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55. LONGITUD (Segunda Parte)
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Escrito por Alfonso Jesús Población Sáez   
Miércoles 01 de Diciembre de 2010

La historia de la Ciencia, como la Historia en general, está plagada de curiosidades, malentendidos, genialidades y también injusticias. ¿Es la peripecia de John y William Harrison una de estas últimas? Quizá todo dependa de cómo se nos cuente.

Después, como cada mes, algunas sugerencias para visionar desde la red que nos entretengan e ilustren en estas próximas fiestas.

LongitudBreve Resumen de la primera parte

En 1714, respondiendo a una petición del Parlamento Británico, se constituye el Consejo de la Longitud (integrado por 22 personas) cuya misión sería la de recompensar con un premio de 20.000 libras a quien lograra encontrar una solución práctica al problema de determinar la longitud en el mar. También se premiarían a los que, sin llegar a la solución final (se pensaba, Isaac Newton entre ellos, que el problema era prácticamente irresoluble) aportaran algún avance significativo o de utilidad para la navegación. De las muchas propuestas, algunas irreprochables teóricamente (métodos lunar y de los satélites de Júpiter) y otras seudo científicas e inaceptables, la única con algún viso de aplicabilidad es la propuesta por el carpintero John Harrison (interpretado por Michael Gambon), basada en la construcción de unos relojes de gran precisión. Su primer intento, el H–1, resuelve los problemas derivados de las variaciones por culpa del calor, la humedad, la fricción de sus elementos y la viscosidad del aceite lubricante, de modo tan preciso, que sólo presenta un error menor a un segundo en un mes de funcionamiento. Sin embrago, al probarlo en el mar, su delicado péndulo se ve afectado por golpes derivados del oleaje, las tormentas, los cañonazos, el transporte (es muy voluminoso), etc. Para mejorar todos estos “defectos” el Comité acepta, no unánimemente, ofrecerle partidas de dinero para sufragar los gastos derivados de sus trabajos, lo cual le anima a seguir perfeccionando sus máquinas.

Paralelamente se desarrolla la historia del capitán Rupert Gould (Jeremy Irons), licenciado del ejército por problemas de depresión, para cuya terapia solicita los permisos necesarios para reparar los ingenios de Harrison que se encuentran totalmente olvidados y almacenados de mala manera. No sin dificultades consigue su objetivo dedicándose a la tarea con una tenacidad y una dedicación obsesivas y casi enfermizas, lo que le cuesta una demanda por abandono familiar por parte de su esposa.

Descripción de la Segunda Parte

Mientras desfilan los títulos de crédito van alternándose algunas escenas de la vida cotidiana de los dos protagonistas, a modo de recordatorio para el espectador: John Harrison está trabajando con su hijo William ya adulto en la mejora de su reloj marino, mientras Gould se distrae de sus preocupaciones dirigiendo como juez de silla un partido de tenis, jugando con su maqueta de tren en su nueva residencia o echando una partida de cartas con su ama de llaves, que lejos de ser condescendiente lo reprocha con frecuencia su estilo de vida.

A renglón seguido aparece un altivo joven que parece trabajar en complicados cálculos junto a un telescopio. Al poco sabremos que se trata del reverendo Neville Maskelyne Longitud(interpretado por Samuel West, en la imagen) preparando ante el Consejo de la Longitud la presentación de sus trabajos para resolver el problema de la longitud. A dicha exposición pública asisten los Harrison junto a otros nobles atraídos por la notoriedad que ha alcanzado la cuestión (entre ellos aparece el disoluto Lord Sandwich (Bill Nighy) que posteriormente echará un cable a Harrison). Después de sus brillantes explicaciones y de un cerrado aplauso, se forman algunos corrillos en animada charla, pero no todos hablan de la conferencia. Conocemos entonces al nuevo Presidente del Consejo de la Longitud, Lord Morton (Brian Cox) y cuál es su postura: “Esta sociedad fue creada para que los hombres de “ciencia” pudieran resolver los misterios de nuestro planeta. No me gustaría que el premio de la longitud nos fuera arrebatado por un artesano palurdo”. Lord Sandwich pregunta a los Harrison su opinión sobre lo expuesto por Maskelyne. Tras elogiar el entusiasmo del ponente por la trigonometría, William (Ian Hart) toma la palabra: “No es una solución práctica para navegar. Valdría si no apareciera nube alguna en el cielo, pero eso es imposible”. Al momento, su padre trata de disculparse de la impertinencia de su hijo, aunque pronto seremos testigos de que será él el que cambie sus corteses formas radicalmente. William no comprende la reacción de su padre al que posteriormente pedirá explicaciones, pero John sólo piensa en la construcción de un nuevo reloj “que no sea mayor que la palma de la mano, fácilmente transportable. ¿No sería esa una solución práctica?

