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Cultura y matemáticas

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Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Aunque parezca mentira, el tema de la Topología Ficción se ha extendido ya a cuatro de estas entregas mensuales, y lo cierto es que queda todavía mucho campo que arar... Pero, en defensa de la variedad, parece prudente cerrar el tema por el momento con esta Matemática Ficción correspondiente a agosto, mes veraniego donde los haya (al menos en el hemisferio norte de este agitado planeta al que llamamos Tierra...). Volveremos a la topología en un futuro no demasiado lejano, lo prometo. Y para culminar esta primera excursión por el fecundo campo de la ficción que hace referencia a la topología usaremos un relato clásico, sumamente famoso. Tanto, que sobre el mismo se ha hecho incluso una película. Aunque, debo decirlo, a mí me parece menos serio y menos "topológico" de lo que suele decirse... El relato tiene ya más de medio siglo de vida ya que fue publicado por primera vez en 1950, ese periodo de la ciencia ficción en el que el tema de la topología era uno de los importantes en el género, sobre todo en los relatos cortos que permiten con mayor facilidad jugar con las ideas. El relato es A Subway Named Moebius (1950), de A. J. Deutsch, aparecido en la revista Astounding en el número de diciembre de 1950. La historia ha tenido diversas traducciones al español, la primera como "Un túnel llamado Moebius" cuando se publicó en la revista Nueva Dimensión (número 10, página 8, julio/agosto de 1969). Un poco más tarde, se incluyó en la décima selección de las Antologías de Novelas de Anticipación (1970) que publicaba Acervo con el título, tal vez más acertado, de "Un metropolitano llamado Moebius". Cuando la revista electrónica argentina Axxon lo volvió a publicar, en el año 1996 en su número 86, lo llamó: "Un subterráneo llamado Moebius". O sea que hay traducciones para todos los gustos... La historia es sencilla: la autoridad del transporte público de Boston añade un nuevo ramal a la línea de metro. Con ese nuevo ramal, la topología de la red se hace tan compleja que uno de los trenes acaba desapareciendo, perdido tal vez en alguna nueva propiedad multi-dimensional de la topología de la red, una propiedad antes inexistente y "nacida" al incorporar la nueva conexión. Tal como dice el protagonista, por cierto, un matemático de Harvard, el Dr. Roger Tupelo: "El Sistema es una red de una asombrosa complejidad topológica. Ya era compleja antes de que se instalase la conexión de Boylston, y poseía un alto orden de conectividad. Pero ese ramal hace que la red sea absolutamente singular. No lo comprendo del todo, pero parece que la situación es más o menos como sigue: el ramal ha llevado la conectividad de todo el Sistema a un orden tan alto que no sé como calcularlo. Supongo que la conectividad ha llegado a ser infinita". De pasada les diré que conviene perdonar a Deutsch (un astrónomo norteamericano según he podido averiguar) esa arriesgada afirmación de que un matemático de Harvard confiese que "no lo comprende del todo" y, aún más grave, que incluso diga que "no sabe como calcular" el nuevo "orden de conectividad" de la red. Suerte que es un relato de ciencia ficción y el lector está dispuesto a afrontar todo tipo de situaciones inverosímiles... Debo decir que, sobre este relato, estoy de acuerdo con Alex Kasman del College of Charleston (el autor de la serie sobre Mathematical Fiction de la que les hablaba en mayo) en que "la matemática del relato no es siempre precisa" ya que, en este caso, la referencia a la topología se usa, simplemente, como un indicador de complejidad posible y nada más. No voy a decir aquello de que se usa el nombre de Moebius en vano... ya que esa referencia sirve para encarrilar el tema hacia la topología y su inevitable complejidad, pero lo cierto es que la especulación se cierra en torno a esa nueva "conectividad infinita" de la nueva red con el añadido del nuevo ramal, sin que haya nada directamente relacionado claramente con Moebius. Deutsch, simplemente, se refugió en la autoridad de Moebius para justificar su relato. Al fin y al cabo, Deutsch era astrónomo profesional, el mismo trabajo que, al final, acabaría realizando el matemático alemán August Ferdinand Moebius (1790-1868). Moebius es hoy famoso por la cinta que recibe su nombre y que procede de su trabajo sobre las superficies de una sola cara que sometió en una memoria a la Academia de Ciencias de Paris sin excesivo éxito, y que sólo fue conocida tras su muerte. Moebius había estudiado con Carl Friedrich Gauss y llegó a ser profesor (de astronomía, no de matemáticas) de la Universidad de Leipzig donde alcanzó un cierto renombre como astrónomo teórico. Hoy se le honra con el asteroide que lleva su nombre, el 28516 Moebius, y el dramaturgo Friedrich Dürrenmat dio el nombre de Johann Wilhelm Moebius al protagonista de su interesante obra Los físicos (Die Physiker, 1962). Otro de los elementos destacables del relato de Deutsch es que el protagonista es un matemático, algo que no suele ocurrir en la ficción. Resulta curioso leer como la autoridad del transporte de Boston (ingenieros incluidos) recurre a la ayuda de un profesor de matemática de Harvard. Ya es raro que un ingeniero pida ayuda a un matemático pero, cabe recordarlo, se trata tan solo de un relato de ciencia ficción... En cualquier caso, la historia se ha hecho famosa, y, al menos a los lectores de ciencia ficción que, ingenuos, creían saberlo todo de cintas de Moebius y botellas de Klein, les creó de nuevo la sensación de que esto de la topología podía llegar a ser complicado: incluso se perdían trenes en el metro de Boston... Hasta aquí el relato, aunque el poder de esa historia no acaba aquí. En 1996 apareció una película titulada Moebius que se inspiraba directamente en el relato de Deutsch. La historia cinematográfica está desarrollada en Buenos Aires (Argentina) ya que se trata de una experiencia de un genuino esfuerzo colectivo, llevado a cabo por un grupo de 41 estudiantes de la Escuela de Cine Manuel Antín, llamado el Colectivo de la Universidad del Cine, bajo la dirección del profesor Gustavo Mosquera. Los estudiantes compartieron e intercambiaron sus trabajos (llegó a haber cinco directores y seis guionistas) burlándose del orden normal de los títulos de crédito. Realizada con un presupuesto mínimo, el filme sorprende por su estilo e imaginación. La supervisión general corrió a cargo del profesor Gustavo Mosquera. Con toda seguridad, la película, estrenada en enero de 1996, impulsó la reedición del relato en la revista electrónica argentina Axxon que, poco más tarde, entrevistaba a Mosquera quien, entre otras cosas, se confesaba lector asiduo de ciencia ficción. Si tienen oportunidad, vale la pena ver esa película que, lógicamente, habla no sólo de topología (el protagonista sigue siendo un topólogo) sino también de Buenos Aires. Tal y como se dice en la página web del Festival Internacional de Cine de Puerto Rico donde se presentó la película, se trata de "un thriller de ciencia ficción en el cual Buenos Aires se transforma en el Alphaville de los años '90, con claros ecos de laberintos borgianos". Resulta interesante y entretenida. Para cerrar esta entrega, conviene recordar que el relato "A Subway Named Moebius" obtuvo el premio Hugo correspondiente a 1951. Aunque los premios Hugo se empezaron a conceder en 1953, en la convención mundial (Worldcon) de 2001 se entregaron unos Hugo retrospectivos correspondientes a 1951 y, tal vez como era de esperar, el famoso relato de A.J. Deutsch lo obtuvo. Poco se sabe del autor: Armin Joseph Deutsch (1918-1969) fue astrónomo y, según añade un tanto arriesgadamente la Wikipedia, escritor de ciencia ficción. Se graduó en astronomía en la universidad de Chicago en 1946 y, aunque tiene diversas publicaciones sobre astronomía y participaciones en sociedades como la American Astronomical Society, lo cierto es que el único texto de ciencia ficción que se le conoce es precisamente este relato que hoy comentamos. Un único relato que ha hecho famoso a su autor, le ha conseguido un premio Hugo póstumo y, junto a su obra como astrónomo, ha logrado que un cráter de la cara oscura de la Luna lleve su nombre. No es poco para un único relato.... Para leer: Ficción - "Un túnel llamado Moebius" Revista Nueva Dimensión, número 10, julio/agosto 1969. Barcelona. (Y como "A Subway Named Moebius" en revista Astounding, december 1950. Nueva York) Miscelánea - FANTASIA MATHEMATICA. Clifton Fadiman. Nueva York. Simon and Shuster. 1958. (incluye el relato "A Subway Named Moebius" de A. J. Deutsch en la página 222) - THE MATHEMATICAL MAGPIE. Clifton Fadiman. Nueva York. Simon and Shuster. 1962. Para ver: Ficción - MOEBIUS (1996) - Alumnos de la Universidad de Cine (Buenos Aires, Argentina), bajo la supervisión de Gustavo Mosquera. Duración 87 minutos.
Martes, 01 de Agosto de 2006 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Como ya se ha dicho en anteriores entregas de esta sección, en los años cincuenta la ciencia ficción se ocupó, y no pocas veces, de temas topológicos, especulando con las dimensiones y con esos curiosos y sorprendentes constructos como son la cinta de Moebius, la botella de Klein o los universos de Alicia. Pero, incluso antes de los cincuenta, el verdadero precursor en tratar este tipo de temas fue Robert A. Heinlein en su relato ...And He Build a Crooked House (...Y construyó una extraña casa) publicado en febrero de 1941 en la famosa revista Astounding que editaba el no menos famoso y mítico John W. Campbell. En el relato se habla del sueño de un arquitecto, Quintus Teal, de construir una casa con la forma de lo que llega a identificar como la "sombra de un tesseract", la estructura de un supercubo de cuatro dimensiones pero desarrollado en tres dimensiones. Algo parecido a como desarrollamos el típico cubo de tres dimensiones en un dibujo de seis cuadrados enlazados en un plano de dos dimensiones antes de recortarlo para montarlo (en la tercera dimensión, evidentemente). Claro que montar el tesseract en la cuarta dimensión pasa a ser algo más bien complejo (e imposible para nosotros) pero ya se sabe que la ciencia ficción también maneja imposibles... Hay argumentos para intentar tal tipo de construcción y Heinlein, con la voz de Teal se inventa algunos sumamente espectaculares: "Un tesseract tiene ocho lados cúbicos, todos en el exterior [...] se podría hacer que esa cruz central apuntase al noroeste, al suroeste, etc., de forma que cada habitación reciba la luz del sol durante todo el día"; y, hablando del espacio que ocuparía la casa,: "podríamos tener el mismo número de habitaciones [8, evidentemente] y ahorraríamos la misma cantidad de suelo". Al final se construye en nuestro universo tridimensional esa casa (que incluye ocho cubos "desplegados") pero un ligero terremoto hace que se colapse sobre sí misma de forma que se presenta a la vista como "una simple masa cúbica provista de puertas y ventanas pero sin ninguna otra característica arquitectónica, excepto una decoración a base de intrincados diseños matemáticos". Cuando el arquitecto y sus clientes, los señores Bailey, entran en la casa (en el cubo en que ésta ha colapsado) todo parece estar en orden y se puede ir de una a otra de sus ocho habitaciones cúbicas con la salvedad de que, por ejemplo, desde la ventana supuestamente exterior de una de las habitaciones, lo que se veía era precisamente otra de las siete habitaciones cúbicas restantes (el tesseract está colapsado en un solo cubo tridimensional por efecto del terremoto, ¿recuerdan?...). La conclusión es sencilla: "esta casa, si bien era perfectamente estable en tres dimensiones, no lo era en cuatro. Construí la casa con la forma de un tesseract desarrollado, le pasó algo, algún empujón o una tensión lateral, y se desplomó en su forma normal... se plegó". Y tras idear que el terremoto podría haber sido la causa del plegamiento, explica: "Desde un punto de vista cuatridimensional, esta casa era como un plano en equilibrio sobre su arista. Un pequeño empujón, y cayó, desplomándose sobre sus junturas naturales, para formar una figura cuatridimensional estable". El problema se agudiza cuando el arquitecto y sus clientes descubren que, estando en el interior de la casa, ven a otros individuos, a los que persiguen sin lograr alcanzarles. Claro que, cuando a uno de los perseguidos se le cae el sombrero (estamos en los años cuarenta, y los varones solían usar sombrero...) y lo recogen descubren que lleva las iniciales Q.T. y es el mismo sombrero que usa el arquitecto Quintus Teal... La conclusión explicativa es, evidentemente, que "el espacio está doblado a través de la cuarta dimensión en este lugar y que estamos mirando por la doblez". Lo que, reconozcámoslo, no aclara del todo las cosas. En cualquier caso, no les cuento más, pero sí les confirmo que se trata de una brillante obra especulativa que maneja conceptos curiosos sobre la geometría de la cuarta dimensión y, como de pasada, trata sobre la inevitable responsabilidad de los arquitectos de garantizar que toda casa tenga unos buenos cimientos... Aunque clásico y muy posiblemente el pionero, éste de Heinlein no es, ni con mucho, el único relato sobre temas de geometría y/o topología. Lo curioso es el comentario que sobre este relato famoso hace Alex Kasman del College of Charleston, de quien les citaba hace un par de meses su interesante página web Mathematical Fiction. Kasman dice que este relato es citado como uno de los principales ejemplos de ficción matemática aunque, añade: "lo malo es que una vez formé parte del jurado del concurso de proyectos de ciencia de una high school de Athens, en Georgia y tuve que juzgar un proyecto de una chica que creía sinceramente en que esa historia podía ser cierta y había basado su proyecto en ella (Aún peor es el hecho de que su proyecto había sido elegido por su high school para ser el representante en el concurso de proyectos de ciencia a nivel estatal". Kasman continua con cierta resignación: "Intenté, sin éxito, convencerla de que eso nunca había sucedido en realidad, pero me temo que no fui lo suficientemente persuasivo...". Ahora debería hablarles de otro clásico de la topología ficción, el relato de un astrónomo estadounidense publicado en 1950 y del que se ha hecho incluso una película. Pero, por aquello de mantener el suspense, voy a dejarlo para el próximo mes de agosto que está ya a la vuelta de la esquina. De momento les voy a comentar un par de libros maravillosos sobre eso que podríamos llamar genéricamente "matemática ficción", en los que se pueden encontrar la mayoría de esos relatos que sólo los viejos aficionados a la ciencia ficción solemos tener en las ediciones originales. Si lee usted en inglés y está usted en estos temas, entonces hay que acudir a amazon, alibris o quienquiera que sea su proveedor de libros extranjeros para obtenerlos. Se puede hacer con suma facilidad e incluso con algún que otro "premio" inesperado: he pedido, hace sólo unos meses, los dos volúmenes para una biblioteca universitaria y, en el mercado de libros de segunda mano de Internet, me proporcionaron, a precio módico, incluso una primera edición... Sorpresas te da la vida... como dice la canción. El autor es Clifton Fadiman, un escritor estadounidense, no matemático, que un día, tras un tarde conversando con Scott Buchanan y otros amigos, descubrió que le gustaban las matemáticas. Se le ocurrió recoger, durante cinco años, relatos, cosas extrañas ("imaginative oddments" las llama) e incluso curiosidades, poemas y aforismos sobre temas matemáticos. Las recogió en 1958 en un volumen titulado muy acertadamente como FANTASIA MATHEMATICA. Ahí se encuentran, por ejemplo, el relato de Heinlein del que les acabo de hablar y, también, el que será el tema central de la próxima entrega de esta sección. Y algunos más, junto a poemas, divertimentos y todo tipo de cosas interesantes para quien tenga una mente curiosa. Parece ser que el éxito sorprendió a la misma empresa y unos años más tarde, en 1962, Fadiman publicaba un segundo volumen con el título THE MATHEMATICAL MAGPIE (La urraca matemática) con más relatos (Estrella, la brillante, del que hablábamos el mes pasado, está también recogido en este segundo libro), poemas, curiosidades y, esta vez, incluso cómics. Una verdadera gozada, se lo aseguro. Se lo recomiendo.. Para leer: Ficción - "... Y construyó una extraña casa". Robert A. Heinlein. Revista Nueva Dimensión, número 57, junio 1974. Barcelona. (Y como "... And He Build a Crooked House" en revista Astounding, february 1941. Nueva York) Miscelánea - FANTASIA MATHEMATICA. Clifton Fadiman. Nueva York. Simon and Shuster. 1958. - THE MATHEMATICAL MAGPIE. Clifton Fadiman. Nueva York. Simon and Shuster. 1962.
