45. Cine, ciencia y ciencia ficción (2)
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Escrito por Miquel Barceló   
Lunes 01 de Octubre de 2007

Especulación y sentido de la maravilla

Se dice que la ciencia ficción como género narrativo se caracteriza por dos aspectos fundamentales: la capacidad de especulación (lo que se conoce como "condicional contrafàctico" o, simplemente, preguntarse: qué pasaría sí...? ante hipótesis sumamente imaginativas) y el denominado sentido de la maravilla que producen inevitablemente las novedades que la ciencia ficción nos muestra y que no forman parte de nuestra vida cotidiana.

Aun cuando la capacidad reflexiva y/o especulativa se pueda perder o banalizar en el cine, se puede decir que el cine es el apoyo más adecuado para vehicular precisamente el sentido de la maravilla tan característico de la ciencia ficción. De hecho, la espectacularidad cinematográfica con el grado de realismo que la infografía otorga nos hace ver como si fueran reales los que, de hecho, son sueños de escritores, proyecciones de futuro fruto de imaginaciones fértiles.

Aunque se producen serios errores...

En Minority Report (2002) de Steven Spielberg, los guionistas profesionales de Hollywood alargan hasta dos horas de duración lo que inicialmente era un cuento breve de Philip K. Dick y añaden detalles más bien ridículos. Un ejemplo evidente lo es la interfaz con la que Tom Cruise hace funcionar esa gran pantalla informática. Una interfaz, justo es decirlo, muy poco ergonómica y que, con toda seguridad, debe producir serios dolores en los hombros de sus sufridos usuarios.

Afortunadamente hay directores más cuidadosos con las formas como lo fue Ridley Scott en Blade Runner (1982). Aunque siempre se negó a leer la novela original de Philip K. Dick de dónde teóricamente surgía la película, al menos Scott tuvo el acierto de pedir la ayuda de verdaderos diseñadores industriales para imaginar cómo podía ser el futuro del año 2018 donde se sitúa cronológicamente la narración cinematográfica. De aquí el alto grado de verosimilitud que, junto con la espectacularidad indudable, incorpora esta película considerada ya como un clásico del cine de ciencia ficción. Y esto que se trata del mismo Ridley Scott quien, pocos años antes, siguiendo la línea que había marcado James Whale en los años treinta, convirtió otra historia cinematográfica de presunta ciencia ficción, Alien (1979), en una clara historia de terror: la nave del espacio convertida prácticamente en una clásica casa encantada con fantasma asesino incluido que, por razones de modernidad y género narrativo (ciencia ficción), se ha acabado convirtiendo en un alienígena.

En este sentido, tal vez vale la pena mencionar aquí una posible boutade que acostumbra a emplear Rafael Marín, gaditano y buen escritor de ciencia ficción. La idea de Marín es que, en el caso de los géneros, al menos en el ámbito cinematográfico, todo podría ser cuestión de decorados. Un ejemplo evidente lo proporcionan dos películas muy famosas como Star Wars (La guerra de las galaxias [sic], 1977) de George Lucas y Willow (1988) de Ron Howard, identificadas respectivamente con la ciencia ficción y la fantasía, y ambas con guión de George Lucas. La peripecia argumental tiene los suficientes puntos de similitud y, el más evidente, los personajes son prácticamente los mismos. El joven inexperto llamado a ser el héroe (Luke Skywalker y Willow), el aventurero cínico (Han Solo y Madmartigan), la princesa con los suficiente recursos (princesa Leia y Sorsha), el mago bueno (Obi-Wan Kenobi y Fin Raziel), el mago malo con poder político (el emperador y la reina Wavmorda), el general malo (Darth Vader y el general Kael), e incluso los personajes simpáticos y humorísticos tienen su equivalente (los robots C3PO y R2-D2 o los "diminutos" Teemo y Rool). Q.E.D.

Algo de historia

Al margen de casos excepcionales como Metrópolis (1924) de Fritz Lang, lo cierto es que el cine de ciencia ficción no ha sido lo suficiente bien considerado hasta la llegada de 2001, A Space Odissey (2001, una odisea del espacio, 1968), obra de un director respetado y con mucha fama como era Stanley Kubrick quien, además, volvió muy pronto al género con A Clockwork Orange (La naranja mecánica, 1971).