LongitudNuevo salto en el tiempo. Rupert Gould explica en una conferencia los mecanismos de los ingenios de Harrison enlazando precisamente con el H─4: “la cuarta máquina de Harrison, gracias a su belleza y exactitud, debe considerarse con orgullo el cronómetro más famoso que jamás se haya construido o se construirá. El trayecto entre el tercer ingenio, que pueden ver detrás de mí, y el cuarto, es uno de los misterios más extraordinarios de la horología. Calificado aparentemente como un problema insuperable de fuerzas centrífugas, Harrison consiguió un salto arriesgado. Fue como si un ingeniero aeronáutico  de repente abandonara el desarrollo de una aeronave y en su lugar adoptara una tecnología que hiciera que una bicicleta volara hasta Francia”. Al finalizar su intervención, un productor de la BBC propone a Gould una colaboración en un programa de la cadena de carácter científico.

La siguiente escena no tiene desperdicio. El Comité de la Longitud ha citado tanto a los Harrison como a Maskelyne a una entrevista. Los tres se muestran muy contentos, hasta que se encuentran a la puerta del Consejo en espera de ser atendidos. Al verse se estrechan la mano educadamente pero el semblante de sus rostros lo dice todo. Es magnífico cómo ambas partes se pasan por las narices del contrario sus respectivos avances.

El Consejo optó por probar el H─3 y el H─4 en el mismo viaje. John Harrison, tras su penosa experiencia en el anterior viaje a Lisboa, decide que sea su hijo el que se embarque en esta ocasión. En mayo de 1761, William Harrison parte con el pesado H─3, de Londres al puerto de Portsmouth, donde tenía órdenes para esperar una asignación de la nave. El Consejo insistió, como medio de control de calidad sobre el ensayo, que la caja que contenía al H─4 fuera cerrada con cuatro cerrojos, cada uno con distintas llaves. William conservó una de las llaves, por supuesto, porque tenía que dar cuerda diariamente a la máquina. Las otros tres fueron confiadas a los hombres que tenían que vigilar cada movimiento de William Harrison: William Lyttleton (Frederick Treves), recién nombrado Gobernador de Jamaica, y un pasajero, compañero de Lyttleton y de William, a bordo del Deptford, el recio capitán de la nave Dudley Digges (Clive Francis) y el alférez Seward (Charles Edwards).

El fuerte carácter del capitán Digges (“No tolero que se me interrumpa cuando estoy hablando”) hace que la dureza de la travesía sea un infierno. William Harrison, junto al resto de la tripulación, es obligado a presenciar el ejemplar castigo en forma de latigazos a un marinero por beber alcohol. Podría parecer razonable pero es que la tripulación se muere de sed porque el agua del barco está en malas condiciones y sabe mal. El soberbio capitán bebe el primero sin pestañear, prohibiéndoles a continuación probar una gota el resto de la jornada. Y por supuesto, el resto del viaje, deben saciarse con la pestilente agua. William tranquiliza a los marineros asegurándoles que están cerca de Madeira donde podrán cargar agua más saludable, pero Digges se mofa de sus predicciones. Sin embargo el primero tendría razón. Cuando el capitán finalmente comprueba su error, pide disculpas públicas a William: “Mr. Harrison me parece que le debo una disculpa.  ¿Puedo poner, aquí y ahora, mi marca para comprar el primer reloj que su padre ponga a la venta pública?”. En fin que no faltan momentos de película de aventuras como no podía ser de otra forma en aras de la comercialidad.

