París-Dakar (marzo 2004)
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La carrera anual de motocicletas, automóviles y camiones transcurre, en su octava etapa, por el desierto de Libia.

La organización se preocupa de que el abastecimiento a los participantes funcione a la perfección, y lo consiguen... menos con uno de los camiones de abastecimiento del equipo español del que se ocupan tres amigos, llamados Juan, Jaun y Janu. Uno es ciego, el otro sordo y el tercero mudo.

Para que les admitieran en el equipo de abastecimiento, ya que en el fondo lo único que querían era conocer el continente africano, mintieron adjudicándose méritos que no tenían, si es que se puede calificar a los sentidos como méritos. Así, a la hora de la contratación, el ciego, para justificar que tropezaba con los muebles y que firmó la solicitud en el brazo del que se la entregó, dijo que tenía una conjuntivitis pasajera; el mudo indicó por señas que lo suyo era afonía total, y el sordo se limitó a leer los labios de los que lo interrogaban sobre sus méritos, poniendo cara de sordo cuando no entendía algo.

El piloto es el ciego, que es el único que sabe conducir. El copiloto es el sordo y es el que le va diciendo al conductor la ruta a seguir, mientras que el mudo consulta el mapa de no carreteras ya que en el desierto de Libia, como es de suponer, no hay carreteras, aunque se entretenga en señalar con rotulador rojo las sendas a seguir. Además, el mapa de no carreteras, comprado en Trípoli, está, como también es de suponer, con todos los nombre escritos en árabe con los cual es como si el mudo manejara un mapa de Marte.

Así las cosas, el camión sale a las ocho en punto de la mañana del oasis de Ben-par-acah, en el que está instalado en campamento base, con la intención de llegar hasta el oasis de Ya-aslle-gaoh, que está a 200 km.

Juan, el ciego, se sienta al volante. Jaun, el sordo, se sienta a su lado dispuesto a guiarlo. Y en el extremo derecho del asiento, junto a la ventanilla, se coloca Janu, el mudo, que desde que vio “Una noche en la Ópera” se siente identificado con Harpo, el mudo de los Hermanos Marx y silba estruendosamente cada vez que se quiere hacer oír, además de haberse teñido el pelo de rubio y de habérselo rizado aparatosamente.
-¡Vamos, que nos vamos! –grita Juan poniendo el camión en marcha y acelerando en un segundo, confiado en que Jaun le guiará, pero olvidando que como Jaun es sordo no le ha oído ni a él ni al motor que se acaba de poner en marcha. Jaun está distraído mirando el mapa de Janu y cuando reacciona el camión ya está en movimiento y ha pasado por encima de una de las tiendas de campaña del equipo holandés, afortunadamente vacía, aunque llevándose por delante 1/3 de las 12 docenas de tulipanes que los holandeses han traído de su país para no sentir añoranza. En realidad, tampoco había tantos tulipanes dentro de la tienda ya que la noche anterior los holandeses le regalaron un ramo de docena y media menos 4 a los componentes del equipo sueco, aunque después discutieron con ellos y les quitaron 9 que volvieron a guardar en la tienda, después plantaron 7 al borde del agua del oasis con la vana ilusión de que prendieran, regalándole, además, 5 a la directora del equipo francés de motocicletas.

Así que, como nuestros amigos no saben realmente cuántos tulipanes había finalmente en la tienda atropellada, al volar tulipanes por todas partes, exclama Jaun:
-¡Que desastre! Nos hemos cargado, por lo menos, 100 tulipanes.

-Yo creo que más –dice Janu, por señas.

-Pues yo creo que muchos menos –opina Juan, por decir algo, ya que es el único que no ha visto el desastre.

Por fin salen del campamento aún con unos cuantos tulipanes sobre el parabrisas, cuando Juan pregunta:

-¿A cuántos kilómetros está nuestra meta?

-A 200 km –le contesta Janu, que ha leído la pregunta en sus labios, mientras ve de reojo cómo Jaun recoge los tulipanes del parabrisas haciendo un ramo con ellos.

-O sea, que entre la ida y la vuelta haremos 400 km.

-Eso es.

-Pues menos mal, porque el depósito de gasolina de este camión solamente tiene capacidad para hacer 400 km.

-¿No podemos hacer más kilómetros?

-No, a no ser que quieras que no podamos regresar a la base. Y ya sabes que tenemos que regresar cada día para recoger víveres para nuestro equipo.

Y así, hablando y contemplando el variado paisaje del desierto, recorren los 200 km y llegan a su destino, apresurándose a descargar los víveres y las piezas de recambio que utilizarán los componentes del equipo español, que llegará al día siguiente.

