2001, una odisea de la aritmética
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El Mundo, 24 de Noviembre de 1999
TRIBUNA LIBRE
OPINION
CARLOS BORT Pongo por delante que considero esta polémica como mero pasatiempo y que entro en ella con la misma intención jovial de los autores Kaplan y Terest, sobre cuyo artículo en favor de la teoría del 2000 (es decir, que el tercer milenio comienza el 1 de enero del año 2000) deseo discrepar fervientemente. Y no lo hago porque me importe mucho el asunto en sí, sino porque me preocupa el escaso espíritu crítico de que hacemos gala los ciudadanos de a pie, ante las teorías de los expertos.
En mi opinión el siglo XXI y el tercer milenio comenzarán el 1 de enero del año 2001. Aunque no carezco de cierta formación científica y aunque soy aficionado a las matemáticas, he de admitir que no he accedido a los placeres ocultos de la aritmética ni domino su terminología. Quien considere una audacia enfrentarse a dos matemáticos con tan modesto bagaje, debe meditar sobre si sus escasos conocimientos de cocina le impiden opinar sobre la comida preparada por un chef de prestigio. Pues bien, yo me arrogo el derecho a opinar, y me niego a comer esa bazofia del 1 de enero del 2000, venga de la cocina que venga.
Los señores Kaplan y Terest, para hacer de menos la opinión contraria a la suya, utilizan argumentos relativizadores que no sólo no son pertinentes, sino que también relativizan su propia postura. No vienen al caso sus consideraciones sobre la imprecisión del calendario gregoriano ni sobre los husos horarios, que también desorientarán a los partidarios del 2000. No necesitamos que los citados autores nos informen de que otras eras tienen puntos de inicio diferentes al de la era cristiana, ni de que en ciertos calendarios la duración del año es diferente a los aproximadamente 365 días del año solar. Sabemos incluso que hay culturas que consideran que la vida humana comienza en la concepción y no en el alumbramiento. No es nada de esto lo que nos ocupa. Esta pequeña polémica se centra en una discrepancia en la medición cronológica de la era cristiana, y a ella debemos ceñirnos si queremos saber de qué hablamos.
Entremos, por fin, en materia. Malos tiempos éstos en los que el simple hecho de saber contar (uno, dos, tres, cuatro, cinco...) es considerado como pedantería. Kaplan, Terest y otros partidarios del 2000, aparentemente inteligentes, citan el año cero como el inicio de la era cristiana, como argumento a favor el cambio de milenio en el 1 de enero del 2000. Puesto que el objeto del debate es determinar la fecha del 2000 aniversario del nacimiento de Jesús, usemos ese instante, el del nacimiento de un niño, como punto de partida. En la vida de ese niño existe un instante: el momento mismo de su alumbramiento. En ese preciso instante comienza el primer año de su vida, completado el cual, la edad del niño será de un año, y en ese momento comenzará su segundo año, y así sucesivamente. La edad de ese niño no será de 100 años hasta que no se haya completado el año 100. Y esa «edad» no será de 2.000 años hasta que no se haya completado el año 2000. Me da un poco de vergüenza tener que escribir cosas tan obvias.
Señores Kaplan y Terest, ¿dónde sitúan ustedes su famoso «año cero» en la vida de ese niño? El año que comienza en el momento de su nacimiento, año que cualquier ser humano denominaría «primer año» (ordinal que equivale al cardinal «año 1»), no puede ser el año cero, pues ello equivaldría a decir, por ejemplo, que el niño cumpliría los dos años al completar el primer año de su vida. No creo que los autores defiendan que el año cero sea el año previo al nacimiento del niño, pues ello no afectaría en nada al recuento de los años posteriores al nacimiento y confirmaría que no se conmemorarán los 2.000 años del nacimiento de Jesús hasta que no termine el año 2000. Así pues, ¿dónde sitúan exactamente el año cero?
No existe el año cero. Lo que existe es un instante cero, infinitamente breve y difícil de medir. Para poder entender la idea de este instante cero, el común de los mortales podemos pensar en la duración de la unidad más pequeña en quedividimos cotidianamente el tiempo: el segundo. Puede que los científicos y deportistas de elite utilicen fracciones de segundo pero, a la gente normal, un segundo ya nos parece bastante breve. Si ponemos en marcha un cronómetro que marque cero años, cero meses, cero días, cero horas, cero minutos y cero segundos, el cero sólo durará hasta que aparezca el segundo uno. En ese instante, ya habrán comenzado el minuto uno y la hora una y el día uno y el mes uno y el año uno. El cero, en el mejor de los casos, sólo podemos meterlo mentalmente en un intervalo de tiempo inferior a un segundo.