Sábado, 01 de Julio de 2006 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Las cosas ocurrieron deprisa. Creo no había pasado ni un día desde que la anterior entrega de esta MATEMÁTICA FICCIÓN, la primera sobre el tema de la Topología Ficción, se había "colgado" en la red, cuando me llamó por teléfono el señor Joan Simó desde Valencia. Tenía una interesante recomendación para mí, de la que les hablaré más adelante. Tengo la suerte de haber conocido en persona al señor Joan Simó cuando, hace ya meses, acudí a la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia para dar una conferencia sobre Jules Verne y su obra. Por eso no me extrañé en absoluto cuando, con el interés y la amabilidad que le caracterizan, el señor Simó me recomendó otro relato de Más Allá para ilustrar estas entregas dedicadas a la Topología Ficción (que empiezo a presumir numerosas... quien avisa no es traidor). El señor Simó me recordaba que, en el número seis de Más Allá (precisamente a partir de su página 4), se incluía otro relato que hacía referencia a cintas de Moebius, botellas de Klein y "tesseracts" (el "hipercubo" de cuatro dimensiones) e incorporaba, ¡incluso!, ilustraciones de esas tres figuras clásicas de la topología divulgada al gran público. El relato era Estrella, la Brillante de Mark Clifton, publicado en Más Allá en noviembre de 1953. Como sea que mi padre nunca ha sido un coleccionista riguroso y, todo hay que decirlo, que mi tío Josep María solía tomar y aportar no pocos de los libros y revistas de ciencia ficción que ambos leían en aquellos años cincuenta de mi niñez, lo cierto es que no tengo ese ejemplar en concreto de Más Allá. Pero tengo el original ya que, como se puede comprobar incluso en la Wikipedia, se trata de un relato clásico de un autor clásico de la ciencia ficción de los años cincuenta. El original se publicó en el número de julio de 1952 de la revista Galaxy Science Fiction y llevaba por título Star, Bright e incluso se cita en la edición inglesa de la Wikipedia (http://en.wikipedia.org/wiki/Mark_Clifton) como el relato por el que más se recuerda hoy en día a Mark Clifton. Una muestra más de la "buena pupila" de los que editaban Más Allá (y del señor Joan Simó). En esa historia, muy típica de los años cincuenta, Clifton nos habla de una niña, Estrella, una de las primeras de una nueva especie de humanos superdotados. El atribulado padre de Estrella aprende con un cierto temor que ésta divide a los humanos entre los Brillantes (Brights, superdotados como ella, de altísimo cociente intelectual), los Estúpidos (Stupids) que serían la gran mayoría de los seres humanos y un grupo de Intermedios (Tweens), en el que caritativamente se incluye el padre de Estrella. Esos niños acabarán dominando las funciones telepáticas e incluso el viaje por el espacio (teleportación) y el tiempo. Lo interesante es que, para ilustrar la gran potencialidad intelectual de esos niños, Clifton usa precisamente la topología. Estrella, con su brillantez intelectual es capaz de encontrar por sí misma, ¡a los tres años!, lo que es una cinta de Moebius y sus propiedades. Su padre le cuenta que ya era conocida como "cinta de Moebius" y eso provoca en la niña una cierta decepción (-¿Alguien ya había hecho una? - dijo algo desilusionada). Más adelante, la niña será capaz de fabricar una botella de Klein usando, evidentemente, sus excepcionales poderes mentales (PSI o ESP como solían llamárseles en los años cincuenta) para "doblar" una hoja en la cuarta dimensión y formar con ello una botella de Klein. No hay que decir que Estrella también se sorprende al saber que los Estúpidos (o tal vez los Intermedios...) ya conocían la idea. Más tarde hará algo parecido con la construcción del hipercubo de cuatro dimensiones que llamamos tesseract (que los Estúpidos conocemos pero no sabemos construir [con la peculiar excepción del arquitecto de un relato de Robert A. Heinlein del que les hablaré el próximo mes...]) O sea que, de nuevo, la topología aparece no como elemento central del relato, sino como algo auxiliar pero, eso sí, como demostración de la capacidad mental de un personaje lo que, imagino, dejará de lo más satisfechos a los matemáticos ocupados en temas topológicos... En resumen, como ya decíamos el mes pasado, en los años cincuenta proliferaron los relatos en torno a la topología (a los que volveremos el próximo mes) y, también, hubo gran interés por la telepatía y los poderes paranormales llamados ESP (Extra Sensorial Perception) o, también PSI. Ambos se dan cita en ese relato Estrella, la Brillante que me hizo recordar el señor Simó y, también en otras obras de Mark Clifton quien, todo hay que recordarlo, trabajó como director de personal y se dice que entrevistó a casi 100.000 personas (ésa es la cifra que se suele citar, aunque el detector de anumerismos que suelo llevar incorporado [ver la entrega número 5, de abril de 2004] me hace pensar que, en 40 años de vida laboral a unos 250 días por año, eso daría unas diez entrevistas al día. Aburrido pero posible...). En cualquier caso esa actividad profesional parece justificar lo que dice la Wikipedia de la opinión de Clifton sobre los seres humanos y como, a través de tantas y tantas entrevistas, se formó la idea de las falsas ilusiones que la gente suele poner en sus propias capacidades al mismo tiempo que se convenció de la grandeza de que también son capaces los seres humanos. Pese a lo que pueda decir la Wikipedia (que Clifton es hoy más recordado por el relato Estrella, la Brillante), lo cierto es que Clifton ha pasado a la historia de la ciencia ficción como el autor, junto a Frank Riley, de uno de los primeros Premios Hugo de la historia, el segundo que se concedió. Lo obtuvo en 1955 con la novela titulada THEY'D RATHER BE RIGHT (Prefieren tener razón) publicada en revista en 1954 y que, en su edición de 1958, cuando apareció por primera vez en forma de libro, tomó ya el título definitivo de THE FOREVER MACHINE (La máquina de la eternidad). En 1954, antes de que la ciencia real creara el concepto mismo de "inteligencia artificial" (bautizada oficialmente durante el verano de 1956 en el Dartmouth College estadounidense), la ciencia ficción imaginaba ya como podría ser "una máquina que pueda pensar mejor que el ser humano". En esta famosa y premiada novela (sorprendentemente inédita en España hasta el año 2002 en que me atreví a traducirla yo mismo y publicarla...), se describe una época de caza de brujas y de control de la opinión parecida a lo sucedido realmente en los años cincuenta estadounidenses con las iniciativas del senador McCarthy. En la ficción, un gobierno omnipotente y represor ordena construir una máquina pensante que pueda prever las catástrofes y evitarlas eliminando el posible error humano. El resultado es Bossy, una inteligencia artificial avant la lettre, que es, además, capaz de curar y perfeccionar a los seres humanos quienes, bajo su influjo, desarrollan nuevas posibilidades físicas y mentales. Entre estas mejoras se encuentra la inmortalidad que, gracias a Bossy, está al alcance de todos aquellos que prefieran la flexibilidad de criterios a la rigidez de los prejuicios. Aventuras tradicionales, personajes más bien estereotipados, y un buen ritmo narrativo componen una novela entretenida y agradable que no desdeña criticar la intolerancia ni abordar ciertas reflexiones presuntamente profundas sobre la inmortalidad, la ciencia o la inteligencia artificial. LA MÁQUINA DE LA ETERNIDAD es, como Estrella, la Brillante, un fiel exponente del tono y las preocupaciones típicas de la ciencia ficción de los años cincuenta con su especial atención a la telepatía y a otros poderes extrasensoriales y parapsicológicos. Junto a las primeras especulaciones sobre la futura inteligencia artificial, es fácil rastrear también en LA MÁQUINA DE LA ETERNIDAD un posible intento de tecnificar la "dianética", esa ciencia-camelo para la perfección de la actividad mental humana, creada en esos años por el autor de ciencia ficción Ron L. Hubbard (con la aquiescencia y el soporte de Campbell, el editor de Astounding, la revista donde se publicó también la novela de Clifton y Riley), y que se ha convertido hoy en la religión de la Cienciología que ha generado, como tantas otras religiones, grandes beneficios económicos a su "inventor" o a sus principales adláteres. Conviene recordar aquí que la dianética nació a finales de los años cuarenta, cuando Hubbard era un escritor habitual en las revistas pulp de ciencia ficción, y que fue en mayo de 1950 cuando Campbell publicó en Astounding un amplio artículo sobre el asunto, que pronto dio paso al libro de Hubbard "Dianetics: The Modern Science of Mental Health" (1950) y a toda la parafernalia posterior. Evidentemente, Clifton hace que su Bossy actúe como un equivalente de la dianética (aunque resulte, francamente, mucho más barato...) y, según parece, la mayoría de las tesis "mentalistas" de Hubbard proceden de esta novela de Clifton. Hay que entender que, en los años cincuenta, los tiempos eran otros: hacía poco que habían explotado las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki (un acto de violencia y mortandad ante el cuál la hoy tan traída y llevada caída de las torres gemelas de Nueva York el famosísimo 11 de septiembre de 2001, parece un trabajo de aficionados...); se iniciaba una etapa de grandísimo recelo ante ciertos logros de la ciencia; el presunto final del nazismo daba paso a la guerra fría y al enfrentamiento entre el llamado "mundo libre" y el llamado "comunismo"; y, tal vez para desmentir esa etiqueta de libertad, el senador McCarthy (y con él la mayor parte de la "sana" sociedad estadounidense...) iniciaba la intolerante caza de brujas. No eran tiempos demasiado gozosos. Ha pasado ya más de medio siglo desde que se escribió LA MÁQUINA DE LA ETERNIDAD y será bueno recordar de nuevo que, además, en los años cincuenta, la ciencia ficción se preocupaba muy a menudo por un tema hoy bastante olvidado como es el de la telepatía y los otros poderes extrasensoriales. No en vano, el primer premio Hugo de la historia (EL HOMBRE DEMOLIDO de Alfred Bester, premio Hugo de 1953) trataba precisamente de las complejidades de un asesinato en una sociedad de telépatas. Los telépatas y los poseedores de nuevos poderes mentales (como el protagonista grupal de MAS QUE HUMANO de Theodore Sturgeon, los "calvos" de MUTANTE de Henry Kuttner, los telépatas de SLAN de Alfred Van Vogt y tantos y tantos otros) eran un tema recurrente en la ciencia ficción de los años cincuenta. Ilustraban la posibilidad de una nueva especie llamada a substituir a los humanos, y eran la fuente de un posible enfrentamiento entre padres e hijos, entre los humanos "normales" y los nuevos descendientes de la humanidad dotados de poderes que hoy llamaríamos parapsicológicos. Algo parecido a lo que ocurre, sin dramatismo, en el relato Estrella, la Brillante. Por otra parte, la eclosión de los primeros ordenadores y el desarrollo de la cibernética de Norbert Wiener a finales de los años cuarenta (con la aparición del nuevo y fecundo concepto de la retroalimentación), hacía nacer otro tipo de posible substituto del ser humano: una máquina que pudiera pensar mejor que los humanos. Y si bien eso es algo que ahora podemos comprender (sabemos ya que Deep Blue ha ganado a Kasparov, aunque sólo en el juego del ajedrez...) debió ser un pensamiento sorprendente, y tal vez aterrador, en los años cincuenta. Pues bien, la originalidad de Mark Clifton (verdadero impulsor de la historia de la máquina Bossy y el telépata Joe Carter, pese a que haya otros autores involucrados en su redacción final: Frank Riley y Alex Apostolides) fue precisamente unir esos dos temas, entonces importantes pero independientes. Hacer novelas sobre telepatía en la ciencia ficción de los años cincuenta era algo habitual. No lo era hablar de una posible "inteligencia artificial" (nombre todavía no utilizado entonces), concebida en aquellos días como la posibilidad de construir un "cerebro sintético" o artificial llamado a mejorar el del ser humano. La novedad de LA MÁQUINA DE LA ETERNIDAD fue precisamente unir esos dos temas: los poderes extrasensoriales y los cerebros artificiales para componer una narración que especula sobre un futuro posible y la problemática, ética, social y humana que indefectiblemente va a plantear. En esa misma línea de humanos mejores y más poderosos intelectualmente, Estrella, la Brillante, como me recordaba el señor Joan Simó, es un interesante precedente que, además, hace intervenir la Topología Ficción que ahora nos ocupa. De momento para continuar con el tratamiento que le ha dado la ciencia ficción, les emplazo de nuevo hasta el próximo mes.. Para leer: Ficción - "Estrella, la Brillante". Mark Clifton. Revista Más Allá, número 6, noviembre 1953. Buenos Aires. (Y como "Star, Bright" en revista Galaxy Science Fiction, julio 1952. Nueva York) - LA MÁQUINA DE LA ETERNIDAD. Mark Clifton y Frank Riley. Barcelona. Ediciones B. NOVA (núm 155). 2002.
