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Cultura y matemáticas

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Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Desgraciadamente la corriente llamada cyberpunk parece haber sido siempre más bien timorata al imaginar los potenciales efectos de tecnologías de gran capacidad de impacto social como la informática, las redes globales como Internet, la inteligencia artificial y un largo, larguísimo, etcétera. Ni siquiera el mismo William Gibson o Bruce Sterling, sin duda los mejores autores de este cyberpunk tan publicitado por sus editores, han explotado adecuadamente el nuevo filón especulativo de los mundos de la informática y sus nuevas posibilidades. Pero, afortunadamente, las cosas van cambiando poco a poco y, al margen de banderías comerciales que poco o nada dicen, nos encontramos ya con verdaderos autores de ciencia ficción que no temen dejar correr su imaginación por los nuevos mundos digitales. Algunos les etiquetan como post-cyberpunk y, muy posiblemente, Greg Egan y Neal Stephenson podrían ser sus mejores abanderados. Tal vez el más característico de todos ellos sea el australiano Greg Egan, uno de los pocos autores de ciencia ficción que dispone de un riguroso conocimiento de la tecnología informática actual. Sus novelas, siempre respetuosas con la realidad científica y tecnológica conocida, incluyen también arriesgadas e interesantes especulaciones. En Ciudad permutación (1995), Egan imagina que a mitad del siglo XXI, será posible escanear una mente humana y almacenarla en un ordenador como una "Copia". Esas Copias pueden controlar el entorno de realidad virtual en el que se encuentran, y llevar una vida en todo análoga a la que nosotros conocemos existiendo a su modo en un universo virtual que es, en todo, simulación del nuestro. La primera pregunta es inmediata y de naturaleza filosófica: ¿dónde reside la personalidad? El hecho de la existencia simultánea de un ser humano y una Copia (o de diversas Copias...) la plantea de forma particularmente agresiva. Diré, un tanto de pasada, que Egan introduce la llamada Dust Theory (la Teoría del Polvo), según la cual la consciencia humana (o al menos la de las Copias) no está localizada y, como el polvo, se distribuye en el espacio y el tiempo siendo, esencialmente, una cuestión de existencia de una estructura (pattern) y no de una localización concreta. En cualquier caso, las Copias son una forma evidente de superar la limitada duración de la vida humana. En la novela, los más ricos se almacenan como Copias, justo antes de su muerte, en una búsqueda más de la tan perseguida inmortalidad. Y con éxito: la vida como Copia satisface todas las necesidades. Es un estado final. Y parece duradero. Pero la pretendida inmortalidad de las Copias tiene su límite: está amenazada por la posible y tal vez inevitable desconexión de los ordenadores donde reside la compleja estructura que constituye la Copia y su entorno. El sistema informático en el que residen, depende del mundo real cuya energía debe alimentarlo. En la novela, se ofrece a un selecto grupo de Copias poseedores de las mayores riquezas, la posibilidad de vivir eternamente en un autómata celular que se auto-reproduce y expande y que ha de constituir la futura Ciudad Permutación que da título a la novela. Una idea extraña pero que responde a especulaciones científicas realizadas ya por Alain Turing y John von Neumann en los años cuarenta y cincuenta. Greg Egan se permite sólo imaginar su versión final: el autómata celular TVC (Turing, Von Neumann y Chiang) que aparece en la novela fruto de los trabajos de un tal Chiang en 2010. En el mismo autómata celular se aloja, además, una copia del Autoverso, un simulador que recoge un conjunto simplificado de leyes físicas y químicas y que, en definitiva, configura un universo digital simulado en el que, tras experimentar con una primera bacteria se acaba desarrollando toda una evolución alternativa a la de nuestro universo, vida inteligente incluida. El más singular tour de force de la novela reside en el hecho de que, en un mismo autómata celular TVC, coexistan la simulación de nuestro universo en el mundo de la Copias y el nuevo Autoverso basado en sus leyes simplificadas. Obviamente, por si faltara complejidad en una novela absorbente como pocas, se plantea de forma natural si uno de esos conjuntos de leyes, uno de esos universos en definitiva, va a prevalecer sobre el otro en el autómata celular donde ambos coexisten. Curiosa especulación que nos retrotrae al sentido de las leyes de la naturaleza y a la urdimbre última del universo. Eso es especulación de verdad y, sinceramente, un lujo comparado con la pobreza de miras de películas como Jonnhy Mnemonic que parece ser lo máximo que, en cine, ha sido capaz de sacar de sí mismo el alicorto cyberpunk que nos rodeaba. Evidentemente Ciudad permutación logró diversos premios importantes en la ciencia ficción: el John Campbell Memorial y, lógicamente, el premio Ditmar australiano. Pero Egan, al que un experto como Pedro Jorge Romero ha considerado como "un australiano perdido en la metafísica", no es el único que ha especulado con el universo alternativo digital y la vida digitalizada. Hay otros ejemplos, aunque más sencillos y cercanos a la realidad cotidiana. En la también premiada El experimento terminal (1995), el canadiense Robert J. Sawyer imaginaba un curioso experimento que también generaba una nueva vida en un universo digital. Creo que Sawyer dispone de una de las mejores formulas narrativas de la moderna ciencia ficción: novelas que deben mucho a unos personajes normales envueltos en una trama de misterio resuelta brillantemente con las técnicas habituales en los mejores thriller. Pero, en el caso de Sawyer,  esta vez la temática es la de la ciencia ficción rigurosa, muy  bien documentada, atractiva en lo científico pero siempre complementada con una interesante reflexión sobre las cuestiones morales y sobre la inevitable subjetividad de los comportamientos éticos y culturales. En unos tiempos en los que la tecnociencia y sus realizaciones modifican y alteran rápida y globalmente las condiciones de vida en todo el planeta, no es ocioso preguntarse sobre la moralidad y el componente ético de la actividad de científicos e ingenieros, sobre las consecuencias finales de sus obras y creaciones intelectuales. Y ésa parece ser la gran especialidad de Robert J. Sawyer, quien parece gozar, además, de una capacidad especulativa superior y de una facilidad explicativa y de divulgación de la ciencia que recuerda a la del mejor Asimov. Si Egan es profundo,  metafísico y un tanto críptico, Sawyer resulta sumamente realista, diáfano e incluso didáctico. En el caso de El experimento terminal (que seguramente debía haberse titulado en español como "El experimento final"...), todo empezó con el número de Mid-december de 1994, de Analog, Science Fiction / Science Fact (revista de la que sigo siendo devoto adepto...) que me sorprendió con la primera parte de un serial de Robert J. Sawyer. Se titulaba entonces Hobson's Choice y, tras su publicación en marzo de 1995 en forma de libro como The Terminal Experiment, estaba llamada a convertirse en finalista del premio Hugo de 1996, y en la flamante ganadora del premio Nebula 1995. De la misma forma que, antes, había obtenido el premio canadiense Aurora (que no decaiga el patriotismo...) y el Homer en el Forum de ciencia ficción de Compuserve. Basta decir que El experimento terminal presenta a un personaje "normal" (si eso tiene sentido...), el doctor Hobson, enfrentado a un problema digamos que también bastante "normal", la infidelidad de su esposa, en el contexto de una tecnociencia que tal vez pronto llegue a ser normal. Tras descubrir lo que puede ser la traza eléctrica del alma, el doctor Hobson pretende estudiar nuevos conceptos sobre la vida y la muerte. Lo hará gracias a simulaciones informáticas de su propio cerebro, para descubrir que las cosas pueden parecer normales pero no son nunca tan sencillas como parecen. En realidad, el doctor Hobson ha creado un monstruo. O mejor, en realidad ha creado tres. Para probar sus teorías sobre la inmortalidad y la posible existencia de vida tras la muerte, Hobson llega a crear tres simulaciones informáticas de su propia personalidad. Con la primera, de la que se ha eliminado toda referencia a la existencia física, intenta estudiar como sería una posible vida "etérea" tras la muerte física. Con la segunda, de la que se elimina toda referencia al envejecimiento y a la muerte, Hobson pretende estudiar como se vive con el sentimiento de la inmortalidad como algo intrínseco. La tercera simulación, sin alteración ninguna, es el control de referencia del experimento. Pero las tres simulaciones escapan al control de Hobson, huyen del ordenador en el que están confinadas y se alojan en la red informática mundial para vivir su propia vida. Y una de ellas resulta ser un asesino. Un asesino que, en realidad, lleva a cabo crímenes que la mente del mismo Hobson biológico puede haber imaginado e, incluso, deseado... Ésa es la idea, en el fondo una sencilla novela de misterio (encontrar al asesino es el objetivo...), con motivaciones sencillas, y con sencillas y a la vez interesantes aproximaciones al porqué de ciertas cosas. El experimento terminal justifica perfectamente el porqué de sus premios. Ambas, las especulaciones de Egan y de Sawyer, nos acercan a una nueva realidad que, tal vez (sólo tal vez...) la tecnología pueda hacer posible en un futuro más o menos lejano: si podemos vivir en el mundo virtual de la red, en un universo virtual, ¿cómo reconoceremos nuestra realidad en ese universo virtual? El obispo Berkeley se sentiría satisfecho... Para leer: - Ciudad Permutación (Permutation City -1994), Greg Egan, Barcelona, Ediciones B, Col. NOVA nº 118, 1998. - El experimento terminal (The Terminal Experiment - 1995), Robert J. Sawyer, Barcelona, Ediciones B, Col. NOVA nº 102, 1997.