LongitudAl llegar a Jamaica, el H-4 (en la imagen) sólo se había atrasado cinco segundos después de ochenta y un días en alta mar. William desea volver a Londres lo antes posible, pero ningún barco tiene ese destino. El Gobernador de la isla le pide paciencia (“Diviértase. Esta es una isla muy hermosa”). Resignado, en una taberna conoce al juerguista capitán Bourke (Darragh O'Malley) rodeado de unas cuantas mulatas, ofreciéndole su barco. No se lo piensa dos veces, aunque la nave resulta ser como el patrón, una penosa embarcación que amenaza con hundirse en cualquier momento, a lo que se añaden contiendas a cañonazo limpio (la Guerra de los Siete Años, entre 1756 y 1763, hacia que hubiera continuas escaramuzas marítimas; era una de las razones por las que el Consejo de la Longitud era reacio a aprobar viajes largos), tormentas (William abraza el reloj tapándose con una manta para mantenerlo seco), y todo tipo de penalidades.

Entremedias, Gould nos explica la maquinaria que compone los relojes al ir desarmándolos para proceder a su restauración. Posteriormente realiza su primer programa de radio en la BBC. Allí se sorprenden de que no lleve un guión, dado el tiempo limitado de los medios de comunicación, pero él improvisa sus respuestas y controla el tiempo con mucha precisión. Es además un gran comunicador. Respecto a su vida particular, asiste al entierro de su madre, Agnes Hilton Gould.

De vuelta al s. XVIII, William, ya en Londres y completamente resfriado, se presenta junto a su padre al Consejo de la Longitud para dar explicaciones del viaje y el comportamiento de los relojes. A John no le permiten entrar inicialmente (un nuevo desprecio) y a William le evidencian la presentación de sus escuetos informes (una minúscula cuartilla) “¿Cree usted que esto es un trabajo serio? [...] “Mr. Harrison, ¿tiene usted algún conocimiento formal de Astronomía?”. “No. Bueno vengo haciendo observaciones con mi padre desde los seis años”. Mandan entrar al padre, que comienza agradeciendo al Consejo que los reciba (él supone que ya le van a reconocer como ganador del concurso). Toma la palabra un nuevo miembro del Consejo, el Dr. Nathaniel Bliss (Ian McNeice), nuevo director del observatorio tras el fallecimiento del anterior:

Dr. Bliss: Gracias, Sr. Harrison. Lo he mandado entrar para informarle de la resolución del Consejo. Después de que estos “breves” (lo remarca con ironía) cálculos del Sr. William Harrison hayan sido examinados con detalle junto a los instrumentos empleados, el Consejo se pronunciará sobre los mismos, fecha que les será anunciada en su debido momento. Es todo por ahora, caballeros.

John Harrison (muy molesto y alzando progresivamente la voz): Señor, soy un anciano. , y una anciano puede a veces tener sus sentidos inexplicablemente debilitados. Hay quizá un elemento en su argumentación que no he entendido, o incluso que no haya oído. Mi reloj falló,…, falló en un minuto, 53 segundos y medio, después de 81 días en alta mar, como atestiguan y rubrican los papeles que tiene ante usted, con lo que creo que se satisfacen los términos que estableció la reina Ana, por lo que exijo que considere la cuestión de mi  recompensa.

Dr. Bliss: Sr. Harrison, no soy notario de un juego de tablero que establece apuestas. Soy un científico empeñado en investigar un asunto de lo más serio.

LongitudLa decisión será realizar una segunda prueba de nuevo hacia las Indias Orientales. En marzo de 1764, William y su amigo Thomas Wyatt zarpan con el H-4. En Jamaica (en la imagen ambos  tomando mediciones con telescopio y sextante) se encuentran sorprendentemente con Neville Maskelyne, al que también han instado a comprobar su teoría para el cálculo de la longitud. Maskelyne había estado en la isla de Santa Elena haciendo observaciones y cálculos astronómicos, fruto de los cuales había publicado una detallada guía sobre las posiciones lunares de los siguientes tres años que permitirían determinar con precisión la longitud en cualquier punto del planeta (eso sí, si los cielos pudieran verse, es decir, si estuvieran despejados, la objeción que siempre le hicieron los Harrison). Ambos contendientes discuten con frecuencia. Finalmente, el orgulloso reverendo, víctima de su enorme amor propio y muy presionado por las circunstancias, es incapaz de obtener resultados al contrario que William Harrison que vuelve a demostrar la eficacia de su cronómetro.

