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Categoría: |
Literatura matemática |
Autor:
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Mark Haddon
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Editorial:
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Ediciones Salamandra
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Año de publicación:
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2004
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Nº de hojas:
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272
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ISBN:
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84-7888-910-8
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Todos nosotros conocemos a colegas y quizás más fácil es que hayan sido profesores nuestros (tal vez algunos de nuestros conocidos piensan eso de nosotros) bien dotados para las matemáticas, pero no tanto para los demás aspectos de la vida, en los que pueden llegar a ser auténticos desastres cuando no nulidades perfectas. Personas con una perplejidad total en cuanto se les saca de la perfecta armazón de las matemáticas, en la que vislumbran cosas que no vemos el común de los mortales. De tal manera que esos estereotipos del matemático despistado (que tan bien retrata Polya en su Cómo plantear y resolver problemas) para buena parte de los que se tropiezan con ellos fuera del terreno profesional son algo así como un ACNEE (por utilizar el término políticamente correcto).
Pues un personaje así, pero adolescente y catalogado y encuadrado en la categoría de los auténticos acnees es el tierno imaginario protagonista y narrador del libro que nos ocupa, que además es un apasionado cultivador de las matemáticas, territorio en el que es brillante y no se siente agredido, al contrario de lo que le sucede en el resto de los aspectos de la vida:
El señor Jeavons decía que a mí me gustaban las matemáticas porque son seguras. Decía que me gustaban la matemáticas porque consisten en resolver problemas, y esos problemas son difíciles e interesantes, pero siempre hay una respuesta sencilla al final. Y lo que quería decir era que las matemáticas no son como la vida, porque al final en la vida no hay respuestas sencillas.
Pero no todas las matemáticas son así, incluso hay partes que son como metáforas de la realidad:
Los números primos son lo que queda después de eliminar todas las pautas. Yo creo que los números primos son como la vida. Son muy lógicos pero no hay manera de averiguar cómo funcionan, ni siquiera aunque pasaras todo el tiempo pensando en ellos.
El protagonista podría ser el perfecto alumno, capaz de saber los más abstrusos e inútiles conocimientos académicos, pero no es capaz de relacionarse de forma normal con quienes le rodean. Aunque desde su punto de vista siempre por razones claras y nítidas. Y ahí reside otro de los atractivos de la novela: la visión de la "anormalidad" no se hace desde fuera, desde los ciudadanos normales que se encargan de ellos (los padres o familiares próximos, a quienes habitualmente conocemos y que tanta pena nos dan), sino desde el punto de vista también muy parecido del diferente. Lo que nos hace conocer y entender mejor que ellos también sufren, porque se trasgreden sus reglas, incluso cuando se dice que se respetan por los adultos, por los que creen e intentan quererles bien.
Y todo ello con un aroma de verdad que debe provenir del trabajo y la relación del autor con personas con deficiencias físicas y mentales, que le ha hecho conectar con lectores de todo el mundo. Y también en nuestro país, donde se han realizado ocho ediciones en los ocho primeros meses de su lanzamiento (y el libro continúa vivo). Y que nos sirve para cuestionarnos muchas seguridades, y para mirar de otra forma a los diferentes que nos rodean (y que a poca atención que pongamos veremos que todos somos diferentes en uno u otro aspecto).
Puesto que estamos en una revista de enseñantes, señalar que también proporciona algunos conocimientos y puntos de vista matemáticos interesantes, que no sólo nos servirán como personas, sino también en nuestras clases. Me permito señalar tres. En primer lugar (pág. 92) una cercanía con el cálculo mental:
- ¿Cuánto es 251 por 864?
Y lo pensé y contesté:
- 216.864- - porque era un cálculo realmente fácil, porque sólo hay que multiplicar 864x1000 que da 864.000. Entonces lo divides por 4 que da 216.000 y eso es 250x864. Entonces sólo hay que sumarle otro 864 para conseguir 251x864. Y eso da 216.864.
En segundo lugar aparece el problema de "Los soldados de Conway" (pp. 181-183), un bonito juego que nos permite ver que no siempre hay regularidades en todas las situaciones, aunque los humanos (y más los "deformados" por las matemáticas) las veamos hasta donde no existen. Y por fin una sugerente explicación del problema tan poco evidente que él llama de "Monty Hall" (pp. 87-90): el del concursante de TV que tiene una puerta elegida entre tres posibles, una sola de las cuales tiene premio; el presentador le abre otra que no tiene premio y le pide si quiere seguir con la puerta que ya eligió o cambiar a la tercera puerta. Como se sabe, aumentas tu probabilidad de tener premio cambiando de puerta.
Y acabamos con una profunada reflexión sobre el tiempo y el espacio.
Porque el tiempo no es como el espacio. Cuando dejas algo en algún sitio, como un transportador o una galleta, puedes tener un mapa en la cabeza para decirte dónde lo has dejado, pero incluso aunque no tengas mapa seguirá estando allí, porque un mapa es una representación de cosas que existen en la realidad, así que puedes volver a encontrar el transportador o la galleta. Y un horario es un mapa del tiempo, solo que si no tienes un horario, el tiempo no está ahí como el rellano y el jardín y la ruta del colegio. (
) Y por eso, si te pierdes en el tiempo es como perderse en un desierto, solo que no puedes ver el desierto porque no es una cosa. Y por eso a mí me gustan los horarios, porque son la garantía de que no te vas a perder en el tiempo.
Absolutamente recomendable para cualquiera que tenga algo de humanidad, es decir, para todo el mundo.
(Reseña aparecida en la revista SUMA nº51 Feb.2006)
Materias: Alumnado secundaria, bachillerato Autor de la reseña: Fernando Corbalán (I.E.S. Francisco Grande Covián, Zaragoza)
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