Domingo, 01 de Junio de 2008 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Tras el jarro de agua fría del mes pasado (esa dificultad sobrevenida para mantener una relación sexual en condiciones de microgravedad), déjenme seguir este mes con otra de las mayores sensaciones de desánimo con que nos hemos encontrado quienes siempre nos hemos sentido interesados en la exploración espacial. En mi caso ha de ser evidente: aunque ahora me dedique a la docencia universitaria en temas de informática y tecnociencia y su inevitable relación con la sociedad, siempre me sentiré orgulloso de mi primera formación como ingeniero aeronáutico que completé después con la ingeniería aerospacial estudiada en el extranjero. Es lógico suponer que quien, en sus años mozos, optó por dedicarse a este tipo de cosas algún que otro interés había de tener en la exploración espacial. Y me temo que la afición e interés por la ciencia ficción (ambos heredados de mi padre...) no han de ser nada ajenos a tales decisiones de un adolescente desorientado que elige una carrera, sobre todo si, como es mi caso, no hay ningún precedente familiar. El problema es que para la exploración espacial el alejamiento de nuestro querido planeta Tierra (al que tan mal estamos tratando, por cierto...) es algo del todo necesario. De ahí la necesidad de aprender a vivir en condiciones de falta de gravedad o en microgravedad que, simplemente, son del todo ajenas a nosotros. Ya comentaba el mes pasado el problema de las dificultades para mantener una relación sexual en condiciones de ausencia de gravedad, y les hablaba de la complejidad de llegar a ser miembro de ese "club de los tres delfines" que parece del todo necesario para un intercambio sexual satisfactorio en condiciones de microgravedad. Pero hay más problemas asociados a la ausencia de gravedad. Menos lúdicos pero, me temo, mucho más definitivos que el de poder disponer de sexo satisfactorio. Conocemos los inconvenientes producidos, por ejemplo, por la descalcificación y otros problemas de tipo físico que se presentan cuando el ser humano ha estado bastantes días en condiciones de ingravidez. Así les ocurre a los astronautas y, sobre todo, a quienes pasan semanas y meses en estas condiciones como ocurre con algunos de los tripulantes que ha tenido y tiene la estación espacial internacional. Pero hay más. El 17 de abril de 1998, la lanzadera Columbia iniciaba una misión científica de 16 días que incluía una serie de experimentos dedicados al estudio del sistema nervioso bajo el nombre genérico de Neurolab. Entre otras cosas, se estudiaron los efectos de la ingravidez en los seres vivos gracias a 16 ratones, 1514 grillos, 223 peces y 135 caracoles, una especie de mini-arca de un moderno Noé. Algunos de esos experimentos sobre la corteza cerebral fueron realizados, gracias al Neurolab, por investigadores del CSIC español como Javier de Felipe Oroquieta y Luis Miguel García Segura. Su trabajo se centró principalmente en ratones que tenían, en el momento de iniciarse la misión, sólo 14 días de vida y para los cuales la mitad de su desarrollo postnatal se produjo en el espacio, en condiciones de ingravidez. Se comprobó que, aunque el hecho no parecía afectar a los seres adultos, las crías de rata que estaban en el Neurolab durante su periodo de desarrollo habían sufrido cambios irreversibles en la corteza cerebral. Esos cerebros, aún inmaduros, se desarrollaron en el Neurolab de forma diversa a como suele ocurrir en la Tierra y, por ejemplo, parece que, cinco meses después de la misión, la coordinación de las patas de los ratones había quedado tan seriamente alterada que, a pesar de los muchos intentos, nunca llegaron a andar correctamente. Cuando me enteré, se me ocurrió que, con permiso de Neruda, era realmente capaz de escribir las líneas más tristes esa noche. Esos resultados científicos, esos descubrimientos podrían dar al traste con la idea, largo tiempo promovida por la ciencia ficción, de naves generacionales en las que viajar de un lado a otro de la galaxia durante largos períodos en los cuales se sucede el nacimiento y muerte de diversas generaciones. Si lo que se descubrió en 1998 se confirma (y no hay razón para no hacerlo...), esas nuevas generaciones, caso de nacer en situación de ingravidez, tal vez no se parezcan lo suficiente a nosotros mismos, tal vez no tengan nuestras mismas capacidades. Claro que siempre queda la posible solución de mantener en esas naves una gravedad artificial pero, la verdad, ya no parece lo mismo. Ni parece claro que sepamos hacerlo... Es triste, aunque, me temo, era de esperar. Somos como somos precisamente como resultado de la adaptación evolutiva que, hasta hoy, ha tenido siempre lugar en las condiciones habituales del planeta, gravedad incluida. Se dan, por ejemplo en las plantas, efectos de geotropismo positivo en las raíces y otros efectos de fototropismo que sólo han de ser posibles en condiciones como las que el planeta Tierra ha tenido durante los últimos millones de años. En cualquier caso, la evolución se ha hecho precisamente en esas condiciones y, tal vez, los resultados finales de lo que hoy somos (nosotros y todas las especies que pueblan la Tierra) incorporan esas condiciones de forma implícita y tal vez hasta ahora insospechada. Seguramente no seríamos, como seres vivos, igualmente viables en condiciones distintas. Eso es lo que, al menos para mí, vienen a decir esos experimentos del Neurolab. No deja de ser lógico que el hecho de alterar las condiciones en que ha trabajado la evolución durante milenios pueda llevar a que dejen de ser válidos los procesos de desarrollo establecidos a lo largo de eones. La gran maleabilidad de las primeras etapas del desarrollo y la compleja estructura de sistemas como la corteza cerebral (donde se localizan las funciones superiores del sistema nervioso) hacen comprensibles los efectos detectados en las pobres crías de rata del Neurolab o en los sistemas músculo-esqueléticos de los astronautas que han estado mucho tiempo en condiciones de baja o nula gravedad. Y no hay que olvidar que los tiempos característicos de la evolución se miden cuando menos por milenios, mientras que los tiempos del desarrollo tecnológico asociado al viaje espacial se miden posiblemente por décadas. Al ritmo que vamos, no habrá tiempo para que la evolución rectifique. No estamos hechos para vivir en condiciones de ausencia de gravedad... Tal vez para ir al espacio debamos modificarnos a nosotros mismos de forma parecida a como el protagonista de Homo Plus (1976) de Frederik Pohl dejaba que se alterase su cuerpo. Para explorar y vivir en Marte, nos decía Pohl, el Homo sapiens debería convertirse en un nuevo ser, tal vez incluso una nueva especie diseñada (el Homo plus del título castellano): un cosmonauta cyborg, mitad humano y mi­tad robot con mayores pul­mones para respirar una atmósfera enrarecida, ojos multi­facetados adaptados para ver en la gama de los infrarrojos, una piel casi aco­razada, alas añadidas para incorporar baterías solares que alimenten su mitad cibernética, y un largo etcétera de modificaciones. Un buen ejemplo tal vez posible gracias al hecho de que Marte, siendo un planeta, tiene gravedad. Si hay que cambiar, no lo hará la evolución, deberemos hacerlo nosotros mismos. No cabe estar tristes, hay trabajo por hacer. Y afortunadamente, pese a los muchos problemas éticos que surgen, la ingeniería genética es una opción que empieza ya a ser tratada en la ciencia ficción de la misma manera que Pohl se detuvo, principalmente, en analizar las modificaciones psicológicas que un cambio como el del Homo Plus pudiera producir en un intelecto humano que, por efecto de sus modificaciones, se sabe realmente "distinto" de los otros humanos. En cierta forma, nacida y evolucionada en la Tierra, tal vez nuestra especie no esté adaptada para soportar un largo viaje por el espacio en condiciones de ingravidez. Una solución a esa incapacidad físico-biológica de nuestra especie sería, como imaginó Tipler, que tengamos que explorar el espacio vecino por medio de sondas robóticas. Si al final lo hacemos con inteligencias artificiales capaces de autoreproducirse, tal vez acabemos poblando este rincón del universo con una especie de civilización de inteligencias artificiales y mecanismos de todo tipo que equivalgan a los "mecs" que dominaban la galaxia en la serie de novelas del Centro Galáctico de Gregory Benford y, muy en particular, en "Gran río del espacio" (1987). Quien no se consuela es porqué no quiere.... Para leer: - Homo Plus (Man Plus - 1976), Frederik Pohl, Barcelona, Editorial Bruguera, Col. Nova nº 64, 1976. - Gran río del espacio (Great Sky River – 1987), Gregory Benford, Barcelona, Ediciones B, Col. Nova nº 20, 1990.
Jueves, 01 de Mayo de 2008 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Según parece, en algunos países como el nuestro, en abril, ya es primavera (y no sólo en unos grandes almacenes…). Dicen que la primavera la sangre altera y, tal vez por eso, me ha dado por tratar esta vez de sexo. Que conste que, pese a todo, nadie se va a alterar con este texto ya que, siendo también el año 2008, recuerdo la mala sorpresa que me dio un artículo de la revista Analog, Science Fiction and Fact, publicado hace ya unos diez años, creo que fue en febrero de 1998. Diez años de infausta noticia para los aficionados a la ciencia ficción y para los que a veces llegamos a creer en la posibilidad del viaje por el espacio. Por lo que decía ese artículo de Analog, tal vez no valga la pena… Al menos en abril. Me explicaré: se trata de la posibilidad de tener sexo en el espacio… En realidad, la ciencia ficción, aunque durante muchos años ha sido muy timorata en ciertas cosas, ha imaginado al final todo tipo de versiones (y perversiones...) del sexo espacial. Pero me temo que no ha imaginado nada de lo que la cruda realidad convierte en lógico y esperable. Por una parte, ya son historia en la más añeja ciencia ficción los alienígenas terribles con forma de escarabajo antropomorfizado que persiguen a heroínas rubias ligeras de ropa. Nunca he entendido los intereses lúbricos de tales alienígenas, pero sí los de los adolescentes que adquirían las revistas pulp de la época dorada de la ciencia ficción en Estados Unidos. El marketing todo lo puede y en este mundo con tanto machismo, la chica debía ir ligera de ropa, pese a que el héroe astronauta llamado a defenderla fuera vestido con escafandra completa… Como si la chica no respirara el mismo aire que el alienígena antropomorfizado y que el héroe varonil se negaba a respirar gracias a la ayuda de su escafandra. Milagros de la mala biología tan presente en la mala ciencia ficción (mala ciencia ficción, según se mire, es algo de lo que siempre se puede decir que “haberla hayla” y, desgraciadamente, ésta es una afirmación mucho más cierta que cuando se refiere a las meigas…). Otro ejemplo primerizo de sexo en la ciencia ficción fue la ruptura que representó Los amantes (1952) de Philip J. Farmer aunque tardara (¿lógicamente?) casi quince años en llegar a la España franquista. En ella se narra la primera relación sexual entre un terrestre y una alienígena de sugeridoras formas y amable comportamiento. El desenlace, trágico, es la muerte de la alienígena amada, sustituida por varias hijas surgidas de los muchos huevos fruto de esa curiosa relación sexual intra-especies. Esos huevos nacen en el interior del cuerpo de la madre y, por lo tanto, la destruyen. Ésa si que era una maternidad sacrificada... Más cercano al interés que hoy me mueve, recuerdo que, en Luna de miel en el infierno (1958), el incomparable Fredric Brown imaginaba que una grave escasez de nacimientos en la Tierra, obligaba a intentar un curioso apareamiento en el espacio entre un astronauta norteamericano y su compañera rusa. Como después veremos, se trataba de un "arriesgado" esfuerzo en pro de la distensión internacional y, también, para conjurar el peligro de una posible desaparición de la especie humana por falta de descendencia. Hoy tan sólo me atrevo a compadecer al protagonista masculino del inteligente relato de Brown. Porque ése es el tema que, en el Analog de febrero de 1998, desarrollaba Henry G. Stratmann, cardiólogo y profesor de medicina en la St. Louis University School of Medicine (Missouri, EEUU). Afortunadamente para Brown, su relato se publicó cuarenta años antes del artículo de Stratmann o, cuando menos, bastante antes de que se empezara a conocer la dura realidad de intentar una relación sexual “normal” en condiciones de baja o nula gravedad... Stratmann escribió nada más y nada menos que un largo, interesante y respetable artículo en torno al sexo en el espacio. Para empezar, diré que el bueno del Dr. Stratmann imagina sólo relaciones sexuales entre hombre y mujer y, para que nadie se llame a engaño, con el objetivo central de la procreación. Igual ocurría en el relato de Fredric Brown antes citado. Y a ello me limitaré. Con la mayor seriedad, Stratmann revisa la posibilidad real de relación sexual en el espacio, en condiciones de baja o nula gravedad, desde un punto de vista médico. Y el resultado es de lo más preocupante. El pesimismo invade al lector tras conocer los efectos físicos de la microgravedad en la erección o en el complejo funcionamiento hormonal de la mujer. Tampoco son negligibles los problemas que plantea la ausencia de gravedad o la presencia de radiación en el crecimiento del feto. No parece fácil el asunto. Pero el problema no es sólo médico. Resulta que la tercera ley de Newton sigue presente para fastidiar a todos los que han imaginado "maravillosas" sesiones de sexo en caída libre, descritas a veces en la narrativa de ciencia ficción. Parece ser que realizar el coito en caída libre no ha de resultar nada fácil. Según Stratmann, "los dos miembros de la pareja habrían de coordinar con mucho cuidado sus movimientos, y mantenerse asegurados el uno al otro para reducir las posibilidades de que uno de ellos salga disparado como un cohete hacia las paredes de la nave espacial, durante sus actos más vigorosos". Stratmann recomienda incluso una nueva modalidad de cama: una especie de jaula con asas interiores. Para los varones queda, además, un terrible peligro que Stratmann expone crudamente: "un mal movimiento podría causar un desplazamiento lateral que cause una fractura del pene erecto, lo que resulta exactamente tan doloroso como suena y requiere de la cirugía para su curación". Sin comentarios. Parece ser que, en el marco de la investigación espacial, se han estudiado incluso algunos sistemas para facilitar el coito en el espacio, y se han buscado y descrito métodos para hacerlo posible. El más “respetable”, procede de la observación de nuestros amigos los delfines quienes, en su apareamiento, tienen problemas similares a los que los humanos pueden encontrar al intentar aparearse en la microgravedad de una misión espacial. Parece ser que un tercer delfín asiste a la pareja enamorada ayudando con un empujón en el momento correcto, o limitando los posibles efectos de retroceso de la pareja demasiado activa en su apareamiento. Seguridad a cambio de intimidad. Por eso, aunque todavía no hay constancia de ningún caso en concreto, se ha dado ya el nombre de "club de los tres delfines" al grupo de quienes logren aparearse en condiciones de microgravedad. En cualquier caso, que no cuenten conmigo. Prefiero las fantasías de la ciencia ficción... y la realidad planetaria. Para leer: - Los amantes (The Lovers – 1952), Philip J. Farmer, Barcelona, Vértice, Col. Galaxia nº 64, 1967 - Luna de miel en el infierno (Honeymoon in Hell – 1958), Fredric Brown, Barcelona, Edhasa, Col. Nebulae nº 79, 1962.