Jueves, 01 de Junio de 2006 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
994. 28. Clones
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
A finales de 1993 se dieron a conocer al gran público, creo que por primera vez, los ensayos de clonación de embriones humanos realizados por el equipo del doctor Jerry Hall en el Centro Médico Universitario George Washinghton. Después, en febrero de 1997, nos enteramos de la clonación de la oveja Dolly. Y empezó el debate... Un debate que los lectores y autores de la narrativa de ciencia ficción venían ya practicando desde bastantes años atrás, síntoma claro de la utilidad de la ciencia ficción como un posible "aprendizaje para vivir en el futuro". Al fin y al cabo, como se ha repetido ya varias veces aquí, en la definición que diera Isaac Asimov, la ciencia ficción es "la narrativa que estudia la respuesta humana a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología". Un buen entrenamiento mental para enfrentarnos a las novedades que nos depara la tecnociencia moderna. En realidad, la clonación de embriones ya no es una novedad científica ni un descubrimiento excepcional, como lo demuestra el hecho de que, durante muchos años, antes incluso de 1993, constituía una de las prácticas ya habituales para los estudiantes universitarios de biología. La novedad aportada en su momento por el equipo del Dr. Hall fue aplicar esa técnica a embriones humanos y, como consecuencia, despertar en el gran público, por primera vez, el interés por los posibles límites de la ciencia y la tecnología y, también, sobre los problemas éticos y morales que rodean a ciertos experimentos científicos y tecnológicos. La ingeniería genética Ya en 1932, Aldous Huxley imaginaba una sociedad rígidamente estratificada y preestablecida como consecuencia de una determinación genética. En UN MUNDO FELIZ son los "centros de incubación y condicionamiento" los que fabrican distintos tipos de seres humanos. A unos les limitan el oxígeno durante la gestación para convertirlos en obreros que se ocupen de los trabajos más serviles, mientras que otros recibirán mayor inteligencia para que formen la élite dirigente. Como suele ocurrir en la buena ciencia ficción, incluso el aspecto científico de la especulación de Huxley no nace del vacío. Pocos años antes, en 1924, J.B.S. Haldane daba a la luz un interesante ensayo: Daedalus, or Science and the Future que contemplaba con inocente optimismo un futuro en el cual los biólogos habrían "inventado" nuevas especies de algas para resolver el problema de la alimentación de la humanidad, y en el cual nuevos niños "ectogenéticos" nacerían de úteros artificiales y podrían ser modificados. Haldane no llegó a imaginar las técnicas de la ingeniería genética bioquímica, pero sí imaginó muy acertadamente la reacción popular ante la manipulación directa de los contenidos genéticos a los que, en su opinión, se consideraría blasfema. Son los úteros artificiales de que habla Haldane los que Huxley utiliza en su novela. Le sirven para imaginar una sociedad rígida, perfectamente reglamentada y en la que una combinación adecuada de drogas, diversiones y sexualidad estéril mantienen el statu quo obtenido por la determinación genética. Esa sociedad falsamente estable resultará alterada y perturbada ante la presencia de un "salvaje" que constituye el elemento dramático de que se sirve Huxley para poner de manifiesto las contradicciones e insuficiencias de una tal sociedad. Los clones Tras el brillante y casi definitivo tratamiento de Huxley, el tema de la ingeniería genética en la ciencia ficción no adquirirá nuevo ímpetu hasta la eclosión de la idea de la clonación humana. Una de las primeras en abordarla será Ursula K. Le Guin que, en 1968, publicaba en Playboy el relato Nueve vidas que, posteriormente, se recogería en su antología LAS DOCE MORADAS DEL VIENTO (1975). En la narración de Le Guin, el tema central es la psicología de los clones que se han hecho necesarios para constituir equipos de exploración en mundos distantes. Los equipos de diez clones presentan claras ventajas ya que, como indica un componente del clon John Chow: "...pensamos de forma similar... Si nos dan los mismos estímulos, el mismo problema, lo más probable es que tengamos la misma reacción y hallemos la misma solución al mismo tiempo. Las explicaciones son fáciles; generalmente no necesitamos dárnoslas. Rara vez dejamos de comprendernos. Eso facilita nuestro trabajo como equipo". Pero hay también problemas y, en la especulación de Le Guin, son los psicológicos los que interesan: ante la muerte de nueve de los componentes de un equipo clónico, el superviviente, nunca acostumbrado a la soledad se siente "muerto en nueve de sus diez partes" y su retorno a la sociedad humana resulta ciertamente problemático. También Le Guin obtiene su inspiración del texto de un biólogo: el capítulo sobre clonación del libro The Biological Time-Bomb (1968) de Gordon Rattray Taylor, en donde se comentan los experimentos de F.C. Steward sobre clonación de plantas llevados a cabo a principios de los años sesenta. Tal vez convenga destacar aquí que la presencia de cinco varones y cinco hembras en cada equipo clónico de Nueve Vidas supone, de hecho, un error: los clones deben tener, por definición, la misma dotación genética lo que, evidentemente, incluye el sexo. Nuevos títulos de la ciencia ficción de los años setenta abordan la clonación humana, la mayoría desde una óptica psicológica analizando la personalidad de los clones. Así lo hace Kate Wilhelm en 1976 con su novela DONDE SOLÍAN CANTAR LOS DULCES PÁJAROS que obtendría el prestigioso premio Hugo a la mejor novela de ciencia ficción de ese año. En la novela de Wilhelm, los problemas de esterilidad causados por la polución ambiental llevan a la familia Sumner a establecerse como una utópica sociedad de clones que sobrevive al ocaso de la civilización. La sociedad de clones es, para Wilhelm, una sociedad tímida y conservadora que, cuando la reproducción sexual vuelve a ser posible, condena el culto al individuo y trata como ciudadanos de segunda clase a los no-clones que, pese a todo, representan la semilla del futuro, precisamente por el hecho de que "todos los niños son distintos". Durante los años setenta, la ciencia ficción aborda sin temor el tema de la clonación con diversos planteamientos. Algunos autores utilizan de nuevo el enfoque psicológico como el adoptado en 1972 por Gene Wolfe en LA QUINTA CABEZA DE CERBERO. Para otros es evidente la "normalidad" futura de sociedades de clones como se aprecia incluso al final de LA GUERRA INTERMINABLE (1974) de Joe Haldeman otra famosa novela premiada con el Hugo. O, como no podía ser menos, los clones se convierten en carne de cañón y en protagonistas de aventuras espaciales como ocurre en Y MAÑANA SERÁN CLONES (The Ophiuchi Hotline, 1977) de John Varley, que inauguraba así una línea argumental que el cine ha destrozado después con productos como Soldado Universal y otros parecidos. También, en manos del famoso Arthur C. Clarke, los clones servirán para perpetuar una dinastía de pioneros espaciales en REGRESO A TITÁN (Imperial Earth, 1975). Pero las novelas de mayor éxito popular son las centradas en la duplicación por clonación de personas famosas como hizo, por ejemplo, Nancy Freedman en JOSHUA, SON OF NONE (1973), donde imagina un clon de John F. Kennedy que se ve condenado a repetir la misma vida de triunfo y tragedia que el Kennedy original. Y todos los temores se hacen realidad en LOS NIÑOS DEL BRASIL (1976) de Ira Levin que fue llevada al cine. En ella el Dr. Joseph Mengele ha creado en el Brasil un conjunto de clones de Adolph Hitler. Los padres adoptivos de los niños deben morir cuando éstos tienen cuatro años, para reproducir uno de los principales acontecimientos de la vida de Hitler. La novela deriva pronto al enfrentamiento entre Mengele (Gregory Peck en el film) y el cazador de nazis Lieberman (Laurence Olivier en la película), pero introduce de manera convincente el problema del determinismo genético y la personalidad humana. Y todo ello mucho antes de 1993 y de la oveja Dolly... Determinismo genético y aprendizaje El supuesto implícito en el tratamiento más habitual de la figura del clon ha sido que la mera igualdad genética tiene que generar un duplicado exacto de la personalidad clonada. Se trata de un determinismo genético que no se corresponde con la realidad de las experiencias realizadas con los clones que genera la naturaleza: los gemelos univitelinos. Sabemos hoy que en la personalidad de un ser humano confluyen su dotación genética, pero también el proceso de socialización y aprendizaje que ha seguido en su infancia, adolescencia y juventud. Algo de ese tema se aprecia en la novela de Ira Levin, pero habrá que esperar hasta 1988 para que una novela de ciencia ficción trate este tema con honestidad y seriedad casi absolutas. De la misma forma que, en la mayor parte de los casos, los robots de la ciencia ficción son fabricados con todos sus conocimientos, algo parecido había ocurrido con los clones que, tras períodos de crecimiento biológico acelerado, suelen acceder en una sola operación a todos los recuerdos de la personalidad de su original. No pasaban pues por un proceso de aprendizaje. El complejo tema de la interacción entre la dotación genética y el aprendizaje encuentra su mejor formulación en CYTEEN (1988) de C.J. Cherryh que, como no podía ser menos, obtuvo también el prestigioso premio Hugo que venía a recompensar la novedad y seriedad de su especulación. Cyteen es un planeta que Ari Emory, la directora del instituto científico de Reseune, domina y controla desde su posición de poder en el Consejo de los Mundos. Reseune es un instituto especializado en la ingeniería genética y su principal producción son los azi, seres humanos obtenidos por reproducción artificial y a los que se educa por medio de unas cintas de aprendizaje que programan comportamientos y personalidades. Para Cherryh, los humanos que aprenden a través de la experiencia son capaces de reaccionar ante situaciones imprevistas, mientras que los azi deben acudir a refuerzos de cintas de aprendizaje y condicionamiento. La trama central de la larga e interesante novela arranca con el asesinato de la protagonista y el intento de crear un clon con su misma personalidad. En una experiencia anterior el intento de crear un clon de un genial especialista de la física había fracasado, pero con Emory se dispone de un cúmulo exhaustivo de datos e informaciones recogidas en los ordenadores de Reseune que deberían permitir la formación correcta de la personalidad de la segunda Ari Emory, verdadero clon biológico y psicológico de su predecesora. Los límites de la ciencia Uno de los objetivos de la buena ciencia ficción es plantear al público lector las posibles consecuencias de los descubrimientos y novedades que aportan la ciencia y la tecnología. Por ello un reputado especialista como el británico Brian W. Aldiss considera que FRANKENSTEIN (1818) de Mary Shelley es, precisamente, el precedente más claro de la proto-ciencia ficción ya que analiza las consecuencias de un descubrimiento científico, la creación de vida artificial, en un determinado entorno social. En el fondo eso es lo que hace la buena literatura especulativa de ciencia ficción, aunque, en lo que hace referencia al tema de la ingeniería genética y el de la clonación humana, hay pocas reflexiones explícitas sobre la responsabilidad ética y moral de los científicos que las hacen posible. Durante décadas, la ciencia ficción ha analizado ante todo las consecuencias de la ingeniería genética para dejar al lector en la libertad de construir sus propias opiniones. Aunque, en cualquier caso, cabe dejar constancia del hecho que la ciencia ficción ha imaginado un futuro en el cual la ingeniería genética y la clonación son posibles y, a la vez, usados. Se trata, tal vez, de un realismo inevitable si recordamos que raramente han sido abandonadas las posibilidades ofrecidas por la ciencia y la tecnología, por poco ética que fuera su utilización. Recordemos que, al fin y al cabo, pertenecemos a la misma humanidad que ha desarrollado y usado armas químicas, biológicas y atómicas y que, mal que nos pese, dichas armas siguen desarrollándose y almacenándose. Mucho habría de cambiar nuestra organización económico-social para que los problemas éticos y morales que comporta la ingenería genética hicieran que se cortara su desarrollo. En eso, la ciencia ficción ha sido muy poco especulativa y, por desgracia, demasiado realista, cuando imagina un futuro con clones y otros frutos de la ingeniería genética aplicada a los humanos. Ojalá no tuviera que ser así... Para leer: Ficción - CYTEEN. C.J. Cherryh. Barcelona. Ediciones B. 1990 (en tres volúmenes: "La traición", "El renacer" y "La vindicación"). - "Nueve vidas", Ursula K. Le Guin, en LAS DOCE MORADAS DEL VIENTO vol. I. Barcelona. Edhasa. 1985. - DONDE SOLÍAN CANTAR LOS DULCES PÁJAROS. Kate Wilhelm. Barcelona. Bruguera. 1979. - Y MAÑANA SERÁN CLONES. John Varley. Barcelona. Pomaire. 1978. - UN MUNDO FELIZ. Aldous Huxley. Barcelona. Plaza y Janés. 1972.
