. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 154). 2002.
Martes, 01 de Febrero de 2005 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
En LA FÍSICA DE LA INMORTALIDAD (1994), Frank J. Tipler, un respetable físico especializado en la teoría relativista del espacio-tiempo, planteaba una versión actualizada de la teoría del Punto Omega ya formulada por el jesuita Theilard de Chardin varias décadas antes. Según Tipler, se trata de una teoría comprobable científicamente y que, en sus propias palabras: "propone la existencia de un Dios omnipotente, omnisciente y omnipresente, el cual en un futuro lejano nos resucitará a todos para que vivamos eternamente en un lugar que, básicamente, coincide en lo fundamental con el Cielo judeo-cristiano". Por si ello fuera poco, esa resurrección de los muertos tomará precisamente la forma de programas de ordenador ya que, según Tipler: "es necesario considerar a la "persona" como un caso particular (pero muy complejo) de un programa de ordenador". Ahí es nada. El libro resulta curioso y, por lo menos, sorprendente, sobre todo por esa pretensión de seriedad científica que se traduce en un largo "Apéndice científico" final con de más de ciento cincuenta páginas con las que el propio autor llama "farragosas complejidades técnicas". Una lectura intelectualmente estimulante. No es un hecho aislado. Durante los años noventa, físicos con una cierta fama como divulgadores científicos como el mismo Tipler, John D. Barrow o Paul Davies parecían muy ocupados en un curioso intento por dar de nuevo la razón a la Biblia. Aunque el de Tipler es el más sorprendente, hay otros libros que forman ya el insólito empedrado de esa curiosa senda. Buenos ejemplos lo fueron en su día: DIOS Y LA NUEVA FÍSICA (1983) de Paul Davies o EL PRINCIPIO ANTRÓPICO COSMOLÓGICO (1986) de John D. Barrow y Frank J. Tipler. Al igual que siglos atrás los escolásticos lograron avanzar en el conocimiento de las leyes de la lógica tratando problemas que hoy nos parecen ridículos (¿cual es el sexo de los ángeles?, ¿cuantos ángeles pueden bailar en la punta de una aguja?, etc.), los nuevos físico-escolásticos de hoy usan la parafernalia matematizada de la nueva física para atender a problemas que, espero, los siglos futuros vean tan ridículos como hoy nos parecen algunos de los que preocuparon a los escolásticos de la Edad Media. Para refrescar ideas, recordaré aquí que el principio antrópico en su formulación llamada débil viene a decir que "aquello que es factible observar está delimitado por las condiciones necesarias de nuestra presencia como observadores". Lo que formulado así parece una tautología, se convierte en total voluntarismo en el principio antrópico fuerte: "el universo ha de ser tal que admita en su seno la creación de observadores". Es decir, se afirma que el universo ha sido creado y explícitamente pensado para ser habitado y, por tanto, que las leyes de la física y las condiciones iniciales del Big Bang han sido dispuestas precisamente de forma que quede asegurada la aparición de organismos vivos y, muy posiblemente, de la inteligencia. El problema es averiguar quién es este "alguien" que ha dispuesto tal tipo de universo. Y a esa pregunta acude la respuesta que Tipler ofrece en su teoría del Punto Omega: en el devenir futuro del universo, con el tiempo y la organización anti-entrópica de la vida, el mismo universo irá adquiriendo complejidad creciente hasta llegar a generar ese Dios omnipotente, omnisciente y omnipresente que, en un curioso bucle temporal, podría incluso ser el responsable de la creación del universo y, por supuesto, ser capaz de resucitarnos a todos (como programas de ordenador...) al final de los tiempos que es, en definitiva, la denominación bíblica para el fin del universo ya sea en un Big Crunch o en una dispersión entrópica definitiva. Tipler defiende su hipótesis con argumentos supuestamente científicos y con buen aparato matemático aunque la mayoría de sus colegas no parece estar de acuerdo con él. En cualquier caso, la ciencia ficción también ha abordado literariamente el tema del "escatón" o Punto Omega. Es una hipótesis de evidente consuelo para aquellos que, preocupados por nuestra irremediable finitud e intranscendencia, decidan creer en ella. En