Martes, 01 de Abril de 2008 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
El 19 de marzo de 2008, ha fallecido Arthur C. Clarke, uno de los grandes de la ciencia ficción. Como sea que este mes iba bastante retrasado en la entrega de este texto, ello me permite hacer referencia a su obra narrativa y, de paso, añadir un breve comentario sobre una curiosa relación de su obra con un tema matemático. Lógicamente, ello no será óbice, cortapisa ni valladar para volver a Arthur C. Clarke otras veces. Prometido. Cuando Stanley Kubrick filmó su famosa 2001: Una odisea del espacio (1968) a partir de un muy breve relato de Arthur C. Clarke titulado "El centinela", el escritor ya era sumamente conocido en el pequeño mundillo de la ciencia ficción. Representante de la llamada Edad de Oro del género, Arthur C. Clarke forma, junto a Heinlein y Asimov (ambos también ya desaparecidos), el indiscutido triunvirato de la ciencia ficción clásica, esa que Asimov definía como "la rama de la literatura que trata de la respuesta humana a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología". Clarke obtuvo por su obra literaria los mayores premios de la ciencia ficción mundial y, en 1985, fue reconocido como Gran Maestro Nebula, la mayor distinción personal en la literatura de ciencia ficción. De entres sus muchas novelas y relatos, creo que conviene destacar, por lo menos, las siguientes: Pequeña guía de lectura Una novela básica entre sus muchas obras es El Fin de la Infancia (1953), en la que la Tierra es invadida por una especie alienígena de forma sa­tánica pero voluntad benevolente que traerá la utopía al planeta y aportará una nueva posibilidad de trascendencia a la especie humana. La novela combina brillantemente los elementos de un mito mesiánico con un trasfondo de modernidad tecnológica. En La Ciudad y las Estrellas (1956), se narra la aventura de Alvin, un joven inmortal de la utópica ciudad de Diaspar en una Tierra de un futuro muy le­jano. El joven se pregunta cómo la humanidad ha retornado de su viaje a las estrellas para encerrarse en el ocioso nirvana tecnológico de Diaspar. En su búsqueda, descubrirá una nueva ciudad, Lys, que es una utopía de otro tipo: la vida pastoral asociada a la naturaleza. Finalmente, Alvin viajará a las estrellas para encontrar la perspectiva cósmica que falta tanto en Diaspar como en Lys. Después llegó el éxito y el reconocimiento popular, incluso al margen de la ciencia ficción, gracias a la película 2001: una odisea espacial (1968) de la que fue co-guionista y cuya novelización posterior, escrita por Clarke, perdía algo del encanto de la película por recurrir a un final menos abierto que el de Kubrick. La serie continuó, en la literatura y el cine, con diversas obras de menor importancia e interés. Tras pasar a ser el autor de ciencia ficción más conocido en el mundo, Clarke logró un nuevo gran éxito con Cita con Rama (1973). Cuando una enorme na­ve espacial extraterrestre pasa cerca del sistema solar, una expedición acude al gigantesco cilindro de treinta kilómetros de largo para estudiarlo. Todo en Rama son sorpresas y se ha comparado esa enorme nave a un gran y misterioso regalo navideño que se va descubriendo poco a poco, maravilla a maravilla, quedando siempre misterios por resolver. Posteriormente, la serie desarrollada en torno a esa idea, fue redactada con la ayuda de su colaborador Gentry Lee. Otra de las lecturas imprescindibles para conocer la obra narrativa de Clarke es Las Fuentes del Paraíso (1979). Trata de una gran obra de macro ingeniería con el proyecto de la construcción de un as­censor espacial a un satélite en órbita geoestacionaria (una idea, la de los satélites geoestacionarios, que el mismo Clarke había establecido, en 1945, en su artículo Extra-Terrestrial relays [aunque la idea parece proceder de una serie de trece relatos cortos, escritos entre 1942 y 1945, por George O. Smith: Venus equilateral...]). Las Fuentes del Paraíso se presenta como el enfrentamiento casi irresoluble de una fuerza irresistible (la del ingeniero que lidera el proyecto del nuevo ascensor espacial) con una resistencia realmente inamovible (la de los monjes de un santuario budista que resulta ser el mejor anclaje para el ascensor espacial y que, lógicamente, se oponen al proyecto). Hay más títulos que comentar, pero habrá tiempo para ello. Atendamos, al menos por un momento, a la matemática. Problemas de cálculo La astronomía y la astronáutica exigen un cierto volumen de cálculos matemáticos no siempre fáciles ni de inmediata resolución. Incluso el llamado problema de los tres cuerpos, uno de los más inmediatos a considerar en astronomía, plantea no pocas dificultades de cálculo. Pero lo francamente curioso es como la ciencia ficción, una de cuyas temáticas centrales ha sido, es y será siempre el viaje espacial, ha evitado durante mucho tiempo el recurso a los ordenadores y a sofisticados aparatos de cálculo. Salvo honrosas excepciones, la ciencia ficción de los años dorados ha sido capaz de imaginar un viaje espacial por completo ajeno a las dificultades del cálculo de, por ejemplo, complejas trayectorias interplanetarias. Hoy se han cumplido ya más de sesenta años del que pasa por ser el primer ordenador elec­tró­nico: el ENIAC (Electronic Numerical Integrator And Computer), desarrollado por John W. Mauchly y John Presper Eckert en la Moore School de la Uni­versidad de Pensilvania. La imagen del ENIAC, repro­ducida en el New York Times del 16 de febrero de 1946, se alojó du­rante mucho tiempo en el imaginario popular. Treinta toneladas, 18.000 válvulas y una habitación de 10 x 20 metros llena de maqui­na­ria, crearon la idea de los ordenadores como máquinas enormes. Durante mu­chos años, nadie imaginó ordenadores pequeños y potentes como los de hoy. Ni siquiera la ciencia ficción. Por ello, conscientes de lo caro que resulta superar el llamado "pozo de gravedad terrestre" que cifra en 11,2 km/seg la velocidad de escape para huir de la atracción gravitatoria del planeta, todos los autores, tal vez con la imagen del ENIAC en el fondo de su cerebro, se resistieran a pensar que una máquina como ésa (recordemos: 30 toneladas) pudiera encontrarse en una nave espacial. Supongo que imaginaban que el coste de elevar 30 toneladas más sería prohitivo. La realidad es que, hasta mediados de la década de los sesenta, hay muy pocas referencias a los ordenadores como tales en la astronáutica de la ciencia ficción. Incluso una famosa novela como Dune (1965) de Frank Herbert recurre a un viejo y tradicional esquema de la ciencia ficción evitando la presencia de ordenadores en las naves espaciales. En el caso de Herbert, la capacidad de cálculo no reside en máquinas, está concentrada en unos seres especialmente entrenados y capacitados para el cálculo mental: los "mentat". Esos que, en la iconografía del film de 1984 dirigido por David Lynch, tenían unas cejas incluso más espesas que las de Breznev... Herbert seguía en eso, como se ha dicho, un viejo cliché de la ciencia ficción. Un cliché incluso anterior al ENIAC. Se trata del recurso a los calculadores humanos especialmente dotados, que parece proceder de un relato de Robert A. Heinlein publicado en 1939. En efecto, Libby el protagonista de Misfit (inadaptado), es un joven extraño que tiene una excepcional habilidad para el cálculo mental y, durante una misión de terraformación de un asteroide, se encargará de suplir al calculador mecánico de la nave cuando éste se avería. Bendita inocencia esa de imaginar que los humanos podrían ser mejores para el cálculo que potentes máquinas especializadas. Muy distinta parece haber sido la visión de alguno de los pocos autores que, como Arthur C. Clarke, disponían de sólidos conocimientos científicos. En Inside the Comet (en el interior del cometa) de 1960, Clarke imagina una nave espacial que se enfrenta a la avería definitiva en su sistema automático de cálculo. La evidente consecuencia es que resulta del todo imposible determinar la trayectoria de retorno a la Tierra. Están condenados a naufragar por siempre en el espacio. Pero Clarke sabe que, gracias a las técnicas del cálculo numérico, todo cálculo, por complejo que sea, puede descomponerse en un gran número de pequeñas operaciones elementales. En el caso de los tripulantes de la nave, la solución, que requiere tiempo y no poco esfuerzo, pasa por el arduo trabajo del "matemático de la nave", quien deberá descomponer los cálculos de la trayectoria de retorno para lograr que puedan ejecutarse con simples ábacos. Será otro tripulante de la nave, un japonés, quien enseñará al resto de la tripulación la fabricación de ábacos, y quien les entrenará hasta hacerles adquirir la imprescindible habilidad en su manejo. El problema queda resuelto y, lo más importante, Clarke logra transmitir la idea del ordenador como una simple máquina de calcular muy rápida. Y eso, en una década (la de los sesenta) marcada por el predominio de la idea de los "cerebros electrónicos" como un peligro a la hegemonía del ser humano sobre el planeta, no deja de ser una acción del todo encomiable... Para leer: - El fin de la infancia (1953),  Arthur C. Clarke, Barcelona, Planeta- De Agostini, 2006. - La ciudad y las estrellas (1956),  Arthur C. Clarke, Barcelona, Edhasa, 2004. - 2001, una odisea espacial (1968),  Arthur C. Clarke, Barcelona, Planeta- De Agostini, 2006. - Cita con Rama (1973),  Arthur C. Clarke, Barcelona, Ultramar, 1989. - Las fuentes del paraíso (1979),  Arthur C. Clarke, Barcelona, EMECE, Grandes Novelistas, 1980. - "Inside the Comet" (En el cometa, 1960),  Arthur C. Clarke, recogido en "Relatos de diez mundos", Barcelona, Edhasa. 1975.