Sábado, 01 de Abril de 2006 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
El título de este artículo copia el de un libro que trata precisamente lo que algunos ya han llamado "ciencia vudú" (woodoo science). Ése era precisamente el título de un interesante (y también, en algunos aspectos, discutible.) libro de Robert L. Park, catedrático de física en la universidad de Maryland (EE.UU.) y director de la oficina de Washington de la Sociedad Americana de Física. Tal vez en un vano intento por salvaguardar la imagen respetuosa de la ciencia, los editores españoles del libro no se atrevieron con el nuevo término y añadieron al título una "o" inexistente en el original: CIENCIA O VUDÚ: DE LA INGENUIDAD AL FRAUDE CIENTÍFICO (Grijalbo, Arena abierta, 2001). Pretenden así separar los dos campos: ciencia y vudú, olvidando que, a veces, la mala ciencia se reviste de características parecidas a las de la peor magia o vudú. Los ejemplos clásicos de esa ciencia vudú de que nos habla Park surgen, como casi siempre, del presunto intento de burlar los principios de la termodinámica y obtener fuentes de energía que resulten al mismo tiempo, buenas, baratas e inagotables. El caso paradigmático analizado por Park es el tema de la todavía hoy inexistente fusión fría anunciada ya el 23 de marzo de 1989 por Martin Fleischmann y Stanley Pons en la universidad de Utah. Park disculpa en cierta forma la "ingenuidad" de esos investigadores a los que imagina honestos aunque equivocados, pero no olvida otras proclamaciones no tan serias pero de parecido efecto llevadas a cabo por diversos charlatanes supuestos inventores de fuentes inagotables de misteriosa energía: la máquina energética de John Newman, la pila de James Paterson, etc. Desgraciadamente, Park, arrimando el ascua a su sardina ideológica, incluye también en el libro, como si fueran ejemplos de ciencia vudú, algunos casos de los que, honestamente, todavía no sabemos a ciencia cierta qué decir: el posible calentamiento global del planeta por el efecto invernadero, el presunto efecto perjudicial de las líneas de alta tensión o las antenas de telefonía móvil, o la temida inseguridad de los productos transgénicos (cierto es que Park, al escribir el libro, no sabía, por ejemplo, del reciente caso de contaminación por transgénicos del maíz en Méjico...). Etiquetar como "ciencia vudú" esas preocupaciones todavía no contrastadas completamente (ni en un sentido ni en otro) resulta, en términos científicos, todavía prematuro. Más interesantes parecen las opiniones de Park a este respecto sobre el enfrentamiento entre "pesimistas malthusianos" y "optimistas tecnológicos", una distinción que explicaría incluso sus propias opiniones. En este aspecto, el punto de vista de Park resulta demasiado cercano al del establishment del poder constituido para que un lector inteligente no perciba el posible origen de su intención. Más sólidas parecen las críticas de Park a otros fraudes o ingenuidades como el presunto poder de la meditación trascendental, los poco fiables experimentos de J.B. Rhine sobre percepción extrasensorial (vulgo: telepatía) en la universidad Duke de Carolina del Norte durante los años treinta, la vitamina "O", la terapia biomagnética, la homeopatía y la ley de similitud de Hahnemann con sus múltiples y continuadas disoluciones, y un largo etcétera de casos paradigmáticos de la ciencia mal entendida o, mejor, utilizada como etiqueta de promoción y venta de productos completamente acientíficos. Ciencia ficción vudú La denominación "ciencia vudú" acuñada por Robert L. Park puede aplicarse también a algunas variedades de la peor ciencia ficción, un curioso tipo de fraude que podríamos denominar la "ciencia ficción vudú". Suele ser habitual confundir ciencia ficción con la ficción meramente fantástica, un fenómeno que empieza a ser, en mi opinión, demasiado extendido. Pero también existe el caso complementario de confundir exageradamente la ciencia ficción con la ciencia y de usar la creatividad de una y el prestigio de la otra para montar brillantes negocios con los que atrapar a los más incautos. El caso paradigmático en la historia de la ciencia ficción es el de la dianética, una falsa ciencia muy lucrativa surgida de la imaginación de L. Ron Hubbard (1911-1986), y convertida hoy en la base ideológica de una potente secta religiosa. Hubbard fue un escritor estadounidense de ciencia ficción de segunda o tercera fila en cuya obra narrativa se potenciaban los supuestos poderes de la mente. Ése era un tema bastante habitual en la ciencia ficción de los años cuarenta y cincuenta, posiblemente a raíz de los poco fiables experimentos sobre percepción extrasensorial realizados por J.B. Rhine, en la universidad de Duke en Carolina del Norte (EE.UU.). Quiso la casualidad que el editor de Astounding, el hoy respetado John W. Campbell Jr., se interesara un tanto exageradamente por las ideas de Hubbard y ayudara a propagar la dianética desde su revista. En 1950, se publicó en Astounding (una revista de ciencia ficción, no lo olvidemos...) un largo artículo sobre la dianética considerada como una fabulosa psicoterapia redentora capaz de liberar la mente humana de todos sus problemas. El hecho coincidió, no por casualidad, con la publicación de THE MODERN SCIENCE OF MENTAL HEALTH (1950) del mismo Hubbard, quien no tuvo problema alguno en traspasar algunas ideas de sus relatos de ciencia ficción a una "moderna ciencia de la salud mental"; un caso que, retomando el subtítulo español del libro de Park de que hablábamos antes, sugiere más claramente el fraude que la ingenuidad, visto el gran negocio posterior en que se convirtió el asunto. En 1952, Hubbard fundaba la Iglesia de la Cienciología, hoy considerada como una de las más peligrosas sectas destructivas de la personalidad a juicio de muchos gobiernos del planeta. Basada en la dianética y con una cobertura presuntamente científica, la actividad principal de esa "iglesia" se centra en los diversos cursos y estadios a superar (pagando, naturalmente...) para librar la mente de opresiones. Aunque hoy se tienda a olvidarlo, Hubbard también creía que los traumas podían ser incluso pre-natales y proceder de una anterior reencarnación. Sin comentarios. En la dianética, un terapista llamado "auditor" anima al paciente a manifestar sus fantasías con la ayuda de una especie de detector de mentiras llamado e-meter. Una especie de versión ciencia-ficcionística del psicoanálisis que ha resultado, a la postre, mucho más lucrativa que la infructuosa caza del "orgón" a que se dedicó el psicoanalista Wilheim Reich (1897-1957) autor, pese a todo, de un interesante libro sobre la psicología de masas del fascismo. En 1956, Reich fue condenado a dos años de cárcel, experiencia de la que Hubbard se libró, tal vez por su habilidad para convertir en religión esa ciencia ficción vudú de la dianética. La fórmula resultó sencilla para Hubbard y sus secuaces: usufructuar el prestigio de la ciencia y abusar del poder que confieren las revelaciones obtenidas en las sesiones de "audición" para construir una exitosa "religión" muy típica del siglo XX. El caso de la dianética y la iglesia de Hubbard ha sido siempre una lacra en la historia de la ciencia ficción, un abuso censurable que algunos autores han intentado exorcizar de alguna manera. En 1980, Norman Spinrad, un brillante escritor del género, imaginó una secta parecida a la de Hubbard, el transformacionalismo, también creada por un cínico escritor de ciencia ficción. Lo hizo en una interesante novela, EL JUEGO DE LA MENTE (Ediciones B, 1989), donde Spinrad intenta mostrar los mecanismos psicológicos por los cuales incluso una persona inteligente puede dejarse atrapar por una secta destructiva. Lógicamente, cualquier lector informado no puede dejar de pensar en la cienciología de Hubbard como inspiradora directa del transformacionalismo de ese peligroso juego de la mente que describe Spinrad. Debo decir que Spinrad, posiblemente más asustado de lo que uno podría esperar o imaginar, siempre me ha dicho que la asociación entre transformacionalismo y cienciología es algo a lo que él quiere ser ajeno y que, en cualquier caso, se trataría de una asociación del lector. Un claro ejemplo de que la ciencia ficción vudú, cuando se ha convertido en un lucrativo negocio, puede ser sentida incluso como muy peligrosa por parte de quienes la denuncian. Pero siempre queda la constatación del gran éxito, tanto de la cienciología del mundo real como del transfomacionalismo de la novela de Spinrad en el influyente mundo de Hollywood. Una coincidencia que, pese a lo que pueda decir Spinrad, no parece ser tal, y es una evidente muestra de los peligros reales de la ciencia ficción vudú. Ciencia ficción y OVNIS Ya que hemos hablado aquí de ciencia ficción vudú a propósito de la dianética, no estará de más seguir con otras modalidades de fraude y/o ingenuidad (en la ciencia y fuera de ella) de que hablaba Robert L. Park en su libro sobre la ciencia-vudú. Si la dianética (y, con ella, la cienciología) ha sido, es y sigue siendo un fraude para consumo de ingenuos y/o desesperados, hay otros temas (que el vulgo suele asociar demasiado acríticamente a la ciencia ficción) que también han generado "religiones" para ingenuos. Religiones posiblemente lideradas, como ocurre con tantas otras iglesias, por gente que también vive del fraude. Yendo al caso concreto del que quiero tratar, a mucha gente le resulta excesivamente fácil asociar el "fenómeno OVNI" con la ciencia ficción. No es algo evidente: especular literariamente sobre la posible existencia de civilizaciones ex-traterrestres o en el contacto entre ellas, no tiene como corolario inmediato el creer a pies juntillas que hay alienígenas que ya nos han visitado. Uno puede ser un buen aficionado, apreciar la ciencia ficción y, sin ninguna contradicción, "no creer" en los OVNIS. Ian Watson, en 1978, analizó el "fenómeno OVNI" en una entretenida e inteligente novela, VISITANTES MILAGROSOS (Ediciones B, 1987). Mi interpretación de lector me llevó entonces a pensar que, en la novela de Watson, el fenómeno OVNI residía no tanto en los OVNIS como en sus "creyentes", o en el mis-mo hecho de que haya nacido a su alrededor una curiosa parafernalia a la que no han faltado "iglesias". Yendo al centro del asunto, en realidad resulta muy difícil tomarse en serio algunas de las afirmaciones que hacen los sedicentes "investigadores del fenómeno OVNI". Algunos casos resultan sorprendentemente curiosos, en particular, el de las personas "abducidas" o, en román paladino, presuntamente "secuestradas" a bordo de un OVNI. Como ésta es una experiencia difícilmente verificable y repetible en condiciones controladas de forma objetiva, resulta completamente subjetiva y, por ello, bastante dudosa. Popper diría que no se trata de una afirmación falsable y, por tanto, resulta ajena al campo de la ciencia. Los seres humanos constituimos una de las especies inteligentes del planeta Tierra y hemos ido evolucionando en un entorno determinado que ha configurado prácticamente todo lo que somos: forma humanoide, posición erguida, simetría bilateral, manos con pulgar opuesto a los otros dedos, etc. Pero me temo que la evolución en otras condiciones distintas, ha de dar seres incluso mucho más distintos a nosotros que los simpáticos delfines. Por ello me producen risa y vergüenza ajena los humanoides cabezones y con grandes ojos oblicuos que visionarios como Adamski y sus sucesores "abducidos" dicen haber conocido en sus contactos con aquellos que "pilotan" los OVNIS. De una especie inteligente surgida en otra parte de nuestra galaxia lo espero casi todo, aunque lo que menos espero es que tenga una forma corporal parecida a la nuestra o unos órganos similares a los que la evolución (el azar y la necesidad que decía Monod) ha seleccionado para nosotros tras millones y millones de años en un planeta al que llamamos Tierra. Lo más grave es que algunos desaprensivos escritores como Benítez, Von Daniken o Kolosimo disfracen sus "novelas" bajo la forma de "estudios innovadores" que, en su interesada paranoia, presentan como arrancados a la negra voluntad ocultadora de los servicios secretos. En los textos de los autores citados o en los de sus epígonos, casi siempre encontraremos un profesor (quien, muy acertadamente, nunca se llama Smith) que profesa en una remota universidad estadounidense y que representa la fuente úl-tima de autoridad: lo dice un profesor de una universidad norteamericana, ergo es dogma de fe. Espero no herir (demasiadas) susceptibilidades con este comentario, pero siempre me han resultado francamente ridículas al-gunas de las pretensiones de esos amantes de lo misterioso. Una de las más sorprendentes, es la voluntad de reclamar para su afición el calificativo de "ciencia" o, cuando menos, de este ex-traño campo que ellos mismos denominan para-ciencias. Para mi pesar, sé que la ciencia, o mejor la tecnociencia en la denominación que yo prefiero, se construye de forma muy diferente a como "investigan" los seguidores de las diversas "iglesias" para-científicas, incluida la de los OVNIS (en la formulación clásica, la tecnociencia requiere, se dice, "algo de inspiración y mucha transpiración"...). Y, por otra parte, sé muy bien que, hoy, la ciencia tam-poco lo explica todo y, tal vez por ello, sigo interesado en la literatura especulativa como la ciencia ficción... Es curioso cómo, ante los verdaderos misterios que rodean nuestra vida, siga habiendo gente que se "fabrica" nuevos misterios como el de los OVNIS. Como si no bastara con intentar conocer algo del universo, de la vida, de la sociedad, del ser humano, o, simplemente, preguntarse en serio por algunos de los muchos misterios insondables de nuestra civilización, como esa indecente e injusta repartición de la riqueza que amenaza la vida de tantos de nuestros semejantes. ¿Se preocupa por los OVNIS quien pasa hambre en Burkina Faso? That is the question... Para leer: Ensayo - CIENCIA O VUDÚ: DE LA INGENUIDAD AL FRAUDE CIENTÍFICO. Robert L. Park. Barcelona. Grijalbo, Arena abierta. 2001. Ficción - EL JUEGO DE LA MENTE. Norman Spinrad. Barcelona. Ediciones B. 1989. - VISITANTES MILAGROSOS. Ian Watson. Barcelona. Ediciones B, Libro Amigo. 1987.