De vuelta a Inglaterra, William encuentra a su padre enfermo, prácticamente desde su partida, aunque el resultado del viaje parece reanimarlo un poco. Sin embargo la nueva citación del Consejo de la Longitud será un nuevo varapalo. El Parlamento ha nombrado nuevo astrónomo real ante el fallecimiento de Bliss, que no será otro que Neville Maskelyne, que pasa a ser por tanto miembro del Consejo de la Longitud como así establecía la normativa del mismo. William no sale de su asombro. Y la resolución del viaje es la siguiente:

Lord Morton: “Es decisión de este Consejo declarar que el reloj creado por John y William Harrison ha determinado correctamente la hora con la mayor precisión requerida por el edicto de la reina Ana como prescribió el Parlamento hace 51 años”.

Todos los presentes aplauden.

William Harrison: Milord, ¿pueden facilitarme una copia para mostrársela a mi padre? Ha esperado mucho tiempo escuchar esas palabras de su señoría.

Lord Morton: En buena hora, Sr. Harrison. Astrónomo Real, ¿podría ser tan amable de leer el quinto párrafo de la resolución?

Maskelyne: Señorías. (comienza a leer) “Quedando promulgada por la autoridad antes mencionada tan pronto como el procedimiento para la determinación de la longitud haya sido probada y demostrada útil y aplicable en alta mar”.

Lord Morton: Gracias. “Aplicable y útil”. Esas son las palabras en las que deseo poner su atención. Admitimos la utilidad de su cronómetro, pero ¿es aplicable? El propio Sr. Harrison nunca ha permitido al Comité examinar sus trabajos. Y yo creo que es porque él mismo duda de su aplicabilidad.

William: Milords, deben comprender que mi padre ha tratado de proteger su trabajo de aquellos que quisieran apropiarse de él. Pero si este tribunal lo requiere, suministraremos planos detallados de los mecanismos del reloj una vez recibido el premio.

Lord Morton: Sr. Harrison, este Comité no acepta restricciones sobre sus decisiones como prescribe el Parlamento. Aquí están las condiciones requeridas para satisfacer esta resolución.

Maskelyne (leyendo): “En primer lugar, su padre debe, en persona, traer el reloj y explicar el funcionamiento de cada pieza para completa satisfacción de las personas que este Comité designe. Esto incluirá cualquier observación experimental que puedan requerirse. En segundo lugar, debe fabricar o mandar hacerlo bajo sus exclusivas indicaciones, dos cronómetros con el mismo diseño, para demostrar que su construcción es factible. Y en tercer lugar, estos nuevos relojes estarán sujetos a las pruebas que este Consejo decida para constatar su utilidad según los términos del Acta”. Entonces, y sólo entonces recibirá su premio.

William: Milord, mi padre está enfermo y tiene 73 años.

Lord Morton: Tiene hasta el jueves para aceptar las condiciones, las cuales, os informo, han sido transmitidas al Parlamento y formarán parte de una nueva enmienda al edicto promulgado.

A John Harrison lo tienen que trasladar prácticamente en volandas ante el Consejo:

William: ¿Sería posible que el Consejo fuera más explícito en su requerimiento?

Lord Morton: No, señor, no es posible. No es asunto suyo limitar los requerimientos de este Consejo, sino satisfacerlos.

John Harrison (montando en cólera): ¡No es tampoco mi asunto, “señor” explicar el trabajo de toda una vida a un grupo de “universitarios con correas de perro engullidores de libros” (lo de las correas se refiere a las gorgueras y pañuelos blancos que llevan), que no distinguirían  un “muelle de equilibrio” de una cazuela! En los treinta años que me he presentado ante este Consejo, ni siquiera una vez he tenido la ocasión de hablar con alguien que supiera nada sobre lo que estaba haciendo, ni tuviera algún interés por los mecanismos que iba creando. Pero continué,…, confiando en que si cumplía con las condiciones del edicto de la reina Ana, tendría mi recompensa. He cumplido las condiciones. He construido ese mecanismo. Dadme el premio y utilizaré el dinero para levantar una fábrica que construya cientos de relojes, miles, todos idénticos. ¡Pero tened por seguro que mientras tenga una sola gota de sangre inglesa, no bailaré al son de un grupo de ignorantes “escolares”!