diciembre de 1998, tuve la oportunidad de invitar a Stephen Baxter (conocido autor británico de ciencia ficción) para dictar la conferencia anual en el acto de entrega del Premio UPC de ciencia ficció 1998. Baxter es, por ejemplo, el brillante autor de LAS NAVES DEL TIEMPO (1995), la estimulante continuación autorizada de un clásico como La máquina del tiempo (1885) de Herbert G. Wells y, además, de ANTIHIELO (1993), un homenaje a Julio Verne y un verdadero "romance científico" con todo el sabor del "steampunk" de finales del siglo XX. Con el título "¡Pasajeros a bordo para el Escatón!: La ciencia ficción y el fin del universo", Baxter disertó entonces sobre eso que podríamos llamar la "ficción escatológica", es decir, sobre la ciencia ficción que especula con el fin del universo. Una temática a la que no es en absoluto ajeno el libro de Tipler sobre LA FÍSICA DE LA INMORTALIDAD antes citado. En esas veintitantas páginas del mayor interés (que se recogen en el volumen PREMIO UPC 1998 junto con las novelas ganadoras del certamen literario), Baxter hace un magistral repaso a uno de los aspectos más terribles y escalofriantes de la moderna ciencia ficción. La temible segunda ley de la termodinámica nos dice que la entropía global del universo ha de aumentar hasta el máximo: las fuentes de energía de todo tipo se agotarán gradualmente hasta la "muerte térmica" global. El lejano futuro del universo resulta realmente desolador. Y nos afecta. Baxter citaba un impresionante texto de Bertrand Rusell: "El trabajo de todas las épocas, toda la devoción, toda la inspiración, y todo el brillo esplendoroso del genio humano, están destinados a perecer en la vasta muerte del Sistema Solar, y... todo el templo de los logros del hombre quedará inevitablemente sepultado bajo los escombros de las ruinas del universo...". Entre otras cosas, Baxter comentaba también el creciente número de narraciones de ciencia ficción que han aparecido en los últimos años estimuladas por el sorprendente libro de Tipler que parece, en sí mismo, casi una obra de ciencia ficción. Novelas como TOMORROW AND TOMORROW (1997) de Charles Sheffield o THE OTHER END OF TIME (1996) de Frederik Pohl; relatos como "Judgement Engine" (1995) de Greg Bear o "The Days of Solomon Gursky" (1998) de Ian McDonald. A ellos se añadió después la novela del mismísimo Stephen Baxter MANIFOLD 1: TIME que apareció en 1999. Como no podía ser menos, Baxter hizo también referencia a los clásicos indiscutibles de la ficción escatológica: la imprescindible novela HACEDOR DE ESTRELLAS (1937) de Olaf Stapledon, la interesante especulación de EL MUNDO AL FINAL DEL TIEMPO (1990) de Frederik Pohl, relatos de lo más clásico como "La última pregunta" (1956) de Isaac Asimov, e incluso se detuvo en visiones menores y más bien humorísticas como la de Douglas Adams en EL RESTAURANTE DEL FIN DEL MUNDO (1980). Y, como colofón, Baxter nos ofrecía la sorprendente idea de que el mismo Dante, en su Divina Comedia (1320), viene a coincidir con el Stapledon de HACEDOR DE ESTRELLAS (1937) al describir un universo que ha de ser forzosamente tetradimensional aunque Dante tal vez ni lo supiera. En realidad, ésa es la única manera de interpretar un universo que se halla, en el siglo XIV en que escribe Dante, paradójicamente centrado, a un mismo tiempo, en la Tierra y en Dios. Una curiosidad interesante. No me atrevo a recomendar aquí la Divina Comedia pero, tal como decía Baxter: "Más de sesenta años después de su publicación, HACEDOR DE ESTRELLAS sigue siendo imponente, conmovedor, previsor, un poema en prosa basado en conceptos científicos, un texto que se eleva por encima de casi todo el resto de la ciencia ficción. Léanlo si no lo han hecho antes; reléanlo en caso contrario... si pueden soportarlo".   Para leer: Ensayo: - LA FÍSICA DE LA INMORTALIDAD. Frank J. Tipler. Madrid. Alianza Universidad (núm 840) 1996. - "¡PASAJEROS A BORDO PARA EL ESCATÓN!: LA CIENCIA FICCIÓN Y EL FIN DEL UNIVERSO". Stephen Baxter. En PREMIO UPC 1998. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 123). 1999. Ficción: - HACEDOR DE ESTRELLAS. Olaf Stapledon. Buenos Aires. Minotauro, 1965. - EL MUNDO AL FINAL DEL TIEMPO. Frederik Pohl. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 49). 1992.