Miércoles, 01 de Marzo de 2006 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Si el mes pasado hablábamos de las ciudades y la vida ciudadana imaginadas por la ciencia ficción, conviene recordar que, además de imaginar ciberespacios virtuales y grandes macro-ciudades, la ciencia ficción también ha concebido (ayudada por la tecnociencia) nuevos hábitats artificiales para el futuro, desde las clásicas estaciones del espacio hasta llegar a otras alternativas aún más complejas. Parece que la primera idea, por ridícula que hoy pueda parecer, la tuvo Edward Everett Hale, un escritor norteamericano quien, en THE BRICK MOON (La luna de ladrillo, 1869) y su continuación LIFE IN THE BRICK MOON (Vida en la luna de ladrillo, 1870), imaginó nada más y nada menos que un satélite formado por varias esferas de ladrillo conectadas por arcos también de ladrillo. Gigantescas ruedas voladoras se encargarían de lanzar ese satélite al espacio, eso sí, ya con gente en su interior e, imagino, sin excesivo miedo a los problemas causados por la aceleración... Precedentes curiosos aparte, la primera aproximación seria al tema procede, como tantas otras en ingeniería astronáutica y espacial, de Konstantin Tsiolkovsky. Es un texto escrito entre 1896 y 1920, que fue publicado en 1920 como VNE ZEMLI, traducido habitualmente como "Fuera de la Tierra". Se trata de una especulación, casi en forma de ficción, sobre como podría ser la vida en caída libre, sobre grandes invernáculos para cultivar comida en el espacio, sobre comunicaciones a distancia por medio de espejos, y, también, sobre una gravedad artificial conseguida con la rotación de la estación espacial en torno a su eje. Un trabajo de pionero. Sólo años más tarde la posibilidad de una estación espacial llegó a convertirse en algo común y aceptado a partir de un famoso texto de divulgación: LA CONQUISTA DEL ESPACIO (1949), escrito por Willy Ley e ilustrado por Chesley Bonestell. El texto fue divulgado en forma de serial en revistas de ciencia ficción, apareciendo incluso en la revista argentina Más Allá, verdadera pionera en la ciencia ficción de lengua hispana. Junto con otro libro del mismo autor: ESTACIONES DEL ESPACIO (1958), tuvo gran influencia en toda la ciencia ficción posterior. Por ello no es de extrañar que, con el tiempo, las estaciones del espacio de forma toroidal se convirtieran en el más socorrido de los hábitats espaciales, presentes incluso en películas como la inolvidable 2001, UNA ODISEA DEL ESPACIO (1968) de Stanley Kubrick. Con el tiempo, los hábitats del espacio no se redujeron a estaciones espaciales orbitando en torno a planetas, y los autores fueron aún más ambiciosos. En la serie de novelas recogidas en CIUDADES EN VUELO (1970), escritas desde 1950 a 1962, James Blish imaginó ciudades enteras, arrebatadas a planetas y en contínuo viaje por el espacio. Más tarde Larry Niven hacía descubrir a sus protagonistas un mundo gigantesco en forma de anillo artificial orbitando en torno a una estrella en MUNDO ANILLO (1970). En TITAN (1979), John Varley imaginó que el mayor satélite de Saturno era precisamente una obra de ingeniería, un mundo artificial. Y Greg Bear, en EON (1985), hace que se acerque a la Tierra un misterioso asteroide (Twistledown), que incluye una misteriosa Vía que da acceso a un multi-universo de mundos. La mayoría de esas especulaciones sobre futuros habitats humanos que nos muestran los autores de ciencia ficción surgen, en realidad, de diversas ideas publicadas en obras de divulgación o especulación científica. En 1960, Freeman J. Dyson publicó un breve artículo en la revista Science, sobre lo que hoy conocemos como "esferas de Dyson". Se trataría del supuesto destino final de una civilización avanzada que, por razones de las necesidades de energía, acaban, según postulaba Dyson, reconstruyendo su sistema solar para disponer de una bioesfera artificial que encerrara completamente a su estrella para lograr recuperar toda su energía. Esa hipótesis la recoge Stephen Baxter en su continuación de la mítica LA MÁQUINA DEL TIEMPO (1985) de Herbert G. Wells titulada LAS NAVES DEL TIEMPO (1996). Como era de esperar, en el futuro de la especie humana, el sol se halla rodeado de una gigantesca esfera de Dyson que es donde moran los humanos. Una nueva forma de "ciudad" que resulta incluso mucho mayor que el más loco sueño de planeta-ciudad como el viejo Trántor. De forma parecida, las colonias del espacio deben mucho a autores como George K. O'Neill quien defendió con ardor la construcción de esas colonias, verdaderos hábitats en el espacio, en libros de divulgación como THE HIGH FRONTIER (1977, traducido aquí como "Ciudades del espacio"). Más de cincuenta años después, lo imaginado por Tsiolkovsky adquiría al fin carta de naturaleza tanto en la ciencia ficción como en la ciencia: un futuro no sólo con estaciones del espacio, sino con verdaderas colonias espaciales en todo autosuficientes y, previsiblemente, con gran densidad de población. La vieja ciudad asentada a las orillas de un río se ha convertido en un nuevo habitat al que, como a tantos otros, el ser humano también acabará habituándose. Pero eso no es todo. Incuso los sueños más locos caben en la ciencia ficción. En la serie conocida como del "Anillo de Humo", Larry Niven imaginaba que, en un sistema doble formado por las estrellas T3 y Le Voy's Star, se había formado una inmensa capa gaseosa en forma de anillo alrededor de una estrella de neutrones y que el amplio espacio que quedaba libre en el interior podía ser un lugar habitable por el ser humano aunque quedara allí muy poca tierra aunque, eso sí, se podía volar en él... LOS ÁRBOLES INTEGRALES (1983) fue la primera novela que explotaba ese extraño hábitat espacial y, con justicia, obtuvo el premio Locus de 1985 por esa espectacular osadía imaginativa. Más cercanos a nosotros, los valencianos Juan Miguel Aguilera y Javier Redal exploraron en su gran éxito MUNDOS EN EL ABISMO (1988) e HIJOS DE LA ETERNIDAD (1990), la posibilidad de vida surgida en el polvo interestelar. En un futuro distante y en torno al cúmulo globular de Akasa-Puspa (un conjunto de diez millones de soles) se descubren muestras de esa posible vida interestelar ya evolucionada y organizada en forma macroscópica. Redal y Aguilera imaginan formas de vida nacidas del polvo interestelar como son los "comuneros" y los "juggernauts", entre otros. Una especulación inteligente y amena que representó un hito indudable en la moderna ciencia ficción española, hasta el punto que se ha reeditado hace poco en versión renovada con el nuevo título MUNDOS EN LA ETERNIDAD (2001, Equipo Sirius, Madrid). En definitiva, vivir en el espacio, para la ciencia ficción, supone un inacabable rosario de posibilidades, algunas incluso con cierta base científica. Para leer: Ensayo - CIUDADES EN EL ESPACIO. Gerard K. O'Neill. Barcelona. Bruguera. 1981. Ficción - LAS NAVES DEL TIEMPO. Stephen Baxter. Barcelona. Ediciones B. 1996. - LOS ÁRBOLES INTEGRALES. Larry Niven. Barcelona, Acervo. 1986. - MUNDOS EN EL ABISMO. Juan Miguel Aguilera y Javier Redal. Barcelona. Ultramar. 1988. - HIJOS DE LA ETERNIDAD. Juan Miguel Aguilera y Javier Redal. Barcelona. Ultramar. 1990.
Miércoles, 01 de Febrero de 2006 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Si la ciencia ficción ha de ser un estudio narrativo de la respuesta humana a los cambios en el nivel de la ciencia y de la tecnología, podría parecer que no se ha ocupado con demasiada especificidad de la tecnología propia de la arquitectura y sus efectos. En cualquiera de las grandes enciclopedias sobre la ciencia ficción, parece haberse olvidado el término. Sí, en algunos lugares de habla de "ciudades" pero, a mi entender, eso se refiere mucho más al urbanismo que a la arquitectura en sí, aún cuando las fronteras sean siempre sutiles y/o dudosas. La arquitectura, el decorado de fondo, suele estar a menudo implícito, a veces descrito con mayor o menor detalle, pero no siempre ha sido el eje mayor en el que se ha centrado la especulación propia de la ciencia ficción, al menos en el caso de la literaria. Aunque, algunos lectores de ciencia ficción (como me ocurre a mí...) tendemos a ser tremendamente conceptuales y podemos perder las referencias de ambiente, sobre todo en la lectura de la palabra escrita. Algo distinto ocurre, evidentemente, en el cine. Desde la mítica METRÓPOLIS (1926) de Fritz Lang a la turbia ciudad de Los Ángeles, de un ya cercano noviembre de 2019, que nos muestra Ridley Scott en BLADE RUNNER (1982), nadie puede negar la presencia decisiva de la ciudad en el cine de ciencia ficción. Ahí el decorado no puede ser pasado por alto. La ciudad es la consecuencia clara de la primera gran revolución tecnológica de la humanidad, la de la agricultura cuyo descubrimiento hizo que dejáramos de ser nómadas para empezar a construir ciudades. La ciudad ha sido, durante muchos siglos, la mayor parte de los que componen la historia de la humanidad, el punto focal de la civilización y, como dice Brian Stableford, "las imágenes de la ciudad del futuro ponen en agudo relieve las expectativas y los miedos con los que imaginamos el futuro de nuestra civilización". Las cosas cambiaron, tal vez, con la revolución industrial de hace un par de siglos, la máquina de vapor favoreció otras infraestructuras menos estables, más ligadas al movimiento, como las vías del ferrocarril o, posteriormente, las líneas de alta tensión como fruto de la segunda revolución industrial, la de la electricidad, de cuya masiva popularización sólo nos separa un siglo. Hoy, la llamada revolución de las infotecnologías nos aporta una nueva infraestructura, Internet, y un nuevo dinamismo en un nuevo entorno para la vida futura. Algunos lo han llamado el tercer entorno o entorno virtual, pero fue un escritor de ciencia ficción, William Gibson, quién acuñó, en su novela NEUROMANTE (1983), el nombre definitivo, hoy por todos aceptado, de "ciberespacio". La ineludible nueva realidad virtual, por primera vez en la historia de la humanidad, va a permitir construir nuevas comunidades sociales no basadas en la proximidad geográfica y la proximidad lingüística que la vieja ciudad favorecía. Como nos decía Bob Dylan hace ya décadas, los tiempos siguen cambiando. Y la ciencia ficción lo refleja (o lo anticipa) también. Kevin O'Donnell Jr. imaginó en ORA:CLE (1983) un futuro relativamente cercano, donde la realidad del ciberespacio permite al protagonista de la obra participar en todo tipo de eventos (incluso salvar a la Tierra de una invasión alienígena) desde su propio apartamento conectado en permanente interactividad con todo el universo. Los problemas de circulación, agobio de las modernas y sobre pobladas ciudades, han desaparecido por fin. Ciudades de ciencia ficción. Uno de los mejores ensayistas de la ciencia ficción, John J. Pierce, trata de la ciudad y su papel en el género tras esta brillante introducción: "Una ciudad es, al mismo tiempo, realidad y símbolo, tanto un sistema de vida como una manera de pensar. Es un sueño hecho realidad, una pesadilla, o ambas. Y tal vez siempre ha sido así, ya que la actitud de la humanidad hacia sus ciudades ha sido siempre ambivalente. La ciudad es la esencia de la civilización: del comercio, de la ciencia y del arte, del intercambio de mercancías e ideas. Pero es también el templo de la iniquidad: Babilonia, la gran puta de la Biblia. La ciudad es la más artificial de nuestras creaciones y por lo tanto es maldita como el enemigo de todo lo que es natural, incluyendo lo que hay de natural en nosotros mismos". Hay, lógicamente, en la ciencia ficción una vía de creciente urbanización con gigantescas ciudades que van desde la peculiar visión que Nueva York estimuló en Fritz Lang para concebir su METRÓPOLIS (1926), hasta imágenes como la del planeta Trántor que, para Isaac Asimov, era la capital de un vasto imperio galáctico en el que se desarrolla su magna saga de la FUNDACIÓN (1951-53) de la que ya hemos hablado en esta serie "Matemática Ficción". Asimov describe Trántor en uno de los extractos de la "Enciclopedia galáctica" con la que suele iniciar los capítulos de la serie de la FUNDACIÓN: "Su urbanización, en progreso continuo, había alcanzado el punto máximo. Toda la superficie de Trántor, 1200 millones de kilómetros cuadrados de extensión, era una sola ciudad. La población, en su punto máximo, sobrepasaba los cuarenta mil millones. Esta enorme población se dedicaba casi enteramente a las necesidades administrativas del imperio. [...] Diariamente, flotas de decenas de miles de naves llevaban el producto de veinte mundos a las mesas de Trántor...". El mismo Asimov imagina dos ámbitos urbanos muy distintos que componen la primera parte de su especulación genérica sobre una posible historia del futuro, ésa que ha de acabar con la imagen del imperio galáctico y planetas-ciudad como Trántor. Se trata de las llamadas "novelas de robots", situadas hacia el año 5000 de nues-tra era, y escritas con muchos años de distancia. Son CAVERNAS DE ACERO (1954, recientemente reeditada como "Bóvedas de acero"), EL SOL DES-NU-DO (1957), LOS ROBOTS DEL AMANE-CER (1983), y ROBOTS E IMPERIO (1985). En estas novelas se describe un universo en el que la humanidad se ha expandido hasta poblar una cincuentena de planetas, los llamados Mundos Ex-te-riores. En ellos viven los "espacianos", descendientes de terrestres que, pese a todo, se sienten distintos de quienes permanecen en el pla-neta madre. Los espacianos repudian su herencia y se esfuerzan para impedir la expansión de la Tierra. Un Tierra aquejada de un grave ex-ceso de po-bla-ción que obliga a los terrestres a vivir en gigantescas ciudades pro-tegidas por cúpulas, las "cavernas de acero", en completa promiscuidad. Un ver-da-de-ro con-tras-te con los habitats es-ca-sa-mente poblados de los Mundos Exte-rio-res donde el contacto humano es incluso tabú. Pero la idea de un mundo-ciudad, que Trántor ha hecho famosa, es incluso más antigua. Herbert G. Wells, el pionero británico de la ciencia ficción, ya la describe en CUANDO EL DURMIENTE DESPIERTE (1898-99) donde, tras siglos de sueño inducido por las drogas, el durmiente se despabila por fin para ver el nuevo mundo-ciudad del futuro: enorme, con múltiples niveles, techado y repleto de aceras móviles. Una verdadera caverna de acero en la que se encuentran ya los orígenes tanto de Metrópolis como de Trántor. Menos de una década más tarde, la poderosa imaginación de Winsor McKay, el creador del cómic LITLE NEMO IN SLUMBERLAND (1906 y siguientes), sitúa a su soñador Nemo (un renacido durmiente de Wells) en infinidad de paisajes vívidos y casi surrealistas (el sueño lo justifica todo) donde, entre otras cosas, se nos muestra como la ciudad del futuro sólo puede crecer hacia arriba, hacia el cielo, de forma que, al final, "los hombres vivirán en la cima de las montañas", de las nuevas "montañas" de acero y hormigón. Pero, aún abigarradas, esas macro-ciudades del futuro que muestra la ciencia ficción, tienden a ser sumamente asépticas, neutras y, sorprendentemente, muestran un único estilo arquitectónico. Algo que viene a sugerir la irrealidad de esas ciudades imaginadas. Ese sesgo erróneo desaparece definitivamente con el BLADE RUNNER (1982) de Ridley Scott donde, por primera vez, esa turbia Los Ángeles del 2019 se nos muestra realista: con una acumulación desordenada de estilos y como una amalgama de lo mejor y de lo peor de que es capaz el ser humano, como ocurre en la realidad de las ciudades en las que vivimos creadas en su momento, sí, pero modificadas y cambiadas a lo largo de la historia y en las que, de la forma más natural, se da la presencia de estilos diversos, desde el románico al modernismo como ocurre, sin ir más lejos, en la misma Barcelona o cualquier otra ciudad con siglos de historia. Sorprendentemente, hasta la famosa película de Ridley Scott, la asepsia, la uniformidad y la estandarización habían sido el signo dominante de las nuevas macro-ciudades del futuro, como si ese futuro que nos aguarda se pudiera construir sólo tras la eliminación absoluta del pasado.   Para leer: Ensayo - "CITIES". Brian Stableford, Artículo en The Encyclopedia of Science Fiction, John Clute & Peter Nicholls editores, London, Orbit, 1993. - GREAT THEMES OF SCIENCE FICTION: A STUDY IN IMAGINATION AND EVOLUTION, John J. Pierce. New York. Greenwood Press. 1987. Ficción - ORA:CLE (1983). Kevin O'Donnell Jr. Barcelona. Ultramar, 1968. - BÓVEDAS DE ACERO (1954). Isaac Asimov. Madrid. Bibliópolis, 2003. - EL SOL DES-NU-DO (1957). Isaac Asimov. Barcelona. Martínez Roca (Super Ficción, 51), 1982.
