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Camino de Santiago (mayo 2004)
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Un peregrino que hacía el Camino de Santiago durmió en la ciudad navarra de Estella. Descansó de sus fatigas, lavó con esmero su cuerpo y su ropa y repuso fuerzas con una opípara cena, aunque se le fue la mano a la hora de beber el magnífico vino de Rioja que le sirvieron.

En realidad eso no constituyó un hecho extraordinario ya que, aficionado al zumo de la uva, se justificaba a sí mismo y ante los demás diciendo que el vino da alegría al espíritu, fortaleza al corazón y energía al cuerpo, tres cosas de las que está bien necesitado todo peregrino que se precie.

Aquella noche, arropado por el cansancio, el buen comer y el mejor beber, cayó en la cama como un fardo y soñó que se le aparecía el mismísimo apóstol Santiago, montado en su caballo blanco para decirle:

-A que no sabes de qué color es el caballo blanco de Santiago.

El peregrino, que en el sueño soñaba que dormía y que soñaba, se enfadó al ser despertado con una pregunta tan absurda y dándose media vuelta intentó volver a dormir, ante la sorpresa de Santiago, que enfadado, le dijo:

-Pero bueno, me aparezco en tus sueños y ¿en vez de caer de hinojos, te das media vuelta? ¡Ay, Señor! Estos peregrinos ya no son como los de antes. Pues bien, aunque no te lo mereces te voy a decir un consejo de caminante: si avanzaras 5 pasos más por minuto llegarías 5 días antes a Santiago de Compostela.

-No tengo prisa –repuso el peregrino sin volverse, intentando conciliar el sueño.

-Y si caminaras 10 pasos más por minuto llegarías 8 días antes.

-¿Cómo que 8 días antes? Por lógica, tendría que llegar diez días antes.

-Sí, pero la lógica es más parte de la Filosofía que de la Matemática, y aquí, sobre el Camino, tienes que contar con las cuestas arriba ya que subiéndolas los pasos son más cortos. Tienes que contar con ese margen. Es lógico.

-Sí, pero un razonamiento lógico puede ser falso en su conclusión.

-Pero bueno, usted qué es, ¿peregrino o filósofo? Además, tampoco hay tantas cuestas ni son tan empinadas –dijo Santiago, tratando de cambiar de conversación.

-Sí, claro, eso es muy fácil decirlo yendo a caballo. ¡Así ya se puede ser peregrino!

-Hombre, pero es que yo soy el inventor del Camino, y además soy santo.

-Ya, pero el que va andando soy yo, y estoy como para ir contando los pasos. Por cierto, ¿por qué a usted le llaman Santiago, en vez de San Santiago, como a todos los santos?

-Para evitar la cacofonía.

-¿La cacoqué?

-La repetición de dos sonidos iguales. Hace feo.

-Pues podía llamarse Tiago y así, ya sabe... Porque la verdad, mucho Camino y mucho de todo pero usted es el santo menos santo de todos sin el tratamiento. Es como si a los ejecutivos de una gran empresa los trataran a todos con el don por delante y a uno de ellos sin él.

-Pues a mí no me molesta, aunque la verdad, nunca me había parado a pensarlo.

-Pues yo en su lugar reivindicaría el tratamiento. Venga, y ahora déjeme dormir, que mañana me espera una buena jornada.

Y el santo se fue evaporando, como sueño o aparición que era, repitiendo en voz baja “San Santiago, San Santiago... pues no suena tan mal”.
El peregrino se despertó con una ligera resaca y con la duda de si la presencia del santo habría sido un sueño dentro de un sueño, o una aparición dentro de un sueño, o una aparición normal, si es que puede calificarse de normal que se te aparezca en tu dormitorio el apóstol Santiago montado sobre su caballo blanco. Recordando todo esto empezó a calcular que Estella estaba a 643,8 km de Santiago de Compostela, que cada una de sus zancadas medía 70 cm y que si daba 53 pasos por minuto, tardaría en llegar...

-Buenos días.

-Buenos días –contestó al peregrino que le había alcanzado para caminar a su lado, interrumpiéndole en sus cálculos.

-Muy distraído te veo, compañero de fatigas –dijo el recién llegado.

-Es que pensaba en...

-En el excesivo peso que lleva en su mochila –interrumpió de nuevo el segundo peregrino- seguro que no sabe que un peregrino solamente debería cargar con el 10% de su peso. A ver, ¿cuánto pesas?

-82 kilos.

-Pues el 10% de su peso son 8 kilos 200 gramos, así pues, su mochila no debería de pesar más de 8, 2 kilos. ¿Cuánto pesa la mochila?

-No lo sé.

-A ver, déjame.

El segundo peregrino le quitó la mochila al primer peregrino y la cogió en sus manos para sopesarla. Se la pasó de una mano a otra, la levanto por encima de su cabeza, se la cargó a la espalda, cerró los ojos y dictaminó:

-Esta mochila pesa 22 kilos con 350 gramos.

-¿Y cómo puedes precisar el peso con tanta exactitud?

