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Las listas Z
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El Correo, 2 de Enero de 2004
ACTUALIDAD
OPINIÓN
MIGUEL ESCUDERO Todos aceptamos sin más algo establecido, por supuesto así sucede a la hora de ir a votar. Los aniversarios son, en especial si son múltiplos de cinco, ocasión para rememorar y acaso, lo más interesante, para innovar. Veamos. En este año que ha terminado hace cincuenta que murieron Stalin, el músico Prokofiev (autor de ‘Pedro y el lobo’) y también el matemático berlinés Ernst Zermelo. ¿Quién fue Zermelo? No es fácil encontrarlo en las enciclopedias. En su autobiografía, Max Planck -precursor de la física cuántica- habla de pasada de él como un alumno suyo muy dotado. Con 23 años de edad fue su ayudante y con él estuvo durante cuatro cursos. Trabajó, entre otros asuntos, en cálculo de probabilidades y procedimientos de navegación aérea. Pero su principal logro giró alrededor de la teoría de conjuntos.

Para evitar contradicciones y paradojas, siempre incómodas para avanzar en línea recta, buscó poner en claro lo que se entiende por un conjunto y sus propiedades. Esto suponía establecer una carta magna de axiomas.
Consciente de hasta qué punto nuestro vocabulario nos induce a error y, por tanto, de la necesidad incesante de un uso meditado del lenguaje, se preguntó si tiene sentido hablar de la ‘existencia’ de un conjunto del que no se sepa ‘nombrar’ a todos sus elementos. También entre los matemáticos se producen confusión y discrepancias. Probó que a todo conjunto se le puede dar ‘una buena ordenación’, es decir, siempre se puede establecer ‘un primer elemento’ de acuerdo con algún criterio, sea conocido o no todavía. Esta jerarquía se corresponde con su axioma de la elección. Lo introdujo en 1904. El axioma de Zermelo viene a decir que dada cualquier lista de conjuntos es posible elegir en cada uno de ellos un elemento con el que formar ‘siempre’ un conjunto nuevo.

Esta renovación garantizada, pero discutida, me lleva a reflexionar desde otro ángulo del habitual, sobre la bondad de las listas abiertas para elegir a nuestros representantes políticos. Tales listas, que podríamos llamar Z, entorpecen la rémora del caciquismo y son, así, fuente de libertad e higiene. Incrementarían la responsabilidad tanto de los electores como de los elegidos, y asegurarían la independencia de todos. Facilitarían desencajonar en suave espiral nuestra política cerrada y bloqueada. ¿Por qué no probarlo?

 

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