Sábado, 01 de Marzo de 2008 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Creo que podría decirse que "la historia se mueve", en el sentido de que los historiadores están buscando (y encontrando) nuevas maneras de tratar su disciplina. Hoy les quiero hablar de la llamada "Big History" al amparo de un libro que lleva ya dos o tres años traducido, así como de la llamada "Cliología" que propone una novela de ciencia ficción publicada en España hace también unos años. Un matemático que escribe ciencia ficción: Michael Flynn En febrero de 2004 aparecía en España la novela En el país de los ciegos (Ediciones B) de Michael Flynn. En ella, un grupo de personas interesadas en la ciencia y la matemática logran, en el siglo XIX, que la "máquina de diferencias" de Charles Babbage (el antecesor teórico del moderno ordenador) pueda convertirse en realidad ya en el siglo XIX. Utilizan esas potentes máquinas de cálculo para aplicar las nuevas ciencias teóricas del comportamiento social desarrolladas en Francia, sociología y estadística, y así predecir, controlar y condicionar los acontecimientos futuros. Parte de esa novela había aparecido, inicialmente, en octubre de 1987 en la revista Analog y continuó durante dos números más. Se trataba de una novela corta de un autor entonces nuevo, Michael F. Flynn. En esa primera y parcial entrega llamada también En el país de los ciegos, Flynn exploraba con gran inteligencia y amenidad la hipótesis de que una sociedad secreta, la Sociedad Babbage, hubiera construido, en el siglo XIX, la "máquina de diferencias" diseñada por Charles Babbage. Conviene recordar que ese "invento" se considera el primer diseño de un ordenador moderno, aunque en su tiempo fuera imposible llevarlo a la práctica por las deficiencias de la tecnología meramente mecánica de la época. En la narración, esa Sociedad Babbage habría desarrollado la nueva ciencia de la cliología, una especie de trasunto moderno de la vieja psicohistoria de Asimov, y, con esa herramienta en sus manos y el gran poder de cálculo que le permitían las máquinas de Babbage, predecía, controlaba y condicionaba los acontecimientos futuros. En su intento por evitar unas guerras podía haber generado otras y, por si ello fuera poco, el asesinato no dejaba de ser un "modus vivendi" casi necesario en ese nuevo menester de manipular la historia. En el marco de esa idea, la trama funcionaba con personajes interesantes y creíbles lo que, desgraciadamente, no suele ser habitual en las primeras novelas "con ideas". Flynn desarrollaba muy bien el hecho de que Sarah Beaumont, una inversora inmobiliaria y ex-periodista de finales del siglo XX, llegara a descubrir por azar una de esas viejas máquinas, con lo que se inicia una trama imparable de conspiraciones, enfrentamientos y uno de los más amenos thrillers de acción de la moderna ciencia ficción. Debo decir que, habiendo trabajado como informático desde hace muchos años (programé el primer ordenador de mi larga y dilatada vida profesional hacia 1968...) generalmente suelo ser muy crítico con las novelas de ciencia ficción de tema informático. Pero la novela de Flynn era seria y, además, pese a la referencia a Babbage, En el país de los ciegos era (y es), sobre todo, una novela sobre la historia, una modernización del viejo sueño asimoviano de la psicohistoria, a la luz de los conocimientos matemáticos y estadísticos de Flynn, en realidad, bastante menos ingenuo que el mismo Asimov. La pregunta central que se plantea es precisamente la de si es posible controlar el devenir de la historia futura y la respuesta es, conviene reconocerlo, brillante. La novela corta leída en Analog me pareció bien y ahí quedó la cosa aunque, desde entonces, el nombre de Flynn suele llamar mi atención. No soy masoquista y, cuando me lo paso bien (¡muy bien!) leyendo algo, suelo repetir con otras narraciones de ese autor. Por eso, cuando en mayo de 1990 Analog publicó una continuación con el título Una rosa con otro nombre, la leí con interés. Seguía en la misma línea y complicaba la trama en una vuelta de tuerca más al tema ya desarrollado en la primera parte. Me quedé un tanto sorprendido de que no hubiera otra parte en junio de 1990 por aquello de que "no hay dos si tres" y, en realidad, porque parecía faltar alguna especie de conclusión al tema central de la manipulación de la historia. Me resigné a esperar otros tres años para poder disponer, siempre en Analog, de una tercera y tal vez última parte de la historia, diciéndome a mí mismo que las labores como estadístico y consultor en calidad industrial de Flynn no debían dejarle demasiado tiempo para escribir novelas. Tres años no fueron suficientes... La versión completa de la novela, con esa tercera parte que yo encontraba a faltar, apareció en inglés nada menos que en agosto de 2001. La nueva edición iba acompañada como Epílogo de un ensayo del mismo Flynn (aparecido en su versión inicial en Analog en abril y mayo de 1988) con el título "Una introducción a la psicohistoria". En la nueva edición de 2001 pasaba a llamarse ya directamente "Una introducción a la cliología", siendo la cliología una propuesta para una nueva "visión científica" de la historia que no tema usar la estadística. Flynn es matemático con un master en topología y ha trabajado durante años aplicando la estadística al control de calidad en ingeniería. Un estadístico profesional tenía que estar interesado por esa "visión estadística" de la historia de la que habla brillantemente en ese epílogo y que hace intervenir en la novela. La imaginación "cliológica" de Flynn enlaza con la matemática aplicada, en este caso con el control de la historia. La Sociedad Babbage, una sociedad secreta como tantas en el siglo XIX, ha controlado el devenir de la historia y ha evitado guerras pero, también, puede haber generado la guerra de Secesión estadounidense. En definitiva: ¿Es posible el control de la historia? ¿Es deseable? ¿Cuál ha de ser el papel de quien puede ver el futuro ante esa posibilidad...? La Big History Pero la propuesta de la cliología no es la única incursión de las ciencias duras en la historia. En los últimos años, los mismos historiadores han pasado de una visión detallista de la historia a visiones más globales como la llamada "world history" o la interesantísima "big history". La "world history", de la que ya existen revistas especializadas como Journal of World History, considera que, además de la habitual historia hecha de búsqueda de documentos y centrada en el detalle, es también imprescindible una visión global de la historia completa de la humanidad como un todo, vista en el contexto de la cambiante relación del ser humano con la naturaleza. El siguiente paso lo da la "big history" al enfocar el estudio de la historia no sólo en la humanidad vista globalmente (world history) sino a lo largo del tiempo, todo el tiempo, incluso desde el Big Bang. Tal vez la "big history" trata de superar el reduccionismo humanista de la historia tradicional y ponerla en su contexto. Intenta contemplar la amplia escala de los tiempos, y por eso inicia su relato con el Big Bang, lo continua con la formación de estrellas y galaxias, de sistemas solares, de planetas como la Tierra y, más adelante, ya centrados en nuestro planeta, en la aparición de la vida, de los mamíferos, de los homínidos, del ser humano y, luego, pero sólo luego, sus civilizaciones y culturas. Una amplia visión que mezcla la historia con ciencias como la física, la cosmología, la biología, la paleo-antropología y un largo etcétera. Desde 2005, disponemos de la traducción española de uno de los más destacados libros de la "big history", Mapas del tiempo: una introducción a la "Gran Historia" (Crítica) de David Christian, historiador estadounidense afincado en Australia (Universidad de Macquarie en Sidney) y ahora (tras el éxito de sus tesis sobre la "big history") de nuevo en América en la San Diego State University. Su lectura es una verdadera gozada. En un libro de 585 páginas (que se alarga hasta las 723 con apéndices, notas y bibliografía) el ser humano no hace su aparición hasta la página 177. Los capítulos nos hablan del universo inanimado, la vida en la tierra, la aparición del ser humano y sobre la historia humana y las perspectivas del futuro. Como pedía desde 1959 C.P. Snow con su debate sobre las dos culturas, la visión de Christian, la "big history", reúne la historia natural y la historia humana en una narración única y grandiosa. Un verdadero tour de force y, al menos para mí, un excepcional descubrimiento. Se lo recomiendo encarecidamente: es una peculiar "historia para científicos". Y, no se preocupen, volveremos pronto a ese matemático-estadístico buen autor de ciencia ficción que es Michael Flynn. Quien avisa no es traidor. Para leer: Ensayo - Mapas del tiempo: una introducción a la "Gran Historia". David Christian. Barcelona. Crítica. 2005. Ficción - En el país de los ciegos. Michael Flynn. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 169). 2004.
