Presos en Fuga (marzo 2004)
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-Ramón, en la cárcel por intentar estafar (ingenuo, él) a una compañía de seguros, se aficionó a la lectura como remedio para matar el tiempo.

Al terminar de leer “El Conde de Montecristo” reconoció que el bibliotecario de la cárcel tenía razón: en la lectura está la clave de la sabiduría.

Apasionado con las desventuras más que aventuras de Edmundo Dantés excavando un túnel, centímetro a centímetro con una cuchara, un palillo, con las uñas, año tras año, se imaginó a sí mismo excavando su propio túnel y dijo: ¿Por qué no?

-Pues porque no. –contestó Cajal, su compañero de celda, cuando Ramón le propuso la fuga a través de un túnel- Una cosa es ser el protagonista de una novela y otra bien distinta estar recluido en esta cárcel. Si estuviéramos encerrados en la mazmorra subterránea de un castillo, como en la novela de Alejandro Dumas, podría ser más o menos fácil excavar un túnel para poder escapar. Pero te recuerdo que estamos en una celda que está en el tercer piso de un penal moderno, y que desde aquí no hay ninguna posibilidad de hacer ningún túnel.

-Está todo previsto. Ése será nuestro túnel –dijo Ramón señalando el conducto del aire acondicionado que había en el techo.

Aquella noche Ramón y Cajal esperaron a que todos durmieran para, con todo sigilo, desmontar la rejilla del aire acondicionado introduciéndose por el conducto. Una vez dentro, lo recorrieron gateando hasta llegar al final en el que el conducto bajaba en vertical.

Ramón y Cajal se miraron, aunque inútilmente, ya que la oscuridad dentro del conducto era total y, por lo tanto, no se vieron. Aunque lo que sí vieron es que el final del pozo, allá abajo, estaba ligeramente iluminado. También pudieron ver que se podría bajar hasta ese final iluminado a través de una escalera de mano que el pozo de sección cuadrada tenía en uno de sus lados.

-¿Vamos? –preguntó Ramón, que iba el primero.

-Vamos –contestó Cajal, que iba el segundo y último, entre otras cosas porque sólo iban dos.

Comenzaron a bajar por la escalera de mano hasta que Ramón, deteniéndose, preguntó:

-¿Cuánto tendremos que bajar?

-Mucho.

-Hombre, hasta ahí llego. Quiero decir que a qué distancia estará esa luz.

-Es fácil –contestó Cajal- cada peldaño está separado del anterior 30 cm. Si hemos bajado ya 12 peldaños quiere decir que hemos recorrido 360 cm, o lo que es lo mismo: 3 metros y 60 centímetros.

-¿Y qué? –preguntó Ramón, poniéndose de nuevo en marcha.

-Pues que cuando lleguemos abajo no tendremos más que multiplicar el número de peldaños bajados por 30. Así sabremos cuánto medía el tramo recorrido.

-Pero, ¿para qué nos sirve conocer la distancia recorrida una vez que hemos llegado abajo. Yo la querría saber ahora. ¡Qué listo eres! Por cierto, ¿por qué estás en la cárcel?

-Le propuse al Ministerio de Hacienda un procedimiento para defraudar en la declaración de la renta –contestó Cajal.

-Lo que yo imaginaba: eres realmente inteligente –dijo Ramón.

-Es que estaba muy orgulloso de mi procedimiento. Pero cuando el ministro se enfado de verdad fue cuando le dije que el método era infalible, ya que yo llevaba haciéndolo durante años y que, además, exigía derechos de autor.

Y así, hablando de sus cosas, llegaron al final de la escalera que desembocaba en una gran sala cuadrada que estaba casi a oscuras, ya que apenas estaba iluminada por una bombilla de 40 w que colgaba del centro del techo. La escalera terminaba justo en la mitad de uno de las paredes, y allí se quedaron los dos amigos, acostumbrando sus ojos a la penumbra.

-¿Habrá alguna salida al exterior? –preguntó Ramón.

-Yo no veo ninguna. Bueno, la verdad es que yo no veo nada, ¿qué hacemos?– preguntó a su vez Cajal.

-Esta habitación es cuadrada...

-O sea, que tiene las cuatro paredes iguales –dijo Cajal, interrumpiendo a su amigo.

-Pues claro, por eso es cuadrada.

-¿Y no hay cuadrados de lados desiguales?

-Tiene que haber alguna salida. No tenemos más que buscarla –dijo Ramón, sin hacer caso del comentario de su compañero.

-¡Ya está! ¡45 metros! –exclamó Cajal.

