58. Arte y ciencia en la ciencia ficción (1)
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Escrito por Miquel Barceló   
Sábado 01 de Noviembre de 2008

En realidad, cuando un ingeniero habla de arte puede decirse que nos hallamos casi siempre ante una opción arriesgada. A veces, los que nos dedicamos a la ciencia y la tecnología nos sorprendemos, como tantos otros, de algunas de las actividades artísticas que ha generado el pasado siglo XX.

Por ejemplo, yo siempre había creído que acuchillar una tela era un acto de vandalismo, hasta que en una exposición de la Fundació Miró de Barcelona, hace ya bastantes años, descubrí, no sin una cierta perplejidad, que si quien lo hacía se llamaba Fontana, ese acto podía crear incluso una obra de arte. Cosas veredes amigo Sancho que decía el bueno de Alonso Quijano... Y es que el arte, al menos en el siglo anterior, presenta no pocas facetas intrigantes.

Posiblemente, para la mayoría de los no especialistas, el arte ha llegado a extremos curiosos y sorprendentes y, como no podía ser menos, la ciencia ficción ha intentado también reflejarlo.

Pero déjenme contarles (antes de entrar a saco en el amplio acervo de la ciencia ficción para intentar descifrar cómo se ha enfrentado con el arte y la ciencia), déjenme contarles, digo, uno de los posibles errores de interpretación típicos de muchos de los que, como yo, no somos especialistas en arte.

En 1963 Friedrich Dürrenmatt estrenaba en París su obra "Frank V, opera de una banca privada". Un lustro después, tuve la suerte de poder intervenir en un montaje teatral de esa obra por parte de un grupo de aficionados universitarios (si la hubo, en este caso la mala suerte alcanzó, tal vez, a los escasos espectadores del montaje...). Desde entonces, en mi cabeza resuena siempre una cita del prólogo de esa interesante obra en la que un banquero dice una frase lapidaria: "sólo a partir de un millón, se puede hablar de arte clásico". (Entre paréntesis cabe comentar que, lógicamente, para el banquero, el millón se refiere, como no podía ser menos, a "dólares"...). En cualquier caso, dólares, pesetas o euros, ésa es una idea muy común: uno se preocupa del arte sólo en última instancia, cuando tiene resueltos otros problemas más acuciantes de la vida.

Afortunadamente esa idea, que parece tan elemental, no es cierta siempre. El arte es, incluso hoy, mucho más que un lujo para ociosos. Los bisontes de la cueva de Altamira nos lo recuerdan cuando deseemos olvidarlo. Y ello aún siendo conscientes que el capitalismo lo ha mercantilizado prácticamente todo, arte incluido.

Pero, al menos en nuestros días, no deja de haber algo cierto en esa frase de Dürrenmatt: "sólo a partir de un millón, se puede hablar de arte clásico": si se recurre al arte cuando lo demás está resuelto, el arte sería un lujo para ociosos.

Lo cierto es que también puede serlo y, como veremos, muchas veces la ciencia ficción lo imagina así en un futuro más o menos lejano, cuando las preocupaciones por la productividad hayan cedido ante la realidad de un mundo informatizado y robotizado al máximo, que deja ociosa a la mayor parte del género humano. La idea, por optimista que hoy pueda parecernos, es la que había apuntado hace ya mucho tiempo Marx: en una perfecta sociedad comunista, en la sociedad socialista ideal y, por desgracia, por el momento, utópica, "no habrá pintores, sino gente que pinta" como nos ilustraba ya en 1955 un autor de ciencia ficción como Robert Silverberg en su relato "Un hombre con talento" (1955).

Arte, ciencia y complejidad

El arte, además de un posible lujo para ociosos, es también otra cosa: una forma de relacionarnos con el mundo, de comunicar con nuestros semejantes y, en el fondo, una forma de conocimiento.

Ya en 1985, Jorge Wagensberg, que ha sido director del Museo de la Ciencia en Barcelona (Cosmocaixa), defendía en su libro Ideas sobre la complejidad del mundo (Tusquets Editores, Barcelona, 1985) la idea de la existencia de sólo tres formas relevantes de conocimiento: la ciencia, el arte y la religión.

Me van a permitir que no mezcle hoy la religión en este discurso. No es el momento. Sé que hace ya unos siglos que la inquisición no existe como institución pero, como todos sabemos, inquisidores, como las "meigas", haberlos, haylos...