Lord Morton: Sr. Harrison, o vuestro padre firma un documento aceptando estos términos, o este asunto acaba aquí. Estamos dispuestos a adelantarle la mitad del premio (descontando lo ya entregado) una vez haya satisfecho lo estipulado, y la otra mitad cuando los nuevos relojes hayan demostrado su valía.

William: Señoría, si cambiara la expresión “observaciones experimentales”, él firmaría.

Lord Morton (muy exaltado): ¡No, no, y no! ¿Cuántas veces tengo que decírselo, cansinos del demonio? ¡No se negocia con este Consejo!

Finalmente acepta las condiciones. Construye los relojes teniendo que soportar cómo unos operarios los trasladan sin cuidado alguno en un carromato por las calles de Londres. Su destino final será el observatorio de Greenwich Y ya sabemos cuál será su paradero, hasta que Gould los restaure. John Harrison, siempre perfeccionista, construirá un nuevo cronómetro, el H-5, del cual el Consejo pasó ampliamente. William, indignado por el trato, apela a la única autoridad que le queda, recomendado por Lord Sándwich, el mismísimo rey Jorge III (Nicholas Rowe), que lo recibe y promete repararlos de las injusticias que estima que se han cometido sobre ellos. Es fantástico el parecido que, observando los retratos de la época, han logrado con este personaje, monarca muy interesado por la ciencia en general. En la película lo retratan casi como un niño ávido de entender y conocer cualquier aparato o nueva idea científica. El propio rey solicita probar el nuevo reloj. En una escena William y el rey están desconcertados porque el reloj se ha parado. El soberano guarda el reloj en un cajón junto a dos imanes. Quizá ese sea el problema.

William: ¿Cree que los imanes pueden afectar al reloj?

Rey: ¡Estoy seguro! ¡Cójalos y tírelos al jardín inmediatamente! Tenemos que empezar de nuevo

William: Su Majestad es muy bondadoso.

Rey: ¡Paparruchas! ¡Soy un científico!

LongitudSi al final Harrison fue reconocido y obtuvo la recompensa prometida, fue a instancias del  rey Jorge III en persona, porque el Consejo de la Longitud, y muy especialmente Neville Maskelyne (en la foto en primer plano, Lord Sándwich al fondo) no hicieron más que ir añadiendo nuevas trabas a sus cronómetros, incluso a pesar de que en julio de 1775, el explorador James Cook alabó sin reservas el método de encontrar la longitud por medio de un reloj a la vuelta de su segundo viaje alrededor del mundo.

El 24 de marzo de 1776, exactamente a los ochenta y tres años del día de su nacimiento, en 1693, falleció John Harrison. Otros relojeros siguieron perfeccionando los cronómetros marinos. Comenta la escritora del libro que en 1860, cuando la Marina de Guerra británica contaba con menos de doscientos buques en todos los mares, tenía casi ochocientos cronómetros. Ya era costumbre utilizarlos. La inmensa viabilidad del producto de John Harrison había quedado demostrada hasta tal punto que la reñida competencia que en su día desató sencillamente desapareció. Al cabo de poco tiempo, el cronómetro pasó a ser algo cotidiano, como cualquier objeto esencial, y su polémica historia, junto al nombre de su inventor, quedó en el olvido.

Rupert Gould sufriría un nuevo colapso nervioso por el que lo ingresaron de nuevo en un hospital. Allí conocería a la enfermera Grace Ingram (Lucy Akhurst) con la que finalmente compartiría el resto de su vida. “En 1946 Gould fue finalmente aceptado en el National Military Museum y un año después condecorado con la medalla de oro del British Holorogical Institute. Murió en 1948”. La película finaliza con una innecesaria loa, un tanto patriotera (muy característica de este tipo de biopics) de ambos personajes junto a imágenes de los relojes de Harrison en su exposición pública y del observatorio de Greenwich en la actualidad.