Martes, 01 de Enero de 2008 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Para el diccionario de la Real Academia, paradoja es, entre otras acepciones, una figura de la retórica que "consiste en emplear expresiones o frases que envuelven contradición" y, en definitiva, cualquier "acción inverosímil o absurda, que se presenta con apariencias de verdadera". Evidentemente, el ámbito de los viajes en el tiempo, cuando esos son al pasado, resulta uno de los más propicios para generar complejas paradojas que, con el recurso a una máquina del tiempo, resultan incluso con toda la apariencia de verdaderas y posibles. Ya hemos hablado de ello. El ejemplo tradicional es la vieja "paradoja del abuelo" en la que un personaje viaja al pasado y mata a su propio abuelo antes de que éste haya tenido la oportunidad de engendrar al padre del asesino. El imposible existir del personaje y su acción forman la paradoja clásica. Una formulación de la que cabe reconocer, de pasada, la elegancia de que no se trate de una igualmente posible "paradoja del padre", lo que implicaría demasiados elementos freudianos (una original y violenta resolución del complejo de Edipo) que hubieran complicado más las cosas... Durante mucho tiempo, los elementos paradójicos implícitos en el viaje temporal al pasado han sido considerados elementos típicos de la ciencia ficción, pero la familiaridad creciente con ese juego intelectual ha llevado el estudio de las paradojas al campo de la física, de una física muy particular y para algunos sorprendente, donde el viaje en el tiempo ya no es un disparate absurdo sino una posibilidad teórica que se contempla incluso con seriedad. El viaje en el tiempo en la física Sabemos ahora que la relatividad especial de Einstein, descubierta en 1905, permite el viaje en el tiempo hacia el futuro como nos muestra, por ejemplo, la peripecia de los sorprendidos astronautas de "El planeta de los simios" (1963) de Pierre Boulle, convertida después en famosa serie cinematográfica. Pero en el marco de la relatividad especial no es posible volver atrás en el tiempo. No se crean paradojas. Afortunadamente para la especulación de todo tipo, la relatividad general de 1915 llegaba a permitir el viaje al pasado aunque sólo bajo ciertas condiciones. En realidad ha sido la disponibilidad de esa teoría lo que separa las paradójicas especulaciones sobre el viaje al pasado de la mera fantasía. Einstein describe un mundo que es un espacio-tiempo unificado en contraposición a la separación entre espacio y tiempo de la mecánica clásica newtoniana. Ese espacio-tiempo einsteniano podía ser plano (como ocurre cuando no se considera la gravedad en el caso concreto de la relatividad especial) o curvado (cuando se considera la gravedad). Las famosas y complejas ecuaciones de Einstein para el campo gravitacional son difíciles de resolver en la mayoría de casos, pero tienen algunas soluciones. En 1949, el matemático Kurt Gödel encontró una de esas soluciones a las ecuaciones de campo de Einstein. En esa solución se describe el movimiento de la masa (o energía que, en ese ámbito, resultan intercambiables como nos recuerda el famoso E=mc2) no sólo a través del espacio, sino, y eso es lo importante, hacia atrás en el tiempo. Se trata de lo que se denominaron "líneas de tiempo cerradas" (closed timelike lines o CTL), una especie particular de las infinitas trayectorias posibles ("líneas del mundo" o world lines) en el espacio-tiempo einsteniano. Esas CTL son tales que, si un humano viajara por una de ellas (manteniéndose siempre, como es lógico, a una velocidad inferior a la de la luz), observaría un mundo "normal" y sin paradojas en el que los efectos suceden a las causas pero, en un momento dado, esa CTL se cerraría sobre sí misma y el viajero se encontraría en su propio pasado. Eso, por extraño que parezca, es lo que sugieren la física y la matemática implícitas en la solución de Gödel. En cierta forma, desde 1949 puede decirse que existe una base racional y científica para discutir seriamente la posibilidad física de un viaje hacia atrás en el tiempo, una especulación que sigue pareciendo a la gran mayoría una locura propia de la ciencia ficción y una fuente sin fin de paradojas. Lo cierto es que esa locura es hoy un ámbito posible del dicurso científico, y que físicos de gran prestigio como Kip S. Thorne (Feynman Profesor de Física Teórica en el Instituto Tecnológico de California) o Igor Novikov (Centro Astroespacial de la Academia de Ciencias en el Instituto Físico P.N. Lebedev de Moscú) han trabajado o trabajan sobre esa, todo hay que decirlo, remota posibilidad. Pero, al revés de lo que ocurre en la narrativa de ciencia ficción, la mera posibilidad teórica no se convierte en realidad. Muchos científicos discrepan de Thorne y Novikov y posiblemente nunca sea factible ese volver al pasado para matar al propio abuelo. Aunque hay razones para que el viaje en el tiempo sea posible también las hay para que no lo sea. La paradoja de Fermi y su versión temporal Fue el físico Enrico Fermi quien primero planteó la que hoy conocemos precisamente como la "paradoja de Fermi": si es posible que haya en la galaxia otros seres inteligentes ¿por qué no hemos sabido todavía de ellos? Isaac Asimov, conocido divulgador científico y autor de ciencia ficción, abordó hace años el tema en su libro "Civilizaciones extraterrestres". Entre otras cosas, usó la conocida fórmula de Drake para acabar afirmando: "la conclusión definitiva a la que puedo llegar [...] es que las civilizaciones extraterrestres sí existen, probablemente en gran número, pero que no hemos sido visitados por ellas, posiblemente porque las distancias interestelares son demasiado grandes para poder ser traspuestas". Todos contentos. Aunque antes se comentaban algunas de las razones que permiten imaginar que el viaje en el tiempo pueda ser posible, lo cierto es que también hay razones (¡y muchas!) para que no lo sea, sobre todo para seres macroscópicos como nosotros. Una de esas formulaciones resulta muy parecida a la clásica paradoja de Fermi: si el viaje hacia atrás en el tiempo ha de ser posible en algún momento de nuestro futuro, ¿cómo es que no nos hemos encontrado nunca con viajeros del tiempo? Seguro que, en los siglos sucesivos, ha de haber un montón de historiadores (o incluso de turistas si se llega a una explotación comercial del viaje por el tiempo) interesados en nuestro presente. Pero, evidentemente, seguimos sin encontrarnos con ellos. Podríamos pensar que los viajeros del tiempo, en un lógico intento para evitar paradojas o cambios en el devenir histórico, hacen lo posible para pasar desapercibidos e intentan ocultarse. Por otra parte no ha de ser atractiva la posibilidad de alojarse de por vida en alguno de nuestros psiquiátricos... Aunque, pensándolo bien, la poderosa Ley de Murphy ha de ser cierta también para los viajeros del tiempo y, por más que intenten esconderse de nosotros, es de esperar que pueda haber errores y/o accidentes y que, incluso contra su voluntad, lleguen a ser identificados como tales viajeros temporales. Y lo cierto es que eso todavía no ha ocurrido. Esa paradoja de la ausencia de viajeros del tiempo parece haber sido formulada en primer lugar por R.M. Farley en 1950, pero ha sido contrarrestada con algunos razonamientos más bien curiosos. El profesor G. Fulmer en un artículo de 1980 sobre el viaje en el tiempo ("Understanding Time Travel" en el número de primavera de la revista Southwestern Journal of Philosophy), indicaba que esa paradoja podría dejar de ser tal si imaginamos, por ejemplo, que el viaje hacia atrás en el tiempo "tiene serias limitaciones físicas: tal vez el consumo de energía varía con la cuarta potencia del tiempo atravesado, haciendo sólo factibles viajes muy cortos". Fulmer continúa diciendo que, con esa hipótesis, si la tecnología para viajar hacia atrás en el tiempo se descubre demasiado lejos en nuestro futuro, la paradoja de la ausencia de viajeros temporales deja de ser tal: simplemente no disponen de la energía suficiente para visitarnos. En realidad es posible imaginar ésta y muchas otras hipótesis para intentar negar o afirmar la posibilidad de viajes en el tiempo. Estamos en el campo de la especulación y lo único cierto es que, como se dice un poco más arriba, a raíz de la solución de Gödel de 1949 a las ecuaciones de la mecánica relativista, la ciencia comienza a contemplar, con todas las precauciones, eso sí, que la idea de un viaje hacia atrás en el tiempo no es ya una hipótesis del todo descabellada. Afortunadamente, la ciencia ficción puede especular sin tantas precauciones y ha contemplado todo tipo de viajes temporales, diversas maneras de resolver las paradojas temporales y, también, de explicar la ausencia de viajeros del tiempo. En la ciencia ficción, el peligro de las paradojas temporales ha generado incluso una nueva "policia temporal" dedicada precisamente a evitar y/o corregir los terribles efectos del viaje al ayer. Si alguien modificara algún hecho en nuestro pasado, es de esperar que esa modificación pudiera trasmitirse y amplificarse hasta hoy en forma de un presente distinto del que ya existía, originando un verdadero cronoseísmo que deberá ser evitado por los policías del tiempo. Emblemática en este sentido es la novela "El fin de la Eternidad" (1955) de Isaac Asimov, donde esa "Eternidad" de que nos habla el título es precisamente la organización encargada de velar por la seguridad e inmutabilidad de la Historia. Mayor contenido de reflexión sobre la misma historia tiene la serie de narraciones cortas que escribió Poul Anderson entre 1960 y 1990 y que se conocen genéricamente como las historias de "La patrulla del tiempo". Aunque lo más lógico sigue siendo dudar de la posibilidad de un viaje temporal en el tiempo, lo cierto es que nadie conoce el futuro aunque sus posibilidades sean muchas, incluso la de, con o sin policia del tiempo, tenerlo todo atado y bien atado... Para leer: Ensayo - Civilizaciones extraterrestres. Isaac Asimov. Barcelona. Editorial Bruguera, Colección Naranja, número 1501/54. 1981. Ficción - El fin de la Eternidad. Isaac Asimov. Madrid. La Factoría de Ideas. Solaris Ficción (núm 50). 2005. - La patrulla del tiempo. Poul Anderson. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 135). 2001.