-Porque soy tendero y estoy acostumbrado a pesar genero del más variopinto, y a envolverlo en papel grueso para aumentar el peso de lo que peso en el peso. ¿Llevas vino en la mochila? Me ha parecido olerlo.

-Una botella de un litro.

-Pues mira, si nos la bebiéramos a medias, aligeraríamos el peso de su mochila en 1 kilo, más el envase. Algo es algo.

Como en el tema del vino el primer peregrino era fácil de convencer, pues eso, se dejó convencer inmediatamente por el segundo peregrino. Hicieron un alto en el camino decididos a echar un trago que fueron dos y luego tres y después cuatro que terminaron con el contenido de la botella y con la botella, que se quedó en el borde del camino. Así, aligerado del peso del vino, repartido al 50% con el segundo peregrino, el primer peregrino se dispuso a retomar el cálculo de cuánto tardaría en llegar a Santiago de Compostela cuando de nuevo se distrajo al llegar ante el Monasterio de Irache.

Iban a entrar a visitarlo cuando vieron que frente al monasterio estaban las Bodegas de Irache, famosas por su buen vino. Los dueños de las bodegas, conocedores de las fatigas del peregrino que pasaba ante ellas, habían puesto en la fachada principal una fuente con dos caños, uno de los cuales proporcionaba vino tinto y el otro agua fresca.
En una repisa al lado de la fuente había dos vasos de igual tamaño para que los peregrinos se sirvieran agua o vino, a su elección. El primer peregrino se sirvió un vaso de vino, mientras que el segundo peregrino se sirvió en su vaso igual cantidad de agua.

Cuando el primer peregrino iba a beber vino de su vaso, el segundo peregrino le dijo:

-Espera, compañero. Después de la resaca de anoche y del medio litro de vino que has bebido para aligerar el peso de tu mochila, creo que sería mejor que bebieras agua, ya que si no acabarás caminando haciendo “eses” y tardarás más en llegar a Santiago.

-¿Cuánto más?

-Pues teniendo en cuenta que el sendero tiene 3 metros de ancho, las “eses” serían de 1,5 metros de radio en cada una de sus dos curvas –dijo el segundo peregrino dibujando una “ese” sobre la tierra del canino- y las 2 curvas de una “ese” equivaldrían al perímetro de una circunferencia completa de 3 metros de diámetro, y dado que hemos caminado 4 km desde Estella y que te quedan por lo tanto 639,8 km hasta tu meta, y que caminas 30 km diarios, pues tardarías en llegar...

-Me estas levantando dolor de cabeza –dijo el primer peregrino interrumpiendo los cálculos de su compañero.

-Yo no, el vino. Bebe agua, como yo.

-Es que no me gusta el agua, me da náuseas. Si hasta cuando me cepillo los dientes me enjuago con vino.

-Bueno, pues te propongo una solución: ¿Llevas una cuchara en tu mochila?

-Sí.

-Muy bien, pues echa una cucharada del vino de tu vaso en mi vaso de agua.
El primer peregrino sacó de su mochila una cuchara sopera y metiéndola en su vaso la llenó de vino para vaciarla en el vaso de agua de su compañero, viendo como el agua se teñía de rojo.

-Y ahora –propuso el segundo peregrino- echa una cucharada de la mezcla de mi vaso en el tuyo.

El primer peregrino, llenando esta vez la cuchara de la mezcla de agua y vino del vaso de su compañero la vació en su vaso de vino. Una vez acabada la operación, el segundo peregrino propuso:

-Ahora, toma tú mi vaso y dame tú el tuyo.

-Sí, que listo; así bebes tú más vino que yo.

-O más agua.

-No, más vino.

-No, más agua.

En ese momento el padre despensero del monasterio, que salía, como cada mañana, para tomarse sus 2, o 3, o 4, o 5 vasitos de vino de aperitivo, vio a los dos peregrinos discutiendo, cada uno con su vaso lleno en las manos y les preguntó:

-Pero bueno, ¿por qué discutís?

El primer peregrino, al que ya se le atrancaba la lengua no reaccionó ante la pregunta del fraile y fue el segundo peregrino el que contestó, después de explicarle el motivo de la discusión:

-Discutíamos la siguiente cuestión: ¿Hay más vino en el vaso de agua o más agua en el vaso de vino?

El fraile se puso a meditar la cuestión hasta que le sobresaltó el primer peregrino que, de repente, exclamó:

-¡¡33 días!!

El fraile y el segundo peregrino lo miraron como si se hubiera vuelto loco y el peregrino, al ver la cara que ponían, se apresuró a explicar:

-Eso es lo que tardaría en llegar Santiago de Compostela haciendo “eses” de un lado a otro del camino. Ahora voy a calcular cuanto tardaría caminando sin hacer “eses” y siguiendo los consejos de Santiago.

Y al fraile, del sobresalto, se le olvidó la solución del problema de los dos vasos, cuando ya tenía la solución en la punta de la lengua.


Autor: Joaquín Collantes
Asesor matemático: Antonio Pérez Sanz

 

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