Premios

En el año 2001, la serie fue nominada en diez categorías de los premios BAFTA TV (premios que otorga la Academia Británica del Cine y la Televisión, el equivalente a nuestros GOYA), de los que consiguió ganar cinco: Mejor actor para Michael Gambon, mejor serial dramático para Charles Sturridge y Selwyn Roberts, mejor banda Sonora original para Televisión para Geoffrey Burgon, mejor fotografía e iluminación para Peter Hannan, y mejor diseño de producción para Eileen Diss y Chris Lowe. También se llevó un premio BPG (Broadcasting Press Guild; son premios que otorgan en el Reino Unido periodistas especializados en televisión, radio y medios audiovisuales en general)  en 2001 al mejor programa dramático, y finalmente en el 2000 un premio en el Festival Banff de Televisión (premios que se dan en Canadá a los mejores programas para televisión) a la mejor mini serie. Aunque de todos es sabido que no siempre los premios son garantía de nada, resulta extraño que ninguna televisión española se haya planteado su emisión.

Algunas consideraciones

Aunque resulte reiterativo y pesado, esta mini serie es una gozada, desde el punto de vista de divulgación científica. Además, como suele suceder en las producciones británicas, su factura es impecable, respecto al vestuario, recreación de épocas pasadas, y sobre todo, el trabajo de los actores es fantástico, desde el primer al último secundario (la nómina de actores que han participado es realmente única; he detallado los nombres de muchos de ellos como prueba de ello, para que los que controlen un poco el tema observen que todos son de primer nivel y muy conocidos tanto en cine, como televisión y teatro). Últimamente en España se están realizando producciones de tipo histórico bastante dignas (La princesa de Éboli, Hispania), pero contemplando las producciones británicas constatamos que estamos muy lejos de su nivel, tanto en el guión (sobre todo en el guión) como en el trabajo de algunos secundarios que aquí, en fin, parecen más cómicos que otra cosa.

No obstante en Longitud pueden descubrirse anacronismos y errores varios:

  1. Se utiliza el término “científico” cuando este término no aparece hasta 1840; en el siglo XVIII aún se los llamaba “filósofos naturales”.
  2. Hacia el final, Rupert Gould aparece en el programa de televisión “Brains Trust”. En la época de Gould era un programa radiofónico. Gould murió en 1948 y el programa no saltó a la televisión hasta 1955.
  3. Al inicio del capitulo primero, el Almirante Cloudsley Shovell repite varias veces “His Majesty´s Navy” y “His Majesty´s Officers” cuando en 1707, fecha del desastre que se narra, había una reina en Inglaterra, la reina Ana, que fue la que aprobó el Acta de la Longitud. Debía por tanto decirse “Her Majesty´s Navy” y “Her Majesty´s Officers”.
  4. También en el primer capítulo, hacia 1730, John Harrison habla del número pi cuando su aparición no ocurrió hasta que Euler lo denotó de este modo en 1737.
  5. La narradora habla al principio de la dificultad de dominar un mundo tridimensional, pero toda la película ahonda en la idea de que bastan dos dimensiones para conseguirlo, la latitud y la longitud.
  6. Las explicaciones de John Harrison en la película son bastante claras y detalladas. Gran parte de los problemas que tuvo este personaje con el Consejo de la Longitud en la vida real fueron derivados de las dificultades que tenía, que eran de dominio público, para explicarse y hacerse entender hasta en las cosas más mundanas.
  7. Kenelm Digby, el que propuso lo del polvo de la simpatía, aparece en la película como un hombre de mediana edad en 1730, pero había muerto en 1665. Aunque se muestra un poco caricaturizado, lo cierto es que era miembro de la Royal Society, que en efecto publicó tratados de lo más variopinto (La naturaleza de los cuerpos. Sobre la inmortalidad de las almas razonables, libros de cocina, etc.), pero que también se relacionó con intelectuales ilustres de su época: su correspondencia con Fermat, por ejemplo, incluye una demostración mediante el método del descenso infinito, de que el área de un triángulo rectángulo nunca puede ser un cuadrado perfecto. Fue también el primero en comprobar la importancia del oxígeno (el “aire vital” lo llamaba) en la vida de las plantas y el inventor del diseño de nuestra actual botella de vino (forma globular y cuadrada, para almacenarlas mejor, con un cuello en la parte superior coronado por un tapón y de cristal traslucido oscuro para proteger el vino de los rayos solares).

