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Torres Quevedo, Leonardo (1852-1936) - Página 3
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Escrito por Francisco A. González Redondo (Universidad Complutense de Madrid)   
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Torres Quevedo, Leonardo (1852-1936)
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De vuelta a Europa, resuelto el problema de la navegación aérea mediante sus dirigibles, y disfrutando de la explotación comercial de su invención a cargo de la casa Astra (que le proporcionaría unos royalties de 3 francos por cada metro cúbico construido), la inventiva aeronáutica de Torres Quevedo no paró, presentando en 1911 dos nuevos inventos, tan revolucionarios en aquellos momentos, que siguen estando de plena actualidad. En primer lugar, el poste de amarre, un mástil con cabezal pivotante al que se amarra la proa del dirigible, el sistema estándar hoy en día en todo el mundo. Pero también el cobertizo giratorio, un hangar de tela giratorio, auto-orientable por la propia acción del viento en la misma dirección que el dirigible que debe alojar, elástico y autorrígido, que adquiere su forma (y su rigidez) al inyectarle aire a presión en el interior de la envuelta, constituyéndose, ni más ni menos, en el origen de toda la “arquitectura inflable”, habitual hoy en pabellones polideportivos, stand feriales, etc.

En 1913 presenta una nueva patente, la primera en todo el mundo en el ámbito de la ingeniería aeronaval: el buque-campamento, un barco porta-dirigibles. Aunque Torres Quevedo ofreció su invención a la Armada británica, ésta no fue capaz de asimilar lo que vislumbraba claramente nuestro genial inventor: la utilidad de las fuerzas aéreas para la Marina de guerra. La Armada española sí retomaría  los diseños del inventor (aunque bien entrados ya los años veinte) para la construcción de nuestro primer porta-aeronaves (para dirigibles e hidroaviones): el “Dédalo”.

En 1914 se publica la obra cumbre de la Historia de la Ciencia y de la Técnica española: los Ensayos sobre Automática. Su definición. Extensión teórica de sus aplicaciones. En ella Torres Quevedo crea una nueva Ciencia, la Automática, “que estudia los procedimientos que pueden aplicarse á la construcción de autómatas dotados de una vida de relación más o menos complicada”. Los autómatas, según nuestro inventor, tendrían sentidos (aparatos sensibles a las circunstancias externas), poseerían miembros (aparatos capaces de ejecutar operaciones), dispondrían de energía necesaria y, además, y sobre todo, tendrían capacidad de discernimiento (objeto principal de la Automática), es decir, de elección entre diferentes opciones.

Pero en los Ensayos también avanza sistemas para realizar operaciones aritméticaspor procesos digitales, introduciendo la idea de los circuitos de conmutación mediante relés (única posibilidad en aquella época), desarrolla un procedimiento original para comparar dos cantidades, diseña un autómata sencillo y se refiere a Babbage y a su célebre máquina analítica, destacando que la causa de su fracaso había sido el uso de procedimientos exclusivamente mecánicos.

Ajedrecista
Ajedrecista

Aunque no se hace ninguna referencia a él en los Ensayos, entre finales de 1913 (en Madrid) y principios de 1914 (en París) presenta su primer ajedrecista, la primera manifestación de inteligencia artificial en la historia. Ni más ni menos que un autómata con el que se puede jugar un final de partida de ajedrez: torre y rey contra rey. La máquina analiza en cada movimiento la posición del rey que maneja el humano, “piensa” y va moviendo “inteligentemente” su torre o su rey, dentro de las reglas del ajedrez y de acuerdo con el “programa” introducido en la máquina por su constructor hasta, indefectiblemente, dar el jaque mate.

En ese mismo año 1914 se constituye la Sociedad “Transbordador español del Niágara” para la construcción en Canadá, sobre el río Niágara (algunos kilómetros aguas abajo de las cataratas) del primer teleférico para pasajeros de Norteamérica. Proyecto español, técnica española, empresa constructora española, capital español (vasco), barquilla, cables, motores y accesorios construidos en España, etc.; todo ello en plena Guerra Mundial. El transbordador del Niágara se inauguraría el 9 de agosto de 1916, constituyéndose para su explotación en Canadá (hasta 1960) otra empresa con capital vasco, The Niagara Spanish Aerocar Company.

Si esta obra constituyó un gran éxito personal tras los sinsabores iniciales en Suiza, lo que de verdad se consagrará durante la Guerra es su sistema de dirigibles autorrígidos, con la adquisición y uso, en la vigilancia de costas, escolta de navíos y lucha antisubmarina, de más de veinte unidades en Francia, más de sesenta en el Reino Unido, cuatro por Rusia, seis por los EE.UU. y hasta uno por la Armada de Japón.