Sábado, 01 de Diciembre de 2007 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Televisión Generalmente el tratamiento de la ciencia ficción en la televisión adolece de los mismos defectos que los ya citados para el cine y demás medios audiovisuales: prima la espectacularidad que domina (y mucho...) a la riqueza de ideas. La ciencia ficción en televisión ha tendido a orientarse a una audiencia adolescente y desaprovecha la mayor parte de las potencialidades del género inspirándose básicamente, salvo honrosas excepciones, en la temática tradicional de las revistas pulp. La primera serie de televisión con temática de space opera (aventuras especiales sin cuento) orientada a jóvenes fue la del Capitan Video iniciada en 1949 en Norteamérica, a la que siguieron otras aventuras espaciales generalmente de escaso interés. Posteriormente, en Out of this world (Fuera de este mundo, 1952), más orientada un público adulto, se mezclaba la ciencia ficción con divulgación científica, y en 1949 la BBC británica realizó una adaptación de la novela 1984 de George Orwell, que fue seguida por un serial, de gran éxito, sobre The Quatermass Experiment (El experimento del Dr. Quatermass) que mezclaba temas de terror y ciencia ficción. De cariz fantástico y con algunos retazos de ciencia ficción fue la famosa serie norteamericana The Twilight Zone (La zona crepuscular, traducida en España como "La dimensión desconocida") iniciada en 1959 por la cadena CBS con guiones de Rod Serling (creador de la serie), Richard Matheson, Charles Beaumont y otros autores conocidos. Continuó en antena hasta 1964. La serie prima la especulación y la sorpresa final en cada episodio abandonando la aventura bélica habitual hasta entonces en la televisión de ciencia ficción. Cabe reconocer que algunos de sus episodios son hoy clásicos indiscutibles de la mejor ciencia ficción especulativa realizada en televisión. También, a partir de 1961, la BBC obtuvo la colaboración de un prestigioso científico, Fred Hoyle, como co-guionista de la versión televisiva de su novela A de Andrómeda a la que siguió el siguiente año: The Andromeda Breakthrough (1962). No hay que confundir estas series clásicas de origen británico con la moderna y espectacular serie Andrómeda (iniciada en 2000) que Robert Hewitt Wolfe ha creado a partir de unas posibles "notas" proporcionadas por la viuda de Gene Roddenderry, el creador de Star Trek. También destacaron en los años sesenta la primera edición de series estadounidenses como la que en España se conoció como Rumbo a lo desconocido (The Outer Limits, 1963-66), o la serie Perdidos en el espacio (1965-68) luego convertida en película. Ambas perduran en el recuerdo de muchos espectadores, y sobre todo algunos de los guiones de la serie original de The Outer Limits son hoy clásicos indiscutibles que, al menos en Estados Unidos, han sido editados en libro en forma de "novelizaciones" en forma de relato corto desarrolladas por algunos de sus famosos guionistas, muchos de ellos autores conocidos en el mundillo de la ciencia ficción. La primera serie de gran interés y difusión que cabe reseñar es Dr. Who (Doctor Quién) iniciada en 1963 por la BBC británica y que prosiguió muchos años en antena tras haber conquistado una amplia audiencia y muchos seguidores. El protagonista, a veces identificado como un Señor del Tiempo, viaja a lo largo del tiempo y del espacio con su máquina temporal Tardis que toma la forma de una curiosa cabina de teléfonos..., acompañado de diversos personajes. Las aventuras tienen duración variable, siendo la media unos seis episodios de media hora. Muchos críticos (en especial los británicos...) la han llegado a considerar la mejor space opera de la historia de la televisión mundial. Se han producido gran cantidad de "novelizaciones" escritas en torno a los personajes y temas de la serie, principalmente en los años setenta. Otras entrañables series de los años sesenta fueron Los invasores (1967-68), Tierra de gigantes (1968-70), Los guardianes del espacio (Thunderbids, 1965-66), pero todas ellas palidecen ante el éxito y la continuidad sin parangón de Star Trek. La serie norteamericana Star Trek (Viaje estelar) ha llegado a crear un fandom específico, el de los treckers con sus ST conventions (Convenciones Star Trek) que, en los años setenta, llegaron a interesar a una audiencia superior a la habitual en las convenciones mundiales de ciencia ficción. La serie fue creada en 1966 por Gene Roddenderry para la cadena NBC y dispuso en algunos casos de guionistas ya famosos en la ciencia ficción norteamericana como Richard Matheson, Theodore Sturgeon, Harlan Ellison, Norman Spinrad y muchos otros. El esquema general de los episodios sigue de cerca los clichés de la space opera enfrentando a la tripulación de la nave expedicionaria Enterprise con gran variedad de monstruos y extraterrestres dotados a menudo de poderes paranormales. Personajes destacados de la primera serie (conocida hoy como "la clásica") fueron el capitán Kirk, el extraterrestre Dr. Spock (que, supuestamente, carece de emociones y se rige siempre por la lógica), el médico "Bones" y la propia nave Enterprise. Muchos autores famosos de ciencia ficción han escrito después novelizaciones sobre los personajes y la temática de la serie. En particular hay que citar a James Blish (12 libros entre 1967 y 1975) y Alan Dean Foster (9 libros entre 1974 y 1977). Finalmente, las aventuras del capitán Kirk y la nave Enterprise con su tripulación fueron llevadas al cine a partir de 1979. Con los años, Paramount convirtió el proyecto Star Trek en una especie de franquicia para novelistas, al tiempo que, desde 1987, hizo nuevas aportaciones a la misma. Con una duración de unas siete temporadas por término medio, las aventuras del "universo Star Trek" han cristalizado en diversas series como: Star Trek: The Next Generation, Star Trek: Deep Space Nine, Star Trek: Voyager y Star Trek: Enterprise. Indudablemente se trata de la serie de ciencia ficción en televisión de mayor influencia e importancia en la historia del género. Tras el gran éxito cinematográfico de La guerra de las galaxias, apareció en televisión la serie Galáctica, estrella de combate (1978) impulsada por Glen A. Larson, aunque fue un fracaso en su primera edición. Para intentar rentabilizar el largo episodio piloto, se estrenó en los cines una versión abreviada del mismo al amparo del éxito de Star Wars. Tras un breve corto que intentó "resucitar" la serie en 1980, Ronald D. Moore parece haber logrado convertirla, a partir de la reedición de 2003, en una serie de éxito. Más reciente fue la serie británica Enano Rojo (Red Dwarf, 1988), que ha durado casi diez años de la mano de Doug Naylor y Rob Grant, autores también de diversas novelas sobre la temática de la serie, siempre irónica e inteligente. Una verdadera serie de culto altamente recomendable. Las series de televisión con temática de ciencia ficción, han proliferado en los últimos años y se hace prácticamente imposible reseñarlas todas, aunque no debería olvidarse Babylon 5 (1993-1998) un brillante proyecto de Michael Straczynski diseñado para durar cinco años manteniendo a la vez tramas individuales en cada capítulo y un diseño único para la trama conjunta de las cinco temporadas. Otras series destacables vistas en España son la australiana Farscape (1999-2003) y las canadienses Stargate SG-1 (1997-2005) y Stargate Atlantis (2004-) nacidas estas últimas al amparo del éxito de la película Stargate (1994) de Roland Emmerich. Tanto de Babylon 5, como de Stargate SG-1 se han publicado diversas novelas, generalmente como franquicia para explotar un filón comercial prácticamente seguro. En España, Narciso Ibáñez Serrador dirigió en los años sesenta la serie Historias para no dormir, orientada primordialmente al género de terror y que incluyó adaptaciones de algunos relatos de ciencia ficción de conocidos autores norteamericanos aunque se presentaban como originales de Luis Peñafiel, un pseudónimo del director. La serie obtuvo un premio internacional de televisión con el programa El Asfalto (1966), realizado a partir de un relato del madrileño Carlos Buiza.
Jueves, 01 de Noviembre de 2007 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Especulación y sentido de la maravilla Se dice que la ciencia ficción como género narrativo se caracteriza por dos aspectos fundamentales: la capacidad de especulación (lo que se conoce como "condicional contrafàctico" o, simplemente, preguntarse: qué pasaría sí...? ante hipótesis sumamente imaginativas) y el denominado sentido de la maravilla que producen inevitablemente las novedades que la ciencia ficción nos muestra y que no forman parte de nuestra vida cotidiana. Aun cuando la capacidad reflexiva y/o especulativa se pueda perder o banalizar en el cine, se puede decir que el cine es el apoyo más adecuado para vehicular precisamente el sentido de la maravilla tan característico de la ciencia ficción. De hecho, la espectacularidad cinematográfica con el grado de realismo que la infografía otorga nos hace ver como si fueran reales los que, de hecho, son sueños de escritores, proyecciones de futuro fruto de imaginaciones fértiles. Aunque se producen serios errores... En Minority Report (2002) de Steven Spielberg, los guionistas profesionales de Hollywood alargan hasta dos horas de duración lo que inicialmente era un cuento breve de Philip K. Dick y añaden detalles más bien ridículos. Un ejemplo evidente lo es la interfaz con la que Tom Cruise hace funcionar esa gran pantalla informática. Una interfaz, justo es decirlo, muy poco ergonómica y que, con toda seguridad, debe producir serios dolores en los hombros de sus sufridos usuarios. Afortunadamente hay directores más cuidadosos con las formas como lo fue Ridley Scott en Blade Runner (1982). Aunque siempre se negó a leer la novela original de Philip K. Dick de dónde teóricamente surgía la película, al menos Scott tuvo el acierto de pedir la ayuda de verdaderos diseñadores industriales para imaginar cómo podía ser el futuro del año 2018 donde se sitúa cronológicamente la narración cinematográfica. De aquí el alto grado de verosimilitud que, junto con la espectacularidad indudable, incorpora esta película considerada ya como un clásico del cine de ciencia ficción. Y esto que se trata del mismo Ridley Scott quien, pocos años antes, siguiendo la línea que había marcado James Whale en los años treinta, convirtió otra historia cinematográfica de presunta ciencia ficción, Alien (1979), en una clara historia de terror: la nave del espacio convertida prácticamente en una clásica casa encantada con fantasma asesino incluido que, por razones de modernidad y género narrativo (ciencia ficción), se ha acabado convirtiendo en un alienígena. En este sentido, tal vez vale la pena mencionar aquí una posible boutade que acostumbra a emplear Rafael Marín, gaditano y buen escritor de ciencia ficción. La idea de Marín es que, en el caso de los géneros, al menos en el ámbito cinematográfico, todo podría ser cuestión de decorados. Un ejemplo evidente lo proporcionan dos películas muy famosas como Star Wars (La guerra de las galaxias [sic], 1977) de George Lucas y Willow (1988) de Ron Howard, identificadas respectivamente con la ciencia ficción y la fantasía, y ambas con guión de George Lucas. La peripecia argumental tiene los suficientes puntos de similitud y, el más evidente, los personajes son prácticamente los mismos. El joven inexperto llamado a ser el héroe (Luke Skywalker y Willow), el aventurero cínico (Han Solo y Madmartigan), la princesa con los suficiente recursos (princesa Leia y Sorsha), el mago bueno (Obi-Wan Kenobi y Fin Raziel), el mago malo con poder político (el emperador y la reina Wavmorda), el general malo (Darth Vader y el general Kael), e incluso los personajes simpáticos y humorísticos tienen su equivalente (los robots C3PO y R2-D2 o los "diminutos" Teemo y Rool). Q.E.D. Algo de historia Al margen de casos excepcionales como Metrópolis (1924) de Fritz Lang, lo cierto es que el cine de ciencia ficción no ha sido lo suficiente bien considerado hasta la llegada de 2001, A Space Odissey (2001, una odisea del espacio, 1968), obra de un director respetado y con mucha fama como era Stanley Kubrick quien, además, volvió muy pronto al género con A Clockwork Orange (La naranja mecánica, 1971). Antes de la incursión de Kubrick en el cine de ciencia ficción, lo cierto es que el género se consideraba como cine de "serie B" (de hecho, demasiadas veces, de "serie Z"...), sobre todo con las muchas invasiones del espacio de las películas de los años cincuenta. El caso paradigmático fue seguramente Plan 9 From Outer Space (Plan 9 del espacio exterior, 1959) de Edward D. Wood Jr., una patética película, "casi protagonizada" por Bela Lugosi (el actor murió durante el rodaje y fue sustituido por alguien que, siendo un palmo más alto, tuvo que actuar siempre con la cabeza gacha y cubriéndose la cara...) que nos recordó Tim Burton en su biopic "Ed Wood" (1994). Pese a todo hay títulos importantes que muestran las potencialidades del cine de ciencia ficción incluso en una época en la que los efectos especiales eran muy precarios. Conviene destacar The Day the Earth Stood Still (Ultimatum a la Tierra, 