De regreso al campamento base, dispuestos a recorrer los 200 km de vuelta, Juan dice:
-Estoy pensando que si mañana hacemos el viaje como hoy, no avanzaremos más que otros 200 km, o sea, que solamente llegaremos a donde hemos llegado hoy.

-Pues claro –dice Jaun.

-O sea, que mañana no podremos avanzar más de 200 km –insiste Juan.

-No, más de 400.

-No, te equivocas, sólo 200; 200 de ida y 200 de vuelta, que suman tus 400.

-¿Y por qué no más? –pregunta Jaun, dejando el mapa y mirando atentamente los labios de Juan.

-Ya te lo he dicho, que no te enteras, –y lo repite pronunciando muy despacio cada palabra para que su amigo lo siga- porque la gasolina que cabe en el depósito solamente da para hacer 400 km. Y si recorremos 400 km. de un tirón no tendremos gasolina para regresar al campamento base ya que el recorrido total en ese caso sería de 400 + 400 = 800 km. Nos quedaríamos tirados en medio del desierto que como su nombre indica, está vacío, es decir que no hay gasolineras.

-Por cierto –dice Jaun al ver el ramo de tulipanes blancos que lleva Janu en sus manos, moviendo lentamente los labios para que su amigo le entienda- si me das un tulipán tendré el doble que tú. Y si yo te lo doy a ti tendrás igual que yo. ¿Cuántos tulipanes tenemos cada uno?

Janu iba a contestar, a silbidos, ¿Y yo qué sé?, cuando, de pronto:

-¡Cuidado! –gritó Jaun, olvidándose de su pregunta .

Juan frenó en seco ante la advertencia de su amigo haciendo que las cabezas de sus compañeros frenaran también, pero contra el cristal del parabrisas

-¿Qué pasa? –pregunta Juan, que ha frenado sin saber por qué.

-¡Mirad! – exclama Jaun- ¡Un espejismo!

Miran y ven un camión enfrente de ellos con ellos tres dentro mirando con expresión alucinada, hasta que Jaun reacciona y dice:

-No es un espejismo. ¡Es un espejo!

Baja del camión y grita:

-¡Ni un espejismo, ni un espejo, ¡Es un espejazo! Es grandísimo, ¿qué hará aquí?
-Seguro que los pone el Ministerio de Turismo libio para que los turistas se crean que es un espejismo. Es que el desierto ya no es lo que era –dice Juan desde la cabina, mientras Jaun y Janu apartan el espejo para poder seguir su camino.

Ya en el campamento base, y mientras cenan, cuentan la historia del espejismo-espejo-espejazo que, naturalmente, nadie cree.

Al día siguiente les dicen que 3 días después tendrán que llevar víveres y recambios a un campamento que está en un oasis más alejado que el que han estado. Entonces Juan propone:

-Si fuéramos situando estratégicamente bidones de gasolina a lo largo de la ruta, podríamos viajar hacia el interior del desierto y volver a la base, mucho más lejos que el límite de 200 km que nos permite ahora la carga del depósito.

-No entiendo nada –dice el sordo.

-O sea -dice el mudo mediante señas y silbidos- que si fuéramos dejando bidones de gasolina por el camino no tendríamos mas que ir repostando de esos bidones para ir avanzando cada día más, volviendo además cada día a este campamento base para recoger lo que haya que llevar en cada viaje.

-Eso es.

-Yo no lo entiendo muy bien –dice ahora el sordo, aunque ha procurado estar atento a las explicaciones de su amigo el mudo- Vamos a ver, por ejemplo: ¿cuántos viajes desde la base serán necesarios para meternos 600 km dentro del desierto, y volver a dormir aquí, al campamento base?

-No lo sé... pero disimulad, que por ahí vienen los holandeses.

-Oye... –comienza a decir uno de los holandeses.

-Sí –contesta el sordo.

-¿Sabéis quién nos ha roto nuestra tienda de campaña?.

-Yo no he visto nada –dice el ciego- Y éste seguro que no puede decir ni una palabra sobre ese asunto –y señala a su amigo el mudo- aunque, a lo mejor éste ha oído algo por ahí –y señala finalmente al sordo, que hace esfuerzos por contener la risa.

Mientras tanto, Janu, el sordo, disimulando, le dice Jaun, el mudo: Cualquiera le cuenta a éstos el problema de los tulipanes.


Autor: Joaquín Collantes
Asesor matemático: Antonio Pérez Sanz

 
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