POLOS OPUESTOS. Leibniz / Newton
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El Mundo, 3 de Enero de 1999
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CRONICA
IGNACIO MERINO El siglo XVII centroeuropeo, emancipado ya de la tutela doctrinal de Roma, fue el de la Ciencia y la Filosofía. Hubo grandes pensadores y filósofos, pero destacaron dos que además de contrapuestos, tuvieron un enfrentamiento ya en vida, preconizando la larga rivalidad anglo-alemana.
Gotfried Leibniz (1646-1716) fue un sabio universal que quiso reconciliar las divisiones doctrinales. Lo intentó entre catolicismo y luteranismo, ayudado por Bossuet, pero no lo logró.
También trató de superar el dualismo cartesiano entre pensamiento y extensión con un nuevo concepto, las mónadas, sustancias simples con intelecto y conciencia que forman la sustancia viviente de la materia para lograr ciertos fines.
Destacó como jurista, teólogo, físico, matemático y filósofo, combatió el empirismo de Locke y admitió la «armonía establecida».
Isaac Newton (1642-1727) pasó una infancia perruna, abandonado por su madre viuda y cavilando en un rincón en la cocina de su abuela. Fue un chico reconcentrado que a los 27 años sacó la cátedra Lucasiana en el Trinity de Cambridge. Modelo de profesor severo, distante e insoportable, llegó a dar clase en un aula vacía porque nadie le entendía.
Es el creador del binomio matemático que lleva su nombre y de la definición de las leyes de gravitación a partir de la famosa manzana, además de leyes de óptica y cálculo de fluxiones, aunque sus logros han sido discutidos por otros sabios contemporáneos.
Stephen Hawking, actual titular de la cátedra Lucasiana, dice de él que fue una persona muy desagradable. Westfal, su biógrafo, asegura que manipuló datos a su conveniencia en los célebres Principia Mathematica, y Keynes añade que «Newton no fue quien abrió la era de la Razón, sino que fue el último de los magos».
El episodio más famoso de su mala uva fue el litigio que mantuvo con Leibniz sobre el descubrimiento del cálculo infinitesimal. El sabio alemán lo había inventado en 1675, pero no lo hizo público hasta 1684, mientras que el inglés lo desarrolló en el 65 y no lo publicó hasta el 87. Leibniz, de condición ecuánime, nunca comprendió la saña con la que su colega le acusaba de falsificador y plagiario. En la tremolina que organizó Newton durante años, consiguió reunir gran cantidad de firmas para apoyarlo y un dictamen final de la Royal Society de Londres -que escribió él mismo- quitando a Leibniz toda autoridad.
Luego anotó en su cuaderno: «Hoy me alegro de haberle roto el corazón a Leibniz». En su afán de poder y dominio sobre las gentes, se hizo nombrar procurador de la Casa de la Moneda. Nunca lo pasó tan bien como interrogando y procesando a los falsificadores que le llevaban hasta la ceca londinense. No sólo los mandaba a la horca, sino que presenciaba con evidente deleite sus ejecuciones.
Mientras, el filósofo alemán era requerido por los monarcas de media Europa. El rey de Prusia le nombró presidente perpetuo de la Academia que él mismo fundó; el zar Pedro el Grande fundó con él la Academia de San Petersburgo; el emperador Carlos VII le nombró barón y Luis XIV trató de retenerlo en vano en la culta Francia. El sí es uno de los padres de la Filosofía moderna y la Ciencia contemporánea.

 
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