Maridos Celosos (marzo 2004)
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Un matemático, un biólogo y un filósofo disfrutan, junto a sus esposas -una matemática, una filósofa y una bióloga- de un día en el campo.

El matemático está casado con la bióloga; el biólogo con la filósofa y el filósofo con la matemática.

Los tres hombres, a pesar de la inteligencia que se les supone y de la capacidad de raciocinio y equilibrio intelectual que aseguran tener, son muy celosos. No pueden superarlo. Hacen esfuerzos intentando racionalizar el problema, comprenderlo, hasta han intentado hacerle frente con un programa de ordenador del Instituto de Psiquiatría Colateral de Buenos Aires titulado “¡Ay de mí, los celos que yo sentí...!”, pero nada. Los celos les consumen de tal manera que no pueden soportar ni siquiera que sus mujeres hablen con otros hombres, ni aceptan dejarlas a solas con otro hombre, aunque sea un amigo.

El filósofo se apoya en la lógica para hacer frente a sus celos razonando que una mujer inteligente, noble y enamorada como la suya no es lógico que sea infiel, pero...; el matemático recurre al cálculo de probabilidades para sopesar las sospechas de que una mujer como la suya pueda serle infiel y el resultado obtenido aparece con un apabullante saldo a favor de ella, pero...; en cuanto al biólogo, razona que la Naturaleza nos ofrece múltiples ejemplos de mamíferos de comportamiento monógamo, entre ellos los humanos, y que, por lo tanto sería ilógico y absurdo que su mujer se saliera de la estadística natural, pero...

Haciendo un esfuerzo, cada uno de ellos ha presentado a su mujer a sus otros dos amigos con la idea de salir todos juntos de vez en cuando, así que ese mismo fin de semana deciden pasarlo en una pequeña ciudad cercana para recorrer los alrededores con calma. Camino de esa ciudad cruzan un puente sobre un caudaloso río y ante la belleza del entorno deciden dejar aparcados los coches para dar un paseo por la orilla. La mañana es espléndida y la temperatura agradable así que, al cabo de un rato, deciden sentarse en la hierba a descansar. Los problemas empiezan a surgir cuando la bióloga se levanta y, aproximándose a un árbol, le dice al biólogo:

-Mira, colega, un caracol.

El biólogo acude a su llamada con la consiguiente inquietud del matemático que no pierde detalle de la escena, aunque disimule sus celos con una media sonrisa y mirando de reojo.

-Mira qué gracioso este caracol –dice la bióloga- mira cómo trepa por el tronco, aunque resbale de vez en cuando.

-Esto me recuerda a un caracol que se empeñaba en trepar por la tapia de mi jardín la primavera pasada. –dice el biólogo- Lo estuve observando y subía a lo largo del día 30 cm, aunque por la noche resbalaba 20 cm. Pero nada, al día siguiente, seguía en su intento de subir hasta lo alto de la tapia, que medía 2 metros de altura.

-¡Dos metros! ¿Y cuantos días tardó en llegar arriba?

Mientras tanto, el matemático se enfurecía por momentos al ver en tan animada charla a su mujer con su colega, ya que relacionaba al caracol con los temidos cuernos, aunque supiera que los cuernos del caracol no eran cuernos, a pesar de que como tal los calificara la letra de la canción infantil. Pero él nada, seguía furioso pensando que el caracol, además de cornudo, con la casa a cuestas, que ya era el colmo. Es más, al ver que su mujer lo miraba y sonreía después de mirar al caracol le hizo imaginar que comparaba. Y ya no pudo soportarlo más cuando ella comenzó a cantar: “Caracol, col, col, saca los cuernos al sol...”. Así que, para contrarrestar, se cambió de sitio sentándose junto a su colega, la matemática.

-¿Qué tal, colega?

Antes de que le diera tiempo a responder, su marido, el filósofo, contestó:

-Está muy bien. ¿Qué pasa?

-Nada, hombre, nada. Cosas entre compañeros de profesión.

El filósofo no se mueve de su sitio disimulando que está tan tranquilo, cuando en realidad está tan intranquilo. Y más que se intranquiliza al oír que su mujer es la que lleva las riendas de la conversación, intimando, a su juicio, demasiado.

-Tienes tres hijas, ¿no? ¿Qué edades tienen?

-El productos de sus edades es 36 –contesta el matemático

-¡Hombre! Olvida por unos momentos tu profesión y dame algún dato más.

-Muy bien; pues la suma de sus edades es el número que decías ayer que era el que más te gustaba.

La matemática, divertida al ver que su marido no la pierde de vista ni un segundo, recuerda el número citado, e insiste:

-Ya lo recuerdo, pero dame algún dato más.

-Está bien: a mi hija mayor le gustan mucho las fresas.

-¡Estas completamente loco! –exclama ella riéndose a carcajadas.

El filósofo decide imitar a su mujer, e intentando disimular sus celos, se aproxima a hablar con la mujer del biólogo. Señala con un gesto de la cabeza al marido de la filósofa que habla con la mujer del matemático, y le dice:

-Mira tu marido, qué gracioso, cómo se divierte con el caracol.

-Sí, ya lo veo –contesta ella- le encantan los sofismas, aunque no sé si lo que ha dicho del caracol es una falacia, o sea, que haya cometido un error de argumentación, o un sofisma, o sea, que esté tratando de persuadir a tu mujer, incluso engañándola.