Antes de la incursión de Kubrick en el cine de ciencia ficción, lo cierto es que el género se consideraba como cine de "serie B" (de hecho, demasiadas veces, de "serie Z"...), sobre todo con las muchas invasiones del espacio de las películas de los años cincuenta. El caso paradigmático fue seguramente Plan 9 From Outer Space (Plan 9 del espacio exterior, 1959) de Edward D. Wood Jr., una patética película, "casi protagonizada" por Bela Lugosi (el actor murió durante el rodaje y fue sustituido por alguien que, siendo un palmo más alto, tuvo que actuar siempre con la cabeza gacha y cubriéndose la cara...) que nos recordó Tim Burton en su biopic "Ed Wood" (1994).

Pese a todo hay títulos importantes que muestran las potencialidades del cine de ciencia ficción incluso en una época en la que los efectos especiales eran muy precarios. Conviene destacar The Day the Earth Stood Still (Ultimatum a la Tierra, 1951) de Robert Wise con su admonición anti-bélica muy adecuada al periodo de guerra fría o Forbidden Planet (Planeta prohibido, 1956) de Fred M. Wilcox impregnada todavía por el peso del psicoanálisis y las fuerzas ocultas de la mente y, sobre todo, por la imagen de los "platillos volantes" que Kenneth Arnold había dado a los OVNI desde el año 1947.

Los años sesenta, que concluyen con la ya mencionada película de Kubrick que reclama la atención de los críticos cinematográficos a un género hasta entonces despreciado, fue también el de la llegada a la ciencia ficción del cine francés con películas muy importantes y sorprendentes como Alphaville, une étrange aventure de Lemmy Caution (Lemmy contra Alphaville, 1965) de Jean-Luc Godard, o Fahrenheit 451 (1966) de François Truffaut; e incluso, en otro registro pero siempre novedoso, Barbarella (1967) de Roger Vadim. En este caso, la ciencia ficción sirve como nuevo referente para las ansias renovadoras de la nouvelle vague del cine francés, aun cuando, evidentemente, dado el poder económico imperialista de la industria de los Estados Unidos de norteamérica, las películas no logran tener el mismo éxito popular que las que vienen de Hollywood.

Por esto en los años setenta, incluso con indudables éxitos populares como Rollerball (1975) de Norman Jewison, y otras empresas con peor resultado de taquilla como Zardoz (1974) de John Boorman, el hecho que destaca es el espectacular éxito popular y económico logrado por una aventura del espacio, la clásica space opera, como es Star Wars (1977) de George Lucas, que muestra a los productores de Hollywood que, además del prestigio intelectual que le habían dado las películas de Kubrick o de los autores de la nouvelle vague francesa, la ciencia ficción puede ser también una fuente de grandes beneficios económicos.

Por esto aparecen nuevas y brillantes producciones que caracterizan los años ochenta y noventa y, dotadas de grandes medios materiales, quedan ya muy lejos de los esquemas de "serie B" de décadas pasadas. Son ejemplo las ya mencionadas Alien (1979) y Blade Runner (1982) de Ridley Scott, pero también otras como Brazil (1985) o Twelve Monkeys (12 monos, 1995) de Terry Gilliam, Gattaca (1997) de Andrew Nicol, y tantas otras.

En conjunto se puede decir que la ciencia ficción se normaliza en el cine casi siempre como una gran producción con muchos efectos especiales que genera incluso series como las que inician The Terminator (1984) de James Cameron, Back to the Future (Regreso al futuro, 1985) de Bob Zemeckis, Robocop (1987) de Paul Verhoeven o la más reciente de The Matrix (1999) de los hermanos Andy y Larry Wachowski.

Sin olvidar la mala suerte que siempre ha tenido en el cine un autor hoy de culto en la ciencia ficción escrita como Philip K. Dick que, ya fallecido, ha sido versionado cinematográficamente por guionistas y directores de Hollywood que, como Ridley Scott, no han respetado casi nunca el contenido de la obra escrita original. Pobre Philip K. Dick, un escritor conocido por millones de personas que, gracias al cine, creen conocer su obra probablemente sin haber leído ninguna de sus narraciones. Milagros que logra la omnipresente cultura audiovisual de nuestro tiempo....

Conviene recordar aquí que esta peligrosa idea de alargar un cuento corto de una docena de páginas o poco más hasta una película de dos horas fue una idea que ya comenzó Stanley Kubrick en 2001, A Space Odissey (1968) o en su proyecto AI (2001), realizado al final por Steven Spelberg. Desgraciadamente, sus epígonos no siempre han obtenido los resultados especulativos deseados.

Queda el consuelo de pensar que, como siempre ocurre en el moderno cine de ciencia ficción, se trata al menos de una gran producción de gran espectáculo adecuadamente llena de maravillosos y sorprendentes efectos especiales que hacen las delicias de todo tipo de públicos.

 
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