El Sabio y el Herrero (Febrero 2005)
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El Sabio y el Herrero

Un ilustre sabio que se creía en poder del Conocimiento Absoluto –así, con mayúsculas- paseaba por el campo cuando se percató de que su caballo cojeaba.

Preocupado, se bajó de su montura y comprobó que una de las herraduras había perdido 3 clavos, así que decidió quitársela para que no se perdiera. Con la herradura en el bolsillo y viendo que a lo lejos aparecía la torre de la iglesia de un pueblo, decidió acercarse hasta ese lugar caminando al lado de su renqueante jumento, para tratar de encontrar un herrero que le volviera a colocar la herradura, al caballo, por supuesto.

-La Herradura de Oro –leyó en voz alta el sabio que se creía El Más Sabio de entre Todos los Sabios. Y lo leyódel letrero que tenía pintada, además, una gran herradura dorada. El letrero colgaba sobre un portón del que salían sonoros golpes metálicos de martillo contra yunque, por si aún había alguna duda.

-Esto es una herrería –dedujo brillantemente el que se creía El Más Sabio entre Mil. Y, con el caballo sujeto de las riendas, traspasó el portón.

-Buenos días, señor herrero.

-Buenos días, pero... ¿Cómo ha adivinado usted mi apellido?

-Bueno, es que soy sabio.

-Y yo herrero. Me llamo Juan Herrero Fernández, de profesión herrero –dijo el herrero alargando la mano para saludar al recién llegado.

-Ya veo, ya veo. En efecto, esto parece una herrería –dijo, a su vez, el sabio que se creía El Más Sabio, mirando a su alrededor.

-¿Y usted, cómo se llama? –preguntó Herrero, el herrero.

-Me llamo Calixto Resabio Listo, y soy sabio de profesión –contestó el que se creía El Más Sabio de los Sabios, estrechando la mano del herrero Herrero.

-¿Eso es una profesión?

-Ya lo creo; y esforzada.

-Hombre, esforzada, esforzada, la mía –dijo el herrero que se apellidaba Herrero, dando un sonoro martillazo sobre el yunque, a modo de rúbrica.

-Yo doy martillazos con mi sabiduría.

-Pues yo con mi martillo, que martillazo viene de martillo.

-Bueno, en fin, yo quisiera que volviera a calzar a mi descalzado caballo, pues se le cayó un zapato y no quiero que se le haga un callo, así que ya no hablo más, y para no entretenerlo, me callo.

El herrero cogió la herradura que le dio el sabio, y después de darle un par de martillazos, a la herradura, no al sabio, dijo:

-Muy bien, señor sabio, lo que le pasa a esta herradura es que es de segunda mano, es decir, de segunda pezuña. Le haré una nueva y, de paso, una interesante propuesta.

-De acuerdo; diga, diga, digo yo.

-Pues yo digo que ya que es usted tan sabio, bien podrá darse cuenta de que su tal caballo es un pobre jamelgo, más parecido a Rocinante que a Bucéfalo. Así pues, lo que le propongo es lo siguiente: le vendo este maravilloso alazán –y como apoyo a su propuesta salió de la herrería camino de la cuadra, para volver al minuto con un precioso caballo bayo, que entró en la herrería piafando vigoroso, ante la sorpresa del sabio, que tuvo que reconocer que no había comparación posible entre ese precioso animal y su pobre jaco.

-¿Y cuanto me costaría?

-El precio lo iremos midiendo, si le parece, mediante una progresión.

-Muy bien –contestó el que estaba convencido de ser El Más Sabio de Todos los Sabios Sabios.

-Usted sabe que un caballo lleva puestas 4 herraduras, y que cada herradura tiene 8 clavos. Pues bien, usted me dará 1 céntimo de euro por el clavo 1º; 2 céntimos de euro por el 2º clavo; 4 céntimos por el 3º; 8 por el 4º; 16 por el 5º; 32 por el 6º... y así hasta que lleguemos al clavo número 32. ¿Qué le parece?

-Acepto, acepto –exclamó entusiasmado el que se creía Por Encima de Todos los Sabios mientras pensaba: Este pobre palurdo es tonto, hay que ver que propuesta tan absurda; me llevaré el caballo por muy poco dinero.

El herrero Herrero, muy tranquilo, empezó a echar sus cuentas sobre un papel, calculando clavo tras clavo, y cuando llegó al clavo número 32 y le dijo al sabio Resabio lo que tenía que pagarle por el caballo bayo, éste, el sabio, que no el caballo, se desmayó de la impresión ante el monto de la cantidad.

Deprimido y enfadado, el sabio que se creía ya un poco menos sabio después de la estafa del herrero Herrero, se sentó junto a la fragua a sopesar su futuro arruinado después de darse de cabezazos contra el yunque. Y en estas estaba cuando entró en la herrería un vecino del herrero que se llamaba Balbino, y que tenía una taberna, la Taberna Moderna; después de saludar, dijo:

-Vecino, a ver si me ayudas: tengo 6 trozos de cadena y cada trozo tiene 4 eslabones; pues bien, quisiera hacer con todos ellos una sola cadena, es decir, que me suelde los 4 trozos.

-Muy bien, ¿algo más? –dijo el herrero.

