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75. (Octubre 2013) La entrevista, de Luisa Etxenike y Gustavo Ariel Schwartz
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Escrito por Marta Macho Stadler (Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea)   
Lunes 21 de Octubre de 2013

La entrevista, de Luisa Etxenike y Gustavo Ariel Schwartz

Pocas veces tengo la oportunidad de leer el libreto y asistir a la representación de una obra de teatro. Gracias a la amabilidad de Luisa Etxenike y Gustavo Ariel Schwartzi, he podido leer La entrevista antes de verla.

He disfrutado –y mucho– tanto con la primera lectura –y con las siguientes para poder preparar esta reseña– como con la representación, a la que pude asistir hace unas semanas.

La entrevista es una obra en un único acto, con diez escenas y con sólo dos personajesii a los que no se les da nombre: son un investigador ‘senior’ –un físico teórico– y un periodista científico –y antiguo discípulo del primero–. El joven acude al despacho del científico para realizarle una entrevista: el físico acaba de ganar un premio por su trayectoria profesional y sus pioneras teorías científicas.

La obra –excepto la novena escena– se desarrolla en el despacho del científico: una mesa de trabajo llena de papeles, una pizarra atiborrada de fórmulas y algo más de mobiliario. Una inmensa ‘pizarra’ –o una hoja de cálculos–   compone el fondo del escenario: fórmulas, ecuaciones y conceptos de física la llenan, desordenados; simboliza las ideas que fluyen, la inspiración, la creatividad, el trabajo intelectual.

El científico espera impaciente la llegada del periodista, que se retrasa. Cuando por fin llega, el encuentro entre ambos es frío; aunque el científico intenta saludar con cordialidad, la actitud de su invitado es distante: éste será su talante durante prácticamente toda la obra. Algo les ocurrió en el pasado, algo que les separó irremediablemente.

El periodista comienza a realizar las preguntas para la entrevista sin demora: desea acabar lo antes posibleiii y no traspasar lo puramente profesional. El científico, sin embargo, pretende conversar, saber como le ha ido la vida a su antiguo alumno.

La entrevista, de Luisa Etxenike y Gustavo Ariel Schwartz

Aitor Mazo –el físico– y David Luque –el periodista– en el comienzo de la entrevista.

El físico habla con pasión de un trabajo, aún no finalizado, que podría llevar a comprender de una manera diferente la materia a través de un estudio pionero de la estructura del electrón. Comenta que un experimento ha confirmado una teoría por él adelantada treinta años antes: la posibilidad de observar los tres componentes del electrón –orbitones, holones y spinones– de manera separadaiv. Diferentes equipos habían observado esos componentes a pares, pero nunca los tres a la vez: el científico cree saber como poder analizarlos todos simultáneamente.

El periodista –aunque se siente atraído por lo que está contando su antiguo mentor– desea marcar distancias, y protesta porque su entrevista no trata sobre el futuro del trabajo del físico, sino sobre su pasado, el que le ha hecho merecer el reconocimiento de la comunidad científica.

A pesar del distanciamiento, los dos se han seguido mutuamente: el periodista ha leído los artículos científicos publicados por el físico, y éste ha seguido la trayectoria del periodista, sus artículos dedicados en muchas ocasiones a la crítica de las políticas científicas.

Surge entre ellos un debate sobre la ciencia básica y la aplicada, cuestiones que se debaten tan a menudo, fundamentalmente cuando se trata de la financiación de la ciencia. ¿Sirve para algo la ciencia teórica? ¿Se aplican a problemas reales muchas de las investigaciones que se llevan a cabo? ¿Hay que invertir en ciencia básica? ¿Revierte esa ciencia básica en la sociedad? El periodista personifica lo real, lo tangible, la sociedad que necesita resultados inmediatos –más aún en un momento de grandes problemas económicos–, frente al científico que defiende la teoría cuya aplicación ya se conocerá a más largo plazo. El joven personaje critica en sus artículos –calificados como sensacionalistas por el científico– las prácticas científicas, sus políticas, el tipo de investigación que se financia, etc.

Estas dos intervenciones extraídas del libreto muestran con claridad las actitudes de uno u otro:

Periodista: Has hablado de romper el electrón…

Científico: (Interrumpiendo y ya muy irritado) De romper no, he hablado de abrir el electrón, de comprender su estructura.