El filósofo se encrespa ante las palabras de su colega y dice:

-Es que lo del caracolito me ha molestado mucho porque, según la lógica, si todos los caracoles tienen cuernos y todos los que tienen cuernos no sólo son caracoles, todos los que no son caracoles, o sea, entre ellos yo, tienen cuernos.

-Yo creo que exageras. Tu mujer y mi marido solamente se entretienen, así, a simple vista, con cualquier razonamiento no válido con apariencia de validez.

-¿Qué quieres decir con eso de “así, a simple vista”? –pregunta el filósofo, susceptible hasta decir basta.

-Nada, hombre, nada –contesta la filósofa, riéndose de sus injustificados celos, pero divertida de provocarlos.

-En una palabra: que ella me engaña.

-Oye, estás un poco paranoico, ¿no?

Afortunadamente para los tres hombres, en ese momento, la filósofa se pone en pie y propone:

-Escuchad; en esta guía turística que he traído dicen que al otro lado del río, justo en ese pueblo que hay ahí enfrente –y señala unos tejados y la torre de una iglesia que asoman tras una loma- hay una iglesia, que imagino que será aquella, que tiene una portada románica impresionante. ¿Por qué no vamos a verla?
Todos se agrupan a su alrededor hasta que el biólogo, al ver que con el pretexto de consultar la guía, el matemático y el filósofo se están acercando demasiado a su mujer, pregunta:

-Pero, ¿cómo cruzaremos el río?

-Podemos volver a los coches –propone el biólogo.

-Y por qué no cruzamos en esa barca –propone, a su vez, el matemático, señalando una barca que está varada en la orilla apenas a unos metros de ellos.

Pero al acercarse a la barca se dan cuanta de que es tan pequeña que solamente podrían pasar dos de ellos en cada viaje.

Y entonces surgen los celos de los tres hombres, aumentados con que la barca escribe su nombre en grandes letras rojas: “Sodoma”.

Cada uno de ellos piensa: Si la barca tiene que hacer viajes de ida y vuelta para que pasemos los 6 a la otra orilla, y en cada viaje solamente pueden cruzar 2 personas, quiere decir que mi mujer se tiene que quedar sola en la otra orilla, si es que pasa conmigo, mientras yo vuelvo a recoger a otra persona. O pasa ella sola con cualquiera de mis amigos, lo que no me hace ninguna gracia, que yo no dejo a mi mujer sola con un hombre, y menos en una barca que se llama “Sodoma”. O se queda aquí con mis 2 amigos mientras yo cruzo en barca con la mujer de unos de ellos, y tampoco quiero que se quede, aunque esté con ella una de las mujeres.

En esos pensamientos estaban enredados cuando la bióloga preguntó:

-Bueno, ¿pasamos o qué?

-Es que... –dice, sin decir nada, el filósofo.

-Lo que pasa es... –empieza a decir el matemático.

-Claro, pero... –dice, por último, el biólogo.

-¡Hasta aquí hemos llegado! –dice la matemática- ¿Pero no os da vergüenza? Lo que os pasa es que ninguno de vosotros quiere que su mujer se quede con otro hombre sin estar él delante ¿no?

Los tres hombres disimulan como pueden, aunque pueden poco, hasta que la bióloga pregunta:

-¿Cómo podemos arreglar el problema provocado por los celos de estos tres mastuerzos? O sea, ¿cómo nos las arreglaremos para cruzar todos el río, sin ahogar a estos tres celosos inveterados, aunque nos quedemos con las ganas?

Las tres mujeres se ríen de sus maridos, mientras que el filósofo y el biólogo le dicen al matemático:

-Este problema lo lógico es que lo resuelvas tú...

Todos se le quedaron mirando con impaciencia, mientras su cara se iba poniéndo roja por momentos.

-¿Y qué pasaría si fuéramos 4 parejas y pudiéramos pasar 3 personas en cada viaje? –planteó, para amargarle definitivamente el día, la bióloga.

-¿Y si son n parejas y en cada viaje pueden pasar n-1 personas? - pregunta, divertida, la matemática.

En ese momento, la filósofa, mirando hacia el recodo que hace el río, dice:

-Mirad, ahí mismo hay una islita en medio del río en la que podríamos recalar. Así podríamos, en la barca de dos plazas, pasar n parejas haciendo paradas en la isla. No sé si esto arreglaría o complicaría el problema...

-Pero bueno, ¿os habéis vuelto locas? Vamos a ver cómo nos las arreglamos para cruzar el río nosotros, con esta barca yy desde este punto, y luego ya veremos –dice el matemático, cansado de preguntas y propuestas.

Y allí se quedaron las 3 parejas intentando resolver el problema.

Para complicar las cosas, ya que las cosas siempre son susceptibles de empeorar, han comenzado a formarse unos negros y espesos nubarrones que no presagian nada bueno. Además, y esto ellos aún no lo saben, el hotel en el que pensaban dormir ha anulado por error sus reservas y no tienen habitación para ellos esa noche.

Pero a estos otros dos problemas se enfrentarán cuando resuelvan, si es que lo resuelven, el de cómo cruzar el río de dos en dos.


Autor: Joaquín Collantes
Asesor matemático: Antonio Pérez Sanz

 
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