Miércoles, 01 de Diciembre de 2004 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
En los años cincuenta del siglo XX, Isaac Asimov algo más de media docena de relatos "protagonizados" por un gran macro-ordenador del futuro: Multivac. Se trata de una de las primeras predicciones ciencia-ficcionísticas sobre un futuro con ordenadores. El mes pasado, al amparo de las elecciones presidenciales estadounidenses, se comentaron en esta sección, un par de esos relatos, aunque hay otras interesantes historias protagonizadas por ese descendiente de los primeros UNIVAC que el gran público empezó a conocer en los años cincuenta. Uno de los más clásicos relatos sobre Multivac, "The Last Question" (publicado en noviembre de 1956 en Science Fiction Quarterly) es, para el poco modesto Asimov, "la mejor historia corta de ciencia ficción que nunca se ha escrito". Al menos así lo cuenta James Gunn en su libro biográfico y de crítica literaria: ISAAC ASIMOV: THE FOUNDATIONS OF SCIENCE FICTION (1982). La narración se inicia en 2061, cuando dos técnicos preocupados por el problema energético, preguntan a Multivac qué debe hacerse para invertir el sentido de la entropía. La respuesta será que faltan datos para llegar a una conclusión. Y esa misma respuesta es la que irán dando los futuros grandes ordenadores que, con el tiempo, han de suceder a Multivac: Microvac, Earth's Planetary-AC, Galactic-AC, Universal-AC, Cosmic-AC. Todos ellos con las siglas AC en el nombre, siglas que entonces Asimov interpretaba erróneamente como "Analog Computer". Finalmente, en la lejanía de los tiempos, cuando ya no hay seres humanos por haberse fusionado (junto con las otras especies vivas) con el mayor ordenador de todo el Cosmos, el llamado AC, sí se obtiene una respuesta: "Y AC dijo «¡Hágase la luz!»". Idea que, en realidad, recoge la que planteara, en 1954, Fredric Brown en su relato "Answer", sólo que, en el caso de Asimov, alcanzando ese milagroso "¡Hágase la luz!" tras el imparable crecimiento de la potencia de computación obtenida como final inevitable de un proceso evolutivo, en la biología y, sobre todo, en la tecnociencia. Resulta curioso el hecho de que los "programadores" de ordenadores hagan preguntas tan complejas a un ordenador como Multivac. Pero ése era precisamente el sentimiento sobre quienes programaban (y, en definitiva, manejaban) ordenadores en los años cincuenta. En "Jokester" (publicado en diciembre de 1956 en la revista Infinity), se presenta a los programadores de ordenador como personas especiales, unos "Grandes Maestros", mentes inquietas y muy creadoras que son los únicos capaces de hacer correctamente las preguntas que debe responder la gran y poderosa máquina que es Multivac. En "Jokester" ("El chistoso" en la traducción española), el programador Meyerhof está (como el mismo Asimov) muy interesado en el humor y pide a Multivac que analice el sentido y el porqué de la existencia de los chistes. Tras diversos intentos, finalmente Multivac (nada freudiano en este sentido...) obtiene la respuesta: los chistes son un test que forma parte de un experimento extraterrestre para estudiar así la psicología humana. Una broma que adquiere tonos trágicos cuando Meyerhof constata como, una vez descubierto por parte de los humanos el "secreto" de los chistes, éstos, junto con el humor en todos sus matices, desaparecen de la Tierra y del recuerdo de todos los seres humanos. Triste y aburrido destino el de una humanidad sin humor... El conocido interés de Asimov por el humor se manifiesta