Tanto el libro como la película toman claramente partido por los protagonistas, mostrando a los “científicos” como un grupillo de sabelotodos de élite, intransigentes, confabuladores y del todo injustos. Quizá sea una versión demasiado maniquea (aunque hay que admitir que los hechos y la documentación existen y ahí están), pero póngase el lector por un momento en el lugar de un miembro del tribunal: un montón de personas proponen ideas de lo más diverso, la mayor parte sin la más elemental base científica; en estas aparece un carpintero, no relojero, que dice haber construido un reloj, pero que no da detalle alguno sobre cómo utilizarlo (para que no le plagien), ni qué pretende medir, ni da demasiados detalles. En efecto sus mediciones y cálculos se comprueban, pero eso no establece un método general, válido universalmente. La cosa no parece clara en absoluto.

En todo caso llama la atención que en la actualidad aún haya quien dude de su solución o al menos ni la mencione. Si uno coge por ejemplo el extraordinario Cosmos de Carl Sagan, se expone el problema de la longitud (pp. 144 – 145 de la edición en castellano) como un asunto que trajo de cabeza a la comunidad científica mundial, se habla de Huygens y su reloj de péndulo, pero ni se cita a John Harrison y sus relojes. Y así la mayor parte de los textos escritos por científicos actuales. ¿Curioso, verdad?

Era mi intención incluir con detalle el manejo del sextante, instrumento que prácticamente ha sido olvidado excepto por asociaciones que pretenden que esto no ocurra, y que aparece en multitud de películas. Además iba a plantear algunos problemas matemáticos (trigonométricos básicamente) de cierta complejidad asociados a los cálculos de la longitud y latitud y de las correcciones que hay que hacer debido a fenómenos como el paralaje, la curvatura terrestre, etc., pero la reseña pasaría casi a ser casi una enciclopedia, y ese no es el objetivo. Lo dejaremos para otra ocasión, que seguro que la habrá. De momento en esta dirección podemos ver una animación en cinco pasos que nos puede ayudar a entender el manejo de este instrumento: http://www.waypointgijon.com/uso%20del%20sextante.gif

Apuntes relacionados de interés

Es posible visitar virtualmente los relojes de Harrison y aprender datos interesantes sobre Astronomía y relojes en la web del National Maritime Museum británico http://www.nmm.ac.uk/

En febrero de 2010, se dio la noticia de que físicos del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología norteamericano han creado el reloj atómico más preciso del planeta, con un desfase máximo de un segundo cada 3.700 millones de años. Se trata de un reloj atómico basado en las vibraciones de un átomo de aluminio. El reloj, del tamaño de un frigorífico podría ser muy útil para perfeccionar los GPS y verificar algunas cuestiones físicas con mayor precisión. Más información en la página del NIST http://www.nist.gov/index.html.

Y en un ratillo….

Durante estas vacaciones, tendremos tiempo para visionar dos magníficos reportajes accesibles en la Red del programa Redes que dirige y presenta Eduard Punset relacionados con las matemáticas:

1.- Así empezamos a contar.- Incluye una entrevista a Joseph Dauben, historiador de la ciencia de la Universidad de Nueva York, experto en matemáticas y civilizaciones antiguas. Duración 29 minutos.

2.- Calculamos Fatal.- Sobre el anumerismo que nos invade. Incluye una entrevista con John Allen Paulos, autor de El hombre anumérico y Un matemático lee el periódico. Duración 52 minutos.

Os deseamos a tod@s que disfrutéis de unas estupendas fiestas. Para que no dejéis de utilizar un poco el coco, en la imagen os propongo una elemental cuestioncilla navideña. arbol de Navidad

 

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