También en plena Guerra, el 24 de noviembre de 1916, presenta una nueva incursión en el ámbito de la ingeniería naval: una embarcación, construida en Bilbao, que denomina binave; el primer bimarán (concebido como posible trimarán o polimarán) de casco metálico de la historia. Suponía una completa novedad en su época que tendría que esperar al final del siglo XX para generalizarse entre las compañías navieras.

Por la índole multidisciplinar de su obra puede considerarse a Torres Quevedo, simultáneamente, ingeniero industrial, aeronáutico, de telecomunicaciones y naval. Pero en abril de 1918 nos recuerda que también es ingeniero de Caminos, cuando presenta su sistema de enclavamientos ferroviarios, “un aparato central de un sistema de enclavamientos destinados a proteger la circulación de los trenes, dentro de una zona determinada”.

Finalizada la Guerra, y animado por el Coronel Emilio Herrera, en 1919 presenta en el Congreso de Bilbao de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias el proyecto del “Hispania”, un nuevo sistema de dirigibles semirrígidos, desarrollado a partir de los “Astra-Torres”, especialmente concebido para resolver el problema aeronáutico pendiente tras el conflicto: los vuelos transoceánicos. Como en otras ocasiones, España no estaba preparada para la novedad, y serán los Zeppelin alemanes los que protagonicen estas singladuras.

Sin embargo, 1920 es el año, visto desde el presente, que representa la cima en la contribución científica de Torres Quevedo, y el año que España debe reivindicar como propio en la Historia mundial de la Ciencia y la Tecnología. Leonardo Torres Quevedo, con ocasión de la celebración del centenario del aritmómetro de Thomas de Colmar, presenta en París su aritmómetro electromecánico, materialización de las ideas teóricas sobre las máquinas analíticasavanzadas años antes en sus Ensayos. Esta nueva creación, que contiene las diferentes unidades que constituyen hoy una computadora (unidad aritmética, unidadde control, pequeña memoria y una máquina de escribir como órgano de salida y para imprimir el resultado final), debería consagrar internacionalmente a nuestro ingeniero como el inventor del primer ordenador en el sentido actual de la historia.

Máquina de calcular
Máquina de calcular

En 1922, a punto de cumplir los setenta años, presenta el segundo ajedrecista, en el que, bajo su dirección, su hijo Gonzalo introdujo diferentes mejoras, especialmente de presentación, que permiten una más clara intelección de la dimensión que supone esta aportación. Será su última gran obra. Durante los años siguientes, mientras recibe innumerables honores y condecoraciones, y ostenta la representación de la Ciencia española en los organismos internacionales, patentará creaciones menores: mejoras en las máquinas de escribir (1923), dispositivos para la paginación marginal de libros (1926), aparatos de proyección (1930), etc.

Con la llegada de la República, su antiguo Laboratorio se constituiría en el origen de la Fundación Nacional para Investigaciones Científicas y Ensayos de Reformas, la nueva institución pública que debía ocuparse de poner en relación las Ciencias aplicadas con la actividad industrial y empresarial, vacío que ni la Universidad ni la Junta para Ampliación de Estudios habían logrado llenar.

Para entonces nuestro ilustre ingeniero llevaba algún tiempo ya en retirada. Aunque la “genialidad” ni se hereda ni se transfiere, y D. Leonardo no pudo dejar “escuela”, sí encontró quién le sucediera como figura máxima y representante nacional e internacional de la Ciencia española. Será aquél joven Catedrático de Electricidad y Magnetismo al que había acogido en su Laboratorio de Mecánica Aplicada, en 1909, para que fuera organizandoel Laboratorio de Investigaciones Físicas de la JAE: Blas Cabrera Felipe. Efectivamente, Cabrera le acompañaría en la Academia de Ciencias de París y en la Academia Española de la Lengua; y le sucedería, entre otros, en el Comité Internacional de Pesas y Medidas, en las Comisiones de Cooperación Internacional de la Sociedad de Naciones, en la Presidencia de la Academia de Ciencias, etc.
Leonardo Torres Quevedo
Todo ello alcanzó a verlo nuestro insigne sabio antes de fallecer, en el Madrid sitiado de la Guerra Civil, el 18 de diciembre de 1936.

Gracias a las tareas de difusión realizadas en las últimas décadas, muy especialmente desde la asociación Amigos de la Cultura Científica y la dedicación incansable de su Presidente, Francisco González de Posada, la comunidad científica ha empezado a reconocer que Leonardo Torres Quevedo es, sin ninguna duda, una de las figuras cumbres en la Historia mundial de la Informática. Hoy ya está aceptado que a él se debe la invención del primer mando a distancia. En la actualidad, estamos especialmente dedicados a que se reconozca que sus novedosos sistemas de dirigibles, patentados entre 1902 y 1919, lo convierten en uno de los pioneros de la Aeronáutica mundial y uno de los pocos que pueden presumir de que sus contribuciones siguen vigentes, después de más de cien años, constituyendo “presente” en la Aerostación dirigida.
 

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