en muchos de sus relatos más breves y, también, alguno de los que "protagoniza" Multivac son de ese tipo como lo es, en el fondo, "Jokester". Pero hay más. En julio de 1958, Asimov publicó en la revista Fantasy and Science Fiction el relato entonces titulado "Key Item". En realidad, el relato había sido escrito en 1959 o 1960 para una revista, Computers And Automation, aunque al final no se publicó por la decisión final del editor de la revista, Ed Berkeley, de no incluir relatos en una revista "técnica". Más tarde se publicó también en The Saturday Evening Post con el significativo título "The Computer That Went on Strike" (1972). Ese ordenador que "va a la huelga" es el mismísimo Multivac, que se niega a trabajar aunque nadie encuentra la avería que le afecta, hasta que, al final, un experto descubre que basta hacerle las peticiones acompañadas de un educado y comprensivo "por favor". Una ironía humorística sobre la "sensibilidad" de una máquina sumamente compleja como Multivac, al igual que se hacía, en tonos mucho más trágicos en "Todos los males del mundo" que se comentó el mes anterior. Del humor se pasa a la ironía y a una cierta desconfianza sobre las posibilidades futuras de la inteligencia artificial. Ello se hace patente en uno de los últimos relatos sobre Multivac titulado "The Machine That Won the War" (publicado en la revista Fantasy and Science Fiction en octubre de 1961). En esa historia, Multivac ha sido utilizado como asesor estratégico en la batalla que enfrenta a la Federación Solar con los extraterrestres procedentes de Deneb. Ante el convencimiento general de que la guerra ha sido ganada por las capacidades estratégicas de Multivac, los lectores del relato asistimos a la conversación entre tres jefes de la Federación Solar y descubrimos la verdad. El jefe de programadores dudaba de que los datos con que alimentaba a Multivac fueran correctos y, por eso, hacía sus propias interpretaciones de lo que sugería Multivac, siendo eso lo que se transmitía a la cadena de mando. Por cierto, una cadena de mando que tampoco parecía convencida de la bondad de las presuntas previsiones estratégicas de Multivac y que, en definitiva, aplicaba un "factor modificador" fruto de su propia intuición. Aunque, al final, Lamar Swift, el "director ejecutivo de la Federación Solar" les cuenta que, en realidad, tomaba las decisiones con una máquina aún más antigua, con lo que hoy llamaríamos un clásico "sistema de ayuda a la toma de decisiones", un "sencillo dispositivo de cálculo" que utilizaba cada vez que tenía que tomar una decisión realmente difícil: optar por cara o cruz y lanzar una moneda al aire...   Para leer: Ensayo - ISAAC ASIMOV: THE FOUNDATIONS OF SCIENCE FICTION. James Gunn. New York. Oxford University Press. 1982. Ficción - The Last Question (LA ÚLTIMA PREGUNTA). Isaac Asimov. 1956. - Jokester (CHISTOSO). Isaac Asimov. 1956. - Key Item (FACTOR CLAVE). Isaac Asimov. 1959 o 1960. - The Machine That Won the War (LA MÁQUINA QUE GANÓ L AGUERRA). Isaac Asimov. 1961.   Estos relatos han tenido muchas ediciones, por ejemplo en: - CUENTOS COMPLETOS. VOLUMEN I. Isaac Asimov. Barcelona. Ediciones B. 1992. [La última pregunta (págs. 333-344); El chistoso (págs. 145-157); La máquina que ganó la guerra (págs. 677-682)]; y - CUENTOS COMPLETOS. VOLUMEN II. Isaac Asimov. Barcelona. Ediciones B. 1993. [Factor clave (págs. 439-441)].
Lunes, 01 de Noviembre de 2004 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico

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