Para Wagensberg, decía, ciencia, arte y religión son diversas formas con las cuales los seres humanos se enfrentan a la complejidad. Las sendas del saber.

Para la ciencia son básicos dos principios:
- el de objetivización del mundo (es decir, la separación del objeto estudiado del sujeto que lo estudia), y
- el de inteligibilidad (esto es, la creencia de que la naturaleza puede ser entendida, que el universo es inteligible)
ambos hacen que la ciencia pueda, paradójicamente tal vez, "ocuparse de los niveles más bajos de complejidad" según opina Wagensberg.

Me parece importante destacar que el principio de inteligibilidad que la ciencia defiende no es aceptado por otras formas de conocimiento. En su artículo "Ciencia, arte y revelación" (Modern Trends in BioThermodynamics, Innsbruck University Press, Volumen 3, 1994) Wagensberg nos confirma:

"La ciencia es la única forma de conocimiento que declara que acepta este principio, no como otras formas que -tómese buena nota- incluso nos invitan a adoptar el principio opuesto: que existen inteligibilidades, que existe el misterio".

Sin llegar a entrar en el campo de lo numinoso y de la religión tal y como he prometido, lo cierto es que, por ejemplo, el arte sí pretende abordar aquello que presenta "una complejidad tan enorme que cualquier proyecto de representación científica es impensable".

Un científico como Wagensberg no tiene problemas en reconocer (y yo no tampoco tengo problema alguno en aceptarlo) que aunque:

"la ciencia me permite conocer complejidades sencillas y, a cambio de esta limitación, el conocimiento científico me sirve para guiar mi interacción con el mundo",
lo cierto es que
"el arte es una forma de conocimiento cuyo método se basa en un único principio: el principio de la comunicabilidad de complejidades ininteligibles".

Y, para sintetizar, a mí me parece correcto pensar que es esa relación con lo inteligible lo que distingue arte y ciencia.

La ciencia pretende saber y está convencida, en el fondo, de que todo puede ser sabido, de que su método puede cubrirlo todo, de que, en definitiva, no hay fronteras al saber ni misterios que, caso de haberlos hoy, serán desvelados un día u otro.

El arte, si se quiere a un nivel más mundano que la religión, se atreve con lo ininteligible, se establece como nexo de comunicación de aquello que es, incluso, inefable, de aquello que, por el momento, nos parece tan complejo que rehúye la capacidad cognitiva de la ciencia (déjenme recordar aquí mi carácter de ingeniero y el optimismo implícito a la actividad científica y decir que "rehúye la capacidad cognitiva de la ciencia por ahora").

A veces me pregunto por la gran osadía del intento de la ciencia: comprender el universo. Ése debe ser un "loco propósito" como titulaba Francis Crick su libro de memorias (Francis Crick, por si hiciera falta recordarlo, es el descubridor de la doble hélice del ADN: sí, ya sé que estaba también un estudiante estadounidense de doctorado llamado James Watson, pero déjenme decir que, en mi opinión, el verdadero científico fue Crick [con la imprescindible ayuda de la interpretación que hiciera Rosalind Franklin de los modelos de difracción de rayos X...] aunque Watson resultara mucho mejor publicista...).

El "loco propósito" de la ciencia es creer que el cerebro humano va a ser capaz de comprender la complejidad del universo. Se trata de una pretensión tal vez vana ya que, no sabiendo si el grado de complejidad del cerebro humano puede realmente abordar todo el universo, lo cierto es que ese universo contiene al menos siete mil millones de cerebros humanos, lo que hace pensar que, honestamente, el grado de complejidad del universo ha de ser superior al grado de complejidad del cerebro humano. Por eso digo que la ciencia es muy osada...

Pero ello nos deja el campo abierto a las posibilidades del arte de las que, al menos en su relación con la ciencia ficción, hablaremos el próximo mes.

Para leer:

Ensayo
- Ideas sobre la complejidad del mundo. Jorge Wagensberg. Barcelona. Tusquets Editores. 1985.
- Ciencia, arte y revelación, en la revista "Modern Trends in BioThermodynamics", Innsbruck University Press, Volumen 3, 1994.
- Qué loco propósito (What Mad Pursuit: A Personal View of Scientific Discovery). Francis Crick. Barcelona. Tusquets Editores - Metatemas, 19. 1989.

 
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