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Escrito por Marta Macho Stadler (Universidad del País Vasco) | ||
Domingo 01 de Noviembre de 2009 | ||
Pistetero (del griego, πειθέταιρος, el persuasor) y Evélpides (del griego, Ευελπίδης, el optimista) son dos atenienses que huyen de su ciudad, cansados de su corrupción. Deciden ir en busca de Tereo –convertido en abubilla, como castigo de los dioses– que debía conocer un lugar mejor que Atenas para vivir.
El coro de aves desea ejecutar a los dos atenienses que han invadido sus dominios, pero Pistetero persuade con su seductor alegato a las aves para construir una gran ciudad amurallada en el aire. Su nombre será Nefelocoquigia (morada de las nubes y de los cucos), lugar situado estratégicamente entre la tierra y el Olimpo, entre la morada de los seres humanos y la de los dioses. Pistetero convence a las aves de que deben reclamar a Zeus la autoridad, prohibiendo si fuera necesario el paso de los dioses por su reino.
Llegan al reino de las aves varios individuos indeseados: un sacerdote, un poeta con un himno en honor a la nueva ciudad, un adivino, el famoso geómetra Metón que pretende delinear las calles de la nueva ciudad, un inspector y un vendedor de decretos. A todos se les expulsa con mayor o menor violencia.
Cuando la nueva ciudad Nefelocoquigia está ya terminada, un centinela avisa de que uno de los dioses ha burlado el bloqueo de las aves. Es Iris, encargada de averiguar la razón por la que habían cesado los sacrificios en la tierra; obtiene la siguiente respuesta: “Sí; las aves son ahora los dioses de los hombres; y es a ellas a quienes, por Zeus, han de ofrecerse los sacrificios y no a Zeus”. Prometeo aparece también en escena, para comentar a Pistetero: “Desde que fundasteis esta ciudad en el aire, ningún mortal ofrece ya sacrificios a los dioses, ni sube hasta nosotros el humo de las víctimas. Privados de todas sus ofrendas, ayunamos como en las Tesmoforias. Los dioses bárbaros, enfurecidos por el hambre, gritan como los ilirios, y amenazan bajar contra Zeus, si no hace que vuelvan a abrirse los mercados para que puedan introducirse las entrañas de las víctimas”.
Acuden más tarde Poseidón, Heracles y un dios tribalo. Gracias a la glotonería de Heracles –hambriento por la falta de sacrificios en la tierra–, dioses y aves se reconcilian. Pistetero consigue el cetro de Zeus y la mano de la joven Realeza.
Se reproduce debajo el momento en que Metón –con escuadra, compás y cordel– desea entrar en Nefelocoquigia para parcelar el aire, geometrizarlo, dividirlo en yugadas. Aceptar la propuesta de Metón significa, figuradamente, regresar a Atenas, así que Pistetero lo despide de manera mucho más enérgica que a los otros visitantes indeseados: a golpes.
Bibliografía
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