53. Universos digitales
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Escrito por Miquel Barceló   
Domingo 01 de Junio de 2008

Desgraciadamente la corriente llamada cyberpunk parece haber sido siempre más bien timorata al imaginar los potenciales efectos de tecnologías de gran capacidad de impacto social como la informática, las redes globales como Internet, la inteligencia artificial y un largo, larguísimo, etcétera. Ni siquiera el mismo William Gibson o Bruce Sterling, sin duda los mejores autores de este cyberpunk tan publicitado por sus editores, han explotado adecuadamente el nuevo filón especulativo de los mundos de la informática y sus nuevas posibilidades.

Pero, afortunadamente, las cosas van cambiando poco a poco y, al margen de banderías comerciales que poco o nada dicen, nos encontramos ya con verdaderos autores de ciencia ficción que no temen dejar correr su imaginación por los nuevos mundos digitales. Algunos les etiquetan como post-cyberpunk y, muy posiblemente, Greg Egan y Neal Stephenson podrían ser sus mejores abanderados.

Tal vez el más característico de todos ellos sea el australiano Greg Egan, uno de los pocos autores de ciencia ficción que dispone de un riguroso conocimiento de la tecnología informática actual. Sus novelas, siempre respetuosas con la realidad científica y tecnológica conocida, incluyen también arriesgadas e interesantes especulaciones.

En Ciudad permutación (1995), Egan imagina que a mitad del siglo XXI, será posible escanear una mente humana y almacenarla en un ordenador como una "Copia". Esas Copias pueden controlar el entorno de realidad virtual en el que se encuentran, y llevar una vida en todo análoga a la que nosotros conocemos existiendo a su modo en un universo virtual que es, en todo, simulación del nuestro.

La primera pregunta es inmediata y de naturaleza filosófica: ¿dónde reside la personalidad? El hecho de la existencia simultánea de un ser humano y una Copia (o de diversas Copias...) la plantea de forma particularmente agresiva. Diré, un tanto de pasada, que Egan introduce la llamada Dust Theory (la Teoría del Polvo), según la cual la consciencia humana (o al menos la de las Copias) no está localizada y, como el polvo, se distribuye en el espacio y el tiempo siendo, esencialmente, una cuestión de existencia de una estructura (pattern) y no de una localización concreta.

En cualquier caso, las Copias son una forma evidente de superar la limitada duración de la vida humana. En la novela, los más ricos se almacenan como Copias, justo antes de su muerte, en una búsqueda más de la tan perseguida inmortalidad. Y con éxito: la vida como Copia satisface todas las necesidades. Es un estado final. Y parece duradero.

Pero la pretendida inmortalidad de las Copias tiene su límite: está amenazada por la posible y tal vez inevitable desconexión de los ordenadores donde reside la compleja estructura que constituye la Copia y su entorno. El sistema informático en el que residen, depende del mundo real cuya energía debe alimentarlo.

En la novela, se ofrece a un selecto grupo de Copias poseedores de las mayores riquezas, la posibilidad de vivir eternamente en un autómata celular que se auto-reproduce y expande y que ha de constituir la futura Ciudad Permutación que da título a la novela. Una idea extraña pero que responde a especulaciones científicas realizadas ya por Alain Turing y John von Neumann en los años cuarenta y cincuenta. Greg Egan se permite sólo imaginar su versión final: el autómata celular TVC (Turing, Von Neumann y Chiang) que aparece en la novela fruto de los trabajos de un tal Chiang en 2010.

En el mismo autómata celular se aloja, además, una copia del Autoverso, un simulador que recoge un conjunto simplificado de leyes físicas y químicas y que, en definitiva, configura un universo digital simulado en el que, tras experimentar con una primera bacteria se acaba desarrollando toda una evolución alternativa a la de nuestro universo, vida inteligente incluida.

El más singular tour de force de la novela reside en el hecho de que, en un mismo autómata celular TVC, coexistan la simulación de nuestro universo en el mundo de la Copias y el nuevo Autoverso basado en sus leyes simplificadas. Obviamente, por si faltara complejidad en una novela absorbente como pocas, se plantea de forma natural si uno de esos conjuntos de leyes, uno de esos universos en definitiva, va a prevalecer sobre el otro en el autómata celular donde ambos coexisten.

Curiosa especulación que nos retrotrae al sentido de las leyes de la naturaleza y a la urdimbre última del universo. Eso es especulación de verdad y, sinceramente, un lujo comparado con la pobreza de miras de películas como Jonnhy Mnemonic que parece ser lo máximo que, en cine, ha sido capaz de sacar de sí mismo el alicorto cyberpunk que nos rodeaba. Evidentemente Ciudad permutación logró diversos premios importantes en la ciencia ficción: el John Campbell Memorial y, lógicamente, el premio Ditmar australiano.