1951) de Robert Wise con su admonición anti-bélica muy adecuada al periodo de guerra fría o Forbidden Planet (Planeta prohibido, 1956) de Fred M. Wilcox impregnada todavía por el peso del psicoanálisis y las fuerzas ocultas de la mente y, sobre todo, por la imagen de los "platillos volantes" que Kenneth Arnold había dado a los OVNI desde el año 1947. Los años sesenta, que concluyen con la ya mencionada película de Kubrick que reclama la atención de los críticos cinematográficos a un género hasta entonces despreciado, fue también el de la llegada a la ciencia ficción del cine francés con películas muy importantes y sorprendentes como Alphaville, une étrange aventure de Lemmy Caution (Lemmy contra Alphaville, 1965) de Jean-Luc Godard, o Fahrenheit 451 (1966) de François Truffaut; e incluso, en otro registro pero siempre novedoso, Barbarella (1967) de Roger Vadim. En este caso, la ciencia ficción sirve como nuevo referente para las ansias renovadoras de la nouvelle vague del cine francés, aun cuando, evidentemente, dado el poder económico imperialista de la industria de los Estados Unidos de norteamérica, las películas no logran tener el mismo éxito popular que las que vienen de Hollywood. Por esto en los años setenta, incluso con indudables éxitos populares como Rollerball (1975) de Norman Jewison, y otras empresas con peor resultado de taquilla como Zardoz (1974) de John Boorman, el hecho que destaca es el espectacular éxito popular y económico logrado por una aventura del espacio, la clásica space opera, como es Star Wars (1977) de George Lucas, que muestra a los productores de Hollywood que, además del prestigio intelectual que le habían dado las películas de Kubrick o de los autores de la nouvelle vague francesa, la ciencia ficción puede ser también una fuente de grandes beneficios económicos. Por esto aparecen nuevas y brillantes producciones que caracterizan los años ochenta y noventa y, dotadas de grandes medios materiales, quedan ya muy lejos de los esquemas de "serie B" de décadas pasadas. Son ejemplo las ya mencionadas Alien (1979) y Blade Runner (1982) de Ridley Scott, pero también otras como Brazil (1985) o Twelve Monkeys (12 monos, 1995) de Terry Gilliam, Gattaca (1997) de Andrew Nicol, y tantas otras. En conjunto se puede decir que la ciencia ficción se normaliza en el cine casi siempre como una gran producción con muchos efectos especiales que genera incluso series como las que inician The Terminator (1984) de James Cameron, Back to the Future (Regreso al futuro, 1985) de Bob Zemeckis, Robocop (1987) de Paul Verhoeven o la más reciente de The Matrix (1999) de los hermanos Andy y Larry Wachowski. Sin olvidar la mala suerte que siempre ha tenido en el cine un autor hoy de culto en la ciencia ficción escrita como Philip K. Dick que, ya fallecido, ha sido versionado cinematográficamente por guionistas y directores de Hollywood que, como Ridley Scott, no han respetado casi nunca el contenido de la obra escrita original. Pobre Philip K. Dick, un escritor conocido por millones de personas que, gracias al cine, creen conocer su obra probablemente sin haber leído ninguna de sus narraciones. Milagros que logra la omnipresente cultura audiovisual de nuestro tiempo.... Conviene recordar aquí que esta peligrosa idea de alargar un cuento corto de una docena de páginas o poco más hasta una película de dos horas fue una idea que ya comenzó Stanley Kubrick en 2001, A Space Odissey (1968) o en su proyecto AI (2001), realizado al final por Steven Spelberg. Desgraciadamente, sus epígonos no siempre han obtenido los resultados especulativos deseados. Queda el consuelo de pensar que, como siempre ocurre en el moderno cine de ciencia ficción, se trata al menos de una gran producción de gran espectáculo adecuadamente llena de maravillosos y sorprendentes efectos especiales que hacen las delicias de todo tipo de públicos.
Lunes, 01 de Octubre de 2007 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
La ciencia ficción en los medios audiovisuales La ciencia ficción procede del mundo literario, pero su temática se ha incorporado también a otros medios de creación. Entre los diversos géneros narrativos que han utilizado temáticas de ciencia ficción no faltan ni el teatro, ni el cine, ni la televisión, ni las historietas dibujadas o cómics. También, en los últimos años, cabe registrar la incorporación de la temática de la ciencia ficción a la creación de juegos de simulación estratégica y a los nuevos juegos de "representación de papeles" (role-playing). En general puede decirse que las características intrínsecas de los medios audiovisuales han hecho que, en la mayoría de los casos, predominara tal vez de forma excesiva la atención a la imagen y a la estética, incluso con el handicap del exagerado papel asignado a los trucos y efectos especiales. Ello se ha hecho generalmente en detrimento de la riqueza de ideas que es la característica fundamental del género en su vertiente literaria. Pero sí es cierto que, pese a su baja calidad media desde el punto de vista de los estándares de especulación inteligente ya establecidos en la literatura de ciencia ficción, los medios audiovisuales han logrado acercar la temática propia de la ciencia ficción al gran público y extender el posible ámbito de aficionados. Su espectacularidad se lo permite. Espectáculo, maravilla y decorado En general el cine de ciencia ficción no debe confundirse con la literatura: en la vertiente cinematográfica de la ciencia ficción se utilizan otras convenciones narrativas, se limita en gran medida el ámbito temático, se priman de forma excesiva los elementos fantásticos e irracionales y, en general, se exige bastante menos de la inteligencia de la audiencia. Pero es mucho más espectacular y, gracias a las campañas de promoción de las productoras (sorprendentemente ayudadas por los editores de telediarios...), alcanza un público mucho más numeroso. Lo cierto es que el cine de ciencia ficción gusta y es evidente que tiene mucho más público y consumidores que la ciencia ficción escrita. En realidad es el cine el que construye actualmente (cuando la lectura parece perder peso relativo en el tiempo que los ciudadanos dedican al ocio o la cultura) lo que podríamos llamar el "imaginario popular" sobre la ciencia ficción. La aventura de la ciencia En la realidad cotidiana, con la casi omni-presencia de la ciencia y la tecnología (la tecnociencia en feliz denominación de Gilbert Hottois), resulta inevitable ver ciencia por todas partes. Pero, a pesar de todo, todavía resulta lo suficiente difícil hablar seriamente de ciencia en el cine. De hecho, tal y como dice Jacques Jouhaneau: "El cine se alimenta de ficciones, la ciencia de realidades". Parecen, de entrada dos mundos lo suficiente incompatibles. De hecho, una búsqueda bibliográfica sobre "ciencia" en la biblioteca de una Filmoteca acostumbra a dar resultados bien pobres, y casi siempre centrados en dos grandes aspectos que parecen resumir la relación entre cine y ciencia: el cine científico y la ciencia ficción. El primero se refiere a una vertiente divulgativa del cine, el segundo es el que ahora nos interesa aquí: el cine de ciencia ficción. Posiblemente, en la literatura, la primera referencia importante a la ciencia y a lo que ésta representa para la sociedad que la practica y la adopta se encuentra en el Frankenstein (1818) de Mary Shelley. Desgraciadamente, el cine ha cambiado la imagen popular de lo que originalmente era una seria reflexión sobre el poder de la ciencia y su responsabilidad final. Mary Shelley subtituló su novela como "el moderno Prometeo", destacando el hecho que el científico, el doctor Frankenstein, como Prometeo, se arriesga a hacer aquello que está "prohibido", dar a los humanos el fuego que "pertenece a los dioses", precisamente por aportar a la humanidad nuevas posibilidades que hasta entonces le habían sido negadas. Historiadores de la ciencia ficción como el británico Brian W. Aldiss acostumbran por lo tanto a considerar el Frankenstein de Mary Shelley como la primera novela de ciencia ficción, en el sentido de la definición que Isaac Asimov daba a este género narrativo, una especulación: "sobre la respuesta humana a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología". Lógicamente, en el seno de la sociedad británica de la época, a comienzos del siglo XIX, la novedad del propósito del doctor Frankenstein servía para alertar sobre el peligro que ciertos resultados de la ciencia pueden lograr. Tal vez por esto, la popular versión cinematográfica de Frankenstein hecha por James Whale el año 1931 olvida gran parte de la ciencia (y de la aventura de hacerla) que sí está presente en la novela de Mary Shelley, y convierte la historia en una referencia básica del cine de terror y, de hecho, se podría decir que hace un alegato admonitorio contra la ciencia y sus peligros. Desgraciadamente, la obra clásica con que se inicia la ciencia ficción escrita, una vez llega al cine se convierte en algo bien distinto. De paso diremos que, por suerte, en el año 1995, Kenneth Branagh recuperó el espíritu de exploración y aventura que Mary Shelley vio en la ciencia, y lo ha incorporado a su versión cinematográfica de las desventuras del pobre doctor Frankenstein. Mary Shelley quiso empezar y acabar la novela con el encuentro del doctor Frankenstein con el capitán Robert Walton que pretende llegar al polo norte. Branagh recoge también este aspecto. El encuentro de Walton con Frankenstein servirá para constatar como la ciencia es también una aventura casi parecida a la que empujó a personas como Walton a adentrarse en mundos desconocidos en busca de aquello que entonces resultaba novedoso: en el caso de Walton los nuevos descubrimientos geográficos tan caros al siglo XIX. Justo lo que hace el científico. Cine de ciencia ficción: ¿cine para adolescentes? La transgresión iniciada por James Whale ha continuado vigente a lo largo de la historia del cine de ciencia ficción. Hasta tal punto que, hoy en día, la mayoría de la gente, por la gran fuerza comunicativa del cine, tiene precisamente una imagen ligeramente sesgada de lo que es realmente la ciencia ficción. Para muchos, la ciencia ficción cinematográfica es poca cosa más que material digamos que casi "infecto" para consumo de adolescentes que se dejan llevar, sobre todo, por las maravillas de los efectos especiales. Y es que la mayoría de productores cinematográficos consideran que el cine de ciencia ficción se ha de centrar precisamente en la aventura poco razonada y un tanto infantiloide, aderezada, eso sí, con brillantes efectos especiales. Dicho de otro modo, esos productores cinematográficos suelen considerar el cine de ciencia ficción como material de segunda clase para uso y consumo de un espectador poco exigente como son los adolescentes y los jóvenes de quienes, además, parece que los productores de Hollywood no tienen por cierto una imagen lo suficientemente positiva. El relativamente reciente remakede "Planet of the Apes" (El planeta de los simios, 2001) hecho por Tim Burton de la que ahora reconocemos como excepcional película del mismo título de Franklin J. Schaffner (1967) nos proporciona la anécdota esencial. Preguntado sobre el cariz banal de la nueva versión, el productor Richard Zanuck decía en una entrevista que la nueva versión tenía más acción, más efectos especiales y más espectacularidad y un muy menor grado de reflexión que la versión de los años sesenta porqué, decía, "los espectadores de hoy no están interesados en los aspectos filosóficos" (sic). Si esto es el que piensan los productores, que son quienes proporcionan la financiación y, al fin, son los responsables de los proyectos cinematográficos entendidos ya como "empresa total", es lógico pensar que en el cine de ciencia ficción no debe ser fácil encontrar toda la capacidad de reflexión, especulación y, si se quiere, también de subversión, que puede tener la buena ciencia ficción escrita. Pero eso sí, la potencia del medio cinematográfico parece mucho mayor que el de la palabra escrita. De hecho, el cine nos llega por dos de los sentidos más potentes de que disponemos (vista y oído), y acabamos visionándolo, canónicamente en una sala oscura y sin distracciones, al ritmo que nos viene impuesto por el director. No es fácil la reflexión cuando estamos sometidos a la espectacularidad de las imágenes y la fuerza del ritmo narrativo (podemos, por ejemplo, cerrar los ojos, pero no el oído...). Ver cine es aceptar casi incondicionalmente el acto creativo de un director mientras que, al menos los cerebros educados en la época de la "galaxia Gutemberg", pueden encontrar en la actividad lectora un acto creativo que se hace a medias entre autor y lector. De hecho, cuando en el cine se ve, por ejemplo, un atardecer o una montaña todos los espectadores ven la misma montaña y el mismo atardecer, precisamente los que ha elegido el director; mientras que cuando en un texto escrito (como por ejemplo éste) se menciona igualmente un atardecer o una montaña, en la mente de todos y cada uno de los lectores, ha de haber imágenes distintas... Son medios distintos... Sea como sea, el cine de ciencia ficción interesa por su espectacularidad y de sus principales títulos hablaremos el próximo mes.