El periodista, con su ‘romper’, pasa a hablar de los peligros que esconde la ciencia: secuelas de la utilización de ciertos tipos de energía, su uso por parte de ejércitos, enfermedades, guerras... Habla de la ética, de la responsabilidad que tienen –y que muchas veces minimizan– las personas que trabajan en ciencia. Discrepa con lo que nos inculcan nuestros gobernadores; recuerda además lo que se esconde tras el aparentemente ‘inofensivo’ mundo científico: competitividad, rivalidades, jerarquía, apropiación del trabajo de otros, zancadillas…

Sin embargo, el científico entiende que el avance de la ciencia ha conseguido mejorar la vida de muchas personas, defiende que el progreso implica riesgos, pero que finalmente lo positivo supera la parte negativa –para él no se trata de ‘romper’, sino de ‘comprender’–. El discurso del científico incluye a la ciencia como parte de la cultura y sostiene que para crecer como sociedad, la ciencia es fundamental:

Para quienes comprenden que sólo poniéndole alas al conocimiento se puede volar sobre el oscurantismo y la dependencia.

Las tensiones entre ellos se van acrecentando mientras siguen conversando: irremediablemente llegan a hablar de su pasado, de lo que ocurrió seis años antes y les llevó a separarse. Cada uno tiene su especial versión de lo que provocó su ruptura: el joven periodista se sintió engañado ante la prohibición por parte de su tutor de publicar un artículo –esta publicación le podía ayudar a mejorar su posición laboral–. El científico recuerda aquel episodio como una obsesión por parte de su pupilo por publicar un resultado no suficientemente maduradov. El joven se sintió engañado por alguien que –desde su punto de vista– sólo pretendía su propio beneficio; el científico veía en su alumno un gran potencial, una inteligencia privilegiada, una persona con la que realizar un trabajo en verdadera sintonía y colaboración. El físico describe esta situación que funcionó al principio entre ellos como una ‘especie de Copenhague’ –que Bohr creó en el Instituto de Física de Copenhague, actualmente el Nordita– en el que intentaban trabajar en ciencia movidos por la curiosidad, no por el mercantilismo científico.

Los fundamentos de la física del siglo XX sólo podían forjarse en Copenhague, sólo podían salir de aquel ambiente de libertad y colaboración.

El físico piensa que su pupilo abandonó porque no era capaz de soportar la prueba de resistencia que supone hacer ciencia; el joven investigador entendió esa etapa como la imposición por parte de su tutor de sus ideas y de su propio beneficio. En sus conversaciones se detecta el afecto y el respeto que los dos personajes se habían profesado; ello explica también el rencor con el que el periodista recuerda sus vivencias en aquella época y como su partida hacia otros institutos de investigación le llevó al final a abandonar por completo el mundo científico. Ambos lamentan no haber sabido entender al otro; el científico confiesa que nunca más tuvo un colaborador, que prefirió proseguir solo con sus investigaciones, que jamás buscó un alumno con el que compartir y crear de esa manera tan especial, la única –desde su punto de vista– que permite hacer la verdadera ciencia.

El periodista recuerda que hubo otro Copenhague, el de 1941, diferente de aquel anterior a la guerra, el que también provocó la ruptura entre maestro y discípulo, entre dos colaboradores inigualables, entre dos mentes complementarias... una situación parecida a la que ellos habían vivido antes de romper su relación seis años antes:

Dos inteligencias que juntas… dos inteligencias que unidas, veían lo que solas no hubieran podido ver. Cada uno lo reconocía en el otro; y se admiraban y se respetaban mutuamente.

Conversan sobre lo sucedido en Copenhague en 1941: el periodista defiende la postura oficial, en la que Heisenberg viaja a Dinamarca para intentar sonsacar a Bohr sobre los avances de los Aliados en la construcción de la bomba atómica; el científico sostiene que Heisenberg retrasó deliberadamente la construcción de la bomba atómica en la Alemania nazi, al retardar premeditadamente ciertos cálculosvi.

En el novena escena se representa precisamente este episodio entre Bohr y Heisenberg –cambia la iluminación, los actores pasan a un segundo plano, son simples sombras que sugieren el recuerdo de un momento histórico pasadovii–: estamos en 1941, Heisenberg suplica a un Bohr escéptico que confíe en él, ellos y su ciencia están por encima de los intereses de la guerra. Bohr no le cree, sospecha... En esta escena, los papeles han cambiado: ahora es el joven el que suplica a su oponente que crea en el poder de la ciencia frente a cualquier otra interferencia humana; pide a Bohr que confíe en él –como el científico pide al periodista que lo haga–. Bohr no puede creer a Heisenberg, demasiados argumentos juegan en su contra –como el periodista no puede confiar en su antiguo mentor que cree que le traicionó–.

