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Somerville, Mary (1780-1872) - Página 2
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Escrito por Nieves Zuasti Soravilla (Profesora de Secundaria)   
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Somerville, Mary (1780-1872)
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Las nuevas universidades y, en particular, las universidades escocesas de Glasgow y Edimburgo contaban con científicos como Lord Kelvin, que defendieron la introducción del trabajo experimental en la formación universitaria. Surgen los Institutos de Mecánica de Glasgow, Birmingham y otros en casi todas las grandes ciudades; la mayoría poseían un nivel bastante elevado, siendo ya en 1850 más de seiscientas las organizaciones que reunían a más de cien mil personas. La ciencia se estaba volviendo compleja y difícil de comprender para los intelectos sin formación, y la investigación experimental requería aparatos costosos, así como más clara implicación en el desarrollo industrial.

Los primeros pasos de Mary Somerville en el mundo de la ciencia tuvieron como escenario una Escocia en plena ebullición. Esta circunstancia favoreció su inicial desarrollo como científica y el posterior conocimiento y difusión de sus trabajos

En Edimburgo, existía una actitud, aun dentro de los convencionalismos de la época, más abierta a la participación de las mujeres en actos sociales en los que se daban conferencias y se realizaban demostraciones científicas, a menudo con el fin de obtener financiación necesaria para sostener nuevos proyectos. Mary Somerville era consciente de que estas reuniones culturales eran los únicos contactos posibles con las últimas novedades científicas, algo vital para estar en la primera línea de la ciencia que se desarrollaba en ese momento.

Hija de un vicealmirante de la armada inglesa, la familia vivía cerca de Edimburgo, donde pasaban los inviernos. Mary se había manifestado como una joven inquieta y observadora, de manera que inició un aprendizaje autodidacta muy común a otras científicas de su tiempo. En su autobiografía describe cómo le llamaban la atención los animales y las plantas cuando paseaba por el campo. Uno de aquellos veranos, su tío, el Dr. Somerville admirado por su deseo de saber, le recomendó iniciarse en las lecturas en latín de autores clásicos, y al tiempo le hablaba de mujeres sabias de la antigüedad.

En 1804 se casó con Samuel Greig, oficial de marina, y se trasladaron a Londres. Este cambio en su vida fue duro pero crucial para su futuro científico. Nacieron dos hijos y su marido murió al tercer año de matrimonio. Se encontró lejos de su familia, pero con una independencia personal y económica que para ella supuso una nueva manera de afrontar la vida.

Descubrió en Londres un ambiente científico que comenzó a interesarle. Su buena posición económica le facilitó aumentar su biblioteca y decidió dedicar parte del tiempo a mejorar su formación. Su primer “éxito” fue ganar una medalla de plata por la solución de un problema sobre las ecuaciones diofánticas en el Mathematical Repository de Wallace. Por entonces, ya había leído Los Elementos de Euclides y el Álgebra de Bonycastle.

Volvía con frecuencia a Edimburgo, donde sus amigos, conocedores de su dedicación a las matemáticas, le animaban a que participara en coloquios y reuniones que se celebraban con frecuencia, y en las que tomó contacto con importantes científicos, entre ellos William Wallace quien orientó sus lecturas matemáticas haciéndole llegar los trabajos de los más importantes matemáticos franceses de la época.

Su segundo matrimonio, en 1812, con su primo William Somerville, inspector médico de la Royal Navy, supuso para ella una convivencia larga y feliz y un respaldo fundamental en su dedicación a la ciencia. Su marido estaba orgulloso de los conocimientos de Mary y se convirtió en su principal ayudante a la hora de facilitarle contactos con la comunidad científica. Se instalaron en Londres y William se hizo socio de la Royal Society, ya que en dicha Institución no se admitían mujeres ni les estaba permitido el acceso a las instalaciones. En su biblioteca él copiaba a mano los artículos que a su mujer le resultaban interesantes para sus investigaciones.

Cuando tuvieron la oportunidad de visitar París, en 1817, aprovecharon para encontrarse con los más importantes matemáticos de la época como Lagrange, Poisson y Laplace, quienes les mostraron el avance de sus trabajos. Para una científica como ella, el estudio de estos materiales era fundamental dado que en Inglaterra le resultaba muy difícil conseguir tratados matemáticos de esta importancia.

En 1830, el prestigioso científico Charles Babbage publicó un libro bajo el título “Reflexiones sobre la decadencia de la ciencia en Inglaterra”. El revuelo que ocasionó fue importante, y Brewster, desde su condición de científico aficionado y como vicecanciller de la universidad de Edimburgo, convocó una reunión nacional de “Amigos de la Ciencia”, en la que se acordó la fundación de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia que, entre sus objetivos, planteaba una profunda reforma de la universidad, tanto en su estructura como en la cuantía y el destino de sus inversiones.

Mary Somerville seguía de cerca estos acontecimientos. La Asociación fue muy activa en el movimiento por la reforma de la educación superior, aunque estaba todavía muy lejos de plantearse el acceso de las mujeres a las enseñanzas universitarias. Por su parte, la Royal Society también emprendió algunas reformas, en especial en cuanto a las características de sus socios. A partir de 1874 los pares no dispusieron ya de un acceso privilegiado dando prioridad a los científicos mejor formados, aunque hubo que esperar hasta 1945 para que se admitiera a las mujeres como miembros.

En 1826 Mary Somerville escribió su primer artículo The Magnetic Properties of the Violet Rays of the Solar Spectrum. Le siguieron Experiments on the Transmission of the Chemical rays of the solar spectrum across different media, y On the action of the Rays of the Spectrum on Vegetable juices. Se publicaron por la Royal Society en Philosophical Transactions y eran los primeros escritos firmados por una mujer, lo que supuso un gran revuelo entre los científicos del momento. Estos trabajos no tenían detrás el aval de ninguna universidad, institución, o sociedad científica, sin embargo, el gran prestigio social que Mary Somerville alcanzó, le abrió las puertas de los salones londinenses, por otra parte los únicos a los que podía acceder por el hecho de ser mujer. Muchos científicos se interesaron en compartir sus puntos de vista llegando a mantener una correspondencia regular con muchos de ellos, siempre dirigida, por supuesto, a su marido, según costumbre de la época.
 

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