Sábado, 01 de Septiembre de 2007 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Se atribuye a Newton (1643-1727) la famosa frase "Si he visto más lejos es porque estoy de pie sobre los hombros de gigantes" (If I have seen further, it is by standing upon the shoulders of giants). Aunque, en realidad, la idea la expresara, posiblemente por primera vez, el teólogo y filósofo John of Salisbury (1115-1180) atribuyéndola a su maestro Bernard of Chartres quien decía: "Un enano subido a los hombros de un gigante verá más lejos que el mismo gigante" (Pigmaei gigantum humeris impositi plusquam ipsi gigantes vident). Sea como sea, Newton usó esa famosa frase, en un extraño ataque de modestia, tras comentar que lo logrado por Descartes (1596-1650) había sido "un buen paso" y que él le había podido superar sólo gracias al trabajo de sus predecesores. Indudablemente algunos de los más destacados de esos "gigantescos" predecesores fueron el famoso astrónomo danés Tycho Brahe (1546-1601), al final de sus días matemático imperial en la corte de Rodolfo II, y el también brillante matemático alemán Johannes Kepler (1571-1630) quien colaboró con Tycho Brahe en la tarea de elaborar las tablas astronómicas que servirían, primero a Kepler y después a Newton, para establecer la formulación geométrica de la órbita de los planetas del sistema solar. Pues bien, Tycho Brahe y Johannes Kepler (y muchas cosas más...) se dan cita en una curiosa novela de fácil lectura, escrita por Enrique Joven (doctor en ciencias físicas y, en la actualidad, ingeniero senior en el Instituto de Astrofísica de Canarias). Se trata de El castillo de las estrellas, recientemente publicada por Roca Editorial, que parece tomar su título del hoy legendario castillo de la isla-observatorio de Hven en la que Tycho Brahe trabajó antes de la muerte de Federico II (1597), lo que le obligó a un exilio forzoso hasta que Rodolfo II le acogió en Bohemia en 1599. No tengo el gusto de conocer a Enrique Joven, pero he leído con interés y satisfacción esa novela que, sin ser un brillante ejercicio literario, se deja leer con facilidad y, sobre todo, con aprovechamiento para quien tenga alguna curiosidad por la ciencia y su historia. Tal y como cuenta el autor al final del libro, la motivación de esa novela surgió de la lectura de un ensayo un tanto fantasioso de Joshua y Anne-Lee Gilder aparecido en 2004 con el título Heavenly Intrigue, Johannes Kepler, Tycho Brahe, and the Murder Behind One of History's Greatest Scientific Discoveries (Intriga celestial: Johannes Kepler, Tycho Brahe y el asesinato tras uno de los mayores descubrimientos científicos de la historia). La tesis de los Gilder, un tanto peregrina a mi entender, es que la muerte de Tycho Brahe fue debida a un envenenamiento por mercurio que, según los Gilder, lleva el sello de un envidioso Kepler que deseaba librarse de su maestro para apoderarse de los datos de que éste disponía. Kepler sería, según esa hipótesis, un matemático asesino... Imagino que, como yo mismo, Enrique Joven se sintió molesto ante esa interpretación de los Gilder (hay muchas otras razones para explicar la abundante concentración de mercurio que se halló en el cabello del difunto Tycho Brahe), y se le ocurrió organizar una novela sui generis en la que hay mucho de divulgación científica y, también, de admiración hacia alguno de esos "gigantes" de los que habla Newton. Para ello, Enrique Joven ha usado como protagonista a un joven jesuita profesor en un colegio de provincias. Ese jesuita actúa en cierta forma como un alter ego del autor y (me temo que con gran queja de algunos puristas literarios pero con gran satisfacción de todos los interesados en la ciencia) ofrece muchos datos sobre la vida y descubrimientos científicos de Brahe y Kepler, discute con los Gilder sobre lo peregrina que le parece su hipótesis e indica otras alternativas posibles y, como no podía ser de otra manera en una novela, experimenta todo tipo de peripecias. Entre ellas, el joven Héctor ha de ver en peligro la continuidad de su comunidad en el colegio en el que imparte sus clases por obra y gracia de la codicia de un ayuntamiento que prefiere ceder ese terreno a una inmobiliaria interesada en la especulación (y en otras cosas...). Para que la trama no decaiga, Héctor el protagonista (que, casi de manera increíble, cuenta con un estudiante, Simón, sumamente interesado en la astronomía y las matemáticas: rara avis donde las haya...) es también miembro de un grupo que intenta desentrañar el misterio del llamado Manuscrito Voynich, un libro realmente existente (del que habla, por ejemplo Marcelo Dos Santos en su obra El manuscrito Voynich), posiblemente un fraude, escrito eso sí en un código hasta hoy indescifrable y que cuenta con grupos de estudiosos en todo el mundo que, colaborando a través de Internet, intentan comprender su significado o, al menos, comprobar el fraude. Sea como sea, la divulgación científica sobra la obra de esos "gigantes" a los que se refería Newton, el misterio del Manuscrito Voynich, las peripecias de la comunidad de jesuitas a la que pertenece el protagonista se unen también a otros comentarios que satisfarán a los interesados en la ciencia y en las matemáticas, sin olvidar otras disquisiciones sobre la evolución y la patraña del "diseño inteligente" (afortunadamente el jesuita Héctor es un buen científico y, tal vez respondiendo a una tradición entre los jesuitas del siglo XX, más "moderno" que la mayoría de sus correligionarios cristianos). Para los interesados, existe en: http://www.elcastillodelasestrellas.com/Historia_ElCastilloDeLasEstrellas.pdf una especie de resumen del trasfondo histórico de la época a la que se refiere la narración, al menos en lo que hace referencia a la peripecia del presunto asesinato de Brahe por Kepler y, también al discutido origen del Manuscrito Voynich que, todo hay que decirlo, surge también en la corte de Rodolfo II en Praga donde falleció Tycho Brahe. En mi opinión, Enrique Joven ha acertado, y mucho, al unir la peripecia vital y científica de "gigantes" como Brahe y Kepler con un misterio, tal vez fraudulento, como puede ser el Manuscrito Voynich aparecido en la misma época y lugar donde falleció Tycho Brahe. Por otra parte la, repito para mí absurda, acusación de los Gilder: un matemático famoso como Kepler acusado de asesinato... resulta cogida por los pelos en este caso (un error achacable por completo a los Gilder y no a Enrique Joven), pero me ha recordado la serie de asesinatos en torno a las matemáticas y los matemáticos de la ficción de una autora como Catherine Shaw de la que les hablaré en su día (lean, por el momento, La incógnita Newton y tampoco se arrepentirán). En cualquier caso hay, en torno a Joven y Shaw, una reflexión que me gustaría hacer. En el mundillo de la ciencia ficción (estas novelas que hoy comento NO son de ciencia ficción) se suele decir que los personajes no han de "explicar" cosas al lector, que eso resulta aburrido Hay ejemplos clásicos de "buen proceder" como la frase de Robert A. Heinlein en una de sus novelas: "la puerta se dilató", una eficaz manera de transmitir con gran brevedad que se trata de una sociedad y tecnología no habitual en nuestro entorno cotidiano ya que, en nuestra realidad actual, las puertas todavía se abren para dejarnos pasar y no se dilatan... Seguro que esa exigencia literaria tiene sentido y que, desde un punto de vista narrativo, cuando un personaje explica demasiadas cosas algunos lectores pueden sentirse molestos y "aburrirse". Pero otros lectores, tal vez los movidos esencialmente por la curiosidad y menos preocupados por "lo literario", nos sentimos interesados si lo que se nos cuenta tiene un mínimo de garra, aumenta nuestros conocimientos o excita nuestras ansias de saber más. Imagino que ése puede ser un defecto (o una virtud, vaya usted a saber...) más propio de quienes nos dedicamos a la ciencia y, en definitiva, al saber de cualquier tipo. Lo digo porqué me consta que algún lector cuya opinión valoro me ha comentado que la novela de Enrique Joven le había parecido demasiado "explicativa", pero les aseguro que eso no ha sido un problema en mi caso. Me parece una lectura que está al nivel de, por ejemplo, las de esa Catherine Shaw antes citada, y me parece del todo lícito que quienes tenemos una mentalidad más bien curiosa y forjada en la ciencia, podamos encontrar en El castillo de las estrellas una buena diversión. A la que no es ajena, en cierta forma, el método casi científico con el que el joven Héctor y sus amigos de Internet abordan el problema de cómo interpretar el misterioso código del Manuscrito Voynich. Al fin y al cabo ese interés por descubrir cosas y comprender misterios es el objetivo último de la ciencia. Como ven ustedes: el truco (para tantas cosas...) se llama curiosidad... (Habrán observado que, excepto la referencia a la página web con algo de información histórica, poco les cuento de la novela. Estamos en verano y hay tiempo para lecturas: El castillo de las estrellas y La incógnita Newton, parecen una buena lectura, veraniega o no, para matemáticos...)   Para leer: Ficción - El castillo de las estrellas, Enrique Joven, Barcelona, Roca Editorial, 2007. - La incógnita Newton (The Three Body Problem), Catherine Shaw, Barcelona, Roca Editorial 2005 (hay edición de bolsillo en Puzzle, 2006 y, también, edición del Círculo de Lectores) Ensayo - Heavenly Intrigue, Johannes Kepler, Tycho Brahe, and the Murder Behind One of History's Greatest Scientific Discoveries, Joshua Gilder & Anne-Lee Gilder, Doubleday, Random House, 2004. - El manuscrito Voynich, Marcelo Dos Santos, Madrid, Aguilar, 2005.
Domingo, 01 de Julio de 2007 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico

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