Domingo, 01 de Enero de 2006 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Jules Verne: La ciencia soñada Literatura característica del siglo XX, lo cierto es que la ciencia ficción tiene unos precedentes históricos que surgen con fuerza en el siglo XIX: los británicos Mary Shelley y Herbert G. Wells y, cronológicamente en posición intermedia, el francés Jules Verne. Especular con amenidad sobre la ciencia y las posibilidades que nos presenta es una de las principales funciones y uno de los mayores atractivos de la ciencia ficción. Isaac Asimov, conocido divulgador científico y famoso autor de ciencia ficción, la definió hace ya décadas como "la rama de la literatura que trata de la respuesta humana a los cambios en el nivel de la ciencia y de la tecnología". Historiadores de la ciencia ficción como el británico Brian W. Aldiss, también autor del género, suelen considerar FRANKENSTEIN (1818) de Mary Shelley como la primera novela de ciencia ficción. Desgraciadamente, el cine (sobre todo con la versión cinematográfica de James Whale realizada en 1932) ha cambiado la imagen popular de lo que era una seria reflexión sobre el poder de la ciencia y la responsabilidad de los científicos, convirtiéndola en el paradigma de la clásica historia de terror. Mary Shelley subtituló su novela como "el moderno Prometeo" destacando con ello el hecho transgresor de que el científico, el doctor Frankenstein, se arriesga a realizar aquello que parece estar "prohibido" por la ley natural. Lo hace precisamente para aportar a la humanidad, como Prometeo, nuevas posibilidades que hasta entonces nos habían sido negadas. Lógicamente, en el seno de la sociedad británica de la época, a principios del siglo XIX, la novedad del "irreverente" propósito del doctor Frankenstein, ejercía también el rol de alertar sobre el peligro que ciertos desarrollos incontrolados de la ciencia podían comportar. Pero, por obra y dedicación, indudablemente el fundador cronológico de la ciencia ficción es el francés Jules Verne con sus viajes extraordinarios y sus novelas de anticipación científica aunque, décadas más tarde, será el británico H.G. Wells quien determinará más decididamente el futuro del género a través de la mayor riqueza de temas tratados. Ambos, Verne y Wells, estaban impregnados por el pensamiento científico de la época, eran novelistas al mismo tiempo que profetas y supieron obtener un difícil equilibrio entre la ilusión fabulativa y la verosimilitud científica. Ambos escribieron relatos de aventuras y viajes "extraordinarios" en los que intentaron que sus lectores se interrogaran sobre las aportaciones y las futuras conquistas de la ciencia y la tecnología. Jules Verne (1828-1905): Un padre precursor Jules Verne, de quien se han cumplido, el 24 de marzo de 2005, cien años de su muerte en Amiens, había nacido en Nantes en 1828. Hijo de un rico abogado de Nantes, estudió abogacía en Paris como deseaba su padre, pero el joven Verne tenía otros objetivos y se interesó mucho más por la literatura y el teatro. En Paris, Verne acabó coincidiendo con el editor Jules Hetzel a quien conoció en 1862. Fundador de una biblioteca orientada a los jóvenes, Hetzel lanzó el Magasin d'éducation et de récréation, una revista en la que se publicaron buena parte de las novelas de Verne, hoy tan famosas y conocidas. En la presentación de la cuarta de las novelas de Verne, LAS AVENTURAS DEL CAPITÁN HATTERAS (1866), la primera que se presentaba con el subtítulo "Viajes Extraordinarios", Hetzel, explicaba las razones de una serie: "resumir todos los conocimientos geográficos, geológicos, físicos y astronómicos elaborados por la ciencia moderna y reconstruir, de la manera que ésta les es propia, la historia del universo". La idea, evidentemente, se ajustaba también al viejo proyecto del mismo Verne: la elaboración de lo que pudiera ser "la novela de la ciencia", una nueva forma de narración en la que la ciencia, tan importante en el siglo XIX y en los sucesivos, jugara en la narración novelística el mismo papel relevante que, era ya evidente, juega también en la sociedad moderna occidental. En 1863 aparecía ya el primero de los múltiples "viajes extraordinarios" de Verne, CINCO SEMANAS EN GLOBO (1863), que inicia una serie de aventuras imaginarias pero fundadas en la posibilidad de verificación y en la aplicación de hipótesis científicas de la época. Así aparecerán también VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA (1864), DE LA TIERRA A LA LUNA (1865), y será incluso un elemento de cariz científico (el huso horario) el que estará en la base de la sorpresa final de la famosa LA VUELTA AL MUNDO EN OCHENTA DÍAS (1873). Invenciones tecnológicas como el submarino Nautilus de la novela 20.000 LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO (1868), la nave voladora Albatros en ROBUR EL CONQUISTADOR (1886), la ciudad marítima del futuro en UNA CIUDAD FLOTANTE (1871), y muchas otras son algunas de las especulaciones de cariz científico-tecnológico que presiden la obra de Verne. Por primera vez se encuentra, ya en la obra de Verne, el carácter ambivalente de la ciencia y la tecnología con las maravillas que puede proporcionar y, al mismo tiempo, los peligros que las nuevas posibilidades comportan. Aunque en la obra de Verne domina claramente el aspecto optimista de confianza en las posibilidades del progreso, tal y como corresponde a las expectativas generales despertadas por la ciencia en el siglo XIX. La ciencia en la obra de Jules Verne Verne no era científico, pero sí estaba muy informado de las novedades científicas y tecnológicas de su tiempo. Parece que era un asiduo de diversas bibliotecas especializadas y tomaba abundantes notas y fichas que le sirvieron, y mucho, para ser casi un experto en los temas que luego utilizó en sus novelas. Posiblemente por ello, el saber popular le asigna, erróneamente, el papel de "inventor" de algunos artefactos que aparecen en sus novelas que, simplemente, son elaboración y reflejo novelístico de algo ya existente en su época y que Verne conocía por su trabajo en bibliotecas y por los contactos con sus amigos científicos o viajeros exploradores. El ejemplo paradigmático de todo ello es el submarino Nautilus que Julio Verne describiera en 20.000 LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO (1868). Pese a lo que pueda parecer, no hubo predicción ni invento verniano en ello: la idea de la navegación submarina ya era conocida y había sido seriamente analizada en un estudio de William Bourne fechado en el lejano 1578. En mayo de 1801, Robert Fulton, con soporte económico de Napoleón, construyó un proto-submarino para cuatro personas y le llamó precisamente Nautilus. Incluso el Ictineo del catalán Narciso Monturiol, se construyó en 1857 y su primera prueba se realizó con éxito en el puerto de Barcelona en 1859, casi diez años antes de la novela de Verne. Además, el 17 de febrero de 1864, en el puerto de Charleston, como una acción más en la guerra civil norteamericana, el proto-submarino "H.L.Hunley" de la Confederación atacó con un torpedo al "Housatonic" de la Unión. Verne no imaginó el submarino, sólo lo utilizó en su novela, eso sí, al servicio de un héroe solitario, más bien antisocial y, evidentemente, un tanto misógino. Pero sí es cierto que, en otros casos, Verne se adelantó a su tiempo con su imaginación portentosa asociada a sus conocimientos de la ciencia de su época, todavía incipiente respecto de lo mucho más que hoy conocemos. También hay que reconocer que muchos de los artefactos tecnológicos imaginados por Verne han sido barridos por la realidad a medida que el conocimiento tecnocientífico se ha ido desarrollando y consolidando. Pero lo cierto es que la visión que Verne transmite del fondo submarino, del interior de la Tierra, de un posible viaje a la Luna, de posibles naves submarinas como el Nautilus o voladoras como el Albatros (el antecesor del autogiro o del helicóptero), están sólida e inteligentemente basadas en la ciencia que se conocía en su tiempo, hace ahora ya casi ciento cincuenta años. El objetivo de Verne no era enseñar ciencia (al menos no la ciencia que hoy conocemos...), sino hacerla intervenir en la peripecia humana, casi siempre desde una óptica positiva y favorable. Los náufragos de LA ISLA MISTERIOSA (1874), por ejemplo, no hubieran podido sobrevivir sin la ayuda de los casi enciclopédicos conocimientos de ciencia (sobre todo de química) y el espectacular sentido práctico de Cyrus Smith, el ingeniero que, en razón de su saber tecnocientífico, se convierte en el líder indiscutido de la prodigiosa aventura. Despistes inevitables en medio de aciertos brillantes Más discutibles, desde los conocimientos científicos que hoy poseemos, son algunos de los otros aspectos de las novelas de Verne. En particular, el tratamiento del efecto de gigantescos cañones como los que se encuentran en DE LA TIERRA A LA LUNA (1865) o en EL SECRETO DE MASTON (1889, inicialmente como "Sans Dessus Dessous", sin arriba ni abajo). En DE LA TIERRA A LA LUNA (1865), los miembros del Gun-Club, la sociedad creada por el millonario Barbicane y sus amigos, quiere enviar una nave tripulada a la Luna. Para ello construyen un gigantesco cañón vertical, el Columbiad, de una longitud de 300 metros como propulsor de la nave-bala en la que viajan los proto-astronautas. Desgraciadamente, para conseguir la velocidad de escape necesaria (11,2 km/s) y teniendo en cuenta las pérdidas debidas al rozamiento con la atmósfera, esa nave-bala debería alcanzar una velocidad de 16/km/s en el momento de su salida del cañón. Siendo el cañón de sólo 300 metros (imagínense, si pueden, ese prodigio tecnológico: tan largo como tres campos de fútbol uno tras otro...), la aceleración necesaria viene a ser unas 43.500 veces superior a la gravedad terrestre. Tal vez consigan escapar a la gravedad terrestre, pero los tripulantes de la nave han de acabar convertidos en pulpa de carne humana, más útil para una hamburguesa de caníbal que para llegar a la Luna. Pero, pese a todo, otros de los detalles científicos del viaje a la Luna son correctos. Así ocurre con el lanzamiento desde Florida y el amerizaje final en el Océano Pacífico que han sido después "copiados" por la NASA en las misiones previas al transbordador espacial (Cabo Cañaveral, en Florida, no está lejos del lugar de instalación del Columbiad elegido por Verne). También el material de la nave de Verne, aluminio, ha sido ampliamente utilizado en la industria aerospacial por su menor peso. Y, evidentemente, otros detalles del vuelo como la regeneración del aire, el control de la presión parcial del oxígeno, la alimentación a bordo o las anécdotas en situaciones de microgravedad, son bastante acertadas. De nuevo hay serios errores de mecánica en EL SECRETO DE MASTON (1889), donde la North Polar Practical Association pretende realizar un gran negocio comprando todas las tierras que están por encima de una latitud de 84 grados hasta el Polo Norte y hacer después que el hielo eterno que hoy las cubre desaparezca. Para ello optan por usar el mismo cañón Columbiad, instalado esta vez en el Ecuador (en el monte Kilimajaro, nada más y nada menos) para que, gracias a la potencia de un terrible explosivo como la melimelonita y al terrible retroceso que una serie de disparos han de causar, se modifique el eje de rotación terrestre. Afortunadamente el proyecto fracasa (por un error en los cálculos del ingeniero J.T. Maston), aunque el mismo Verne ya advierte que se requerirían al menos un trillón de cañones como el Columbiad para lograr esa sorprendente gesta de alterar el eje de rotación terrestre. Y así podrían citarse una gran cantidad de ejemplos, algunos acertados o no, cual corresponde a la ciencia y la tecnología disponibles en la época de Verne y cuyos alcances y objetivos Verne conocía adecuadamente. Hay algunos ejemplos espectaculares de posible adelanto tecnológico como el posible precedente de la televisión en EL CASTILLO DE LOS CÁRPATOS (1892) gracias a una hábil combinación de espejos y otros artefactos misteriosos que permiten ver una imagen lejana, aunque, al revés de lo que ocurre en la televisión, esa imagen no se mueve. O el intercambio de correspondencia que se establece en LAS TRIBULACIONES DE UN CHINO EN CHINA (1879) a base de discos que se reproducen en fonógrafos en lugar de las tradicionales cartas escritas sobre papel. Sin olvidar el fax que supone el "telégrafo fonográfico" de PARIS EN EL SIGLO XX (que se suele considerar escrito hacia 1862, aunque el original se encontró mucho más tarde, en 1990, y todo tipo de dudas son posibles), aunque en este caso, como ocurre también en el del submarino, el fax ya era conocido (¡por algunos!) gracias al inventor escocés Alexander Bain quien obtuvo una patente en 1843, y en cuyo concepto original se basa todavía el moderno diseño de los telefax. Sea como fuere, con errores y aciertos, Jules Verne logró hacer fecunda realidad su "novela de la ciencia" y, con sus "viajes extraordinarios" y novelas de "anticipación", disfruta, a justo título, de la consideración de "padre fundador" de la moderna literatura de ciencia ficción. No es poco, y reconocerlo una vez más, en el año 2005, el primer centenario de su fallecimiento es, como suele decirse, justo y necesario. Para leer: Ensayo - "SOMNIS DE CIÈNCIA: UN VIATGE AL CENTRE DE JULES VERNE". Jesús Navarro. Alzira. Ediciones Bromera (Publicacions de la Universitat de València: Càtedra de Divulgació de la Ciència), col·lecció Sense Fronteres 19, 2005. Ficción - Se pueden encontrar diversas ediciones de las muchas novelas de Jules Verne, e incluso, siendo ya de dominio público, son accesibles en páginas web como la excepcional "Zvi Har’El’s Jules Verne Collection" (http://jv.gilead.org.il/works.html) o en las del "Project Gutenberg" (http://www.gutenberg.org/) u otras parecidas, donde es posible hallar versiones en francés, inglés, español y otras lenguas y, también, versiones en audio.