-No, gracias; nada más. Por cierto, ¿quién es este señor que está tan apenado?

-Nada menos que un sabio que ha descubierto que es mucho menos sabio de lo que pensaba. Por cierto, Balbino, querido vecino, el que vende buen vino, le cobraré 5 euros por soldar 1 eslabón y 1 euro por cortarlo.

-Pero, ¿en cuanto me saldrá la cadena? –pregunto Balvino, el vecino que vendía vino.

-Pues no sé. Pregúntele aquí al señor sabio ya menos sabio.

-¡Yo no quiero saber nada! –exclamó, indignado, el sabio que se sentía cada vez menos sabio, incluso menos sabio que el menos sabio de entre todos los menos sabios , que es lo que les suele pasar a los que se creen sabios.

-Pero, ¿por qué esta usted tan enfadado? –preguntó Balbino, el que vendía buen vino.

-Porque este herrero estafador me ha robado todo el dinero que tenía ahorrado tras una vida de ingentes sacrificios.

-¿Le queda algo?

-Bueno, aquí, en el bolsillo, aún me quedan 5 euros.

-Pues le voy a dar la oportunidad de recuperar algo de su pecunio perdido. Le propongo un juego; si gana le daré 1.000 veces su dinero; si pierde, solamente perderá sus 5 euros. Atento, señor sabio: –dijo el tabernero, sacando un dado del bolsillo- Lanzamos este dado sobre esta mesa repetidas veces.

-Muy bien.

-Y le vamos sumando el número que aparezca en cada tirada.

-Muy bien –dijo el sabio Resabio, ya algo más animado.

-Y dejaremos de tirar en cuanto la suma sea superior a 15. Y ahora, la pregunta: ¿Qué suma final es la que se presentará más veces?

Al sabio, que se creía que volvía a ser El Más Sabio, se le iluminaron los ojos y dio su respuesta... y perdió sus últimos 5 euros al demostrarle el tabernero que se había equivocado.

Alarmada ante el ruido provocado por los golpes de la cabeza del sabio contra el yunque, entró en la herrería María, la de la floristería, que, a su vez, era la mujer de Balbino, el que vendía buen vino, y vecina también de Herrero, el herrero.Después de saludar, preguntó:

-¿Qué le pasa a este señor?

-Nada –contestó su marido- que se creía un Super Sabio y se ha dado cuenta que no es ni super, ni sabio.

-Qué cosas más raras hacen los de la ciudad –comentó ella al ver que el Nada Sabio seguía dándose cabezazos contra el yunque, y añadió, dirigiéndose de nuevo hacia su marido- Por cierto, mañana es tu cumpleaños, ¿a que no te acordabas?

-Claro que me acordaba, y, además, ¿te has dado cuenta de que mi edad solamente fue múltiplo de la tuya una vez?

-Es verdad; y es más: no volverá a suceder –dijo ella.

-Además –añadió Balvino- la edad de nuestro hijo es el máximo común divisor de las nuestras.

-Sí; y el mínimo común múltiplo de nuestras edades es el año en que estamos. ¡Qué cosas! Mira esto. Parece mentira que pasen estas cosas estando en pleno siglo XX –dijo María, la de la floristería, cambiando de conversación y enseñándole a su marido un artículo del periódico que tenía en la mano.

-Pero bueno, ¿cuántos años tiene usted, señora? –preguntó intrigado el sabio, mientras se tomaba una aspirina.

-¡Qué grosero! Eso no se le pregunta a una señora, pero le daré una pista: mi hijo es más pequeño que yo.

-Pues vaya pista, ¿y cuántos años tiene su hijo?

-Menos que yo.

-Está bien, está bien; le haré la pregunta de otra manera: ¿En que año han nacido usted y su hijo?

-Buena pregunta, que yo contestaré: en años distintos.

-Pero...

-Pero nada, señor sabio. Averígüelo usted, que para eso es el que se creía El Sabio más Sabio del Universo Mundo.

María, la de la floristería; Balbino, el que vendía buen vino y el herrero Herrero empezaron a reírse del cada vez menos sabio que, entre deprimido y furioso, decidió coger su caballo, que ya tenía colocada su nueva herradura, para salir de allí cuanto antes. Cuando ya había traspasado el portón, el tabernero, levantando la voz, le dijo:

-Calcule la edad de mi mujer y mi hijo, ya que es tan sabio.

El sabio que ya no tenía nada de sabio, aunque esa misma mañana se creyera que era El Más Sabio de Todos los Sabios, se alejó del pueblo montado sobre su caballo que, por lo menos, ya no cojeaba. Y cuando ya no se divisaba a lo lejos la torre de la iglesia del pueblo, se bajó de su monturay le propuso al caballo que montara sobre su espalda, que se lo merecía.

Y así, con el caballo a caballo, caballero descaballado, siguió su camino tratando de comprender cómo podía haberse arruinado por culpa de los 32 clavos, con el postre añadido del dado maldito y la historia de la cadena rota. Aunque lo que no dejaba de darle vueltas en la cabeza era la historia de las edades de Maria, la de la floristería, y de su hijo.


Autor: Joaquín Collantes
Asesor matemático: Antonio Pérez Sanz

 
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