La entrevista, de Luisa Etxenike y Gustavo Ariel Schwartz

Niels Bohr y Werner Heisenberg conversan en Copenhague, en 1941.

La obra finaliza regresando al presente: el científico confiesa finalmente al joven que padece una enfermedad degenerativa que le va a impedir proseguir y terminar ese trabajo revolucionario sobre el electrón del que le ha hablado. Le necesita, para trabajar con fluidez, para recuperar esos momentos de inspiración especial que sólo vivió con él, para terminar el trabajo en caso de que la enfermedad le supere...

Lo que entiendo es que ahora estás aquí, otra vez en este despacho, y es como si pudiera pensar todo de otro modo, como si ya no me importara la reputación, ni siquiera el conocimiento, sino sólo la felicidad de las cosas; la felicidad de trabajar de aquella manera. No sabía, hasta que has llegado, cuánto lo había echado de menos.

La felicidad por el descubrimiento... ¿conseguirá convencer al joven para volver a la ciencia?  Cada persona imaginará su propio final; en mi opinión el joven periodista accederá a colaborar con el físico enfermo: el cariño por su mentor, la pasión por el descubrimiento, el reto ante un problema complicado, y probablemente la esperanza de mejorar la vida de las personas le empujarán a regresar al mundo de la ciencia.

Cuando terminé de leer el libreto –comencé, y no lo pude dejar hasta que llegué a la última escena–, le envíe un mensaje a Gustavo Ariel Schwartz: Luisa no podría haber escrito esta obra sin ti. Pero tampoco tú sin ella. La obra representa extraordinariamente los problemas con los que se enfrenta un joven investigador, el ambiente de trabajo en un centro de investigación o una universidad,  las dificultades, frustraciones y alegrías durante el proceso creativo en ciencia. De eso ha dado buena fe Gustavo, pero también creo que Luisa Etxenike ha conseguido que La Entrevista se acerque a la gente ajena a la ciencia.

Gustavo me respondió: Eso es precisamente el Mestizajeviii.

Admiro a Luisa y Gustavo como escritores por separado, en La Entrevista me han emocionado: la historia  transcurre en un ambiente muy familiar –para las personas del mundo universitario y de la investigación–, por momentos una se identifica con el físico  que se ilusiona, aboga por el trabajo bien pensado, por la ciencia no mercantilista... pero en otras ocasiones el discurso del joven que critica la competitividad y la falta de responsabilidad también resulta muy cercano.

Como espectadora, la puesta en escena y la representación no me defraudaron –a pesar de que ya conocía el texto–: estupendos los actores en sus papeles y una bellísima puesta en escena, con la gigantesca pantalla mostrando ecuaciones, los cambios de luces y juegos de sombra para viajar al pasado…

Me conmovió especialmente la última escena en la que, para simbolizar la enfermedad degenerativa del físico, las fórmulas y anotaciones de la gran pantalla en el fondo de la escena comienzan a desaparecer: la memoria empieza a jugar malas pasadas, los recuerdos desaparecen, el deterioro aumenta...

La entrevista, de Luisa Etxenike y Gustavo Ariel Schwartz

El final de la obra: las fórmulas desaparecen de la gran pantalla.

Más información:

 

Notas:

[i] Gustavo Ariel Schwartz me ha enviado además las fotografías que forman parte de esta reseña.

[ii] Excepto en la escena 9, que representa una conversación entre Niels Bohr y Werner Heisenberg que tuvo lugar en Copenhague en 1941.

[iii] Ha accedido a realizar la entrevista porque la revista para la que trabaja le ha forzado a ello: era la única manera de que el científico accediera a este encuentro.

[iv] El físico Javier Armentia comentaba en twitter hace unos días: “La ciencia detrás de La entrevista es bien reciente”, y enlazaba a este artículo [Zeeya Merali, Not-quite-so elementary, my dear electrón, doi:10.1038/nature.2012.10471]. Gustavo le respondía “Eres el primero que se da cuenta. Muchos de mis colegas creyeron que me lo había inventado todo”.

[v] Práctica tan común hoy en día, propiciada por el sistema de méritos y por la manera de evaluar la investigación realizada.

[vi] Esta es la postura defendida por el dramaturgo Michael Frayn en su obra Copenhague. Puede verse una reseña de esta obra en DivulgaMAT, en cuyas referencias se incluye un enlace al libreto de la obra.

[vii] Esta técnica se utiliza varias veces durante la representación: mediante juegos de sombras chinescas se salta del presente al pasado rememorado.

[viii] Gustavo Ariel Schwartz es el responsable del programa Mestizajes: http://www.mestizajes.es/

 

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