Jueves, 01 de Diciembre de 2005 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Jules Verne: Los Viajes Extraordinarios Si el mes pasado recogíamos aquí el hecho de que 2005 es el año de la física; no debemos olvidar que, en lo literario, además del año del Quijote, el 2005 ha sido también el año del centenario de la muerte de uno de los "padres fundadores" de la ciencia ficción: el francés Jules Verne. Parece pues justo y necesario hablar también aquí de Jules Verne y de lo que su narrativa de anticipación supuso hace ahora casi ciento cincuenta años. A tal fin, dedicaremos la entrega de este mes a hablar de la persona de Jules Verne y de su empeño en lograr una novedosa "novela de la ciencia"; para analizar, el próximo mes, la ciencia presente en las populares novelas del indiscutido padre de la "anticipación científica". Jules Verne: un viajero frustrado Los grandes exploradores y viajeros del siglo XIX nos han dejado narraciones de sus viajes y peripecias, creando así un nuevo género literario: las narraciones de viajes. Pero hay muchas maneras de viajar, e incluso se puede viajar con la imaginación. Con toda seguridad, al menos en el siglo XIX, el gran maestro capaz de fabular grandes viajes en parajes exóticos (incluso muchos viajes que él nunca hiciera...) fue el francés Jules Verne con su serie de narraciones conocidas precisamente como "Viajes Extraordinarios". Jules Verne, de quien se han cumplido, el 24 de marzo de este año 2005, cien años de su muerte en Amiens, había nacido en Nantes en 1828. Hijo de un rico abogado de Nantes, su padre quería que Jules siguiera también carrera en la abogacía, pero el joven Verne tenía otros intereses. Se dice que, a los diez años, su padre le encontró in extremis cuando Jules estaba ya a bordo de un barco que partía de Nantes hacia África y después América. El padre le hizo desistir de esa idea del viaje y, de alguna manera, le conminó a hacerse abogado. Jules aceptó y eso, según parece, permitió que años después el hermano menor de Jules, Paul, sí viajara casi tanto como el mismo Jules hubiera deseado hacer. Jules Verne estudió pues abogacía en París, pero en realidad se interesó mucho más por la literatura y el teatro, llegando a ser amigo de Alexandre Dumas hijo (que era sólo cuatro años mayor que Verne) quien le ayudó a encontrar trabajo como secretario del Théâtre Lyrique. El inicio de una carrera literaria Tras hacer algunos pinitos en el teatro (logrando incluso que alguna de sus obras se representara en el Théâtre Historique), y publicar algunas obras menores, Verne parecía buscar su lugar en la literatura cuando se encontró con una persona esencial en su vida y en el desarrollo de su obra novelística: el editor Jules Hetzel a quien conoció en 1862 y que, entre otras actividades, había sido el editor, entre 1842 y 1848, de LA COMEDIA HUMANA de Balzac. Jules Hetzel, tras intervenir en la revolución de 1848, tuvo que exiliarse en Bruselas hasta 1859. A su retorno a París, Hetzel logró finalmente hacer realidad su viejo sueño de fundar una biblioteca orientada a los jóvenes, incluso con marcada voluntad didáctica, y lanzó el Magasin d'éducation et de récréation, una revista en la que se publicaron buena parte de las novelas de Verne, hoy tan famosas y conocidas. Aunque la primera de esas novelas famosas fue CINCO SEMANAS EN GLOBO (1863), publicada cuando Verne tenía ya 35 años, el nombre de la serie, "Viajes Extraordinarios" fue una idea, digamos que comercial, del editor Hetzel. Sólo se hizo explícita en la cuarta novela que Verne publicó con Hetzel: LAS AVENTURAS DEL CAPITÁN HATTERAS (1866) que se presentaba con ese subtítulo en la misma portada: "Viajes Extraordinarios". En la presentación de la novela, Hetzel, siempre movido por su voluntad didáctica explicaba las razones de una serie: "resumir todos los conocimientos geográficos, geológicos, físicos y astronómicos elaborados por la ciencia moderna y reconstruir, de la manera que ésta les es propia, la historia del universo". La idea, evidentemente, se ajustaba también al viejo proyecto del mismo Verne que ya había comentado a su amigo Alexandre Dumas: la elaboración de lo que pudiera ser "la novela de la ciencia", una nueva forma de narración en la que la ciencia, tan importante en el siglo XIX y en los sucesivos, jugara en la narración novelística el mismo papel relevante que era ya evidente jugaba en la sociedad moderna occidental. Verne no era científico, pero sí estaba muy informado de las novedades científicas y tecnológicas de su tiempo. Parece que era un asiduo de diversas bibliotecas especializadas y tomaba abundantes notas y fichas que le sirvieron, y mucho, para ser casi un experto en los datos que luego utilizó en sus novelas. Los Viajes Extraordinarios de Jules Verne El éxito de CINCO SEMANAS EN GLOBO superó todas expectativas previstas por Hetzel, quien propuso a Verne un leonino contrato por el cual el escritor se comprometía a escribir tres volúmenes anuales de narraciones noveladas de viajes imaginarios pero sólidamente basados en los conocimientos de la época. Se han llegado a contabilizar hasta cincuenta y seis de esos "Viajes Extraordinarios", en muchos de los cuales Verne contó con la inestimable ayuda y con los consejos, incluso literarios, de un editor tan experto y avezado como Hetzel. Los protagonistas de los "viajes" imaginarios de Verne recorrieron todo el planeta e incluso partes inéditas del mismo como el fondo del mar, las profundidades de la Tierra o la trayectoria hasta nuestro satélite la Luna. En todos los casos, el viaje resultaba extraordinario, repleto de aventuras y era también una posible excusa para ilustrar a los lectores (al principio los jóvenes como ya se ha dicho) en las realidades y maravillas de la ciencia. No en vano, Jules Verne ha quedado en la historia como uno de los dos grandes "padres fundadores" de un nuevo género literario, la ciencia ficción que nacía con él en Francia y con el socialista fabiano Herbert G. Wells en Gran Bretaña unas décadas más tarde. En el siglo de los grandes descubrimientos geográficos, los protagonistas de los "Viajes Extraordinarios" de Verne recorrieron prácticamente todo el planeta. Para quien pueda estar interesado, le resultará sumamente atractiva la página web que mantiene Garmt de Vries: http://www.phys.uu.nl/~gdevries/verne/verne.html donde es posible rastrear los recorridos que hacen los aventureros de las diversas novelas de Verne. De entre los muchos "Viajes Extraordinarios", cabría destacar algunos de los primeros y más conocidos de todos ellos: CINCO SEMANAS EN GLOBO (1863) - El doctor Samuel Ferguson, su amigo Dick Kennedy y el criado de Ferguson, Joe, intentan explorar ciertas zonas de África que los exploradores Barth, Burton y Speke no habían logrado alcanzar en el intento de descubrir las fuentes del Nilo. Para conseguirlo, Ferguson y sus amigos viajan en un globo de hidrógeno que se traslada desde la isla de Zanzibar al continente. El viento les lleva primero a Tanganika, les hace después sobrevolar el lago Victoria (donde, efectivamente, los viajeros identifican la cascada que origina el Nilo) y se enfrentan a las tribus de esos parajes que les resultan hostiles y quieren destruir el globo. VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA (1864) - El siguiente viaje es todavía más exótico (e irreal). El profesor Lidenbrock traduce unos viejos manuscritos de Arne Saknussemm, un alquimista del siglo XVI, donde encuentra informaciones que le permiten acceder con sus compañeros a las profundidades del planeta entrando a través del cráter de un volcán apagado en Islandia. Tras un largo periplo y muchas divagaciones seudocientíficas (basadas, eso sí, en los conocimientos de la época) acaban siendo expulsados por una de las chimeneas del volcán Strómboli. DE LA TIERRA A LA LUNA (1865) y ALREDEDOR DE LA LUNA (1870) - Barbicane, presidente del Baltimore Gun Club fabrica un inmenso cañón para enviar un proyectil tripulado a la Luna. La novela describe algunos de los problemas reales de tal viaje (que tardó más de cien años en hacerse realidad y, evidentemente, con otra tecnología). Los viajeros no llegan a aterrizar en la Luna y, en la segunda de las novelas, orbitan en torno a la Luna para volver después a casa. LAS AVENTURAS DEL CAPITÁN HATTERAS (1866) - El capitán John Hatteras convoca una tripulación para un viaje con destino desconocido. Él mismo no se identifica hasta que el viaje está ya en marcha y explica el objetivo: ser los primeros británicos en alcanzar el Polo Norte. Tras diversas peripecias y aventuras, la tripulación se amotina y destruye el barco, aunque Hatteras y otros supervivientes fabrican un bote con los restos del navío e intentan proseguir su peligroso camino hacia el Polo Norte. LOS HIJOS DEL CAPITÁN GRANT (1867) - Aunque el Britannia comandado por el capitán Harry Grant se perdió tres años atrás, se encuentra en las entrañas de un tiburón una botella con un mensaje en tres idiomas distintos. El mensaje es casi indescifrable, pero se puede descubrir cual es la latitud donde se encuentra el náufrago Grant, pero no la longitud que sigue siendo un misterio, aunque se cree que podría estar Sudamérica. Por eso, el Duncan, con los hijos la esposa y un amigo de Grant a bordo, se dirige primero allí, para después seguir hacia Australia y Nueva Zelanda. 20.000 LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO (1868) - Conocedor de diversos proyectos de naves submarinas reales, Verne imagina que el capitán Nemo, a bordo de su submarino Nautilus, viaja con sus prisioneros, el doctor Aronnax, su criado Conseil y el marinero Ned Lang, descubriendo las maravillas del fondo submarino narradas en función de los conocimientos marinos de la época. LA VUELTA AL MUNDO EN 80 DÍAS (1873) - Posiblemente una de las más famosas novelas de Verne y cuya versión teatral fue un gran éxito y fuente de bonanza económica para Verne. El caballero británico Phileas Fogg acepta una apuesta en la que se compromete a dar la vuelta el mundo en sólo ochenta días, lo que permite una amplia descripción de un largo periplo con todo tipo de aventuras y peripecias, con sorpresa final incluida. Como tantas otras novelas de Verne ha sido llevada al cine e incluso se hizo una serie infantil de dibujos animados (Willy Fog). MIGUEL STROGOFF (1876) - El correo del zar ha de llevar un importante mensaje desde Moscú al otro extremo de Rusia, en la ciudad de Irkutsk, donde el Archiduque, hermano del zar debe recibirlo. El peligro son los enemigos tártaros que invaden las fronteras y el traidor Ivan Ogareff en una saga de aventuras hoy ya clásica. En su tiempo se hizo versión teatral con gran éxito de público y crítica. Aunque se han hecho versiones cinematográficas de varias novelas de Jules Verne, de MIGUEL STROGOFF se cuentan ya diez versiones cinematográficas distintas a lo largo de los últimos cincuenta años. Y así, sería posible continuar con una larga retahíla de esos "Viajes Extraordinarios" que, creados en la segunda mitad del siglo XIX, siguen siendo fuente de interesantes aventuras para lectores de todos los tiempos y todas las edades. No son viajes reales, pero pudieron haberlo sido. Y sirvieron a Verne y sus lectores para conocer mejor nuestro planeta, sus inmensas posibilidades y su gran diversidad de paisajes, culturas y gentes. Los viajes reales de Jules Verne Aunque siempre ha circulado el rumor que Verne era una "rata de biblioteca" y que nunca había viajado, eso no es cierto. Es verdad que Verne nunca viajó en un submarino por el fondo del mar, ni en un cohete hacia la Luna, pero, en la medida de sus posibilidades, realizó diversos viajes, e incluso cuando sus ganancias se lo permitieron, se compró un yate, el Saint Michel III, con el que recorrió diversos parajes de Europa y el norte de África, aunque de manera más tranquila y con muchas menos aventuras que los protagonistas de sus novelas. En 1856, Verne viajó a Escocia e Inglaterra con su amigo Aristide Hignard cuyo hermano trabajaba en una compañía naviera y les regaló los pasajes. En 1861 viajó a Escandinavia. En 1867, Verne y su hermano Paul embarcaron en el transatlántico Great Eastern y viajaron a Estados Unidos donde, aunque estuvieron allí sólo unos días, visitaron Nueva York y las cataratas del Niágara, experiencias que Verne utilizó después en su novela LA CIUDAD FLOTANTE (1871). Con el Saint Michel III, Verne viajó varias veces a Gran Bretaña, los Países Bajos, Alemania y Dinamarca (1881), pero también a Lisboa, Tánger, Gibraltar y Argel (1878) y atravesó el Mediterráneo hasta Italia y Malta (1884). En definitiva, ayudado de la mucha información que recopiló en tantas y tantas fichas obtenidas en bibliotecas, ayudado de sus limitadas experiencias como viajero y, sobre todo, ayudado por la riqueza de su imaginación y su capacidad de narrador, Jules Verne vivió e hizo vivir a sus lectores más de una cincuentena de "Viajes Extraordinarios", divulgando diversos conocimientos sobre todo de la ciencia geográfica de su tiempo. Para leer: Ensayo - "SOMNIS DE CIÈNCIA: UN VIATGE AL CENTRE DE JULES VERNE". Jesús Navarro. Alzira. Ediciones Bromera (Publicacions de la Universitat de València: Càtedra de Divulgació de la Ciència), col·lecció Sense Fronteres 19, 2005. Ficción - Se pueden encontrar diversas ediciones de las muchas novelas de Jules Verne, e incluso, siendo ya de dominio público, son accesibles en páginas web como la excepcional "Zvi Har’El’s Jules Verne Collection" (http://jv.gilead.org.il/works.html) o en las del "Project Gutenberg" (http://www.gutenberg.org/) u otras parecidas, donde es posible hallar versiones en francés, inglés, español y otras lenguas y, también, versiones en audio.