-¿Qué?

-Que hemos bajado 45 metros, es decir 150 peldaños a...

-No empieces otra vez. Vamos, busquemos una salida. Tú vete hacia la derecha que yo iré hacia la izquierda. Lo mejor es que corramos pegados a la pared hasta recorrer los lados del cuadrado, que así seguro que uno de nosotros encontrará una salida.

-¡Ni hablar! Vamos los dos juntos.

-No seas absurdo. Por separado encontraremos antes una salida.

-Ya, pero es que a mí me da miedo la oscuridad, y ya que nos hemos escapado juntos lo mejor es que sigamos juntos.

-En primer lugar aún no nos hemos escapado del todo –puntualizó Ramón- y en segundo lugar tienes que reconocer que es más lógico y práctico que busquemos por separado. No tenemos más que recorrer los lados del cuadrado bien atentos y corriendo a la misma velocidad, es decir, manteniendo una velocidad constante, incluso cuando giremos en los rincones, para encontrar la salida cuanto antes sin que ninguno de los dos se retrase. Vamos, salgamos de dos puntos distintos y en distintas direcciones hasta que nos crucemos. El que encuentre primero una puerta que se lo diga al otro.

Iban a ponerse en marcha cuando Cajal le dijo a Ramón:

-Mira, aquí, en la pared hay un plano de la habitación y, en efecto, es cuadrada. Además, mide 683 metros cuadrados. ¿Cuánto medirá cada pared?

-Déjate de cálculos y pongámonos en marcha.

-Y como la habitación tiene 9 metros de altura de techo, ¿Cuántos metros cúbicos medirá?

-¿Y yo qué sé? –contestó ramón impaciente- Yo me pongo en marcha.

Ramón se separó de su amigo unos cuantos metros, se volvió para ver a su amigo que seguía quieto en el mismo sitio y, levantando la voz, le dijo:

-Yo empezaré a correr desde aquí y tú hacia allá. A ver dónde nos encontramos. Una, dos y ... tres.

Y salieron corriendo en direcciones opuestas, pegados a la pared. Recorrieron un vuelta completa y se cruzaron en uno de los rincones. Al ver que su amigo venía corriendo hacia él, Cajal, sin pararse, le preguntó: ¿Has encontrado algo? Y Ramón, sin aminorar la marcha, contestó: No, demos otra vuelta, por si acaso. Y siguieron corriendo hasta que se volvieron a cruzar en otro rincón distinto al anterior, y como tampoco habían visto ninguna puerta decidieron seguir dando vueltas, convencidos de que encontrarían una salida.

Mientras tanto, dos ratones, que se llamaban Mickey y Mouse, contemplaban la escena desde el centro de la sala, y uno le dijo al otro:

-Mira que son raros los humanos –dijo Mickey.

-Desde luego –dijo Mouse- en vez de buscar una salida tan tranquilos, no hacen más que dar vueltas cruzándose siempre en rincones distintos. Por cierto: ¿Un humano que vive en La Coruña puede, según la Ley, ser enterrado en Londres?

-¿Y yo qué sé?

-No, si lo decía porque como los humanos son tan raros, a lo mejor no... ¡Mira, mira!, se van a cruzar otra vez.

Y Ramón y Cajal, visiblemente cansados, pero sin disminuir su velocidad igual y constante, se cruzan por tercera vez pero en otro rincón distinto al 1º y al 2º.

Entonces Mickey le dice a su amigo Mouse:

-Oye, yo creo que esos dos se han vuelto locos.

-¿Por qué?

-Porque ya llevan tres vueltas al circuito y cada vez se han cruzado en un rincón distinto. Y eso que se ve bien claro que corren a la misma velocidad.

-Pues eso será que, a pesar de las apariencias, uno corre más rápido que el otro, pero, ¿cuánto más rápido va uno que el otro?.

-Además, ya verás que risa cuando descubran que esta sala no tiene salida y que están corriendo más de lo que pensaban, ya que el que escribió la cantidad de metros cuadrados en el plano bailó los números y en vez de 683 metros cuadrados, mide 863.

-¿Y de altura? –preguntó Mouse.

-No, de altura está bien.

-Bueno, yo ya me he cansado de ver a esos dos. Mira, van a cruzarse en otro rincón distinto. ¿Nos vamos?.

-Sí. Te invito a cenar. He empezado las Obras Completas de Kierkegaard.

-¿Y qué tal?

-Densas. Pero con sal y mostaza no están mal.


Autor: Joaquín Collantes
Asesor matemático: Antonio Pérez Sanz

 
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