Intuitivamente, la medición del tiempo es similar a la medición de la longitud o de la distancia entre dos puntos. A ello aluden los autores hablando de la «lógica del cuentakilómetros». Pues contemos kilómetros. Clavemos mentalmente una estaca en el suelo y, a partir de la estaca, midamos distancias positivas (hacia el Este) y negativas (hacia el Oeste). Una distancia de un kilómetro, contada desde la estaca hacia el Este, se expresará como +1. Y una distancia de un kilómetro, contada desde la estaca hacia el Oeste, se expresará como -1. ¿Correcto? Los partidarios del año cero se dirán, nerviosos «¿no está presente el cero en este sistema de medición?». Tranquilos señores, por supuesto que sí hay un cero: el cero es la estaca misma. No pretenderán ustedes que haya un kilómetro cero, es decir, un segmento que mida mil metros, a los cuales podamos ningunear con el nombre de cero.
Del mismo modo, no existe un año cero en la Historia. No puede llamarse cero a una sucesión de miles de horas, cientos de días o decenas de semanas. Además, es falso que sea necesario un año cero para poder restar adecuadamente los años antes y después del nacimiento de Cristo. Basta con saber restar. Se preguntan Kaplan y Terest cuántos años hay desde el 10 a. de C. hasta el 10 de la era cristiana, y sugieren que la respuesta correcta debería ser 20 pero que, absurdamente, es 19, con lo cual creen probar la necesidad del dichoso año cero. La respuesta correcta es obvia: ni 20 ni 19, todo depende de las fechas exactas. Los autores parecen ignorar que las medidas en años son muy imprecisas, pues un año no es un instante en el tiempo, sino un recorrido de 365 ó 366 días. Así, entre el principio del año -10 y el final del año +10, sí hay 20 años. Y entre el final del -10 y el principio del +10, hay sólo 18. Parece mentira, dos científicos redondeando una resta de forma tan grosera, para después extrañarse de que el resultado sea erróneo. El origen de su imprecisión es considerar los años como puntos discretos distribuidos sobre una línea, a los que podemos asignar números arbitrariamente: 0, 1, 2... Los años no son puntos superpuestos a la línea del tiempo, son segmentos que forman la propia línea. Y, si bien he visto muchas veces representar un punto cero, nunca he visto un segmento cero.
No existiendo el año cero, el 31 de diciembre de 1999, Jesús «cumplirá» exactamente los 1999 años. No es mala edad, pero no es la cifra redonda que anhelan los amigos de la estética de los números. Y es que el origen de la teoría del 1 de enero del 2000 es puramente estético. Pasar de un año cuyo primer dígito es 1, a otro que comienza por 2; pasar de un año terminado en 999 a otro que acaba en 000, eso es lo que deslumbra a las personas que no se han parado a contar con sus propios dedos. Una cosa es el aspecto de un número y otro su significado real. Y el significado del 1 de enero del 2000, es que escribiremos el año de forma novedosa, y que estaremos comenzando el último año del segundo milenio de la era cristiana.
Ni me molesta que cada uno celebre lo que quiera cuando quiera, ni me importa demasiado este asunto en sí mismo. De hecho, ni mi familia ni yo tenemos intención de celebrar especialmente ninguno de los dos fines de año, ni el de 1999 ni el del 2000. Lo que me ha movido a pisar este jardín es la observación de un fenómeno impropio de una sociedad supuestamente madura y democrática: la aceptación generalizada, sin discusión, de ciertas ideas que son repetidas por los medios de comunicación sin que ni los propios medios ni nosotros mismos nos planteemos su origen o sus fundamentos. No quiero que nadie apoye incondicionalmente mis argumentos a favor del 2001. Me gustaría que cada lector pensara por sí solo y llegara a su propia conclusión. Pero esto es rozar la utopía. Como dice una tristísima canción country, y corroboran Homer Simpson y sus conciudadanos, «sé que es verdad, pues lo he visto en la tele». Esa es la enfermedad que hay detrás de este síntoma del año 2000. Se curará con el paso del tiempo... catorce meses a lo sumo.

Carlos Bort es biológo molecular.

 
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