Martes, 01 de Noviembre de 2005 | Imprimir | PDF |  Correo electrónico
Cultura y matemáticas/Matemáticas y ciencia ficción
Autor:Miquel Barceló
Einstein y el año de la física Ahora que ya casi termina, bueno será recordar que 2005 es el año de la física. Por muchas razones, pero algunas de las más repetidas se relacionan con Albert Einstein, cuya teoría de la relatividad especial vio la luz en 1905, hace ahora cien años. Y eso sin olvidar que el mismo Einstein murió en 1955, hace ahora cincuenta años. Recordamos a Einstein, un gran físico y, con él, a la nueva física del siglo XX. Pero Einstein, el más mediático de los científicos (tal vez gracias a su cabello y al violín), tiene también zonas más cercanas al lado oscuro... Él es el responsable último de la bomba atómica: Albert Einstein es considerado un santo varón, mientras que Robert Oppenheimer no deja de ser un hijo de su santa madre. Y ustedes me entienden. El "pecado" de Oppenheimer es haber creado la bomba atómica, aunque todos sepamos que ésta no existiría sin el E=mc2 de Einstein. Y, seamos sinceros, sin la insistencia de Einstein escribiendo al presidente de los Estados Unidos para que se desarrollara la bomba atómica ante el miedo de que los nazis la lograran antes. Los nazis nunca dispusieron de la bomba atómica (y por eso nunca pudieron "probarla"), mientras que los estadounidenses construyeron dos versiones de la misma (Little John y Fat John) y acabaron "probándolas", ambas, el 6 y el 9 de agosto de 1945 en Hiroshima y Nagasaki, fechas de las que hace ahora 60 años. Otra razón ésta de la bomba atómica, perteneciente al "lado oscuro" es cierto, para que 2005 sea el año de la física. Al fin y al cabo no habría bomba atómica sin física ni físicos... Eso lo recogía claramente Frederik Pohl en un curioso relato de ciencia ficción, Target One (1955), publicado después en su antología CORRIENTES ALTERNAS (1956). En un miedo extremo al holocausto nuclear muy típico de esa época, Pohl narraba como, tras una destructora tercera guerra mundial atómica, dos esforzados paladines del bien deciden usar su recién creada máquina del tiempo (que, por un misterio típico de la ciencia ficción, ha sobrevivido a esa terrible destrucción) para volver al pasado y evitar el invento de la bomba atómica. Inteligentes como son, no quieren eliminar a Oppenheimer, sino que van directos a la raíz del problema y buscan a un Einstein joven, antes de su hallazgo de la fórmula E=mc2 y, con gran pesar de sus corazones, le matan. Al volver a su tiempo del futuro, descubren con horror que, en efecto, en contra de lo que esperaban haber evitado, se prepara una terrible guerra atómico-nuclear. Sorprendidos e imaginando que sin Einstein no podía haber habido E=mc2 ni bomba atómica, descubren sorprendidos que, a falta de Einstein, otro físico, un tal V.S. Kretchwood (1903-1986), ha descubierto, en la "nueva" historia alternativa que sucede a ese terrible asesinato de Einstein, la que se denomina la Primera Ley de Kretchwood. Se trata de una fórmula como E > en + eo que viene a decir que "la suma de la energía de un átomo es mayor que el agregado de la de sus partículas nucleares y orbitales", lo que también sugiere que puede extraerse energía del átomo. El holocausto nuclear es tal vez, como se creía en 1955, inevitable (cuando las preguntas están maduras, alguien acaba respondiéndolas...). Salvamos a Einstein (si un genio no está presente para hacer su trabajo, otro genio lo hará en su lugar...), pero seguimos dejando en mal lugar a la física (y a la humanidad). Porqué, como nos recuerda la lucha de los Jedi contra los Sith, lo cierto es que existe el lado oscuro. Y Einstein lo tuvo también en su física con errores monumentales como esa "constante cosmológica" o esa incomprensión respecto al fenómeno cuántico ("Dios no juega a los dados"...). Tal como nos recordaba Billy Wilder al final de Con faldas y a lo loco: "Nadie es perfecto". Física e información: el reino de los quanta Celebrando el año de la física, el 20 de mayo de 2005 tuvo lugar la jornada especial sobre "Los grandes principios de la física", organizada por Cosmocaixa, el museo de la ciencia barcelonés. Fue una sesión francamente interesante con la presencia de primeras figuras en el campo de la física y con sugerentes conferencias y debates. De alguna de las ideas que allí se barajaron, quiero hablarles ahora. En primer lugar, el portugués Joao Cr. Magueijo, hoy en el Blacket Laboratory del Imperial College de Londres, comentó los recientes trabajos sobre la posibilidad de que las leyes de la física y algunas de sus pretendidas constantes o invariantes puedan, en realidad, cambiar con el paso del tiempo. Una arriesgada posibilidad, difícil de comprobar y que origina algunos interesantes debates de la moderna física actual. Luego, Wojciech H. Zurek, hoy en el Los Alamos National Laboratory (EEUU), al hablar de la termodinámica, lógicamente relacionó ya entropía e información, ambas hermanadas por el teorema de Shannon. Para mí, la sorpresa la dio el siguiente conferenciante, Anton Zeilinger del Institute of Experimental Physics de la Universidad de Viena. Especialista en mecánica cuántica, Zeilinger fue quien dirigió un famoso experimento sobre la teleportación cuántica. El experimento, publicado en el número del 11 de diciembre de 1997 de Nature, llevó al capitán Kirk de Star Trek a las páginas de los periódicos. Déjenme detenerme un momento en ese punto del que hablamos, como de pasada, en septiembre de 2004, en esta misma sección de DivulgaMat. La teleportación cuántica Como vimos entonces, mal que le pudiera pesar al capitán Kirk del Enterprise, solía hablarse del tele-transmisor de materia como una máquina del todo imposible en términos de la ciencia y la tecnología que hoy conocemos. Es, se conviene, sólo un truco que la ciencia ficción ha imaginado para evitar serios problemas de transporte. La tele-transmisión de materia a distancia sigue siendo del todo imposible pero, al menos a nivel cuántico empieza a vislumbrarse una posibilidad. Ha de quedar bien claro que seguimos muy lejos de poder trasladar al capitán Kirk, al vulcaniano Spock o a cualquier cuerpo macroscópico, pero sí se ha conseguido transferir instantáneamente y, aparentemente sin limitación de distancia, el estado cuántico de una partícula a otra. Por algo se empieza. La teoría subyacente fue establecida por C.H. Bennett y otros en un artículo publicado en 1993 en la Physical Review Letters, y fue llevada a la práctica experimental, como ya se ha dicho, por un equipo dirigido por Anton Zeilinger en la Universidad de Innsbruck en Austria. El experimento, publicado en el número del 11 de diciembre de 1997 de Nature, llevó al capitán Kirk a las páginas de esa prestigiosa revista científica. Todo se basa en un curioso fenómeno que, a nivel cuántico, hace posible una misteriosa conexión entre dos partículas distantes. En inglés lo llaman "entanglement" que se puede traducir por enredo o lío y que se usa también en el caso de una relación amorosa, es decir, un "lío" de otro tipo. Otra broma de esos físicos que han venido en lla¬mar "verdad", "belleza" o "color" a algunos números cuánticos. Afortunadamente, el rigor y la seriedad científica no están reñidos con el humor y la ironía. Pues bien, si dos partículas están "liadas", existe una misteriosa unión entre ambas de tal manera que si varía un determinado estado cuántico en una de ellas, de forma automática varía también ese estado cuántico en la partícula a ella "liada". Y eso ocurre de forma instantánea y con independencia de la distancia que las separe en ese momento. En realidad, parece ser que se ha verificado el fenómeno con fotones separados incluso diez kilómetros, y nada en la teoría parece limitar el alcance de esa distancia. Como era de esperar, a algunos autores, como por ejemplo el mismísimo Einstein, no les gustaba la idea de las partículas "liadas" ni siquiera a nivel cuántico, pero hace ya años que diversos experimentos ligados al trabajo de John Bell dejaron establecido el fenómeno del "entanglement", hoy bien aceptado en el campo de la mecánica cuántica. La teleportación cuántica sin límites de distancia parece pues a la vuelta de la esquina. Tal y como sugería la teoría, el grupo de Zeilinger utilizó dos fotones "liados" y su estado cuántico de polarización como los soportes de ese envío de información cuántica a distancia y de forma inmediata. La polarización de dos fotones (a los que Zeilinger y su grupo han bautizado como Alice y Bob, en lugar de usar el A y B de rigor) se usa para transmitir el estado de polarización de otro fotón (Carol, en lugar de C, como no podía ser menos). La interacción de Alice y Carol (en realidad una operación de medida), destruye por una parte el estado de polarización de Carol, pero altera el estado de polarización de Alice lo que, inevitablemente, se refleja en el estado de Bob, la partícula con la cual estaba Alice "liada". Así, gracias a ese par de partículas "liadas", la información sobre el estado cuántico del fotón Carol ha desaparecido y ha reaparecido instantáneamente y a distancia en el estado cuántico del fotón Bob. La teleportación, a nivel cuántico, ha funcionado. A nivel macroscópico el proceso sólo se completaría cuando alguien midiera el estado cuántico del fotón Bob (satisfaciéndose así la regla de que nada, ni la información, puede viajar a mayor velocidad que la luz). Evidentemente, todo el proceso depende de ese "lío cuántico" entre Alice y Bob. Por eso hay que llamarlo "teleportación cuántica" ya que no opera con objetos macroscópicos. O, dicho en otros términos, en el mundo macroscópico, si Carol tiene una aventura lésbica con Alice, nada hace que Bob, la pareja de Alice, deba enterarse instantáneamente y a distancia. Es cierto que el capitán Kirk no puede todavía ser tele-trans¬portado, pero Bob tal vez vive mejor en su ignorancia. Física e información Pues bien, el 20 de mayo, Anton Zeilinger expuso una de las ideas más sugerentes del día (aunque, como he sabido después, ya "rodaba por el mundo" desde hacía unos años). Zeilinger empezó comentando la idea de que la física no puede hablar de la realidad como tal, sino que lo que hace es hablar de la información que tenemos de la realidad. Se apoyó en una referencia a Niels Bohr que viene a decir que la física no trata de lo que la naturaleza es, sino que trata de lo que podemos decir sobre la naturaleza. Pura filosofía de la ciencia, pero hecha y razonada por científicos y no por filósofos desconocedores de la ciencia... Y lo que podemos decir está muy claramente relacionado con la información. Una información que medimos en bits. La idea de Zeilinger, lo que alguien ha denominado ya "el principio de Zeilinger", es que el sistema más elemental aporta un bit de información. Aunque parezca algo inocuo, las consecuencias de esa idea son muchas y, en definitiva, aportan la mejor defensa filosófica a la realidad de la mecánica cuántica, pese a que Einstein se negara a creer que Dios juega a los dados y pese a tantos otros que no se cansan de repetir como la mecánica cuántica resulta ser del todo incomprensible. Siguiendo el razonamiento de Zeilinger: ha de haber una explicación cuántica de todo ya que la información está cuantificada (la mínima cantidad de información es el bit: la información va en "cuantos" de información llamados bit...). Repetimos (como en el tradicional anuncio de ciertas natillas...): como la física habla de lo que podemos decir de la naturaleza y esa manera de decir tiene relación con la información y la información está "cuantizada" en unidades llamadas bits, lo cierto es que la física ha de ser física cuántica. No hay vuelta de hoja... Si quieren saber más de todo ello (y les aseguro que hay mucho más), les sugiero el artículo de Zeilinger o el que escribió Hans Christian von Baeyer el 17 de febrero de 2001 en New Scientist. Lo encontrarán en: http://www.quantum.univie.ac.at/links/newscientist/bit.html A veces, la ciencia ficción que tanto me interesa, me ha sugerido ideas de amplio alcance, pero pocas como ésta, fruto de una nueva aproximación a la filosofía de la ciencia, producida esta vez, como no podía ser menos, no por un filósofo tal vez poco enterado de la misma, sino por uno de los mejores físicos de la actualidad. Para leer: Ensayo - "A FOUNDATIONAL PRINCIPLE FOR QUANTUM MECHNICS". Anton Zeilinger, Foundations of Physics, vol 29, pág. 631 (abril 1999) - "IN THE BEGINNING WAS THE BIT". Hans Christian von Baeyer, New Scientist (17 de febrero de 2001) y en: http://www.quantum.univie.ac.at/links/newscientist/bit.html Ficción - CORRIENTES ALTERNAS (1956). Frederik Pohl. Madrid. Editorial Magisterio Español. Novelas y Cuentos (núm. 39). 1968.
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