Pero Egan, al que un experto como Pedro Jorge Romero ha considerado como "un australiano perdido en la metafísica", no es el único que ha especulado con el universo alternativo digital y la vida digitalizada. Hay otros ejemplos, aunque más sencillos y cercanos a la realidad cotidiana.

En la también premiada El experimento terminal (1995), el canadiense Robert J. Sawyer imaginaba un curioso experimento que también generaba una nueva vida en un universo digital. Creo que Sawyer dispone de una de las mejores formulas narrativas de la moderna ciencia ficción: novelas que deben mucho a unos personajes normales envueltos en una trama de misterio resuelta brillantemente con las técnicas habituales en los mejores thriller. Pero, en el caso de Sawyer,  esta vez la temática es la de la ciencia ficción rigurosa, muy  bien documentada, atractiva en lo científico pero siempre complementada con una interesante reflexión sobre las cuestiones morales y sobre la inevitable subjetividad de los comportamientos éticos y culturales.

En unos tiempos en los que la tecnociencia y sus realizaciones modifican y alteran rápida y globalmente las condiciones de vida en todo el planeta, no es ocioso preguntarse sobre la moralidad y el componente ético de la actividad de científicos e ingenieros, sobre las consecuencias finales de sus obras y creaciones intelectuales. Y ésa parece ser la gran especialidad de Robert J. Sawyer, quien parece gozar, además, de una capacidad especulativa superior y de una facilidad explicativa y de divulgación de la ciencia que recuerda a la del mejor Asimov.

Si Egan es profundo,  metafísico y un tanto críptico, Sawyer resulta sumamente realista, diáfano e incluso didáctico.

En el caso de El experimento terminal (que seguramente debía haberse titulado en español como "El experimento final"...), todo empezó con el número de Mid-december de 1994, de Analog, Science Fiction / Science Fact (revista de la que sigo siendo devoto adepto...) que me sorprendió con la primera parte de un serial de Robert J. Sawyer. Se titulaba entonces Hobson's Choice y, tras su publicación en marzo de 1995 en forma de libro como The Terminal Experiment, estaba llamada a convertirse en finalista del premio Hugo de 1996, y en la flamante ganadora del premio Nebula 1995. De la misma forma que, antes, había obtenido el premio canadiense Aurora (que no decaiga el patriotismo...) y el Homer en el Forum de ciencia ficción de Compuserve.

Basta decir que El experimento terminal presenta a un personaje "normal" (si eso tiene sentido...), el doctor Hobson, enfrentado a un problema digamos que también bastante "normal", la infidelidad de su esposa, en el contexto de una tecnociencia que tal vez pronto llegue a ser normal.

Tras descubrir lo que puede ser la traza eléctrica del alma, el doctor Hobson pretende estudiar nuevos conceptos sobre la vida y la muerte. Lo hará gracias a simulaciones informáticas de su propio cerebro, para descubrir que las cosas pueden parecer normales pero no son nunca tan sencillas como parecen.

En realidad, el doctor Hobson ha creado un monstruo. O mejor, en realidad ha creado tres. Para probar sus teorías sobre la inmortalidad y la posible existencia de vida tras la muerte, Hobson llega a crear tres simulaciones informáticas de su propia personalidad.

Con la primera, de la que se ha eliminado toda referencia a la existencia física, intenta estudiar como sería una posible vida "etérea" tras la muerte física. Con la segunda, de la que se elimina toda referencia al envejecimiento y a la muerte, Hobson pretende estudiar como se vive con el sentimiento de la inmortalidad como algo intrínseco. La tercera simulación, sin alteración ninguna, es el control de referencia del experimento.

Pero las tres simulaciones escapan al control de Hobson, huyen del ordenador en el que están confinadas y se alojan en la red informática mundial para vivir su propia vida. Y una de ellas resulta ser un asesino. Un asesino que, en realidad, lleva a cabo crímenes que la mente del mismo Hobson biológico puede haber imaginado e, incluso, deseado...

Ésa es la idea, en el fondo una sencilla novela de misterio (encontrar al asesino es el objetivo...), con motivaciones sencillas, y con sencillas y a la vez interesantes aproximaciones al porqué de ciertas cosas. El experimento terminal justifica perfectamente el porqué de sus premios.

Ambas, las especulaciones de Egan y de Sawyer, nos acercan a una nueva realidad que, tal vez (sólo tal vez...) la tecnología pueda hacer posible en un futuro más o menos lejano: si podemos vivir en el mundo virtual de la red, en un universo virtual, ¿cómo reconoceremos nuestra realidad en ese universo virtual? El obispo Berkeley se sentiría satisfecho...

Para leer:

- Ciudad Permutación (Permutation City -1994), Greg Egan, Barcelona, Ediciones B, Col. NOVA nº 118, 1998.
- El experimento terminal (The Terminal Experiment - 1995), Robert J. Sawyer, Barcelona, Ediciones B, Col. NOVA nº 102, 1997.

 
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